miércoles, 30 de abril de 2014

La princesa rusa XIX

                       Un monumento reconfortante

Sofía volvió a despertar envuelta en una amarga tristeza. Su cerebro esta vez estaba libre de alcohol, pero la herida abierta en el centro de su alma por como transcurría su vida, continuaba sangrando abundantemente sin el más mínimo atisbo de qué empezase a cerrarse.
Recordó inmediatamente, como después de llamar a Fernando, lentamente había buscado y localizado la plaza donde debían de encontrarse y que por otra parte, la tenía casi encima de sus narices; cómo había continuado deambulando por las calles cercanas intentado aclarar y dar respuestas a las infinitas preguntas y dudas que se la presentaban sobre su futuro, parando cada cierto tiempo para luchar contra los últimos coletazos de la terrible resaca, y cómo sin perder mucho tiempo, había vuelto sobre sus pasos a la misma pensión para pasar la noche y cómo el mismo hombre con el mismo aspecto de huraño y antipático, aunque estaba segura de que con un buen corazón, le había vuelto a dejar una habitación sin ponerla demasiadas pegas, y cómo esta vez, sin tomar ningún combinado de escocés, se metió en la cama muy pronto, aún de día, y se durmió rápidamente con un falso bienestar, pensando que tal vez la podría ir bien en aquella lejana ciudad donde pensaba llegar.
Ahora todo volvía a ser más negro que la propia oscuridad de la noche. Agónicamente, pensó si tendría fuerzas para levantarse. Meditó la idea de volver al chalet y si aquellos chulos, Andrei, Denis, tenían algo que ver con la muerte de Alex y las últimas palabras de éste en las que le decía que su vida estaba en peligro, que cumpliesen con su amenaza y entonces morir quizá fuese lo mejor; y si la obligaban a seguir prostituyéndose mejor aun, no tendría otra cosa en qué pensar nada más que en aguantar a que un cerdo asqueroso quisiese follar con ella, y se aficionaría a aquella droga que hacía parecer que todo fuese insignificante y muy, muy llevadero.
Buscó a tientas el interruptor de la luz que estaba junto a la cama y encendió la luz. Miró con desgana su pequeño reloj despertador, quedaban diez minutos para las cinco y había quedado a las siete. Pero ya no tenía sueño, no quería seguir durmiendo. No quería seguir haciendo nada. Se levantó y se vistió de una manera autómata.
Esta vez no se duchó, tan sólo se lavó la cara con agua fría y bajó a la calle que permanecía prácticamente desierta y donde la noche aún era la dueña, tan sólo perturbada por la luz artificial de las farolas y escaparates. De buena gana hubiese cogido un taxi para que la llevase al chalet a que decidiesen sobre su futuro, como había pensado poco antes en la cama, pero aún quedaba algo dentro de ella, algo cada vez más pequeño, que quería aprovechar aquella trágica oportunidad para seguir luchando por ser libre.
Llegó a la calle Doctor Esquerdo y la enfiló dirección a la Plaza Manuel Becerra, caminando como una guapa zombi con una pequeña bolsa de deporte al hombro.
Llegó a la plaza y se apoyó en la barandilla que rodeaba la boca del metro y esperó, mirando a la calle que daba infinitas vueltas sobre sí misma y por la que ya circulaban algunos vehículos, con un rostro inexpresivo y triste, a que su “amigo” llegase.
Pasó algo más de una hora hasta que Fernando paró su coche junto al bordillo muy cerca de Sofía, pero ella apenas se dio cuenta del transcurrir de ese tiempo, en su cabeza todo estaba demasiado borroso. Había empezado a penetrar por fin, a través de esa puerta que había permanecido entreabierta frente a ella durante aquellos últimos meses y que en las últimas horas se había abierto de par en par, entrando en un estado depresivo y de semitrance que ella había estado luchando por evitar, pero cada vez con menos fuerzas.
La puerta del coche se abrió y desde dentro el hombre muy sonriente hizo gestos a la chica con su mano para que subiese. Sofía subió y con una obligada sonrisa saludó débilmente al hombre, que viendo a la chica sentada junto a él, aumentó aún más el increíble gozo interior que tenia, pensando en la fascinante aventura que se le presentaba por delante en compañía de aquella preciosa extranjera.
-¿Has desayunado, Sofía? -preguntó Fernando alegremente mirando a la joven.
-No –susurró ella.
-Pues vamos a tomar un buen desayuno. Te invito -dijo el mecánico alegremente a la vez que ponía nuevamente en marcha su automóvil.
Después de desayunar churros con chocolate en un cercano bar a la plaza, tiempo en el que el mecánico no había dejado de hablar y de hacer planes sobre lo primero que podrían hacer cuando llegasen a su destino, Fernando se empezó a encontrar bastante más desilusionado. Llevaban casi dos horas de viaje y se empezaba a preguntar si aquella aventura que al principio parecía ser fascinante al lado de Sofía, ahora no sería un error.
La preciosa joven de sedoso pelo castaño, cuando a primeras horas se sentó a su lado en el coche permitiendo que su falda dejase al descubierto sus rodillas y una leve prolongación de sus finos muslos, había levantado en él los más ardientes recuerdos de fechas no muy lejanas pasadas junto a ella y fantásticas ilusiones por los momentos que podían estar a punto de llegar a su lado.
Pero ahora, todo eso prácticamente había desaparecido, la joven extranjera parecía estar muy lejos de allí. Apenas había dicho dos palabras en toda la mañana y su bello semblante estaba triste y lejano.
-¿Qué té ocurre Sofía? -preguntó por fin Fernando muy compasivamente mientras su vehículo pasaba por el indicador que anunciaba 160 kilómetros para llegar a Zaragoza-. Porque a ti te pasa algo ¿verdad?
Sofía escuchaba lejanamente aquellas palabras, pensando que tal vez debería contar a ese hombre todos sus pesares, penas, agobios y terribles dudas sobre su cada vez más desilusionante futuro. Tal vez se desahogaría como había hecho aquel lejano día con Alex en el Retiro, contándole lo injusta que le parecía su vida. Pero aquel hombre no era Alex, él estaba muerto y ella tampoco tenía ganas de hablar, en realidad no tenía ganas de nada. ¿Qué le pasaba? ¿Se le había agotado toda la capacidad de sufrimiento y resignación que había ido acumulando a lo largo de su vida y que le habían servido para aguantar aquel penoso verano en el que se había visto envuelta? Y si había pasado eso, ¿la abandonaría su cordura y se volvería loca o algo por el estilo? Deseó desaparecer, morir. ¿Por qué la vida era tan injusta con ella? No recordaba en toda su vida haber sentido deseos de hacer ni desear mal a nadie, sino todo lo contrario, había dado todo su cariño y amor a las personas y seres queridos y... ¿Qué recibía a cambio? El desprecio y la traición de todo el mundo. Pensó en su madre. No solía pensar en ella demasiado, tan sólo, desde de su muerte, se había convertido en un bello y gratificante recuerdo que permanecía inamovible en su corazón y en su mente, sin hundirse demasiado en su subconsciente. Pero esta vez la vio de manera diferente. Ella también la abandonó al morir, dejándola sola, como hacia el resto de la gente que iba conociendo. Ella también la traicionó. Si no hubiese muerto, seguramente todo hubiese sido muy diferente para ella, toda su vida hubiese sido distinta y seguramente mucho más feliz. Cuando ella murió, toda su vida cambio radicalmente.
