El
fino jersey ya empezaba a ser, a todas luces, insuficiente para protegerle del
fresco que desprendían las húmedas paredes de aquellos sótanos; y la excitante
y prometedora aventura de la mañana…, empezaba a convertirse en un cansado y
vulgar día de excursión.
Y
lo peor de todo era que estaban perdidos y su rubia acompañante que la noche
anterior le había parecido tan increíblemente sexy y guapa cuando había bailado
muy pegado a ella y que esa misma mañana le había recibido tan radiante y
bonita, no paraba de reírse de una manera excéntrica y paranoica.
Y
le estaba empezando a sacar de quicio.
Él
no estaba asustado, claro que no le daba miedo dar vueltas por las catacumbas
del castillo, tarde o temprano encontrarían alguna indicación o algún vigilante
les encontraría a ellos. Seguro.
Entonces
la vio. La sombra se deslizó al final del pasadizo. Negra. Más negra que la
propia oscuridad, incluso percibió un agrio y rancio olor a podrido. Sintió
miedo muy a su pesar, porqué no era un miedoso, claro que no, que tonterías,
pero aun así, su primera impresión fue la de salir corriendo, correr en
dirección contraria, por supuesto.
-¡Allí
hay alguien! –gritó su atractiva y excéntrica compañera. Al parecer no había
percibido lo mismo que él, pero sí que había visto a la sombra-. ¡Oiga espere
nos hemos perdido! ¡Vamos!
La
chica le cogió de la mano y tiró de él hacia el final del túnel. Hubiese
sujetado aquella cálida y fina mano perteneciente a su bella y atractiva
acompañante que ya empezaba a resultarle desagradable, pero incluso sus fuerzas
parecían empezar a flojear.
Llegaron
al final del túnel que giraba a la derecha en un ángulo de noventa grados. La
sombra estaba quieta unos veinte metros más adelante, parecía imposible que pudiese
haber recorrido aquella distancia en tan pocos segundos. Pero así era, y
parecía mantener un punto de luz. Una antorcha o algo parecido.
El
olor a podrido se agudizó. Incluso su compañera pareció notarlo porque el chico
percibió la tensión en sus dedos.
-¡Oiga!
–volvió a gritar la excéntrica a pesar de todo, aunque esta vez lo hizo con mucho
menos ímpetu.
Pero
al menos él, no pensaba acercarse más a aquella figura. Sentía miedo, si, miedo
por fin; o era un montaje del castillo, o aquello era muy raro. De repente,
sintió que ya no tenía frio.
La
excéntrica tiró de él y al tiempo, la figura desapareció por uno de los
laterales del túnel, por una puerta, ojala hubiese desaparecido por una puerta.
Avanzaron
unos pasos. Los dos se quedaron quietos, petrificados. “¡¡Ahiii!!” era un
gemido, más que un gemido un grito de dolor y desde luego no parecía fingido.
-Oye,
creo que deberíamos dar la vuelta.
-Llevamos
una hora dando vueltas –dijo ella. Y era verdad-. Deben ser trabajadores del
castillo.
El
olor se hizo más intenso.
-Trabajadores…
¿Y ese gemido?
La
claridad empezó a marcar claramente un destino. Una claridad amarilla que temblaba
en las viejas paredes de piedra. Un nuevo gemido se prolongó durante algunos
segundos, era claramente una voz femenina, de agonía.
-¡Dios!
¿Qué es eso?
-Debe
ser alguna función –la voz de la excéntrica rubia parecía ir perdiendo su
seguridad y su risoñez. Pero no se detuvo hasta que llegaron a la apertura del
muro de la catacumba.
Afortunadamente
era una puerta. Aunque después de mirar hacia el interior, el chico pensó que
tal vez hubiese sido mejor que no hubiese existido dicha puerta, que la figura
negra no hubiese desaparecido por ninguna maldita puerta.
“¡Oh
Dios!” escuchó vagamente como la rubia gritaba mientras él mismo intentaba
asimilar lo que tenía delante de sus ojos. “Una función”.
La
fantasmal luz amarilla provenía de decenas de enormes velas y viejos (antiquísimos)
candiles desplegados por todo el perímetro de la negra estancia, en el centro,
una joven totalmente desnuda de piel muy morena (y tremendamente sucia pero muy
guapa), colgaba atada por sus muñecas desde un punto perdido en el techo, con
unas heridas abiertas que dejaban ver el visceral interior de su cuerpo, él se
fijo en sus pezones oscuros totalmente erizados e hinchados que palpitaban
dolorosamente en el centro de sus grandes y redondos senos, como si tuviesen
vida propia; pero lo peor no eran sus desgarradoras heridas y sus penetrantes
alaridos de dolor. Sus ojos. Estaban muertos. Por un momento el cuerpo de la
desdichada pareció flotar, su sangre pareció coagularse. Y les miró.
Una
carcajada infernal acompañó a la mirada. La carcajada del verdugo.
