La habitación de
la Sra. Ángela
La chica abrió los ojos y recorrió lentamente, con una mirada mortecina,
aquella habitación en la que entraba abundante luz a través de la ventana
totalmente abierta, pero sin conseguir ver nada claro, todo le daba vueltas.
Empapada en sudor la invadió un frío intensísimo. ¿Dónde estaba? No tenía
ni idea ni quería saberlo. Nuevamente su cuerpo quedó aletargado por el sueño.
Se vio en su casa de Moscú, jugando y riendo con su hermana pequeña, Natalia,
hija de la mujer que había ocupado el sitio al lado de su padre poco después de
que éste fuese abandonado por la madre de Sofía.
Sofía sentía adoración por aquella niña. Ella y la pequeña miraban a través
de la ventana del salón al exterior, donde en un cielo azul pálido y
completamente limpio, el sol brillaba con la intensidad que puede hacerlo en
aquella parte del planeta en un día de una primavera recién estrenada. Todavía
se notaban claramente por todos los rincones del jardín, los restos esparcidos
de la última nevada caída sobre Moscú.
Fuera, en el jardín, Dox permanecía sentado y movía su cola removiendo la
capa de nieve que en pequeños trozos, salía volando en todas las direcciones,
mientras que con sus patas delanteras pateaba el suelo como si de un bailaor de
flamenco se tratase. Miraba, con una mezcla de ansiedad, cariño y reproche,
como las dos chicas reían y le hacían burla al otro lado del cristal.
-Dox, no puedes pasar porque ensucias toda la casa. Vete a tu caseta
-ordenaba Sofía alegremente.
-Vete a tu caseta, Dox -repetía su hermana con su bonita y tierna voz
infantil.
El perro, al ver mover los labios de las dos personas a las que sin duda más
amaba en el mundo, y privado momentáneamente de estar junto a ellas recibiendo
sus caricias y achuchones, salió corriendo de improvisto alocadamente, poniendo
sus tiesas y puntiagudas orejas en posición horizontal y moviendo su rabo como
un poseso, y tras dar una vuelta completa alrededor de la casa, se volvió a
sentar nuevamente frente a la ventana, mirando a las dos hermanas con la misma
expresión, esta vez jadeando y con la lengua fuera. Ellas se levantan entonces
y se ponen sus abrigos, dispuestas a salir a la calle a jugar un rato con el
perro, pero de repente, de una siniestra manera, todo comienza a hacerse
borroso, muy lentamente, hasta que la oscuridad va invadiéndolo todo y como si
de una malévola magia se tratase, Sofía abre sus ojos y nuevamente aparece en
aquella habitación.
La joven recordó todo de inmediato y sintió como si le clavasen un enorme
cuchillo de cocina en mitad de su pecho, desgarrándola poco a poco todas las
entrañas de su cuerpo hasta llegar a su corazón.
Todo había sido un maldito sueño y no se encontraba en su casa junto a su
pequeña hermana y a su perro. Se encontraba en aquel odioso país donde la
habían llevado y la habían obligado a arrastrarse por aquel espeso fango.
Enseguida vio en su mente todos los últimos y amargos sucesos. La dolorosa
y terrible muerte de Alex después de advertirla que estaba en un grave peligro
y nombrar a su añorado Shirko junto con la lejanísima ciudad de Barcelona, como
había deambulado por Madrid y decidido después, emprender viaje a Barcelona,
para lo que había decidido pedir ayuda a uno de los clientes que conoció en el
chalet; como después había conocido a aquellos tres chicos y se había ido con
ellos a tomar unas copas y después...
Después apenas lo recordaba. Si estaba segura de haber bebido muchas cosas
diferentes y fumado de aquel extraño cigarro y uno de los chicos..., Paco la
había besado y...
No recordaba mucho más. Intentó incorporarse y sin darle tiempo para nada,
su cabeza pareció deslizarse por la montaña rusa más grande del mundo al mismo
tiempo que una bocanada de arcadas le hicieron expulsar gran cantidad de
líquidos que iban dejando un denso sabor amargo en su garganta, empapando las
sabanas y gran parte de su cuerpo desnudo de aquel pringoso revuelto. Tosió.