-Estoy muy cansada -dijo débilmente-. Tengo sueño. Sólo es eso -se acurrucó en su asiento y cerró los ojos sin intención de dormir, pero si con la de que Fernando la dejase tranquila y no le hiciese más preguntas.
La imagen de su madre estaba clara y nítida en su cabeza. Una mujer de una impresionante belleza en un rostro lleno de ternura y comprensión. Pero los recuerdos de la época que pasó junto a ella en Bulgaria, le llegaban lejanos y borrosos, pero por otra parte, eran los más felices para ella, como los interminables paseos estivales que daban las dos solas por los grandes y verdes parques de Sofía y ella bombardeaba a su madre con miles de preguntas que ésta intentaba aclarar de la manera más comprensible para una niña de su edad. Luego, Sofía se acostaba entre las innumerables muñecas con las que apenas tenía trato y su pequeña mente recopilaba y daba vueltas y revueltas a las sensatas y serenas respuestas que su madre había dado a sus preguntas. Su madre era creyente, muy creyente y muchas veces la llevaba al templo religioso al que ella asistía asiduamente. La intentaba explicar que el Dios al que se veneraba allí y en otras muchísimas partes del mundo, era justo y bondadoso y todas las personas malas, que sin duda las había, actuaban por su cuenta, fuera de su mano guiadora, pero que sin duda también tendrían su perdón y su bendición. Ella escuchaba muy atentamente como su madre la decía aquellas palabras, dándose por convencida de la existencia de aquel ser maravilloso, pero algo, en su jovencísima mente, le hacía despertar una pequeñísima duda sobre todo aquello, sobre todo cuando recordaba las imágenes de gentes, de mayores y sobre todo de niños sucios, delgados y harapientos que ella misma había visto en algunos de aquellos paseos y que en sus rostros flacos y sucios faltaba la felicidad que veía en otros niños con los que ella jugaba. ¿Qué pasaba con aquellos niños? ¿Dios no se acordaba de ellos? O como en su misma casa, veía a escondidas llorar a su madre cada vez con más frecuencia de una manera triste y desconsolada. ¿Por qué su madre estaba tan triste? ¿Por qué Dios tan piadoso permitía que la persona más buena del mundo sufriese?
Su madre cayó enferma, presa de un monstruoso y despiadado cáncer que rápidamente le fue devorando todas sus entrañas; en muy pocas semanas murió. Por supuesto, sus ancianos abuelos le dijeron que el Señor se la había llevado a su lado y su madre siempre cuidaría de ella desde el cielo. Pero para Sofía, aquella pequeña duda sobre aquel ser tan perfecto y bondadoso aumentó hasta el infinito.
Aquel golpe fue muy duro para ella, pero no tuvo demasiado tiempo de echarla de menos, porque a los pocos días del entierro, un señor que decía ser su padre y que ella no recordaba de nada, se la llevó a un lugar lejano y muy diferente, sin que nadie en la capital búlgara pudiese hacer nada por impedirlo.
Su madre pasó a ser un bonito recuerdo y el dolor por su pérdida se quedó a un lado, apartado por la imperiosa necesidad de aquella niña de once años de adaptarse a una nueva vida muy diferente de la que había estado llevando hasta ese momento. Y se adaptó a la nueva situación, suponiendo en muchísimas ocasiones su joven pero despierto cerebro, que podría haber miles de maneras diferentes de llevar una vida mejor, pero que a ella le había correspondido aquella y por lo tanto, si no quería sufrir y padecer pensando en una mejor suerte, debía resignarse y aguantar.
El primer gran hándicap para ella, fue el cambio de familia, que pasó del cariño y del amor que le daba su madre y sus abuelos, a la casi indiferencia y disciplina con que la trataba su padre, su abuela paterna las temporadas que pasaba con ellos, y los extraños personajes que tenían relación con su padre y que con mucha frecuencia pasaban por la casa.
Toda la relación de su padre con ella, se limitaba a que éste le dictase las severas normas a seguir en cada momento y lugar. Paradójicamente, tuvo un pequeño oasis en su madrastra cuando ésta apareció, una mujer recta pero que a ella la trataba con respeto y delicadeza en las pocas ocasiones que estaban juntas. Después, llegó el internado femenino en el que pasaba todo el curso salvo algunas épocas señaladas de vacaciones, y al que tuvo que hacer frente prácticamente todos los años que vivió en Moscú y que era completamente diferente al pequeño colegio de Sofía al que la llevaba su madre y del que ella misma la recogía todos los días; también se adaptó al internado donde todo era monótono y rutinario, salvo las materias a estudiar en las que en todas era de las alumnas con mejores calificaciones, aunque no había nadie que le diese palabras de aliento y animo por sus buenas notas.
Al poco tiempo de volver a vivir en Rusia, nació Natalia. Aquello llenó de felicidad a Sofía y gracias a Dios para ella, cuando estaba en casa tenía amplia libertad para acercarse a la niña y poder disfrutar de su compañía. Ella adoraba a la niña y Natalia se convirtió en su mejor amiga, para dicha de Sofía. Luego llegó Dox, su perro husky que terminó por hacerla soportable aquella vida junto a su padre.
