martes, 7 de octubre de 2014

Los Gegos (Cap. III)

Aquella jovencita me desconcertó. Ya no sólo su belleza, según me iba fijando en ella, todo parecía fascinante, sus gestos, sus movimientos, todo en ella parecía chorrear un áurea de serenidad y confianza, como si de una anciana que ha vivido toda clase de experiencias en la vida estuviese metida en el cuerpo de aquella bella muchachita.
Chocolate. Y me chantajeaba con una invitación de chocolate y churros. Tenía claro que aquella hermosa y serena joven no me serviría de gran ayuda, pero aun así, accedí a invitarlas. Conduje mi coche según me iba indicando la chica, como no, de una forma pautada y clara, como si fuese una experta conocedora de la inmensa mayoría de calles.
Abandonamos enseguida la zona de casitas bajas donde había tenido lugar la pelea, para mi fortuna, y nos acercamos a la playa donde todo era diferente.
-Es aquí -anunció serenamente.
Aparqué y fuimos a una pequeña chocolatería donde ya se agolpaban algunas personas.
Me encontraba cansado, sucio y dolorido, entonces, me di cuenta de que mi aspecto no era el mejor y de que me miraban, no sin disimulo, algunas de las personas que estaban dentro de la chocolatería; le dije a la chica, aún no sabía su nombre, que fuese pidiendo y me dirigí al baño. Me enjuagué bien la boca hasta quedar limpio de sangre, la herida ya no sangraba, me lavé bien la cara, el ojo no se me había puesto morado afortunadamente, pero si tenía una zona colorada todo alrededor, me acondicioné todo lo mejor que pude, por mis vaqueros rotos en uno de los bajos ya no podía hacer nada, y salí nuevamente al encuentro de la chica y la niña. Total, ya cualquier cosa podía esperar.
Las dos devoraban su chocolate con churros, pero no de manera ansiosa, limpiamente, la pequeña tenía una servilleta de papel sobre su cuello, y la joven, comía con ganas pero con una fluida educación.
-Se te va a enfriar tu café -me dijo ojeándome como si se diese cuenta de que había intentado mejorar mi imagen.
Aún no estaba del todo frío. Di un buen trago del café y devoré un par de churos mientras miraba a las dos bellezas que tenía ante mí. Me sentí mejor, mucho mejor.
La niña me miraba intermitentemente. Tenía el mismo rostro bello y angelical que..., su hermana. No quería pensar aún que aquellas dos jovenzuelas fuesen madre e hija.
La joven no me miró una sola vez mientras terminaba su chocolate.
-¿Cómo te llamas? -le pregunté por fin.
-Evelina –dijo. Vaya, su nombre al menos, no me pareció tan... cautivador-, pero puedes llamarme Eve.
-Y cuando… -titubeé. Miré el precioso rostro de Eve que ahora me miraba directamente a los ojos. Joder, siempre me había sentido algo intimidado en el primer contacto con las mujeres que superan los niveles, digamos normales, de belleza femenina, o sea, me cohibía un poco con los bellezones, pero esta era casi una niña- ¿cuándo podemos ir a ver a los Gegos?
-Bueno, hay que elegir el momento -contestó ella después de intercambiar unas palabras con la niña en el idioma de la región en la que nos encontrábamos y que yo apenas entendí-, ellos tienen sus puntos débiles, claro que sí, pero tampoco es cuestión de ir a verles de una manera directa, exactamente ¿qué quieres de ellos?
Me levanté, intentando hacerlo con tranquilidad. Estaba cansado, había vivido una nochecita de mil demonios por decirlo de buena manera, y no estaba dispuesto a dejarme tomar el pelo por aquella jovencita, por muy guapa que fuese.
-Creo que no me puedes ayudar -me di la vuelta, algo en mi sentía pena de abandonar a la chica aunque me estuviese tomando el pelo, pero ya estaba bien.
-Tu hermano puede que aún esté bien.
Me giré inmediatamente y me acerqué a ella notando como empezaba a ponerme nervioso. La cogí de un brazo.
-¿Cómo sabes que es por mi hermano?
-Te escuché cuando peleabas con el Candy, sólo eso -con un suave gesto soltó su fino brazo de la presión que hacían mis dedos.
