lunes, 27 de agosto de 2012

QUICO


"Tal vez algún día comprendamos que ellos también desean vivir"


Nació en el campo. Quico. Así se llamaba, o al menos así estaba inscrito en algunos papeles, aunque nadie probablemente en toda su vida, se iba a dirigir a él llamándole con ese nombre de una manera personal y amistosa.

Quico vio por primera vez la luz de la vida en un día viejo de otoño, en un bello rincón serrano del centro de España.

Caían finas gotas de agua sobre la tierra ya empapada por varias jornadas lluviosas, mientras una claridad gris, luchaba por ocupar el lugar que la noche se resistía a abandonar. Y quizá, aquella lógica inclemencia meteorológica de aquella época del año qué enseguida desembocaría en un crudo invierno cargado de hielos y nieves y que Quico y los suyos soportarían con admirable valentía, fue la primera señal de que su vida no iba a ser un apacible paseo.

Y aunque Quico se adapto muy pronto a las duras adversidades del invierno serrano, fue ese clima quien le puso en su primera situación agónica, en combinación, seguramente, con las incontrolables ganas con las que le dotaba su corazón libre, joven y revoltoso, de explorar e indagar en todo lo que le rodeaba. Fue por eso indudablemente, por lo que un día de invierno, siendo muy joven aun, se encontró solo y perdido por primera vez en su vida; hasta entonces, muy pocas veces se había alejado del calor y la protección de su madre, por ende, el ser más importante y más querido en su vida.

Quedaban abundantes restos de la última y copiosa nevada y Quico se había vuelto a entretener jugando con la nieve, algo que por otra parte le encantaba y le entusiasmaba locamente.

Pero esta vez se entretuvo demasiado.

El pequeño animal apareció entre la irregular fila de viejos arbustos que se entrelazaban como extraños seres al muro de piedra que delimitaba la extensa llanura donde Quico vivía, proveniente del otro lado, donde la tierra empezaba a ondularse, primero ligeramente para en pocos kilómetros dar paso a las áridas pendientes antesala de los altos y señoriales picos de la sierra.

Nadie se percató de la cercana presencia del animalillo que les miraba expectante, sentado sobres sus cuartos traseros, con sincera curiosidad y resaltando enormemente su color marrón grisáceo sobre la blanca nieve que cubría todo el suelo. Nadie salvo Quico y alguno de los otros jóvenes. Pero solo fue él quien empujado por su alma aventurera y valiente, se dirigió hacia el pequeño animal, sin ninguna intención de hacerle daño o en cualquier caso, emprender una discusión con el novedoso extraño, tan solo, quien sabe, el poder tener un nuevo amigo.

En el limpio y aireado interior de Quico no existía, no sabía lo que era hacer daño. No lo había aprendido, aunque si se sentía bravo y seguro de sí mismo y a pesar de su joven edad, sentía que jamás permitirá a nadie pisotear su recién nacida dignidad.

Quico se separó de su madre que sin darse cuenta de la maniobra de su pequeño, continuó andando; con un notable reflejo de entusiasmo en su rostro y en los movimientos de su cuerpo, el joven se dirigió hacia su pretendido nuevo amigo que al verle llegar hacia él, dio media vuelta a una extraordinaria velocidad, atravesó el muro por el pequeño y casi invisible roto, y se perdió tras los arbustos.

Quico se detuvo en seco. En su rostro apareció una extraña expresión de sorpresa que reemplazó al entusiasmo existente. ¿Por qué huía? ¿Qué le habría pasado al nuevo ser para que decidiese no esperarlo? No lo entendía demasiado. Era demasiado joven y en su cerebro tenia ordenadas demasiadas pocas pautas de comportamiento, de él y de los demás seres que le rodeaban.

El desanimo abordó al joven Quico, había puesto un enorme interés en el nuevo ser, era la primera vez que veía a alguien que se moviese y respirase distinto a los suyos, salvo aquellos otros que con cierta frecuencia les visitaban y a él y a los otros jóvenes y les examinaban de manera posesiva, vanidosa, amenazadora, como si estuviesen esperando algo de ellos, “los estirados”  como había decidido llamarles.

