Los nuevos
amigos
Sofía llegó al Parque del Retiro con su pequeña bolsa de deporte al hombro
ya avanzada la tarde, después de haber paseado sin rumbo fijo por aquella zona
de la ciudad. El parque madrileño estaba abarrotado de gente y de pequeños
grupos de títeres y actores que a su manera, festejaban y daban un último y
ruidoso adiós al verano. La joven había caminado lentamente desde el
apartamento, envuelta en el calor e inmersa en un mar de dudas y desolaciones.
Con su mente muy lejos de su cuerpo. Sin pensar en que alguien le pudiese estar
buscando. Se sentía triste, depresiva y sola, muy sola y desamparada, y para
colmo, el recuerdo de Alex muerto le atormentaba a cada instante. Había hecho
un terrible esfuerzo desde que llegó a España por superar aquel cruel castigo
que le había impuesto su propio padre y que le había hecho rozar el borde de la
desesperación en más de una ocasión. Lo consiguió superar con resignación,
pasando por momentos de increíble amargura, pero había intentado ser fuerte,
sin quedarse agazapada en ningún rincón como le aconsejó Alex en aquellos
primeros días, y cuando empezaba a sentir algo de felicidad...
Su consejero estaba muerto y tenía que obligarse a aceptarlo, o buscar ese
mísero rincón donde acurrucarse y morirse de asco y de pena, y si era verdad lo
que había dicho Alex en sus últimas palabras de que alguien la quería matar,
fuese quien fuese, facilitarle la labor y esperar a que lo hiciese. En aquellos
momentos no sentía ningún miedo ni respeto por la muerte.
Se sentó en un banco, mezclada con otras personas, sin prestar la mas mínima
atención a los vistosos y coloridos grupos de mimos que sobre todo hacían las
delicias de los niños y sin mirar a la gente que en gran numero paseaba por el
parque, en contra de lo que hizo aquel día en la compañía de Alex y llena de
felicidad en el que no perdió detalle de todo lo que sucedía a su alrededor; su
rostro esta vez, tan solo reflejaba una tristeza y amargura que la joven solo
podía disimular agachando la cabeza y mirando hacia el suelo.
Enseguida empezó anochecer. Los días largos en los que el sol brillaba
hasta las diez de la noche habían quedado atrás, pero las temperaturas que
recibían a la noche aun eran agradables.
Casi aturdida e inconscientemente, había tomado una decisión sin saber si
sería capaz de llevarla a cabo.
Alex, en sus últimas y borrosas palabras, también había nombrado a Shirko y
Barcelona, y aquella extraña palabra, Pasagess. Quizá había querido decir que
Shirko estaba en aquella ciudad. No era una idea descabellada, pues su padre
también podría haber querido castigar al joven con el que ella se había
escapado y haberle traído hasta España para que cumpliese algún indeseoso
castigo.
Iba a ir a Barcelona, no porque pensase en encontrar a Shirko, ni ser
feliz, ni nada de eso, simplemente no quería estar ya en Madrid y no sabía que
otra cosa podía hacer en aquella ciudad que no fuese la que tantas y tantas
veces había imaginado de ir a la policía y que ellos decidiesen lo que hacer
con ella, que no sería otra cosa, que la de mandarla nuevamente a Rusia donde
su padre la estaría esperando y todo volvería a empezar.
Si alguien la matase, todo terminaría de una vez, pero si alguien, fuese
quien fuese, la encontraba y la obligaba a continuar con la vida que había
llevado en aquellos últimos meses, estaba segura de que ya no podría
soportarlo.
Llegaría a Barcelona y si fuese necesario buscaría trabajo nuevamente como
una marginal prostituta, pero esta vez ganando dinero. Ahorraría, intentaría
preguntar por Shirko en algún sitio y si no le encontraba, se informaría como
fuese de como poder viajar hasta Bulgaria, hasta Sofía. Allí intentaría buscar
vestigios de la familia de su madre a los que apenas recordaba, quizá alguien
la recordase a ella y le ofreciesen algún lugar donde poder vivir
tranquilamente, en paz.
Allí, donde había pasado sus años más felices al lado de su madre,
intentaría rehacer su vida.