Todo fue desconcertante para ella en ese instante, sentía su boca llena de un
insoportable sabor amargo y sus ojos, llenos de espesas lagrimas, apenas le
permitían ver nada a su alrededor.
Hizo un nuevo intento de levantarse. La cabeza parecía estallarla, pero las
arcadas habían bajado en intensidad después de haber vomitado. Consiguió
sentarse en el borde de la cama. Intentó limpiarse los ojos aguados y
serenarse. Se llevó las manos a la cabeza como intentando sofocar el agudo
pinchazo que sentía en su interior. En su boca empezó a mezclarse con el mal
sabor, una resecura que hacía que le escociese el paladar. Intentó ponerse de
pie muy despacio, luchando para que el mareo le permitiese dar algún paso.
Debía de tomarse una pastilla inmediatamente. Un nuevo pinchazo sacudió a
Sofía, pero esta vez no fue físico. Las pastillas habían quedado en el piso de
la calle Estrella. ¿Cómo iba a soportar aquel dolor? Al menos intentaría beber
agua. Recordó que el servicio estaba fuera de la habitación, en el pasillo.
Intentaría llegar hasta allí como fuese. Por fin, sus ojos le dieron una
nublada visión de su cuerpo. Estaba medio desnuda, con las bragas rotas a medio
bajar. No quiso pensar, ni pudo, el porqué se encontraba en aquella situación.
Tenía todo el pecho y su brazo derecho empapados de las bilis que había
expulsado minutos antes. No tuvo tiempo de agachar más su cabeza. Su estomago,
a la velocidad de la luz, expulsó por su boca como si de una fuente se tratara,
una nueva cantidad de liquido y bilis, mojando nuevamente su cuerpo y parte del
suelo. Sofía se vio obligada a tirarse prácticamente al suelo por un nuevo
mareo. Quedó de rodillas junto a la cama y apoyó su cabeza en el colchón. Nunca
se había encontrado tan mal, ni siquiera cuando la agresiva gripe la atacaba en
los inviernos del internado y su cuerpo ardía en fiebre durante dos o tres
días, y mucho menos por las resacas producidas durante el verano por el
placentero escocés que había conseguido hacerlas perfectamente
llevaderas. Aquello no se parecía en nada. Se puso a llorar, pero esta vez no
porque los recientes malos recuerdos y los pesares de su desdichada vida en
España aflorasen, más bien porque deseaba con toda su alma que aquel lamentable
estado en el que se encontraba, la abandonase cuantos antes. Quedó inmóvil,
luchando contra los contingentes que su propio cuerpo le mandaba por haber
abusado de una manera exagerada del alcohol y otras sustancias. No se dio
cuenta en qué momento el sueño volvió a invadirla por completo.
Volvió a despertar algo sobresaltada, pero esta vez no había soñado y más
claramente, recordó enseguida donde estaba y la impresionante resaca que la
invadía. No sabía cuánto tiempo habría podido dormir, pero sin duda, la
claridad del sol era bastante más débil en la habitación que cuando despertó
por primera vez.
Se apoyó con sus manos en la cama e intentó levantarse, preparándose para
una nueva envestida de su organismo, pero esta vez, tan solo sintió un ligero
mareo y unas náuseas mucho más suaves que las que le habían hecho vomitar,
aunque el dolor de cabeza todavía era bastante fuerte. Por lo visto, aquel último
sueño la había ayudado bastante para apaciguar en parte la infernal resaca. Miró
su reloj de pulsera con una vista mucho más clara; las ocho menos cuarto, ¿qué
hora seria cuando despertó por primera vez con el infierno dentro de su cuerpo?