Todo cambió de manera extrema el último año. Al cumplir los diecisiete años su padre la sacó del internado y la matriculó en un colegio moscovita con vistas a prepararla para una carrera universitaria. Aquello en principio fue maravilloso para Sofía. Crecieron en ella unas ganas locas de aprender y crecer y de qué llegase el momento de poder ir a la universidad, quizá entonces todo sería fantástico para ella. Además, empezó a tener relaciones con otra clase de personas que no fuesen las compañeras del internado y sus primos o hijos de amigos de su padre que veía todos los veranos cuando pasaba las vacaciones veraniegas en la casa de campo; conoció a chicos y chicas que pensaban de maneras muy diferentes a la mayoría de las niñas del internado; pudo salir, aunque no en exceso, por los alrededores de su casa con sus nuevas a migas y amigos, al cine, a las nuevas pizzerías italianas o hamburgueserías americanas, y a sitios por el estilo. Entonces, conoció a Shirko. Y el capítulo más romántico y pasional de su joven existencia, se convirtió en cuestión de pocos meses, en la pesadilla mas desgarradora y cruel, siendo enviada a un desconocido país lejos de su casa y de sus seres queridos y obligada a prostituirse por su propio padre, castigándola así por haber desobedecido los dictamines que éste le había impuesto sobre su futuro, queriendo que ella sirviese de enlace entre su familia y una de las más poderosas dinastías de Moscú y de esta manera, reforzar el poder de su organización mafiosa, a todas vistas, bastante deteriorada.
Ella había intentado aguantar y afrontar aquella pesadilla resignándose a su suerte y tragándose todo el sufrimiento, pero ahora, que al menos momentáneamente se había liberado del yugo de la prostitución y podía intentar rehacer su vida de alguna manera, notaba que su cuerpo y su mente ya no podían más. Se sentía la persona más infeliz, desgraciada y sola del universo. Se veía caer por un pozo lleno de oscuridad sin tener fuerzas para poder agarrarse a ningún sitio.
-Sofía -escuchó lejanamente mientras sentía el leve contacto de una mano sobre su rodilla-, ¿has visto Zaragoza?
Sofía abrió los ojos con desgana.
-¿Zaragoza? -repitió.
-Sí, Zaragoza. Yo nunca estado y dicen que es una preciosa ciudad, si quieres, ya que nos pilla de paso, podríamos dar una vuelta.
A Sofía le hubiese gustado decirle que quería llegar cuanto antes a Barcelona para buscar un trabajo, ganar dinero y ahorrar para poder llevar a cabo sus planes, pero, ¿qué planes eran esos? Ya no tenía nada claro que era lo que quería hacer, ni siquiera si quería ir a Barcelona.
-Como quieras -dijo intentando sonreír.
A Fernando, aquel atisbo de sonrisa le pareció la más bella del mundo y nuevamente sintió ánimos, y parte de las fantasías que había tenido horas antes, volvieron a su cabeza.
El coche de Fernando abandonó la autovía y enseguida se toparon con la ciudad. Eran las once y las temperaturas eran sensiblemente más bajas que en Madrid. Fernando no conocía la ciudad y condujo a tientas entre el trafico maño durante algunos minutos, hasta que un letrero le indicó la dirección hacia el centro de la ciudad. El mecánico siguió las indicaciones de los letreros hasta que el tráfico se hizo mucho más denso.
-¿Té parece que busquemos sitio para aparcar y demos un paseo?
Sofía no contestó y el hombre desvió su coche hacia una bocacalle, apartándose de la transitada y concurrida calle por la que circulaba. Tuvo que recorrer un buen trecho entre callejuelas hasta que por fin encontró un lugar donde poder aparcar su vehículo.
Caminaron por las calles de la capital aragonesa sin que Sofía pareciese cambiar su papel de atractiva zombi. Llegaron a la amplia calle por la que habían circulado lentamente minutos antes y enseguida desembocaron en la enorme plaza presidida por la señorial Basílica del Pilar.
-Mira, esa tiene que ser la Pilarica. Es bonita, ¿verdad? -comentó Fernando ya sin esperanza de obtener una animada respuesta por parte de su acompañante. Desde que bajaron del coche había intentado conversar con la chica mediante comentarios y preguntas convencionales. Pero nada. Ella sólo contestaba con monosílabos cuando no era con un simple gesto. Las ilusiones de una fantástica aventura dotada de posibles dosis de sexo, se habían esfumado definitivamente y en su cabeza crecía por momentos la idea de no continuar aquel viaje. Ayudaría a la perturbada preciosidad a sacar un billete de tren, autobús o lo que ella quisiese hasta Barcelona y regresaría después a su taller donde olvidaría a la extranjera para siempre.
-Es fantástica -escuchó un sorprendido Fernando aquellas palabras de Sofía volviéndose a mirarla con cierta curiosidad.
La joven miraba con profunda atención e interés aquella gran iglesia, recorriéndola de alto en bajo con sus cautivadores e inteligentes, y en aquel momento, menos apagados ojos verdes. La expresión de su rostro parecía menos lejana y más animada.
-¿Quieres que preguntemos si podemos pasar a verla? -preguntó Fernando.
Sofía contestó con un gesto afirmativo acompañado de una sonrisa mucho más alegre y sincera que las que había proporcionado al hombre durante aquel día.
Pudieron pasar y recorrieron lentamente el fresco interior del templo, aunque Fernando prestó más atención a la chica que a los innumerables detalles artísticos que adornaban de una manera fascinante la basílica. Quizá aquel edificio fuese una joya arquitectónica, pero a él no le llamaba en exceso la atención y si había pasado al interior, sólo había sido al ver el interés que la joven rusa ponía en el edificio. Él creía en Dios, por supuesto, toda la gente de bien creía en Dios, pero también consideraba que no hacía falta ir a la iglesia todos los domingos para demostrar la fe y mucho menos que a uno le gustase mirar los edificios religiosos. En aquellos momentos, le hacía muchísima más ilusión contemplar a la escultural joven que con tan solo su presencia, le hacía gozar de placer y le hacía pensar en los más fabulosos sueños.
Vestida con aquel fino top de punto que dejaba al descubierto parte de su fina cintura y a veces su ombligo al compás de algunos movimientos y que se fijaba su torso con una increíble sensualidad, y con una falda clara hasta las rodillas que delineaba exquisitamente sus piernas, Sofía hacia las delicias del mecánico. Pero ella, indiferente a las miradas que el hombre le echaba, no dejaba de observar con atención cada detalle de la basílica. El semblante de su cara había cambiado, desde luego.
-Es preciosa -dijo Sofía cuando volvieron a salir a la calle.
-Es muy bonita, si -dijo él intentando que su voz pareciese interesada y sincera.
Caminaron entre la gente que en abundancia rodeaba los alrededores de la basílica, hasta llegar a la vera del verdoso río Ebro que atravesaba Zaragoza de una manera tranquila aquella mañana de septiembre. Anduvieron por la orilla en lo que fue un reconfortante y gratificante paseo. La chica parecía haberse recuperado bastante de su cansancio, si es que era eso lo que le pasaba realmente y Fernando consideró que era un buen momento para buscar algún sitio donde comer.



