sábado, 14 de septiembre de 2013

La princesa rusa IV


                                           La primera vez

 

Sofía despertó sobresaltada.

Finos destellos de brillante claridad se colaban por minúsculos resquicios entre las viejas y gruesas cortinas eternamente cerradas.

No sabía muy bien donde estaba y además del terrible dolor de cabeza y un lamentable mal cuerpo, la invadía una amarga y tangible sensación de no tener ganas de vivir.

Fue uno de sus peores momentos en España.

Por fortuna para ella, enseguida llegó la mujer que la noche anterior la había servido las bebidas desde el otro lado de la barra y que al parecer, también se encargaba de las tareas de limpieza. La saludó amable y animadamente y le preparó un café que acompañado de una pastilla, alivió en parte su estado resacoso.

Cuando la camarera acabó sus tareas, charlaron durante un rato mientras la joven rusa hacia un gran esfuerzo en tomarse una bebida que su nueva amiga le preparó para intentar aliviar su maltrecho estado físico que no terminaba de mejorar, pero por contra, fue reconfortante para su mente el poder hablar con alguien, aunque fuese tan solo durante unos pocos minutos.

Cuando volvió a quedarse sola, consiguió volver a dormirse durante un tiempo que le sentó bastante bien, al menos para su resaca. Cuando despertó nuevamente, enseguida recordó que le esperaba una nueva jornada de su recién estrenado “trabajo” y nuevamente se apoderó la angustia de ella. Se dirigió a la barra y se tomó un cubata bien cargado de la botella de whisky escocés y empezó a encontrarse un poco más animada.

Enseguida llegó el encargado que la aconsejó de una manera poco agradable, que se lavase y se cambiase de ropa. Sofía le hizo caso. Se duchó y después rebuscó entre la poca ropa que quedaba en la bolsa de deporte que le había dejado su “consejero”. Había poco para elegir y se puso un conjunto de color rojo de dos pequeñas piezas, un top y unos pantalones cortos, que nuevamente permitía contemplar de una manera generosa su bonito cuerpo.

Cuando los clientes comenzaron a llegar, todos los que se percataban de su presencia, se quedaban mirándola embobados y perplejos, y todos deseaban con anhelo poner sus manos, como mínimo, encima de aquella preciosidad; Sofía se acercó a un hombre, muy similar a la mayoría de los que había visto la noche anterior, cercano a la cincuentena y con una prominente barriga, desprendiendo una mezcla de olores que ella aguantaba a duras penas. Nada mas pedirle que la invitase a una copa con alcohol --whisky--, el hombre accedió inmediatamente. Aprendió muy bien la lección de la noche anterior y cuando los contactos del hombre intentaban subir de intensidad o dirigirse hacia lugares de su cuerpo que ella no deseaba, era capaz de parar el ímpetu del hombre y ejercer el control de la situación, haciendo callar las angustiosas protestas que intentaban levantarse en su interior.

Se estaba tomando la segunda copa con el mismo individuo que se encontraba en la gloria al lado de aquella belleza extranjera a la vez que ella se preguntaba de nuevo y muy angustiosamente que pasaría cuando tuviese que hacer el amor con alguno de aquellos hombres, cuando la voz grave del encargado la sorprendió:

-Sofía, cuando termines de tomarte la copa con el caballero pasas para adentro, tengo que hablar contigo.

Ella enseguida imaginó para lo que la quería el cerdo-encargado y sin terminar de agotar el tiempo que empleaban para acompañar a un cliente cuando éste las invitaba a una copa, se disculpó y se apresuró a ir a la habitación que servía como oficina.

Allí estaban los dos hombres rusos que la habían traído desde el chalet, atractivos, vestidos con elegancia y con aire de matones refinados.

Su “consejero” la miró y la sonrió con afecto y ella le devolvió la sonrisa con timidez.

Sin apenas tiempo para recoger sus muy escasas pertenencias, la llevaron hasta el Audi que esperaba fuera y en menos de media hora, la condujeron hasta un piso de la calle Estrella en Madrid.  