Claro. Me había escuchado, solamente era eso. Desde luego había algo en aquella mujercita que no era normal. Yo no creía en esas tonterías desde luego, en eso de que algunas personas poseen o son envueltas por un áurea mística que les hace..., bueno, diferentes. Pero todo lo vivido durante aquella noche, sin duda unas de las noches más poco corriente de toda mi vida, parecía haber abierto mi mente. Pero por encima de todo, a parte de áureas y extraños acontecimientos nocturnos, hacía que me latiese el corazón con fuerza por lo que Eve había dicho de mi hermano. Me podía haber escuchado durante la pelea que seguía el rastro de mi hermano, eso era evidente, pero ella había dicho que podía estar bien, y eso era algo que no tenía nada que ver con lo que ella hubiese escuchado.
Montamos de nuevo en el coche y conduje cerca de la línea de playa. El mar estaba increíblemente hermoso. Me relajé.
Eve me guió nuevamente hasta su barrio después de asegurarme de que no pasaríamos por la casa del chico del Ford. El tal Candy. Quería dejar el capítulo de la pelea totalmente apartado.
Aparqué ante una pequeña fachada pintada de blanco con la pintura descorchándose por numerosos sitios, con una puerta de madera flanqueada por dos ventanas igualmente de madera viaja y descolorida. Una casa humilde.
Indeciso e inquieto, vi como las dos chicas bajaban del coche. Tal vez ya no las volvería a ver más.
-Puedes pasar si quieres, nadie te va a molestar, aquí estás seguro -dijo la cara de Eve asomada por la ventanilla a escasos centímetros de mis ojos.
No me lo pensé mucho. Bajé del coche y seguí a las dos chicas hasta el interior de la casa. Todo era humildad y aunque había cierto desorden, polvo y algunos trastos por el medio, nada estaba sucio.
La pequeña salió corriendo y se perdió tras una arrinconada puerta, probablemente el cuarto de baño. Atravesamos el salón, el pequeñísimo comedor, oscuro, pintado de un azul tenebroso, con un sofá de dos plazas y una enorme tele que probablemente arrastraría algunos años.
Como un tonto pasé detrás de Eve a un cuarto contiguo, era su dormitorio, el dormitorio de las dos chicas porque estaba dividido en dos bajas camas, la mitad (de Eve imaginé), tenía alguna prenda juvenil y femenina tirada por la cama, un ordenador portátil encima de una pequeña mesita y un decorado un tanto peculiar, con grandes postes, la foto de un enorme perro corriendo en un radiante día soleado por un verde campo, la virgen abrazando a un pequeño niño Jesús, unos extraños y oscuros seres, tal vez demonios, un cuadro del espacio, del universo, donde entre los puntos de luz de unas cuantas estrellas se dibujaba una gran cabeza, Lucifer, se leía claramente en la frente. Extraña decoración pensé, claro-oscuro, bueno-malo. Sentí un leve escalofrío.
Aunque pronto esa sensación y toda aquella decoración se difuminaron en mi mente cuando Eve se quitó el jersey. Sólo quedo cubierta por una fina camisetita de tirantes que dibujaba unos grandes y perfectos pechos y dejaba parcialmente al descubierto, un liso y moreno vientre. Su belleza angelical delataba su juventud, pero su cuerpo descubría una mujer sensual y deseable.
-¿Puedo pasar al cuarto de baño? -pregunté medio embobado deseando salir de aquella situación.
-Es aquella puerta, puedes ducharte si quieres.
El aseo era pequeño, sencillo y modestamente limpio. Me volví a enjuagar la herida de la boca que ya no sangraba en absoluto y me aseé lo mejor que pude. Claro que no me iba a duchar allí. Aún no tenía claro que pintaba en aquella casa a solas con una niña y una medio ángel medio mujer fatal.
Volví a salir al comedor con el móvil en la mano dispuesto para llamar a mi hermano mayor y decirle que estaba bien y de paso preguntarle si había noticias nuevas. La pequeña veía unos dibujos en la tele, la puerta de la habitación de Eve se había quedado abierta, no puede evitar mirar.
Eve estaba de perfil. Se cambiaba. Tan solo estaba cubierta por un sujetador y unas bragas pantalón o culote como se llaman ahora.
La imagen me desconcertó por completo. Guardé el móvil en mi bolsillo nuevamente sin hacer la llamada.
La pequeña dejó sus dibujos por un instante y corrió hasta la puerta cerrándola y mirándome con reproche.
-¿No sabes qué está mal mirar a una chica mientras se viste? -su voz era de niña pero increíblemente natural y espontánea.