domingo, 13 de abril de 2014

La princesa rusa XVIII


                                Fiesta y corrupción


Antonio llegó a la urbanización donde se levantaba el chalet que alojaba a Fredo, sobre las siete de la tarde, acompañado de un sol que aunque comenzaba a descender notablemente hacia el oeste, aún proporcionaba un considerable calor y una intensa luminosidad.

No había estado nunca allí, pero localizó el lugar sin excesivos problemas, pues las indicaciones que le había dado el colombiano sobre su ubicación resultaron ser muy precisas.

Se trataba de una tranquila urbanización a muy pocos kilómetros al noroeste de Madrid, donde edificaciones de muy diferentes estilos y tamaños se mezclaban entre la vegetación y los arboles de un tranquilo y pequeño bosque que se levantaba al pie de unas ligeras perturbaciones montañosas.

Antonio no deparó demasiado en la bonita vista que ofrecía aquel paraje, detuvo su coche frente al número del chalet indicado y se anunció por el telefonillo. Enseguida comenzó a abrirse la puerta mecánica que daba acceso al garaje por una no muy pronunciada rampa; volvió a subir a su coche y lo introdujo en el recinto del chalet. Lo paró delante de la puerta del garaje sin meterlo dentro, se bajó y se dirigió a la puerta de entrada a la casa donde ya le esperaba Fredo.

El colombiano, que ya se encontraba vestido con unos pantalones negros de algodón y un niqui de pico también negro que se ajustaba a su atlético torso, le tendió una mano muy sonriente que Antonio estrechó inmediatamente sin poder disimular su entusiasmo, y que acompañó con unos golpecitos de admiración en la espalda del hombretón de color.

Los dos hombres pasaron al interior del chalet y se sentaron en los cómodos sillones del amplio salón con dos cervezas que Fredo sacó de una nevera situada en el mini-bar del salón.

Después de apurar muy rápidamente las bebidas, mientras se contaban --no todo por supuesto-- como les había ido la vida en aquel año que llevaban sin verse, Fredo trajo otras dos cervezas y fue directamente al grano:

-Necesito encontrar a una mujer, una chica rusa de unos 18 años.

El español puso un semblante algo más serio en su cara, curtida y con ciertos rasgos de carácter, y en la que hasta ese momento, sólo se había visto una expresión de alegría risueña y bastante infantil. Por supuesto, no le iba a preguntar para que la quería. Eso a él no le interesaba, o más sinceramente, sabía que el colombiano no le diría para qué necesitaba a la mujer.

-¿Y qué datos tenemos de esta joven? -preguntó Antonio.

-La chica, al menos hasta ayer martes, se encontraba por la zona de Sol. Después -el colombiano hizo una pausa pensando si la policía habría descubierto ya los cuerpos de las dos putas y del ruso en el piso de la calle Estrella, aunque suponía que era demasiado pronto para que eso hubiese sucedido y de ser así, no tenía por qué preocuparse o al menos eso esperaba. Había puesto todos los medios para no dejar pistas, y en cualquier caso, la policía española no debía de disponer de ningún dato suyo y lo iban a tener realmente difícil, pues había asumido identidades falsas desde hacía ya mucho tiempo, dejando su verdadera identidad enterrada en un cementerio de un pequeño pueblo colombiano-, se enteró de que la buscaba y huyó.

-¿Y no has vuelto a saber nada de ella? ¿Hacia dónde ha podido ir? ¿Si tiene algún conocido en Madrid o en algún otro lugar al que se pueda dirigir? En fin, algo que nos pueda servir de pista para empezar a buscarla.

Fredo se levantó, se dirigió a uno de los modernos muebles del salón y de un cajón sacó un papel en el que había escrito una serie de nombres masculinos acompañados de una serie de números cada uno. El día anterior, nada mas separarse de Daniel después de abandonar el piso en la calle Estrella, había hecho una visita al chalet donde había estado trabajando Sofía, acompañado de dos matones colombianos que le prestaban sus servicios cuando tenía que trabajar en Madrid. Por si encontraba algún problema. Pero por contra, los chulos rusos, mejor dicho ucranianos según dijeron, cooperaron amigablemente con ellos; según contaron, no tenían nada que ver con la hija prostituta del Glaskov ni con los mafiosos rusos que la llevaban al chalet, tan solo se quedaban con su parte de las ganancias que la joven les proporcionaba. También le dijeron que la chica no hacía demasiadas amistades con las otras mujeres, que era una chica un tanto solitaria, después, le dieron vía libre para que interrogase a las chicas. Fredo creyó que no era necesario, que aquel rubio era sincero, al menos en la información que le acababa de proporcionar.

Y por último, le dio la información más valiosa. Los ucranianos, como muchos de sus colegas que regentaban clubs de prostitución y otros locales similares, disponían de una lista, un mini archivo perfectamente ordenado de todos los clientes que pagaban con tarjetas de crédito y gastaban una considerable suma durante un periodo de tiempo con una o más chicas. Por supuesto, dicho archivo era creado a expensas de los señores clientes. En algún momento alguno de esos clientes podría crear algún tipo de problema y ese archivo entonces, podría servir para persuadirlo de crear esos problemas utilizando el chantaje o algún tipo de amenaza en su contra. Tres nombres se encontraban en los archivos de Denis y que parecían haber gastado una buena cantidad de euros con la hija de Glaskov en las últimas semanas. El ucraniano dio a Fredo dichos nombres sin ningún tipo de reparos, seguramente pensando que ninguna puta le iba a causar problemas y menos, si estaba envuelta en algún tipo de lio con aquellos colombianos, indudablemente muy peligrosos.