Sofía lamentó profundamente el que no le permitiesen al menos, despedirse de la camarera, ella había sido la única persona, junto con su “consejero”, que la habían mostrado un afecto desinteresado en aquel país, algo que la joven rusa agradecía enormemente. Pero en aquel momento, aquello significaba un pequeño punto de luz en el inmenso firmamento de sus pesares.

En el piso, los dos hombres le explicaron con detenimiento pero de una manera muy escueta, como ya hicieron los otros dos que la trajeron a España, las normas que debería seguir, los días y horarios en que pasarían a recogerla para conducirla al chalet. Le darían una pequeña asignación económica periódicamente para comida, ropa y otros gastos esenciales, como ella ya sabía, no estaba allí para ganar dinero. Podría salir por los alrededores del piso algunas veces para comprar, siempre acompañada por alguien que ellos indicasen.

Por último, le “informaron” que estaría vigilada constantemente, que no intentase escapar por su propio bien, a si de simple.

-No te serviría de nada intentar huir y por el contrario te complicaría mucho más las cosas -terminó diciendo su consejero con un tono de voz en el que más que una amenaza, como así era cuando hablaba el otro hombre, Sofía pudo apreciar un sincero consejo.

Desde entonces y durante aquel verano, trabajó como prostituta en el chalet de las afueras de Madrid y consiguió llevarlo infinitamente mejor de lo que hubiese imaginado al principio.

Tuvo bastantes días buenos, entendiendo por tales días los que no sentía ganas de llorar cuando llegaba del chalet y se encontraba animada para leer, ver la televisión o en alguna ocasión dar una pequeña vuelta por los alrededores con alguna compañera, esto último cuando contaba con el beneplácito de sus guardianes --a ella le encantaba pasear y de no ser por las amenazas de que no se alejarse demasiado, seguramente hubiese caminado gran parte de aquella ciudad --.

Tuvo muy pocos días verdaderamente buenos, y también tuvo días malos, entre los que se encontraban los que se pasaba llorando sin ganas de nada más que de desaparecer, en muchos de aquellos días le invadía un infinito sentimiento de soledad y de tristeza, entonces, era cuando más se acordaba de todo lo que había dejado atrás, su país, sus amigas, su pequeña hermana a la que adoraba, sus pertenencias, a Shirko, a su perro..., sentía una extraña tristeza cuando pensaba en su precioso y fiel husky. Aquel perro fue uno de los pocos regalos que le había hecho su padre y no la extrañó cuando le llevó aquel adorable cachorrillo, ya que a su padre le gustaban los perros, los grandes y elegantes perros y no para hacerlos caricias ni mimos, le gustaba sentir la presencia de aquellos grandes e inteligentes animales, pero aquel era exclusivamente para ella; le crió y le cuidó con todo su amor y cuando los meses de invierno le tenía que abandonar para irse al internado femenino, sentía una inconsolable tristeza. Siempre se dormía llorando en aquellos días y en ocasiones pensaba en rezar, en pedirle al Dios que le habían presentado desde niña y muy a menudo como todopoderoso, piadoso y bondadoso, que la sacase de aquella pesadilla. Pero instantáneamente desistía de hacerlo. Desistía porque había tomado la decisión de que aquel Dios no existía; había contemplado con horror en los últimos tiempos de su joven existencia, como por la televisión proyectaban horribles imágenes de pequeños y famélicos niños de todas las razas que morían de hambre sin que nadie ni nada hiciese algo por evitarlo, como grupos de hombres y también de niños, se enfrentaban gritando fanáticamente a soldados que los disparaban y mataban sin ningún tipo de miramiento, como en su propio país cada vez eran más numerosas las noticias de horrendos crímenes y violaciones, como en su propio interior se iba apagando poco a poco algo bello y puro porque nadie le permitía exteriorizarlo y cuya única intención era la de ser feliz. No podía entender que si hubiese un Dios tan poderoso permitiese todo aquel sufrimiento e injusticia en el mundo, solo porque alguien, hacía mucho tiempo, hubiese cometido un error, y si en realidad existía, o no era tan bueno o no tenía el suficiente poder como intentaban hacer creer los religiosos y entonces, ¿cómo podría ayudar a una joven insignificante como ella con tanto trabajo pendiente como tenia aquel Dios? Pero prefería pensar que no existía antes de creer que un ser que deambulaba por ahí y que estaba en todos los sitios, no tuviese suficiente poder como para erradicar el sufrimiento de tanta y tanta pobre gente inocente, por mucho que lo quisiesen justificar todos los patriarcas religiosos del mundo. 