-Si -contesté avergonzado ante una niña de siete años. Me senté.
-¿Cómo te llamas?
-Marian -contestó sin demasiado interés.
-¿Vivís solas?
-Sí y a veces con mi tía –dijo con un gesto de su mano señalando al exterior.
No supe deducir que querría decir la niña con aquella respuesta, imaginé que tendrían alguna tía que las dedicaba ciertos cuidados y compaginarían el tiempo con la tía y sobreviviendo solas en aquella casa.
La pequeña no parecía demasiado interesada en seguir hablando conmigo y prestó nuevamente más atención a la televisión.
Eve no salía y el sillón, aunque viejo, era comodísimo, sentí como mi cuerpo se relajaba, mis ojos se cerraban. No pesadamente. Agradablemente, con dulzura.
Me vi desnudo. Y con una tremenda erección que no era por otro motivo que por una preciosa mujer de una indudable e indefinida belleza que estaba muy juntita a mí, casi pegada. Y totalmente desnuda. La podía tocar, la tocaba, la tersura de su piel era exquisita. Mi erección aumentaba. Deseaba con toda mi alma aquel cuerpo femenino. “¡Deja eso!” Solté el cuerpo desnudo de la chica. Era mi hermano desaparecido. Miré a mí alrededor. “Ven anda que me tienes que ayudar”. La voz de mi hermano sonaba con una increíble naturalidad muy cerca de mí. Pero no conseguía verle. Sentí una tremenda angustia y ganas de llorar. La joven desnuda había desaparecido sin darme cuenta. Quería salir corriendo. Empecé a ver sombras. Todo se oscureció a mí alrededor y mi cuerpo fue invadido por el pánico. Eran las sombras de la carretera. De repente, la chica desnuda volvió a aparecer. Me sentí mucho mejor y más protegido, quería volver a tocarla. Esta vez y muy claramente tenía el rostro de Eve. Estiré mis brazos para tocarla, pero ella me los apartó.
“Despierta”.
-Despierta, despierta -abrí los ojos. Eve estaba zarandeándome. Me había dormido. La joven iba vestida todo de negro con ropa que se ceñía a cada centímetro de su cuerpo-. Vienen, tienes que esconderte.
Me metí en la habitación de Eve casi a empujones y aún adormilado. Por un momento, ni siquiera supe donde estaba ni recordaba nada de lo sucedido en las últimas horas.
“Escóndete” me parecieron las últimas palabras de la joven mientras cerraba la puerta de la habitación de manera apresurada.
Me quedé solo. No sabía si sentía miedo, rabia, incertidumbre. Sólo conocía a la chica de horas, pero, atisbar preocupación en la joven me hacía sentir zozobra. La habitación estaba a oscuras, tan solo reflejos de los postes de Eve. Noté como se me aceleraba el corazón.
“¿Esconderme?” “¿Dónde?”
La voz de Eve al otro lado de la puerta me serenó, al menos mínimamente. Hablaba con dos chicos, así me parecieron sus voces, al menos dos, dos chicos jóvenes, parecían buscar revancha por la pelea con el joven del Ford. Me buscaban. Pero Eve me había asegurado que no me encontrarían en su casa. Como había podido dejarme llevar por una jovencita.
-Os vuelvo a repetir que no está aquí.
-Déjanos mirar entonces -la voz de uno de los chicos contenía respeto hacia su jovencísima interlocutora. Eve seguía pareciendo una vieja en ese sentido. Su serenidad hablando y su sarcasmo, parecían las de una monarca. Dominaba a aquellos jóvenes, o así lo parecía en la conversación.
-Esto no va contigo -continuó uno de los jóvenes-, y lo sabes, pero no deberías seguir tentando a tu suerte.
Comprendí que se referían a los Gegos, por algún motivo el siniestro grupo respetaba a Eve. La noticia me desconcertó aún más.
-Eres muy guapa y....
De repente, escuché unos gritos, alguien o algo moviéndose rápido por la estancia.
-¡No la toquéis! -esta vez, la voz de Eve no era nada serena, en absoluto.
Claramente escuché un forcejeo.
-Maldita idiota -los jóvenes parecían perder su temor. Un golpe. Otro.
Sentí un agobio como nunca en mi vida. A pesar de todo lo experimentado aquella noche, me sentí muy mal. Mi mente y mi espíritu no estaban acostumbrados a vivir aquel tipo de situaciones.