Todo lo había planeado con su mente completamente borrosa y su alma
totalmente falta de esperanza y de ilusiones por vivir, pero aun así, se había
forjado un plan e iba a intentar llevarlo a cabo.
Pero para empezar, no tenía ni idea de cómo ir a Barcelona.
Estuvo un rato sentada en el parque, intentando aclarar sus numerosas dudas
y preguntas. Pero todo estaba embarullado en su cabeza y mezclado con un gran
dolor en el corazón que no la permitía ver las cosas con claridad. Se levantó y
comenzó a andar lenta y cansinamente entre la gente que ya en menor número,
comenzaba a abandonar el Retiro.
La noche se hizo enseguida y aunque las temperaturas nocturnas eran bajas
en contraste con las del día, todavía se podía pasear en manga corta, aunque ya
había gente que se ponía un jersey o una chaqueta.
Sofía no sentía ni pizca de frío a pesar de que tan solo llevaba puesta una
fina blusa de manga corta. Bordeó el estanque cuyas aguas empezaban a estar
negras y tranquilas, y salió del parque poco antes de que este cerrase sus
puertas, sin ser vista por algunos de los ojos que a esas horas ya la buscaban por
la zona, desembocando en una transitada avenida, la cruzó y deambulo por calles
más bien solitarias, y como no, la idea de que un buen combinado de whisky con
coca cola le haría sentirse mucho mejor, llegó a su cabeza.
Pasó por debajo de un cartel luminoso con una clara forma de arco iris y un
letrero en el que se leía claramente en letras de colores “Disco Bar”. Sofía no
lo pensó mucho y entró en el local. No habría más de quince personas, todas
ellas gente joven, que en parejas o en grupo tomaban algo y hablaban
alegremente, era septiembre y aun había gente disfrutando de sus vacaciones.
Sofía se arrimó a la barra y enseguida se acercó a ella una joven mujer que
al parecer hacia las veces de camarera. La chica la saludó muy sonriente y le
preguntó que deseaba tomar. La joven rusa sonrió dulcemente --quizá no sabía
hacerlo de otra manera-- y pidió un whisky con coca cola en un muy buen
español, aunque todavía se notaba en su pronunciación que no era nativa del
país.
Terminó de bebérselo y pidió otro, ante la atenta mirada de un grupo de
jóvenes cercanos a ella. El alcohol añadido de aquel último cubata, hizo que
por fin se serenase su alma y sus ánimos se empezasen a elevar. Notó como los
pensamientos fluían en un gran número, aunque de manera un tanto alocada, por
su cerebro. ¿Cómo podría llegar a Barcelona? ¿Debía coger un taxi que la
llevase directamente y una vez allí, buscarse la vida? No creía que eso fuese
una buena idea, aun no tenía muy claro el valor de la moneda de aquel país,
pero había contado poco mas de cien euros en su bolsillo y un taxi hasta
Barcelona podría ser caro y debía de estirar todo lo posible ese dinero hasta
que tuviese oportunidad de ganar algo más. Suponía que Madrid y Barcelona
estarían bien comunicadas mediante tren, avión o autobús, pero no tenía ni idea
donde estaría el aeropuerto o la estación más cercana. Podría preguntar a
cualquiera e ir andando o coger un taxi que la llevase hasta la estación más
próxima que tuviese destinos a Barcelona y una vez allí, preguntando no tendría
problemas para coger el autobús, tren o lo que fuese, pero ¿y si una vez en la
estación era obligatorio identificarse para poder sacar un billete? Ella no
podía identificarse de ninguna manera, ¿llamaría alguien entonces a la policía?
No podía dar respuesta a esas preguntas. ¿Debía de arriesgarse e ir
directamente a una estación e intentar sacar un billete para Barcelona? Cuanto
deseaba en aquel momento el haber hecho alguna amiga o tener algún conocido que
la pudiese asesorar y aconsejar sobre todas aquellas dudas.
Muy tristemente, pensó otra vez en Alex y nuevamente se apoderó de ella un
punzante dolor y un sentimiento de infinita tristeza y soledad muy cercano a la
desesperación. Cogió su vaso y de un trago apuro casi por completo su copa. No
conocía a nadie allí que le pudiese ayudar... Por un instante, una pequeña duda
voló por su cabeza como una ráfaga de aire fresco... ¿O si conocía a alguien?