Pero ahora el joven no tenía para nada en mente a “los estirados”, solo su intento fracasado de ponerse en contacto con el nuevo animal. No sin esfuerzo y espoleado por nuevas y más intensas energías, atravesó el roto en el muro de piedra y consiguió por fin atravesar la línea de matorrales. A lo lejos pudo distinguir la oscura sombra que se alejaba corriendo. Quico no se lo pensó y emprendió la carrera. Pero aquel ser era demasiado rápido.

Pronto desapareció de su vista. Quico se paró después de su larga carrera, cansado exhausto, desanimado. Su nuevo amigo había desaparecido definitivamente. Miró hacia atrás. El cerco, los arbustos habían desaparecido también. Se sintió aterrado. Lejos de su madre y de los suyos, por primera vez sintió frio, un frio demasiado intenso para que su tierno y joven cuerpo lo pudiese resistir durante un cierto período de tiempo.

Emprendió la carrera hacia atrás, pero ni rastro del cerco, solo la vasta llanura cubierta de blanco. Sé volvió a detener. Sentía como la angustia empezaba a invadir cada una de sus jóvenes células. Volvió a correr. Pronto la noche lo invadiría todo y el frio se haría mucho más intenso. Corrió sin parar. De repente se paró en seco. Un grito a lo lejos. Un grito que él conocía muy bien. Su madre le llamaba. Escuchó atento. El grito volvió a sonar. Quico corrió en su dirección. La valla de arbustos apareció a lo lejos. Corrió. Su madre le volvió a llamar. Quico trepó ansioso la valla de piedra raspándose su pequeño cuerpo, arañándose, pero no le importó. Su madre le esperaba inquieta. Los dos se fundieron en un solo cuerpo.

Durante un tiempo el joven tuvo muy en cuenta su desafortunada aventura e intentó no alejarse demasiado sin perder de vista a su madre ni a los suyos.

Nunca volvió a ver a su amigo y todo parecío volver a transcurrir con normalidad, hasta que llegó el día mas fatídico de su existencia, el día en que supo que toda su vida había estado dirigida (y siempre lo estaría) por “los estirados”, que desde entonces, se convirtieron en sus mas aférrimos enemigos.

Era uno de los últimos días de primavera, un día caluroso y completamente despajado, Quico sintió su llegada, llegaron de todas partes, nunca él los había visto tan de cerca. Poco a poco fueron rodeándoles, a todo el grupo, para después ir separando a los pequeños de sus madres. Quico escuchaba los tristes lamentos y gemidos de sus compañeros, los gritos de rabia y agonía de las madres, intentó resistirse, correr tras su madre, pero varios de “los estirados” ayudados por otros enormes bichos, le cortaron el paso y le forzaron a tirarse al suelo; el joven se vio empujado fuertemente detrás de los otros pequeños que ya reunidos, fueron obligados a caminar juntos.

Todo eras caos, lamentos, incertidumbre, todos los pequeños sollozaban, llamaban a sus madres. Pero no hubo respuesta. El pequeño Quico sentía su corazón destrozado pero sabía que no volvería a ver a su madre. Nunca.

Desde entonces la presencia de “los estirados” se hizo mucho más asidua, observándoles a todos ellos. Los días pasaron con la obligada y dolorosa resignación de los jóvenes, hasta que nuevamente fueron rodeados. No había pasado mucho tiempo desde el día de la separación, muchos de ellos aun no lo habías superado, pero aquellos seres, ajenos a su dolor, les hicieron pasar humillantemente uno a uno por un estrecho pasillo por el que apenas si se podían mover. Quico sintió un dolor inmenso. Cuando le soltaron corrió rabioso, insultándoles a todos ellos, ansioso de descargar su rabia contra ellos, de poder coger a alguno y castigarle, acabar con ellos. Pero no podía cogerles.

Al cabo de unos minutos su dolor cesó y su rabia se fue calmando. Y Quico se llenó de odio.

Desde entonces, la vida de Quico y la de sus compañeros transcurrieron paralelas a la de “los estirados”. Sentía su continua presencia. Empezó a llevar una falsa apacible vida. “Los estirados”, como si nada hubiese pasado, como si su madre aun estuviese con él, como si los pequeños que habían ido desapareciendo aun estuviesen allí, a veces parecían querer ser sus amigos, se mostraban amistosos y les dedicaban atenciones especiales, pero que no calaron en el corazón del joven que solo vio un gran puñado de hipocresía en sus enemigos haciendo aumentar aún mas su resentimiento hacia ellos.