Pero debía de salir. Por Eve. Abrí la puerta.
Uno de los jóvenes, al menos, tenía un arma en una de sus manos, y ninguno de ellos parecía tan calmado. Otro, con un dorado y notorio pendiente en su oreja, sangraba ligeramente por la frente.
Eve le había lanzado algún objeto. La joven abrazaba a la niña y les miraba con unos ojos desafiantes que realmente asustaban. Desvió su mirada y entonces me miró a mí con una ligera resignación en sus ojos y sin aparentar apenas sorpresa.
-Son los lacayos de los Gegos –dijo-, insignificantes gusanos.
-Y tú la puta de Cristo -contestó uno de los chicos mirándome con atención y con un brillo de victoria en sus ojos.
Tragué saliva.
-¿Qué queréis de mi? Yo sólo busco a mi hermano. Vosotros o ellos lo habéis secuestrado o matado -mi voz debió de sonar desgarrada-. Yo no os he hecho nada.
-No sé que de hablas -dijo amenazante uno de los chicos-, has pegado a un amigo nuestro y no va a quedar así.
-Os importa una mierda el Candy -intervino enérgica pero nuevamente serena, Eve-, sólo les servís a ellos por qué os han lavado el cerebro.
-Calla zorrita.
-Decidme si ha muerto y donde está y os dejaré tranquilos, os lo juro -notaba mi desesperación, notaba las lagrimas brotar de mis ojos. Entonces, sonó mi móvil. El pequeño aparato permanecía extrañamente en mi mano, seguramente lo había cogido para mirar la hora o estaba en espera de que le utilizase para llamar a mi hermano mayor. En cualquier caso no recordaba haberlo dejado en mi mano. Su exagerada vibración estuvo a punto de hacerlo caer de entre mis dedos, pero más raro aún, era su desproporcionado sonido de alarma. El “ring” llenaba el pequeño comedor de una manera alborotada e... ”ilógica”
El televisor de Eve se encendió. Pensé que era la pequeña que quería ver más dibujos animados. En unos instantes comprendí que no era el caso. Alguien disparaba dentro de la pantalla una ráfaga de ametralladora. El sonido se hizo ensordecedor.
Entonces miré a los chicos y pude apreciar su desconcierto. Casi tan grande como el mío. Por un momento vi a dos chiquillos asustados que en nada se parecían a servidores de aquellos siniestros Gegos. Al pensar en éstos últimos, un nuevo escalofrío recorrió todo mi cuerpo y me hizo sentirme amargamente derrotado.
Pero también estaba Eve.
La joven soltó a la niña que aprovechando el desconcierto, se perdió como un rayo por una de las puertas, y con una rapidez irreal en perfecta concordancia con aquella estúpida sensación, Eve lanzó una botella de plástico de coca cola que había encima de la pequeña mesa de salón y que alcanzó en pleno rostro al joven del arma.
Como alcanzado por un enorme bloque de hierro en vez de por una inofensiva botella de plástico, el chico se desplomó envuelto en el líquido oscuro del refresco que escapaba por entre el plástico roto de la botella.
No quería ni podía buscar una explicación a todo lo que estaba ocurriendo.
La voz de Eve alentando a la niña en su huida me sacó del aturdimiento. Tiré mi móvil y corrí hacia el chico que se debatía envuelto en coca cola y arranque la pistola sin mucho esfuerzo de su mano.
Temblaba. Después de aquello... ya no podía imaginar lo que podría pasar. En mi vida no había cogido un arma más peligrosa que una escopetilla de aire comprimido. Ni siquiera había hecho el servicio militar.
Apunté al otro chico rezando para que no se disparase la pistola.
El sonido del televisor seguía siendo ensordecedor y mi móvil seguía sonando enloquecidamente perdido por algún rincón.
El efecto de aquel escándalo amortiguaba la siniestra sensación y la desazón que la pistola producía en mi alma.
La tele se apagó y mi móvil también. Como si estuviesen compenetrados.
La juvenil voz de Eve sonó serena ahora en medio del silencio.
-Iros y decidles que sólo quiere a encontrar a su hermano.
El chico del pendiente salió sin ni siquiera mirar a su compañero que lentamente se incorporó con su rostro manchado mezcla de coca cola y algo de sangre. Sin mirarnos siquiera, salió detrás de su amigo.