¡Claro que si conocía a alguien! Los clientes del chalet. Aquel verano, algunos
de aquellos clientes con los que había entablado una cierta “amistad”, le
habían dado sus números de teléfono y aunque ella pensaba que nunca los
utilizaría, los apuntaba en una pequeña agenda donde tenía anotados los números
que le podían ser útiles, el del piso, el de los móviles de Alex y sus
compañeros, el de Denis. No sabía si querrían ayudarla, pero le parecía mejor
opción una llamada telefónica a uno de aquellos hombres, que preguntar al
primer desconocido que viese por la calle sobre cuál sería la mejor y más
barata forma de viajar por España de un lugar a otro y si se necesita
identificación para hacerlo. Haría aquella llamada. No tenía nada que perder.
Bastante más animada, pensó que lo intentaría a la mañana siguiente pues ya
no eran horas de molestar a nadie y menos para que una joven y, hasta hacia muy
poquito tiempo prostituta, llamase a un honrado caballero para pedirle su
ayuda. Ahora debía preocuparse en buscar un sitio para dormir y descansar a ser
posible, pues a pesar del “puntillo” que le hacía estar más animada y pensar
menos en todo lo negativo, también había llegado la claridad física, que no era
otra que el sueño y lo agotada que se encontraba.
Llamó a la camarera haciendo un gesto con la mano, quizá aquella chica que
parecía simpática podría informarla de algún sitio cercano donde poder pasar la
noche.
-¿Te puedo hacer una pregunta? -dijo cuando la camarera estuvo en frente
suyo al otro lado de la barra-. Es que no soy de aquí y estoy completamente
desorientada.
-Claro -sonrió la chica.
-Me podrías decir si hay por aquí algún hotel pequeño -Sofía puso cara como
de no saber muy bien cómo explicarse.
-Un hotel pequeño -repitió la camarera mas sonriente-, te refieres a una
pensión o un hostal.
-No sé qué es eso -admitió Sofía.
-Llevas poco tiempo en España verdad. Pues mira, es como dices tú, un hotel
pequeño y más barato.
-¡Ah! -exclamó la rusa haciendo un gesto de asentimiento y muy sonriente-,
eso es lo que quiero.
Sin saber porque, Sofía se sintió mucho mejor después de cruzar aquellas
pocas palabras con la camarera que le explicó cómo llegar a una pequeña pensión
a unos cuantos metros de allí, cercana a la calle Doctor Esquerdo.
Por un momento, se olvidó de sus penas y esperó a que la chica le
devolviese el cambio del billete que le había dado para pagar su bebida. Quizá
también le pudiese pedir información sobre cómo podría llegar a Barcelona.
-Perdona -escuchó que decía una voz juvenil y masculina muy cerca de ella.
Sofía se giró y vio un hombre joven, probablemente poco mayor que ella,
moreno con el pelo corto y bastante atractivo, que la miraba sonriente con unas
pupilas brillantes.
-Veras -continuó el chico señalando a sus dos amigos que detrás suyo
miraban muy expectantes-, no hemos podido evitar oírte que llevas poco tiempo
aquí y sin que pienses mal de nosotros, queremos ofrecernos por si necesitas
unos guías para ver Madrid y sino, por lo menos saber el nombre de una chica
tan guapa.
No pensó si aquel chico con aquellas palabras tan solo quería ser simpático
con ella, solo notó como una parte de su cerebro de la que nunca antes en su
vida había sentido su presencia, le hizo pensar en que hasta hacia tan solo
unas horas, había sido una puta cualquiera a disposición de cualquier hombre y
que siempre lo llevaría escrito en la cara, y que aquel cabrón que tenía en
frente tan solo quería follar con ella. ¿Estaba cambiando tal vez? ¿Aquella
asquerosa vida la estaba haciendo cambiar? No quería cambiar, si de algo había
estado segura en toda su vida, era que la gustaba ser tal y como era, aunque
las cosas no fuesen por la senda que ella deseaba, pero ¿qué podía hacer ahora?
todas sus fuerzas estaban puestas en intentar seguir viviendo y no le quedaba
ninguna para luchar contra ese nuevo problema.