Al
lado de la joven prisionera, se levantaba una inmensa mole de al menos dos
metros, un ser encapuchado con todo su bestial y sucio torso desnudo.
El
verdugo les miraba y sus quebrados labios, visibles a través de sendas hendiduras
en su capucha negra, mostraban una mueca infernal. Una sonrisa que erizó la
piel a la pareja.
-Vámonos
de aquí –ésta vez la chica si le hizo caso y los dos retrocedieron sobre sus
pasos en la oscuridad
Corrieron
por el pasillo esperando encontrar la bifurcación por la que habían llegado,
pero la oscuridad era total. Solo se escuchaba la agitada y descontrolada
respiración de la rubia sexy, por un momento, el chico imaginó su pechos tersos
y suaves moviéndose dentro de su ajustada blusa, como los grandes pechos de la
joven morena que colgaba atada y torturada y cuyos pezones había mirado detenidamente
observando embobado como palpitaban tremendamente hinchados.
“Aquello
no podía estar sucediendo”. Encendió la linterna de su móvil, pero hasta el maldito
aparato empezaba a perder la carga de su batería. Pronto se quedarían
definitivamente sin luz. “¡Maldita sea, alguien tenía que darse cuenta de que dos
jóvenes turistas se habían perdido! ¡La puñetera dirección del castillo tenía
que tener previsto que alguien se podía extraviar por aquellos túneles!”
-Oh
Dios mío –escuchó cómo se lamentaba tristemente la rubia. Sin duda toda su excentricidad
y vitalidad parecían haber desaparecido-. ¿Has visto eso? Era real… ¡No, real no!
Oh Dios mío.
Intuyó
que la chica estaba a punto de llorar.
El
silencio pareció entonces envolverles, incluso sus respiraciones parecieron
disolverse en la negrura. Un silencio que pareció perdurar eternamente, hasta
que los rezos comenzaron a escucharse, unas inteligibles oraciones que llegaban
a ellos como una brisa fría y maloliente.
Eran
rezos, si, el chico estaba seguro, oraciones desquebrajadas, como si los
sonidos saliesen al exterior procedentes de gargantas descarnadas. Sintió un escalofrío.
Estaba casi seguro de que la ahora no tan excéntrica rubia, lloraba
penosamente, notó sus finas manos buscar su cuerpo, su protección.
Era
una procesión, una negra procesión que avanzaba hacia ellos. Flotaba. Envuelta
en temblorosas luces que emanaban de viejas antorchas y que llenaban las paredes
de sombras deformadas que se movían como auténticos fantasmas.
Los
dos retrocedieron sin perder de vista a las sombras oscuras que avanzaban hacia
ellos, hasta que nuevamente, se enfrentaron a la mazmorra. “¿Cómo habían
llegado tan rápido a la endiablada mazmorra?” El verdugo había desatado a la desdichada
joven morena, pero su suerte no había mejorado en absoluto, los goterones resecos
de sangre ya casi cubrían por completo su sucia piel. La muchacha estaba
arrodillada y su fino cuello rebosaba sobre un negro y sucio madero.
El
verdugo ésta vez, sujetaba entre sus enormes manos un gigantesco hacha.
Las
frías sombras que formaban la procesión pasaron rozándoles, rodearon a la muchacha
y al verdugo en un lento ritual de movimientos, como si ya lo hubiesen realizado
muchas más veces, infinitas veces, los dos jóvenes no pudieron evitar aspirar el
olor que desprendían sus ropas podridas y húmedas.
La
excéntrica no pudo evitar tragar una bocanada de aire. Su cerebro se nubló. La
sombra que precedía la procesión hizo una señal con su mano, con su descarnada
mano, y el verdugo blandió el hacha.
La
cabeza de la muchacha morena cayó y rodó por el negro suelo de piedra
produciendo ásperos y tétricos sonidos. El chico miró la cabeza durante unos
instantes hasta que ésta se detuvo en su rodar y sus ojos se abrieron encontrándose
con los suyos en una negra mirada.
Era
la función de aquel castillo. Si, realmente estaban presenciando la función de las
catacumbas. La función representada por los fantasmas de las catacumbas.
La
excéntrica volvió a soltar una carcajada, tal vez de locura. Ahora más que
excéntrica, la rubia sexy parecía histérica. El chico suponía que no habría
vivido muchas experiencias como aquella en su joven vida.
Él
tampoco. Ninguna.
La
rubia se separó de él, dio un traspié pero no cayó. La sombra de su hermosa
silueta se recortó por un momento contra los muros de piedra mientras salía de
la mazmorra. Ninguno de aquellos diabólicos fantasmas la detuvo. Escuchó como
empezaba a correr por el negro pasillo alejándose de allí. No era mala idea.
Echó una última mirada a la cabeza de la joven morena que resplandecía en el
centro de todas las sombras a la vez que él también empezaba a salir de aquella
negra sala de torturas.
Si,
no era mala idea salir corriendo.
FIN