Me quedé a solas con Eve. Con aquella extraña y hermosa jovencita que sin duda tenía algo espacial. Sentí un benévolo miedo de encontrarme a su lado.
-¿Por qué me ayudas?
-No lo sé, el destino ha hecho que nos encontremos -me miró y sonrió pícaramente-, aunque no pienses que yo puedo hacer gran cosa. Yo no les quiero, les conocí y supe que eran malos y el hecho de que te haya encontrado, pienso que significa algo.
Su cálida y segura voz pareció hacerse diferente con sus últimas palabras.
-Además nos invitaste a chocolate -la mire con aire gracioso pero en su cara no parecía haber ningún gesto de broma-. Tu hermano está vivo y el bebe no creo que esté en su poder.
Me quedé de piedra. Me pudo haber escuchado en la pelea con el Candy nombrar a mi hermano, pero no creí, mejor dicho, estaba seguro no haber nombrado al bebe para nada.
Intente guardar la calma.
-¿Y tú cómo lo sabes?
-Esos chicos son simples peones de los Gegos que ni siquiera querían hacerte mucho daño, sólo asustarte, pero les ha salido todo al revés, son unas simples marionetas de los Gegos y ni siquiera han hecho bien su trabajo, es pura lógica, si tú hermano estuviese muerto y el bebe en su poder, tal vez te hubiesen matado ya para que no les molestases mas.
La tranquilidad con que aquella chiquilla decía aquellas cosas me asustaba aún más que su reciente anuncio sobre las posibilidades que podía correr mi vida.
“Asustarme”.
-Pues claro que me han asustado, llevaban una pistola Eve -respiré hondo intentando serenarme a la vez que dejaba el arma en un rincón apartándola de mi vista como si fuese el artefacto más diabólico construido por la humanidad-. Y entonces, ¿dónde están mi hermano y el bebe?
-No puedo decírtelo ahora, no lo sé ahora mismo, tengo que percibir su energía para decirte algo con cierta seguridad.
-¿Qué quieres decir entonces? ¿Puedes o no puedes ayudarme?
-Conozco a la persona ideal –Eve me guiñó un ojo con un sonrisa que derretía.
Mi boca se abrió para decir no sé muy bien que palabras, cuando volvió a sonar mi móvil. Esta vez de una manera normal. Recogí el aparato del suelo. Era mi hermano mayor que seguramente llamaba para interesarse por mi estado. Descolgué el auricular. Mi hermano, después de preocuparse un poco por mí y de cerciorarse que me encontraba bien, me contó que había vuelto a tener una mini entrevista con el déspota comisario y que no había nada nuevo. Él y su mujer debían regresar.
“¿Dónde estás?” Me preguntó finalmente.
-Estoy... -no supe que decir, miré a Eve que se ponía encima un abrigo negro que la cubría hasta los pies-, bueno para que te lo voy a ocultar, he contratado a un detective privado.
A mi hermano pareció sorprenderle la noticia a través del teléfono, siempre chocaba con mis ideas, pero no puso demasiadas pegas, colgó y quedamos en que nos llamaríamos si teníamos noticias nuevas y me quedé nuevamente a solas con Eve.
-Vámonos -dijo la chica-, no creo que estemos seguros ya aquí.
-Mira -le dije. Quería ser sincero con ella y yo sabía que con lo que la iba a decir, no lo era-, no quiero causarte más problemas, te lo agradezco de veras, pero deberías quedarte aquí. Yo no te molestare más.
-No me causas problemas, tú no has elegido esta situación. Quiero ayudarte, pienso que es mi deber.
No iba a discutir con ella. Además, quería que siguiese conmigo.
-¿Y la niña?
-Ella está bien.
-Es... ¿es tu hermana?
Eve me miró divertida, como si supiese lo que estaba pasando por mi cabeza.
-Ja ja -rió-, si claro, ¿pensabas que era mi hija?
Me puse colorado. No me veía pero lo notaba. Sentí que aquella muchacha bella y sensual, ocultaba tras de sí un montón de cosas, sobre todo, me interesaba cual habría sido su relación con los Gegos. Presentí que lo averiguaría en un futuro cercano al mismo tiempo que presentía que me había metido irremisiblemente en una zona totalmente peligrosa y desconocida para mí.
-Bien de acuerdo, pero si me vas a ayudar, al menos dime algo de los Gegos.

Eve me miró, me dedicó otra de sus sonrisas que en mi opinión podrían derretir iceberg enteros, y salimos a la calle.