Tras echar al papel una leve ojeada, Fredo se lo entregó a su amigo mientras le anunciaba:

-No tiene a nadie a quien recurrir. Se encuentra sola y sin amigos o familia -o eso era al menos lo que había deducido de su visita al club de Denis. Por lo tanto, si no tenía amigas, sus chulos rusos estaban muertos, su padre no le debía de querer mucho en Rusia al hacerla trabajar como puta... Se tenía que encontrar perdida y asustada en Madrid sin tener a nadie y sabiendo que alguien la quería matar. Quizá pidiese ayuda a alguno de aquellos hombres con los que había follado más a menudo-, salvo quizá estos hombres.

Fredo señaló con un dedo el papel que ya estaba ojeando Antonio con cara de adivino.

-Esa joven trabajaba como prostituta -continuó el negro-, y esos hombres eran clientes suyos del club donde trabajaba. Podría recurrir a ellos.

-Podría si de verdad no conoce a nadie más en esta ciudad. Y estos hombres estarán deseosos de que una joven putita los pida su ayuda, ¿verdad? -dijo Antonio nuevamente con una pueril sonrisa en su rostro hermoso aunque marcado con notables rasgos infantiles cuando sonreía, que en unión con su corto pelo, rubio y rizado, le daba un cierto aspecto de niño picaron que se acentuaba mas al reírse.

Fredo guardó silencio mirando como sonreía su amigo, que seguramente, si hubiese sabido lo que el colombiano pensaba en aquel momento sobre él, hubiese salido pitando de aquel lugar.

-Dices que ella sabe que la buscas, ¿no es así? -continuó Antonio con ganas de preguntarle para que la buscaba. Pero sabía que no debía hacerlo.

-Si -dijo el colombiano acordándose del ruso muerto sobre la cama.

-Probablemente si se sabe perseguida, intentará volverse para su país o marcharse a otra ciudad.

-A su país no creo que vuelva -dijo Fredo sin intención de gastar el tiempo contando al otro hombre que la joven se prostituía allí por expreso deseo de un gánster ruso que era su propio padre. Fredo sacó de uno de sus bolsillos la foto que había recogido de la mesilla del apartamento y que había partido por la mitad, dejando tan solo la imagen de la chica y destruyendo la otra mitad, y se la dio a Antonio-. Pero si que puede intentar irse a algún otro lugar de España. Por eso debes de actuar con rapidez, Antonio.

-Va a ser difícil encontrarla Alfredo -dijo mirando la foto en la que aparecía una guapísima y sonriente muchacha-. Aquí en Madrid y en España hay miles de jóvenes extranjeras que van de un sitio a otro sin ningún tipo de papeles de identificación.

Fredo se levantó dirigiéndose a una especie de caja fuerte simulada en una de las paredes y cogió un sobre que no estaba vacío.

-Sé que es complicado. Pero confió en tu capacidad para poder encontrarla o conseguir algún indicio sobre su paradero -dijo el colombiano dejando el abultado sobre encima de la mesa, centro de los sillones de piel que amueblaban el salón.

-Por supuesto, sabes que haré todo lo que esté en mis manos para ayudarte -prometió Antonio mientras se guardaba el sobre en uno de sus bolsillos con gran satisfacción. ¿Cuánto habría? ¿Cinco mil? ¿Diez mil? Aquel colombiano siempre había sido generoso con él desde que le prestaba su ayuda, ya hacía algún tiempo, cuando le conoció a los dos años de haber ingresado en el cuerpo de la Policía Municipal de Madrid. Antonio tenía treinta y seis años y ya hacía varios que trabajaba como agente local en la capital. Se consideraba un buen agente de policía con una muy buena consideración entre sus compañeros y superiores y cuyo papel había sido importante para mantener el orden y la disciplina en aquella difícil ciudad, donde no dejaban de nacer y llegar gente de toda la calaña. Sabía que su “pacto” con aquel negro, no sería bien visto por mucha gente, además de ser ilegal, anticonstitucional..., pero no se arrepentía, ni aun cuando en una ocasión, a lo primero de colaborar con Alfredo, se enteró de que el cuerpo aparecido sin vida en el Manzanares con dos disparos en la cabeza, era el del hombre de cuyo paradero él mismo había comunicado a Alfredo unos días antes. Si aquel matón con los informes que él le proporcionaba, luego acababa con esa gente, no le importaba; al fin y al cabo, la mayoría de las personas que perseguía el negro, eran delincuentes, traficantes, putas... Se podría decir que ayudaba a limpiar la sociedad de escoria y a cambio, se llevaba una buena compensación que le ayudaba a vivir más decentemente de lo que su sueldo de funcionario le permitía a él y a su familia. Tenía la conciencia tranquila y le daba igual si aquella guapa joven de la foto aparecía asesinada y violada días después de que él la encontrase y se lo comunicase al colombiano-, pero si esa chica ha salido ya de Madrid, podré hacer muy poco por ayudarte.

-Si actuamos deprisa, quizá no le demos tiempo para irse fuera de aquí y en todo caso, sería bueno encontrar alguna pista sobre su paradero, y esos hombres podrían saber algo de ella. Confío en ti -dijo el colombiano con solemnidad mientras se levantaba y se dirigía nuevamente hacia la barra del rincón. Ya no quería hablar más del asunto con el policía corrupto. Ya sabía lo que tenía que hacer y además, ya había anochecido, por lo que pronto llegarían los encargos que había realizado por la mañana para poner la guinda al pastel con el que iba a gratificar al tipo que tenia junto a él por prestarle su colaboración.

Fredo abrió la puerta de un mueble situado junto a la nevera, de diseño oscuro a juego con ésta, y sacó unas botellas de vino. Él no entendía demasiado de aquella bebida, y menos de vinos españoles, pero le habían dicho que aquel era bueno y así lo pensaba al mirar las etiquetas en las que junto a un mapa que seguramente sería una comarca española, venia escrito en letras doradas, la inscripción “Denominación de Origen” y el año 1986. Sirvió dos copas y Antonio, que le había seguido y se había sentado en una banqueta al otro lado de la pequeña barra, cogió una botella y observándola durante unos segundos, exclamó:

-¡Un Ribera del Duero del 86! Tú sí que sabes satisfacer a los amigos -a lo que continuó con un buen trago de su copa de vino.