También tuvo varios días de los muy malos, como el primer día que un hombre pagó la tarifa por pasar a un reservado con ella. Había transcurrido poco más de una semana del mes de julio y llevaba muy pocos días trabajando en el chalet después de haber pasado por aquel tugurio de club. En aquellos días tan solo había tomado algunas copas con los clientes, algo que gracias a su experiencia en el club, consiguió mentalizarse enseguida y hacerlo llevadero, aunque a veces la angustia y las ganas de llorar amargamente volvían aparecer junto con las protestas de aquellas voces de su cerebro que seguían rechazando aquella “mierda”, entonces, Sofía se retiraba unos momentos del hombre con ímpetu e intentando sonreír, suplicaba a aquellas voces de su interior que la dejasen en paz, que no la torturasen. Como por un milagro, estas siempre desaparecían. También le ayudaba, por supuesto, el hecho de que todos los días antes de empezar la jornada, se tomaba algún combinado de escocés con coca cola bien cargado, y además, los hombres que iban al chalet no tenían nada que ver con la mayoría de los que había visto en el club. Eran de una media de edad bastante más joven y su aspecto era considerablemente mejor, olían mejor y en general, trataban con mas delicadeza a las chicas aunque estas fuesen prostitutas, incluso una vez tomando una copa con un cliente joven, agradable y atractivo, Sofía por un instante, sintió el deseo de devolverle tímidamente las caricias, y le permitió prolongar los contactos en partes muy intimas de su cuerpo. Las voces no aparecieron en aquella ocasión.

Pero no era aquel atractivo hombre de treinta años con el que había estado y que le había hecho cerrar los ojos muy gratamente mientras se tomaban una copa juntos con el que se encontraba aquel día. Sería la una y media de la madrugada y estaba al lado de un hombre de unos cuarenta y tantos años, cuyo aspecto físico no era de los que mayor agrado la habían causado en el chalet, aunque su traje parecía caro y de una gran suavidad al tacto y su perfume de refrescante fragancia, se mezclaba con un apestoso aliento que esta vez si la hizo recordar a algunos clientes del club.

Se estaba tomando la tercera copa con el hombre del traje sedoso en una de las cómodas hamacas que bordeaban la pequeña piscina ante el empeño que había puesto el cliente de tumbarse allí. A Sofía cada vez le costaba más apaciguar el clamor de las voces ante los cada vez más intensos y prolongados manoseos y chupeteos del hombre. Éste, en un grado máximo de excitación, puso todo su empeño en desabrochar el coqueto sujetador de terciopelo verde que formaba parte del sugerente conjunto de dos piezas que la joven rusa llevaba puesto aquel día; para colmo, ella no sentía ninguna simpatía por aquel tipo, que por lo que había contado sobre él --todas las palabras pronunciadas habían consistido en un monologo del hombre exaltando su persona, su importante trabajo y todos sus logros en la vida--, parecía ser un auténtico egocéntrico y parecía considerarse el amo del mundo y en aquel momento, el amo de ella.

Como pudo, la joven hizo un esfuerzo y se incorporó rápidamente; se sentó en el borde de la hamaca negando con un gesto de su cabeza y diciendo con un pudor que no consiguió esconder ya que en los pocos días que llevaba en el chalet aun no se había desnudado ni quitado una sola prenda delante de nadie:

-No, aquí fuera no puedo...

El hombre sonrió de una manera extraña, como si estuviese sorprendido y puso su mano en uno de los muslos de la joven:

-Vamos cariño, ven. No vas a ser la primera que te quedes en bolas aquí mismo y además, creo que merezco que seas cariñosa conmigo después del dinero que me he gastado en ti, ¿no crees?