Su fiel escocés, o quizá su propio subconsciente martirizado por el
sangrante dolor que el recuerdo de la muerte de Alex producía en el alma de la
joven y que deseaba guardarlo o abandonarlo cuanto antes en un oscuro rincón,
fue lo que casi con toda seguridad la hizo cambiar su respuesta final en vez de
contestar airadamente como pensó en un principio.
Una melancólica sonrisa se dibujó en su boca y miró con simpatía al joven.
-Sofía -dijo-. ¿Y tú?
-Paco -contestó el atractivo joven con una voz áspera y segura al igual que
su rostro, aunque al mismo tiempo afable y conciliadora. Se aproximó a la joven
y le dio dos suaves besos en sus mejillas-. Nosotros somos del barrio y
conocemos a una señora que alquila habitaciones a buen precio y en buenas
condiciones, si te interesa podemos hablar con ella.
Una vez oculto de una manera un tanto falsa el recuerdo de Alex y con él,
gran parte de su mal estar emocional, Sofía en muy poco tiempo, dio carpetazo a
su supuesto recién estrenado mal carácter y decidió que no tenía nada que perder
por entablar amistad con aquellos chicos y quien sabía si ellos la podrían
ayudar en su intento de llegar a Barcelona.
Paco enseguida llamó a sus dos amigos e hizo las presentaciones que la
joven aceptó algo tímida; la chica pensó que aquellos jóvenes podían suponer
una nueva experiencia en su vida en España y tal vez beneficiosa en su actual
situación. Sin duda eran españoles, jóvenes de su edad que seguramente solo
pensaban en divertirse y en ligar con chicas, muy diferentes a los hombres con
los que había tratado en el club, ya que en contadas ocasiones se presentaban
jóvenes como aquellos en el chalet, y cuando lo hacían, era en grupos que
tomaban alguna bebida y se reían mucho y rara vez invitaban a una copa a las
chicas o pasaban al reservado con ellas.
Sin apenas darse cuenta, la joven rusa se vio caminando en compañía de los
tres chicos en busca de la señora que alquilaba habitaciones.
Los jóvenes no dejaron de atosigarla durante todo el trayecto con preguntas
sobre su país, cuánto tiempo llevaba y que tal la iba en España, si la gustaba
estar aquí, sobre su ocupación; por suerte para ella, apenas le daban tiempo
para contestar muy brevemente con una sonrisa incluida. Enseguida fue el propio
Paco quien intentó entablar una conversación de una manera más seria y más
intima con ella y el que primero se detuvo junto a un pequeño portal y apretó
el botoncito del portero automático que había bajo un pequeño letrero donde se
podía leer la palabra “camas”.
-Conocemos a la señora Ángela desde que éramos unos enanos así -explicó
Paco con una risueña sonrisa y con su voz increíblemente segura, a la vez que
con su mano abierta señalaba una altura de poco más de un metro-. Seguro que no
hay ningún problema para que te alquile una habitación.
Subieron por el antiguo y ruidoso ascensor hasta el segundo piso donde los
atendió una señora entrada en años, con una muy recién permanente en su corto
cabello grisáceo y con un aspecto saludable, y que a todas vistas, si conocía a
los tres jóvenes. Les saludó amablemente y les invitó a pasar al espacioso
piso, y enseguida, Paco le explicó que su nueva amiga buscaba una habitación
donde pasar sus primeras noches en Madrid.
Ángela miro a Sofía mientras su rostro tornaba a volverse algún grado menos
amable.
-¿Y para cuantas noches quieres la habitación guapa?
La pregunta le pilló totalmente desprevenida, realmente, ¿cuántas noches
iba a necesitar? Iba a ir a Barcelona, eso lo tenía claro, o al menos lo
intentaría, pero ¿cuando pensaba hacer la llamada a uno de los clientes del
chalet para obtener la información de cómo viajar hasta allí? ¿A la mañana
siguiente? ¿Y si la información obtenida no le permitía viajar de manera
inmediata y necesitaba pasar en Madrid alguna noche más?