El negro volvió a llenar las copas y los dos, dejando el asunto de la joven prostituta a un lado, charlaron amigablemente, al menos el policía, pues el otro fingía --bastante bien por otra parte-- un bienestar al conversar con su supuesto amigo e interesarse en cómo le iba el colegio a sus hijos y demás cuestiones domesticas.

Al cabo de unos minutos de “amigable” charla, sonó el telefonillo y Fredo se dirigió a una de las ventanas del salón por la que se divisaba perfectamente la puerta de entrada al jardín, ahora iluminada por un pequeño foco situado en lo alto de la misma.

Una furgoneta se había detenido justo en la puerta y dos hombres, uniformados llamativamente -incluida la gorra- de colores intensos que parecían rojos y amarillos y que tenían sus manos ocupadas completamente con lo que parecían bandejas de plástico, esperaban de pie junto a la puerta.

El colombiano apretó un botón y la puerta se abrió automáticamente dejando entrar a los hombres. Fredo los recibió con un seco saludo. Los dos hombres tuvieron que hacer otro viaje hasta depositar sobre la barra y la mesa todas las bandejas que traían y que contenían una gran variedad de comida, tanto caliente como fría y que incluían entremeses, mariscos y una gran variedad de canapés.

Cuando los dos hombres vestidos con el uniforme de una empresa de comida rápida y de calidad se fueron, Fredo volvió a servir mas vino y picaron algo mientras continuaban hablando, cada vez con más esfuerzo por parte del colombiano, esperando el segundo y más deseado encargo.

Transcurrida media hora, volvió a sonar el portero automático y Fredo volvió a asomarse por la ventana. De pie, un hombre junto a un automóvil, miró hacia la ventana y le saludó con una mano mientras esperaba a que terminasen de bajar cuatro mujeres. Fredo le devolvió el saludo y el hombre volvió a subir al coche, a la vez que las mujeres iban pasando al interior, donde el colombiano las recibió con toda la amabilidad que pudo. Ya empezaba a estar harto de la compañía de su “amigo” que cada vez mas bebido, le atosigaba con su infantil sonrisa y sus absurdos comentarios.

El agente municipal, sentado en una de las banquetas de madera junto a la barra, con una copa de vino en su mano y una bobalicona sonrisa que ocupaba toda su rostro, observó, mientras la boca se le hacía agua literalmente y ésta se mezclaba con el exquisito vino produciéndole una lujuriosa sensación de bienestar, como Fredo se acercaba hacia él acompañado de las cuatro mujeres, jóvenes y atractivas en un muy elevado grado y vestidas con ropas elegantes, faldas rectas hasta las rodillas, blusas de hilo, zapatos de tacón... Nadie hubiese dicho que aquellas cuatro bellas mujeres eran caras prostitutas dispuestas a satisfacer los apetitos sexuales de un adultero, corrupto y medio borracho policía municipal, y de un pistolero sin ninguna clase de escrúpulos.                                                                  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 6 de abril de 2014

EL HIJO DEL NIGROMANTE


 

"Cuando en una ciudad se mezclan la historia y la belleza de sus monumentos con la magia y el misterio de sus calles, sólo puede dar como resultado un lugar único y fascinante"
 

Después de recorrer las callejas entre expectantes y mortecinas ventanas pertenecientes a hogares construidos muchos siglos atrás, los tres hombres desembocaron en un pasadizo, no se podía denominar ni siquiera como callejón, apretado sinuosamente por los viejos muros de las casas.

El frio de la noche incluso parecía no querer penetrar en la callejuela. Una de las farolas que alimentaban de luz a la zona, parpadeó y se fundió en ese mismo instante.

Nico soltó una sonora carcajada y dio un codazo a su amigo.

-Oye Aguirre no habrá fantasmas por aquí –ironizó-, yo sólo quiero que me lean las cartas, no qué me chupen la sangre.

Los dos hombres llevaban todo el día en la pequeña pero histórica ciudad. También misteriosa ciudad, cada una de sus calles exhalaba vapores de antiquísimos misterios.

Aguirre soltó otra carcajada como respuesta.

-Es aquí –anunció el improvisado guía que aún llevaba el uniforme de camarero del restaurante donde los dos amigos habían cenado.

Una mujer, sin duda de un peculiar aspecto, les abrió la puerta y con una sonrisa seca que dio la impresión de retorcer sus labios en un macabro gesto, les invitó a entrar.

Por un instante, Nico sintió que sus ganas de diversión y su estado de euforia, retrocedían sin motivo aparente, pero los rebuscó y los volvió a sacar, y con un jovial saludo estrechó la mano a la mujer.

La mujer, a pesar de su macabra sonrisa, encerraba una extraña belleza en su rostro huesudo y pintado exageradamente, llevaba una larga falda roja de vuelo que le hacía tener el aspecto de bruja de telenovela barata o de pitonisa de tres al cuarto.

Los dos amigos entraron dentro de la casa después de despedirse del camarero que se alejó rápidamente de allí. En el interior reinaba la penumbra, se podía distinguir un patio central cubierto en lo alto por una uralita transparente que filtraba la luz nocturna y retorcía el reflejo de las estrellas y la luna en siniestras formas.

Una mesita cubierta con un tapete rojo desgastado en el que descansaban algunas velas negras, reposaba en el centro del patio.

La bruja sacó una baraja. Nico apenas se dio cuenta de dónde diablos había sacado las cartas. Soltó otra risotada, aquel ambiente misterioso y aquella falsa bruja (realmente todas las brujas eran falsas), no iban a amedrantar a un triunfador de 46 años, alto, apuesto, en el mejor momento de su vida y que tan solo hacía unas horas que acababa de cerrar un acuerdo millonario para su empresa, para eso habían llegado a la pequeña ciudad, como punto intermedio entre ellos y el cliente.

Y ya pensaba hacer noche en la ciudad, su mujer podría pasar un día sin él, al fin y al cabo estaba trabajando para el bienestar de la familia.

Pero pensaba aprovechar aquella noche de soledad. Por supuesto que lo iba a hacer.

Miró a la bruja directamente, detrás de toda aquella parafernalia ridícula y de su camisa blanca, se adivinaban las formas de unos pechos pequeños y deseables.

Una noche loca.