La  agresividad entonces se hizo mucho más visible en Quico, sobre todo hacia “los estirados”. El joven empezó a destacar entre sus compañeros y contra más visible era su antipatía hacia “los estirados”, mas admiración parecía despertar entre ellos; empezó a recibir un trato especial, venían a verle "estirados" de muy distinta procedencia exclusivamente para admirarle, admirar su violencia solamente con designios que ellos solo sabrían y que Quico no llegaba a entender.

El tiempo transcurrió. Quico se hizo adulto, sus amigos fueron desapareciendo uno a uno, llevados por “los estirados” hacia algún lugar desconocido para él.

Una soleada mañana de primavera, igual que cuando le separaron de su madre, un puñado de "estirados" vino a verle, pero ésta vez no para contemplarle ni para mostrarle su admiración, Quico supo enseguida que venían a por él, se defendió con todo su alma, hubiese matado hasta el último de aquellos malditos, pero ellos eran mas y con más recursos, pronto le encerraron en una cárcel oscura y le sacaron de su hogar. Quico nunca más volvió.

Le mantuvieron encerrado, castigado y prisionero en un pequeño calabozo aumentando aún más su furia hasta que una tarde, pocos días después de haberle apresado, alguien abrió una puerta. Quico corrió, enfurecido, buscando solo su libertad e intentado huir de sus más acérrimos enemigos, pero todo era una trampa. No había libertad. Quico se vio rodeado de montones de "estirados" que gritaban enfurecidos, enrabietados, llenos de entusiasmo por tenerle en el centro de sus deseos.

Pero Quico no se acobardo. Más que nunca se sintió valiente, libre y lleno de orgullo y se abalanzó a por el primer "estirado" que vio, dispuesto a plantar batalla hasta la muerte.

 

                                                                       FIN

 

viernes, 17 de agosto de 2012

El marcador


          
El monstruoso marcador del estadio aguardaba ansioso el comienzo de la gran final, observando desde su privilegiada posición y entre luminosos destellos, como la multitud enloquecida esperaba a qué sus ídolos saltasen al centro del enorme coliseo donde se iba a celebrar la gran final; mientras, el marcador, en unos minutos de relajación, comenzó a mostrar imágenes del gentío, eligiendo al azar rostros peculiares y exóticas bellezas femeninas.

Fueron pasando imágenes entre los vítores del público hasta que en la pantalla se detuvo la imagen de una delicada belleza rubia; en ese mismo momento, mientras el acompañante de la bella joven se llenaba de regocijo y rodeaba a la muchacha con sus brazos besándola en los labios con especial devoción, los segundos corrieron más de lo normal, por unos instantes, el video marcador pareció estropeado, las luces saltaron entre un ligero zumbido y todo el estadio se quedó a oscuras.

Las luces volvieron entre el júbilo y el alivio de las miles de almas que poblaban la grada. En la pantalla volvía a leerse con luminosa calma los nombres de los equipos contrincantes del partido y sus respectivas alineaciones.

-¿Qué ha pasado? –preguntaron con cierto temor los finos labios femeninos que momentos antes se habían dibujado en el marcador.

Él la miro con cierta curiosidad, como si el apagón hubiese podido causar algún trastorno en los sentimientos de la muchacha, algo que era de extrañar porqué aunque se hubiese hecho la oscuridad total, estaban rodeados de más de 40 mil almas que no dejaban de gritar; en cualquier caso, fuese cual fue su temor, no tenía porque estár preocupada, ahora él estaba a su lado y era uno de los hombre mas poderosos de la ciudad.

-Solo ha sido un pequeño apagón pequeña –dijo volviendo a besarla y a abrazar el frágil cuerpo con sus brazos-. Ahora estás conmigo.

El partido transcurrió entre el vocerío de los espectadores y la victoria fue del equipo de él. La noche era mágica, después se reunieron en uno de los locales más selectos, un grupo selecto, se podía decir que un grupo de gente importante de la ciudad, gente vip.

Él era uno de los principales periodistas de la ciudad, presentador del canal local con más prestigio y audiencia, pero por poco tiempo, porqué ya había firmado un millonario contrato con un canal a nivel nacional. Joven, famoso y rico, y ahora con su dulce y hermosa acompañante rubia.