Seguramente por la mañana. Sin duda, aquellas últimas horas de sueño habían
servido para que su organismo se regulase en cierta medida. Continuaba teniendo
un intenso escozor en su boca producido por la resecura y ahora, notaba con
intensidad continuos apretones que le indicaban que debía de descargar sin pérdida
de tiempo residuos por ambos conductos de su cuerpo. Se volvió a mirar. Su
estado era lamentable, pero no debía de perder tiempo. Terminó de incorporarse
y viendo que la resaca mucho más floja le permitía moverse con cierta
facilidad, se puso los pantalones que estaban tirados en el suelo y la blusa
con dos botones desgarrados. Más tarde intentaría recordar que había pasado. Se
asomó con cuidado al pasillo como si no quisiese ser vista por nadie, y entró
rápidamente al cuarto de baño.
Bebió agua del lavabo en un vaso de plástico con cierta precaución de no
enfadar demasiado a su agresivo estomago, expulsó los residuos y se dio una
larga ducha en el minúsculo aseo, hasta que se sintió completamente limpia.
Volvió rápidamente a la habitación sin poder evitar que la tristeza nuevamente
hiciese acto de presencia recordándole el incierto futuro que le esperaba por
delante. Además, sus braguitas rotas y su blusa desgarrada le llevaban a pensar
que nada bueno había sucedido la noche anterior con uno de aquellos chicos, con
Paco seguramente. No se acordaba de nada, tan solo de algún beso, pero deseaba
que aquella locura no le hiciese aumentar aún más sus problemas.
Comenzó a vestirse con ropa limpia mientras se percataba al fin, del
pestilente olor que había en la habitación a vómitos y podredumbre, ¿qué diría
la señora Ángela cuando viese todo aquello? Se sintió avergonzada. Unos golpes
en la puerta la sobresaltaron. Alguien llamaba. Terminó de abrocharse los
cordones de sus deportivas rápidamente.
-Ya voy -dijo débilmente con su dulce voz, ahora pastosa y entrecortada. Se
levantó y lentamente abrió la puerta.
Allí estaba aquel chico, Paco; sin saber porqué, Sofía sintió una rabia
inmensa que intentó contener, sonrió y dijo:
-Hola.
-Hola guapa ¿qué tal has dormido? Me ha dicho Ángela que no has salido en
todo el día de la habitación. ¿Estás bien?
-Es sólo la resaca. No estoy acostumbrada a beber tanto como lo hice anoche.
Pero ya estoy mejor.
-Me alegro mucho. ¿Vamos a salir a tomar algo? -preguntó Paco como si nada
hubiese sucedido la noche anterior.
La joven se sintió pasmada, enfurecida, ¿qué pasaba con aquella persona?
Sin duda algo entre los dos había pasado por la noche, ¿habían hecho el amor?
Ella no lo recordaba y si hubiese sido así, ese chico guaperas, seguro de sí
mismo, prepotente, que en aquel momento tenía en frente suyo, se había
aprovechado de ella. Eso le dolió mucho más que todas las veces que había
pasado a “follar” con algún hombre en el tiempo que permaneció en el chalet.
-Claro, termino de vestirme, ¿vale? -dijo conteniendo la rabia de una
manera perfecta, para su sorpresa.
Paco hizo intento de pasar, pero Sofía dio un paso atrás y cerró un poco más
la puerta.
-¿Me esperas en el bar de abajo?
-Bueno -dijo Paco con la sorpresa y el enfado impregnados en su voz.
Sofía cerró la puerta y comenzó a recoger todo aquel desaguisado, hizo una
bola con las sabanas sucias y lo apartó en un rincón. Miró los restos de
vómitos que cubrían gran parte del colchón y formaban pequeños charcos en el
suelo y murmuró:
-Lo siento señora Ángela.
Recogió sus pertenencias en su bolsa de deporte y esperó unos minutos.
Abandonó la habitación sin despedirse de la señora Ángela y bajó a la calle con
notables restos de la resaca en su interior, sobre todo dolor de cabeza.
La noche ya se había hecho en Madrid.
Sofía comenzó a andar en dirección contraria a la que se encontraba el bar
donde la noche anterior había quedado con los tres chicos y donde a buen
seguro, la estaría esperando Paco.