Siempre había sentido curiosidad o morbo porque le leyesen las cartas, aunque de sobra sabía que era una estúpida superchería, pero qué añadiría a su vida de éxito llena de anécdotas y de vivencias.

-¿Los dos quieren que les lea las cartas? –preguntó la flaca pitonisa.

-No, no, sólo a él -se apresuró a contestar Aguirre separándose un par de metros de su amigo y de la mesa.

-Muy bien -dijo la mujer–. Es la primera vez.

Nico no supo si responder porque no atinó a adivinar si la mujer preguntaba o tan solo afirmaba un hecho consumado que conocía.

 -Déjese llevar –continuó diciendo la pitonisa con una voz suave y aterciopelada, sonriendo dulcemente, la anterior y grotesca mueca de sus labios parecía haber desaparecido definitivamente-, en cierta manera, las cartas le irán indicando el camino, como si tuviesen vida propia.

Comenzó a descubrir cartas, un ruido sonó en lo alto de la casa, ligero pero grotesco. La mujer tuvo un temblor casi imperceptible pero pareció no escucharlo, su dulce sonrisa permaneció en su cara y continuó con su cometido como si no hubiese escuchado nada.

-Tiene una gran energía interior qué le hace mirar siempre hacia delante con optimismo –informó la pitonisa después de descubrir la primera carta que mostraba un extraño dibujo que podría asimilarse a una gran zanahoria torcida. La bruja le miró sonriente-. En esta época esa actitud es muy necesaria.

Nico miró a Aguirre y con una burlona sonrisa le hizo un gesto para que se volviese a acercar.

-Qué yo no quiero que me lean las cartas tío –contestó Aguirre alejándose otro paso de la mesa.

La pitonisa ajena a la breve conversación de los dos amigos, continuó descubriendo cartas.

-La fortuna es su amiga –dijo después de descubrir una carta que parecía tener dibujada una inmensa montaña.

Al soltar la siguiente carta, la mano de la bruja tembló claramente. Un ruido aún más fuerte descendió por la oscura escalera y por fin, la bruja desvió su mirada.

-¿Qué pasa? –protestó Nico mirando hacia la escalera.

-En el amor debéis de andaros con tiento –continuó la mujer intentando recobrar la compostura, pero no parecía la misma, lo ruidos y la última carta parecían haber actuado sobre ella como un repentina descarga eléctrica.

-Qué quieres decir –Nico parecía que también estaba perdiendo toda la parte divertida que le había llevado hasta allí. Volvió a mirar a Aguirre que le devolvió una seria mirada. Parecía inquieto

La baraja cayó de la mano de la mujer esparciéndose por la negrura del suelo de cemento al tiempo que un nuevo ruido sonaba en lo alto de la casa y parecía ansioso por descender los escalones.

-¿Qué pasa bruja? –el tono de Nico sonó mucho más agrio y al instante pareció contagiado por la inquietud de la mujer. Dio una patada a la pequeña mesa que rodó por el suelo envuelta en las velas que volaban a su alrededor formando pequeños surcos luminosos en la oscuridad-. Me caguen dios que pasa, me queréis gastar una broma.

-Hey calma –intervino Aguirre acercándose a su amigo-, que esto es sólo una tontería, venga vámonos.

El ruido pareció estancado en lo alto de la escalera como una bestia a la espera de saltar sobre alguna propiciatoria victima; la joven pitonisa comenzó a recoger las cartas del suelo sin prestar atención a los dos hombres que salieron de la casa sin despedirse.

La bruja quedó en una anécdota que los dos amigos olvidaron casi definitivamente, cuando un taxi les fue dejando en cada uno de los burdeles más lujosos que rodeaban las afueras de la ciudad.

Abandonaron la pequeña ciudad cuando el sol ya brillaba en lo alto del cielo y Nico no volvió a acordarse de aquella extraña noche, hasta que una mañana de domingo, una tranquila mañana de domingo, su mujer le soltó  sin más, que quería el divorcio, en principio pensó que hablaba de otra cosa, porque su cabeza estaba algo distraída meditando sobre las últimas jornadas laborales, el maldito precontrato supermillonario no terminaba de hacerse efectivo. Había dudas.

-Me has oído –insistió su mujer. Aún era una hermosa y estilizada rubia de 30 y pocos. Había luchado por ella, por su amor, como qué si había luchado, tanto o casi como por su trabajo, y el día que ella accedió a salir con él, abrió todas las botellas de champagne. Ella era parte de su vida, una indivisible parte…-, quiero el divorcio.

Esta vez sí tuvo claro lo que ella quería decir, “¿por qué?” hubiese sido la respuesta más sensata. Tal vez había dedicado más tiempo de lo necesario a su trabajo, tal vez había tenido alguna aventura, tal vez había visitado algún puticlub en sus viajes de trabajo, pero aquella noticia era totalmente inesperada y desproporcionada. Mientras le soltaba la primera bofetada, el recuerdo nítido de la bruja en aquel patio oscuro y el inesperado ruido que parecía querer bajar por la escalera, invadió su mente, la bruja tiró la carta sobre la mesa y apenas se fijó en el dibujo, pero mientras soltaba la segunda bofetada a su mujer, recordó el dibujo que quería imitar una corriente negra, como un rio contaminado y bañado por la brillante luz de una luna llena representada por un gran punto blanco, pero en aquella particular luna llena, se dibujaba un rostro, un extraño rostro.

En los días que pasó en la cárcel, tuvo claro que la bruja le había hechizado mediante un traicionero conjuro. Cuando salió, su mujer, pronto su ex, había cambiando la cerradura de la puerta y mandado todas sus pertenencias, principalmente su ropa, a casa de sus padres.

Tan solo fue a cambiarse de ropa y sin esperar mucho tiempo mas, condujo hacia la pequeña ciudad. Cuando llegó, parecía ser otra ciudad, a plena luz del sol del mediodía, sus calles parecían mas alegres, menos misteriosas. En aquellas condiciones no había lugar para los hechizos, pero aun así, buscó con ansia la callejuela hasta que dio con la vieja casa. No había timbre, eso no lo recordaba, por supuesto.