Sofía pensó extrañada y confusa, que el hombre tenía razón y todo el derecho del mundo a exigirla, mientras notaba como la agarraba de la mano y tiraba de ella hacia él. Pensó sin poder impedirlo, que aquellos hombres se gastaban su dinero a cambio de que las chicas que trabajaban en aquella ocupación les complaciesen, sin tener porque importarles el motivo por el que ellas hacían aquello, si les gustaba o no, simplemente para los hombres, ellas estaban allí.

En aquel momento no supo clasificar el significado exacto de aquel pensamiento, pero de todas las maneras, lo que si tenía claro era que no la apetecía desnudarse por primera vez en su reciente trabajo delante de aquel hombre, y había observado que ninguna chica se quitaba la ropa tomando una copa si no era por su voluntad, así que le dijo con cierto temor de provocar un enfado en él y que sus protestas llegasen a Denis:

-Eres muy amable, pero yo nunca me quito la ropa aquí fuera.

-Está bien muñequita -dijo el hombre después de un muy breve silencio-. Me tienes cachondísimo y me gustaría un montón verte desnuda y metértela hasta el fondo, así que vamos -terminó diciendo al mismo tiempo que se levantaba sin soltarla de la mano.

Sofía se quedó aterrada, aquel egocéntrico barrigudo quería pasar a hacer el amor con ella. Sintió como se la revolvía el estómago de una manera muy desagradable y notó enseguida como débiles nauseas subían por su esófago. Había intentado mentalizarse de que ese momento tenía que llegar, pero en aquel instante, no era capaz de aceptar que se tenía que desnudar y meter en la cama con un desconocido y menos con aquel tipo. ¿Qué pasaría con las voces? ¿Conseguiría soportar sus lamentos y protestas como lo hacía mientras tomaba las copas? Pensó en salir corriendo y... ¿otra vez encerrada en aquel patético club?

Sin enterarse apenas de cómo había llegado, se encontró de pie en una de las lujosas habitaciones. El egocéntrico la besaba el cuello y acariciaba uno de sus pechos ya desnudo mientras iba empujándola poco a poco hacia la amplia cama. Cerró los ojos y por un momento se vio con Shirko, en el pequeño apartamento de las afueras de Moscú, como se quitaban la ropa muy despacio hasta quedar completamente desnudos para después entregarse mutuamente en cuerpo y alma y aunque, al menos ella, tenía muy escasa experiencia y educación sexual que se limitaba a ciertos fragmentos de libros prestados a escondidas por alguna amiga y a ciertas escenas algo tórridas de algunas películas americanas, todo resultó ser sencillamente maravilloso y aquellos momentos de placer y pasión, pasaron como un lento sueño, dulce y delicioso.

Abrió los ojos y se encontró tumbada en la cama, vio como el hombre terminaba de desnudarse, dejando completamente al descubierto su peludo cuerpo, cuya curva más pronunciada era sin duda la que delimitaba su estomago, aunque aun no de una manera terriblemente exagerada. El hombre se inclinó sobre ella. Las protestas de su mente estallaron en una autentica revolución, cerró nuevamente los ojos e intentó huir de su cuerpo y abandonar aquella confortable y por momentos, siniestra habitación. Recordó la fiesta en la que conoció a Shirko, a la que pudo acudir con sus amigas de puro milagro al no encontrarse su padre en Moscú y con el permiso de su madrastra, fue la noche navideña en la que bebió de una manera excesivamente agradable y el amor nació entre los dos de una manera repentina e incontrolable; como después de las Navidades, poco antes de su cumpleaños, le dijo a su padre que había conocido a un chico especial y este, le contestaba que se olvidase de amores infantiles, que tenía preparado algo mejor para ella para dentro de muy poco tiempo.