Los otros dos eran políticos, el teniente alcalde y el concejal de cultura (ambos con sus impresionantes compañeras femeninas), a través de este ultimo hacia ya dos años que había conocido a Fernán, “el tormenta perfecta” como se le apodaba en su hábitat y en su trabajo, que no era otro que el de Encargado General de Mantenimiento del club local dueño del Estadio donde se acababa de celebrar la gran final; a él le había pedido personalmente que mostrase a su linda rubia de una manera generosa por el video marcador.

-¿Y cómo se produjo el apagón? –intervino después de vaciar su vaso de vino el teniente alcalde, un hombre robusto de cara rojiza y aspecto saludable, el más mayor del grupo.

-Aun no se sabe –contesto Fernán mirando a su amigo, como quien recuerda un pesar ahora casi olvidado-. Ha sido una de las cosas más raras que he vivido profesionalmente, nadie del equipo ha podido dar con ello, ningún fusible, ningún automático, ningún cable en mal estado. Nada.

-¡Fantasmas! –la seriedad de la palabra del concejal asombro al grupo, a pesar de que todos conocían la afición del “tormenta perfecta” por las historias de ciencia ficción y de fantasmas que muchas veces servían para entretenerles en veladas aburridas-, jajaja no me miréis así.

-No debiste hacer eso –ahora todos miraron con asombrada seriedad a la belleza rubia que no había pronunciado palabra hasta ese momento, en especial el presentador que volvió a cogerla de la mano.

-Cariño…

A partir de ese momento, sin saber muy bien el porqué, la mayoría de los componentes del grupo fue perdiendo las ganas de continuar con la fiesta. Casi todos se fueron a sus casas, sin embargo, el presentador no dio demasiada importancia al suceso de su querida rubia, en otras circunstancias, tal vez se hubiera molestado porque su pareja con unos comentarios estúpidos, arruinase una noche de fiesta con sus amigos; pero ahora no, estaba demasiado enamorado y tan solo hacía diez días desde el reencuentro, porque había sido eso, un reencuentro.

Ella había sido uno de los amores platónicos de su juventud, del mismo barrio, siempre había sido una belleza que tenia locos a todos los chicos del barrio y parte de la ciudad, pero no una chica guapa cualquiera, ella tenía esa belleza que nada mas mirarla te sientes con la obligación de acogerla en tu seno y protegerla contra todos los males del mundo, dulce, frágil, rubia…, pero antes de que cumpliese los 18 desapareció, su familia no, solo ella.

El presentador nunca supo el porqué, y tras unos meses, como no podía ser de otra manera, la vida continuó y su mente casi la olvido por completo.

Pero hacia tan solo diez días la había vuelto a ver, así como si nada, paseando cerca de su antiguo barrio después de 8 años, y él había cambiando, era un hombre triunfador, su carácter había cambiando y era una persona totalmente decidida. Tan solo sirvió un saludo y decirla lo preciosa que se mantenía para que ella aceptase tomar algo con él; hasta el mismo se sorprendió de que en tan solo 4 días, aceptase salir con él y mucho más sorprendente que quisiese irse a vivir con él. Sus padres al parecer habían muerto hacia algunos meses y parecía ocultar, o al menos no quería hablar de su vida, de donde había estado en los últimos 8 años. Pero eso a él le daba igual.

Hicieron el amor nada más llegar a casa y él, como de costumbre en los últimos días cuando tenía sexo con ella, que por otra parte era con cierta frecuencia, quedo totalmente exhausto. Ella se entregaba al máximo y era totalmente complaciente hacia él.

Ni siquiera la preguntó el porqué de su extraño comentario después del partido. Se levanto desnudo y se dirigió a la concina a beber alguna bebida fresca.

Casi soltó el vaso. El ululante y acido sonido de la sirena de la alarma lleno de golpe toda la vivienda.

-¡Mierda que susto! –el presentador se removió inquieto, el maldito ruido de la alarma solo significaba dos cosas, un fallo electrónico o que algún desgraciado merodeaba con alguna jodida mala intención.

Busco su escopeta de caza.

El presentador siempre se había enorgullecido de su capacidad de control, un factor que sin duda le había ayudado a alcanzar el éxito, y en ese momento no iba a dejarse amedrantar por algo que bien podía ser una falsa alarma, además, en pocos minutos llegaría la policía.