Llamó golpeando el tirador de hierro que representaba -¿una cabeza?-No tenía tiempo de pensar en qué era aquella cosa fría que dirigida por su mano, golpeaba la puerta de madera produciendo unos golpes secos y penetrantes. Nada. Volvió a llamar con más fuerza, tenía que haber alguien en la maldita casa. Giró su cabeza, no había nadie que cruzase la callejuela, pero minutos antes, numerosos transeúntes caminaban animadamente por la calle donde nacía el pequeño callejón, a escasos metros, pero ahora no había nadie, incluso el cielo parecía haber perdido brillo. Tonterías. Estaba pasando por un momento malo que le hacía percibir aquellas niñerías.

Se dirigió a una de las ventanas y entre los negros visillos interiores, pudo divisar una sombra que se deslizaba por el patio. Recordó aquel patio y el momento en el que la bruja le echaba las cartas, entonces estaba eufórico y a pesar de la euforia, creyó sentir un leve escalofrío cuando escucharon los golpes procedentes de la parte superior de la escalera.

-¡Eh! -grito a la sombra golpeando con sus nudillos el cristal-. ¡Eh ábreme! Necesito hablar con la bruja.

La sombra se detuvo. Nico la contempló, inerte pero palpitante, se elevaba desde el suelo en un pesado equilibrio hasta más de dos metros, el hombre se separó de la ventana, su pecho palpitaba fuertemente. Había escuchado la respiración de aquella cosa, una respiración silbante y húmeda; volvió a acercarse, la sombra entonces se giró lentamente y por unos instantes, por unos desconcertantes instantes, pudo apreciar a través del cristal y del visillo con una desafiante claridad, las grotescas formas de la sombra, en especial su brazo derecho esperpénticamente desproporcionado que parecía rozar el suelo de piedra con los dedos de la mano, arañándolo, a través del cristal podía sentir el penetrante chirrido que producían las uñas como si fuesen cuchillas; su cuello parecía abarcar todo el tronco y su cara…, la sombra (el ser) le miró y Nico pudo apreciar con meridiana claridad, como sus agrietados labios expulsaban alguna palabras ininteligibles.

Nico ahogó un grito. Permaneció de pie, jadeando, unas personas pasaron por la cercana calle como abriendo las puerta nuevamente a la normalidad del mundo. Volvió a mirar por la ventana. No había nada. El estrés y la tensión de las últimas semanas estaban haciendo mella en sus sentidos y sensaciones. Tenía que arreglar aquello. Volvió a llamar y esta vez, casi sin esperar, la puerta se abrió muy ligeramente dejando a la vista y entre las sombras interiores de la casa, el huesudo rostro de la pitonisa, demacrado y casi feo. La recordaba más bonita, pero era ella, seguro.

-¿Qué quiere? –dijo.

-¿No me reconoces? Me echaste las cartas hace dos meses más o menos.

-Váyase por favor –fue la respuesta de la bruja-, no es un buen momento para que hablemos.

La mujer intentó cerrar, pero Nico se apresuró a empujar con fuerza la gruesa puerta de madera con sus dos manos, el frágil cuerpo de la pitonisa salió impulsado hacia el interior de la casa cayendo de culo. El hombre entró y miró a la joven bruja, allí, sentada a sus pies…, el divorcio, la cárcel y todo empezó con las malditas cartas, todo pasó por su mente con desgarradora rapidez.

-Escúchame bruja –gruñó Nico esta vez-, he venido aquí a qué me quites el hechizo y no me iré sin que lo hagas.

-No..., no…, no hay ningún hechizo –su voz cada vez era mas trémula- las cartas hablaron y ÉL está aquí, se tiene que ir, se lo suplico.

Nico hizo caso omiso a las suplicantes palabras de la mujer y se inclinó sobre ella, la cogió de los hombros elevándola como a un fino arbolito que quedo plantado ante él, temblando como si fuese movido por una sofocante brisa.

La luz de la ventana pareció perder intensidad. Encogerse.

“¡¡Boom!!” el ruido pareció descender la escalera como un maloliente eructo. En lo alto, en el rellano, estaba la sombra, la enorme sombra que había visto minutos antes a través de la ventana, la sombra que había olvidado momentáneamente y que había conseguido subir las escaleras, al parecer, en un tiempo inverosímil. Ahora podía oír su respiración con mucha más nitidez. Era una respiración silbante y podrida.

Instintivamente, Nico miró hacia atrás. La puerta continuaba abierta.

Pero por algún maldito motivo parecía estar inmovilizado. Se quedó mirando a la deformada y gigantesca forma que empezó a bajar las escaleras, los peldaños empezaron a crujir dolorosamente forzados por el peso de aquella cosa.

-Osas perturbar mi morada –escuchó las palabras claras, aunque envueltas en un sonido que no parecía provenir de ningún ser vivo.

Entonces el olor se hizo insoportable.

Miró a la bruja. Por última vez. “Le dije que se fuese”. Giró su cabeza, la puerta estaba abierta y fuera relucía la claridad del día. Pero al instante, esa claridad pareció ser cubierta por una negra nube, era la forma. Había bajado, pero no podía ser, era imposible que aquella mole deformada tuviese capacidad para moverse tan rápidamente. Pero allí estaba, a punto de bajar su pie, más grande que el propio torso de Nico, del último escalón.

Comenzó a dirigirse hacia el, sus pisadas sonaban como sonoros zambombazos.

Pero aún tenía tiempo, saldría de allí y les denunciaría. A la bruja por estafa y a… lo que fuese aquello por…

La pitonisa le miraba con ojos aterrorizados, pero Nico ya no la prestaba atención. “no debiste molestar al hijo del nigromante” creyó escuchar.

Debía de salir de aquella casa. “¡BOM!” La puerta se cerró impulsada como si hubiese explotado una granada cerca de ella. Nico dirigió su mirada a la forma. Pudo contemplarlo… sólo durante unos segundos porque el terror invadió su cerebro y apagó su vista, pero continuó tragando su pestilente aliento  “…el hijo del nigromante” había dicho la bruja.
La deformada mano del ser se alargó y sus dedos gruesos, ásperos y rebozados en sangre seca, atraparon el cuello de Nico que sólo sintió como sus huesos y venas se contraían hasta limitar la entrada de aire a sus pulmones, pero no perdió el conocimiento, pudo sentir como el ser tiraba de él y comenzaba a subir las escaleras arrastrándole por la sucia madera de los escalones sin prestar la mas mínima atención a sus angustiosos lamentos y suplicas.

 

 

                                                     FIN