De golpe, regresó nuevamente a la habitación y las lágrimas intentaron abrirse paso ente sus párpados cerrados. Se encontró nuevamente tumbada en la cama. Abrió sus ojos. El hombre de la en ciernes abultada panza y del que se había olvidado por un momento, ya estaba sobre ella. El caos era absoluto en la cabeza de Sofía, pero de una manera repentina y clara, como si alguien le hablase suavemente al oído, le llegó la voz tranquila de la camarera del club que le contaba en aquel no muy lejano día mientras ella con un cuerpo de mil demonios intentaba tomarse aquella infusión: “tú no eres la esclava de ninguno de esos cerdos y si es verdad que no tienes más narices que follar con ellos, los haces lo justito, ya sabes, le pones el condón, la chupas un poco hasta que se les ponga tiesa si es que se le pone y luego...” 

-¡Para maldito asqueroso! -gritó de repente en su ruso natal mientras luchaba por salir de debajo de la barriga que prácticamente la aprisionaba. La joven puso sus manos en el pecho del hombre y le empujó con todas sus fuerzas.

El hombre, que aun no había conseguido introducir su miembro allí donde tanto deseaba, vio interrumpido su fuerte apetito sexual por el grito y el empujón de la chica. Se incorporó sudando abundantemente por todo su cuerpo y entre sorprendido y aturdido, quedó de rodillas frente a la chica, que saltó inmediatamente fuera de la cama nada mas sentirse libre del peso masculino.

-Que pasa, estás loca ¿o qué? -protestó entre airada y fatigosamente el hombre.

-No... El preservativo... no podemos sin preservativo -dijo embarulladamente Sofía mientras se tapaba la cara con ambas manos e intentaba respirar profundamente intentando retomar el control sobre sí misma.

El hombre la miró nuevamente con una expresión entre sorprendida y divertida.

Definitivamente estás loca muchacha; te estás completamente quieta todo el tiempo y de repente..., te pones histérica -esto último lo dijo ya sin la parte divertida en la expresión de su cara-, además el que arriesga el tipo al meter sin goma soy yo y si a mí no me importa, no veo porque te da tanto miedo a ti que te follan montones de tíos, ¿no crees?

Sofía no consiguió entender muy bien lo que quería decir el hombre con aquella cadena de palabras y sin intentar analizarla, sacó un preservativo de su pequeño bolso.

-Vale, pero házmelo con la boca primero. Para eso no necesitamos la gomita ¿no?

-Con el preservativo -insistió la chica temiendo que se negase y al final terminase por enfadarse.

-Está bien, ponme el jodido cubre pichas -dijo el hombre echándose hacia atrás.

Sofía, con un cruel alivio, se quedó mirando aquel no muy grande músculo de la sexualidad masculina que empezaba a perder su no muy notoria dureza. “No creo que aunque quisiese disfrutase mucho con tal prodigio” se dijo con cierta ironía al mismo tiempo que se disgustaba por tal pensamiento. No fue un momento fácil el que siguió. Pero que sabía que necesitaba superarlo si de una vez por todas debía de aceptar aquella mierda. Respiró profundamente, se inclinó sobre aquel hombre y realizó su trabajo.

Los siguientes momentos pasaron por la cabeza de la joven como secuencias de una mala película que se consigue terminar de verla de una manera somnolienta y casi obligada, y a pesar de que las inquisidoras voces comenzaron a rugir y amenazadoras nauseas se formaron en su estomago, no la importó. Debía de acabar con aquello de una vez por todas.

Sofía hizo el amor con aquel individuo, cerrando y abriendo sus ojos en agónicos y lentos intervalos, sin sentir nada especial salvo un triste malestar, escuchando muy lejanamente como el hombre gemía placenteramente, poniendo todas sus fuerzas en controlar las protestas de su interior y notando como poco a poco, iba perdiendo fuerza su desazón y mal estar.

Enseguida les sobresaltó, especialmente a ella, el sonido de un timbre y el reflejo de una luz roja que anunciaban el final del tiempo de pasión. La joven enseguida se levantó y comenzó a lavarse y vestirse lentamente, sin mirar al hombre e intentando no escuchar los estúpidos comentarios que éste hacia.

Cuando el hombre abandonó la habitación, Sofía se limpió las lágrimas de los ojos y se lavó la cara con abundante agua, salió del cuarto y se dirigió al bar donde pidió un vaso de escocés con coca cola que se bebió muy rápidamente.

 

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