El momento se le hizo eterno a la joven que percibió claramente las miradas
impacientes de Paco, los amigos, y sobre todo de la señora Ángela.
-Para dos noches, creo... -dijo titubeante intentando luchar contra
aquellas nuevas dudas que se habían instalado con fuerza en su cabeza; pero...,
ahora tenía aquellos nuevos amigos y quizá ya no debería hacer la
comprometedora llamada a los clientes que probablemente ya ni se acordarían de
ella. Una nueva ráfaga de aire fresco llegó a su mente y enseguida se mezcló
con la tranquila y turbadora neblina de los escoceses tomados aquella
noche.
La mujer hizo un gesto de asentimiento y les condujo a un confortable y
amplio cuarto de estar. Sacó una tarjeta en blanco de un cajón y poniéndose
unas gafas, dijo:
-Me dejas tu carnet, bonita.
-No tengo carnet señora -dijo dubitativamente Sofía tras un nuevo silencio
mirando a sus nuevos amigo como si estos la pudiesen sacar del apuro-. Llevo
poco tiempo y...
-Vamos Ángela -interrumpió vigorosamente Paco-, la chica es nueva y está
intentando abrirse camino. No se lo compliques más. Además, nosotros
respondemos por ella -terminó diciendo a la vez que hacia un guiño de
complicidad y cogía cariñosamente los hombros de la mujer.
-No me des problemas niña -dijo la señora Ángela haciendo un gesto con su
mano-, conozco a estos jovencitos desde que eran niños y espero que no me
defrauden. Me tienes que pagar ahora 28 euros por esta noche y si mañana
decides quedarte otra noche me avisas con tiempo.
Sofía comprendió enseguida lo que quería decir la mujer, así que sacó el
dinero de su bolsillo y pagó la cantidad señalada.
Ángela cogió un llavero de plástico que representaba al pato Donald y que
contenía tres llaves, y nuevamente se puso a andar con los jóvenes detrás de ella.
Desanduvieron el pasillo por donde habían entrado y atravesaron la gruesa
puerta de madera que al parecer separaba la zona de la vivienda de la señora
Ángela de la zona donde se encontraban las habitaciones de los clientes.
-Esta es la habitación -dijo abriendo una de las puertas de la zona de
hospedaje. Pasaron a la no demasiada ornamentada habitación, aunque limpia y
con un agradable olor-. Esta es la llave de la habitación y estas otras, una la
del portal y otra la de aquí arriba.
Ángela entregó el pato Donald con las llaves a Sofía que echó una primera
mirada a la confortable cama donde podría tumbarse y llorar hasta que
consiguiese resignarse ante su suerte. Debían de ser bastante más de las once
de la noche y después de un buen rato sin tomar un trago de alcohol, la euforia
empezaba a bajar considerablemente como le pasaba a menudo durante sus jornadas
en el chalet. Durante aquel verano y desde aquel primer día en el antro, había
descubierto que le gustaba tomar alcohol porque casi siempre actuaba en ella de
la misma manera, enseguida la hacía sentirse eufórica y con una incuestionable
seguridad de que aquella vida era pasajera haciéndola pasar de una manera más
llevadera su jornada laboral.
La tentación de tumbarse en ese mismo instante en la cama desapareció de
inmediato cuando volvió a escuchar la segura voz de Paco.
-Ya tienes habitación. Ves como no era tan difícil. Ahora te vendrás con
nosotros a tomar algo por ahí y a ver un poco Madrid. No te puedes negar.
Claro que no se podía negar; la joven pensaba que estaba en deuda con
aquellos chicos por haberla ofrecido su ayuda y sin duda, a los que podría
pedir más ayuda. No se lo pensó dos veces y dijo:
-Claro, dejo mis cosas y tomamos algo.
-Te esperamos en el bar que hay junto al portal.
-Bueno guapa, que te vaya bien en Madrid -añadió Ángela.
Sofía se quedó sola en la habitación y sin perder demasiado tiempo, se
refrescó la cara con agua fresca, se cambió alguna de sus prendas y después de
contar sus reservas económicas que ya habían empezado a reducirse de manera
notable, bajó a la calle en busca de sus nuevos amigos.