Comenzó a descender las escaleras que conducían a la planta baja del chalet sujetando con firmeza la escopeta. El aullar de la sirena de la alarma daba a la oscuridad una sensación de vida, como si le hablase; prefirió no encender ninguna luz mientras sus pies se apoyaban silenciosos en cada uno de los peldaños.

Una sombra cruzó fugaz justo a los pies de la escalera.

-¡Quieto! –exclamo elevando su arma y presionando instintivamente el gatillo. Los reflejos de las sirenas policiales hicieron acto de presencia llenando la oscuridad del salón de destellos azules.

Respiró.

Termino de bajar las escaleras mucho mas tranquilo. La policía enseguida reviso cada uno de los rincones de la casa y del jardín. Nadie, ni la más mínima huella, probablemente un fallo electrónico, “pasa con cierta frecuencia” dijo uno de los agentes.

Sí, eso tenía que haber sido. El presentador enseguida despacho a la sombra del salón de los dominios de su razón.

El teniente alcalde también se presento en su vivienda y le prometió que los agentes rondarían con más asiduidad por la zona, a pesar de que era una zona residencial y contaba con su propia vigilancia privada.

-¿Qué ha pasado? –la débil y dulcísima voz hizo que todos los presentes girasen sus vistas hacia la escalera, todos se fijaron en la joven rubia cubierta tan solo por un minúsculo camisón transparente que cubría su cuerpo blanco y menudo pero a su vez dotado de unas generosas y sinuantes curvas.

-Cariño –el presentador se dirigió hacia ella con un notable gesto de desaprobación-, sube a dormir, todo a pasado ya, solo ha sido un fallo de la alarma. La chica volvió a subir sin rechistar cubierta por el brazo del presentador en un intento de taparla todo el máximo posible.

-Volverán –susurró la chica rubia.

-¿Qué? –el hombre no entendió bien la palabra de su nueva amante pero decidió no prestarla atención-. Duérmete, enseguida vuelvo.

Y efectivamente, al día siguiente la policía rondo con mucha más frecuencia de la habitual por la zona donde se encontraba la vivienda del presentador, aunque no diviso nada fuera de lo corriente ni mucho menos ningún sospechoso.

Dentro del chalet ya bien caída la noche, el presentador repasaba el papeleo de su nuevo contrato televisivo que debía de firmar el día siguiente; la belleza rubia estaba viendo la tele en la habitación, parecía ser la misma chica tímida envuelta en un aurea de sensualidad sin que sus comentarios de la noche anterior hubiesen tenido repercusión en su comportamiento…

“¡¡Aaaaah!!” el repentino chillido de su joven amor le sobresalto. Se levanto del sillón como si una poderosísima mano tirase de él. El vaso de whisky tembló encima de la mesita del salón.

-¿Cariño? –su voz sonó quebrada, el grito había sido de terror, como alguien al que arrastrasen unas manos negras al pozo más profundo; por un momento recordó las absurdas palabras de la rubia la noche anterior.

Se dirigió hacia la escalera. La escopeta había quedado en el piso de arriba.

¿Quién demonios estaba intentando asustarle de aquella manera? El presentador intento recopilar que clase de gente querría hacerle daño, cuantos enemigos tenía.

Comenzó a subir las escaleras.

De repente, la oscuridad invadió toda la casa como si alguien hubiese dejado caer una gruesa y gigantesca manta, tan solo rota por algún reflejo perdido procedente del exterior.

La alarma comenzó a sonar.

-Cariño –volvió a decir con algo más de intensidad, notando como las pulsaciones de su corazón se hacían cada vez más fuertes.

El presentador levanto su móvil y apretó una tecla.

-¡¡Aah Dios!!

El móvil cayo de su mano, la joven rubia estaba a su lado, casi pegada a él, más bien su rostro, pero no era ella del todo, su singular belleza se había deformado hasta el punto de formar una esperpéntica careta de horror.

La alarma dejo de sonar. La luz volvió.

A su lado no había nadie, tan solo estaba él sentado en mitad de la escalera intentando controlar su aterrada respiración; se levanto y reanudo su camino hacia el piso de arriba, busco la escopeta en el armario y sintió como el arma temblaba en sus manos a pesar de ser un buen cazador y llevar abatidas docenas de presas a sus espaldas; abrió la puerta de la habitación con el cañón del arma.

-Cariño -volvió a llamar rompiendo el silencio como un martillazo en una blanca pared de hielo.

La habitación estaba vacía, tan solo la televisión encendida, sin voz. El timbre sonó en la parte de abajo. La policía.

Entonces vio a la sombra, detrás de los cristales de la ventana, inmóvil, negra.

-¿Quién eres? –gruño levantando su arma. El timbre volvió a sonar con más insistencia-. ¿Qué has hecho con ella?

La parte de la sombra que parecía ser la cabeza se giro, dos pequeños puntos resplandecieron como ojos recién incrustados; el presentador apunto a la sombra, la escopeta resbalaba entre sus dedos sudorosos. “¡Hay alguien! ¡Contesten por favor!” la policía había dejado de tocar el timbre y a ahora golpeaban la puerta de madera.

La sombra salto al vacío y desapareció.

El presentador no consiguió enlazar una explicación convincente cuando minutos más tarde, la policía le pidió que relatase todo lo sucedido; se encontraba aturdido, también asustado, pero sobre todo aturdido, su amor rubio había desaparecido y no conseguía encontrar una lógica a lo acontecido en la vivienda, incluso los agentes de la policía que inspeccionaron toda la casa y encontraron todo en orden, estuvieron a punto de perder los nervios con las imprecisas y dubitativas explicaciones del presentador televisivo, afortunadamente, sus amigos políticos estaban a su lado para echarle un cable.

-¿Y si la buscaban? –dijo “el tormenta perfecta” que esta vez también había venido para interesarse por su amigo.

-¿A qué te refieres? –el presentador estaba más calmado, pero la pregunta de su amigo pareció volver a alterarle.

-Todo empezó después del partido y hubo un hecho raro –explicó-, si, cuando salió su imagen en el marcador la luz se fue de una manera un tanto extraña…, una vez escuche en un programa de TV algo parecido, a los fugitivos se les busca por medio de la energía, su energía, su aurea.

-¿De qué estás hablando?

-Espíritus –informo el político.

-Demonios más bien –corrigió “el tormenta”-. Los demonios pueden localizar a los fugitivos a través de las imágenes, pues son energía pura como todos los entes.

-No estoy para tonterías –dijo con serenidad el presentador llevándose las manos a la cabeza-, por favor prefiero que me dejéis solo, ha sido una noche muy larga y me espera un día muy difícil.

El presentador se quedo solo y totalmente contrariado, realmente le había pasado algo extraño pero de ahí a relacionarlo con fantasmas, o demonios…, su cabeza aun estaba aturdida, pero debía espabilarse y arreglarse, a pesar de todo, la vida seguía y en unas horas tendría que viajar para la firma del nuevo contrato.

“¡¡Bloumm!!” el ruido venia de arriba y le acompañaban otros ruidos menores pero más inquietantes, había algo en los otros ruidos, si, eran voces, voces ininteligibles.

Demonios. Recordó con temor la explicación de su amigo. Se volvió para hacer frente a quien estuviese en su casa, fuese quien fuese se había llevado a su amada y… en lo alto de la escalera estaba ella, su joven amor rubio, vistiendo el escueto y transparente camisón con el que había desaparecido y que dejaba contemplar gran parte de su frágil y blanca piel.

-Cariño –dijo el presentador-. Dónde estabas, estaba muy preocupado.

El hombre comenzó a subir la escalera con decisión al encuentro de su amada.

-No debiste hacerlo –el presentador se paró en seco, noto con toda claridad como su mano temblaba aferrada a la barandilla de metal y como el sudor, un sudor frio, brotaba por todo su cuerpo. La voz había sonado pegada a su oído a pesar de que la chica estaba unos cuantos metros más arriba.

-¿A qué...? ¿A que te refieres?

-Ellos han venido, me vieron.

Entonces comprendió que su amigo tenía razón, aquella voz que sonaba en su oído, fría y penetrante como el hielo, no era la voz de su amada.

-No lo permitiere sea quien sea quien te quiera llevar –balbuceo, intento continuar subiendo pero la piernas le pesaban demasiado, bloqueadas por el miedo.

-No lo entiendes –entonces ella sonrió dulcemente y comenzó a bajar las escaleras. Hacia él. A su encuentro-. No vienen a por mí.



                                                                   FIN