El niño Juan
En realidad, Sofía estaba más animada. Tal vez no fuese que había olvidado
todos sus agobios, temores y dudas de golpe, sino que la visita a la hermosa
ciudad maña y su basílica, le había hecho distraerse y apartar sus pesares
momentáneamente y quizá, volver a retomar en su atolondrada mente, la idea de
que la vida en cualquier instante, puede deparar momentos gratificantes por los
que merezca la pena continuar viviendo con ilusión. Se había dado cuenta de que
aún quedaba dentro de ella una llama que le alentaba a vivir y le decía que
todo podía cambiar, que la vida era una continua sucesión de cambios y ella era
aún muy joven, y con muchas posibilidades de poder acometer buenos momentos y
buenas oportunidades.
Comieron en un pequeño bar cercano al río y el vino pareció animar a Sofía
definitivamente. Cruzó algunas palabras más con Fernando que también se animó y
recobró en parte sus sueños de aventura al lado de la chica, pero sin querer
hacerse demasiadas ilusiones.
Sofía, entre trago y trago, intentó inventarse una historia sobre su pasado
ante las incesantes preguntas de Fernando, ya qué tenía claro que no quería
contarle que era la hija de un gánster ruso obligada por él a prostituirse muy
lejos de su país. Y le pareció lo más sencillo inventarse una historia similar
a las muchas que había oído en el club y en el piso de la calle Estrella a
tantas y tantas chicas. Le dijo que había venido de su país escapando de la
pobreza en busca de una vida mejor y buscando un trabajo que le permitiese
vivir decentemente y ayudar económicamente a su familia en Rusia, pero al
llegar a España, se había encontrado con que aquí también era difícil
sobrevivir, y mucho más para los extranjeros que carecían de papeles y la vía
más cercana y más sencilla para poder sobrevivir y pagar un lugar donde poder
cobijarse, era la prostitución, en la que una mujer joven y atractiva tenía
muchas posibilidades de trabajar y de ganar mucho dinero.
-¿Y por qué abandonas Madrid? -preguntó Fernando al que la historia de
Sofía parecía haberle convencido.
La joven guardó silencio y bebió nuevamente de su vaso de vino intentando
dar al hombre una respuesta convincente.
-En Madrid cada vez me siento más explotada -dijo-, estoy cansada de hacer
esto. Quiero alejarme de todo esto, empezar una nueva vida lejos y en Barcelona
podría tener esa oportunidad, lejos del mundo de la prostitución.
Fernando la miró con cierta compasión y dijo:
-Una noche en Madrid, en el club donde trabajabas, me dijiste que echabas
de menos tu país y tú casa. ¿Por qué no vuelves? Según parece Rusia cada vez
levanta más el vuelo.
En realidad echaba de menos su país, mucho, pero no recordaba haberle dicho
eso a Fernando, ella intentaba que fuesen los hombres los que hablasen
preguntándoles sobre su vida e intentando escucharlos con atención y así,
mientras hablaban la dejaban en paz y no intentaban abalanzarse sobre ella como
si fuesen verdaderos pulpos, aunque indudablemente podría haberlo hecho a lo
largo de una de aquellas noches, a pesar de que intentaba no expresar sus
sentimientos cuando estaba con algún cliente y mucho menos hablar de su vida,
pero bajo los estimulantes efectos del whisky podría haber dicho muchas cosas
que no deseaba en más de una ocasión.
-Allí..., al menos en mi casa todo está igual de mal. Sería una boca más
para alimentar.
Sofía se levantó diciendo que iba al servicio, no quería seguir diciendo
mentiras y tampoco tenía ganas de hablar de su verdadera vida con aquel hombre.
Cuando regresó, Fernando ya había pagado la cuenta y la esperaba levantado. Él
mismo sugirió pasear nuevamente por la ciudad y ella aceptó con indiferencia.
Se alejaron nuevamente del río y según iban pasando los efectos del vino,
Sofía nuevamente volvía a sentirse desdichada y sobre todo cansada, muy
cansada.
-¿Quieres que busquemos un sitio para pasar aquí la noche? -sugirió por fin
Fernando cuando el sol empezaba a buscar refugio tras los edificios de las
calles de Zaragoza y viendo que la chica volvía a estar parca en palabras.
Durante los últimos minutos había desarrollado aquella idea con la intención de
ganar tiempo y decidirse por fin si continuaba con aquella aventura. Si a la
mañana siguiente la chica no parecía mostrar más ánimos, volvería
definitivamente a su casa.
-¿Aquí en Zaragoza? -preguntó ella sin demasiados ánimos.
-Sí, aún nos queda la mitad de camino hasta Barcelona y conducir de noche
sin conocer la carretera no me gusta nada, y de esta manera puedes descansar y
llegar a Barcelona con mas energías -terminó diciendo con una sonrisa Fernando.
La chica aceptó prácticamente con un silencio la idea del hombre y se
dirigieron a la zona donde se encontraba el coche aparcado para buscar una
pensión que les pillase cerca del vehículo.
Encontraron una pequeña, pero en apariencia, acogedora pensión en una larga
y estrecha calle a pocos metros del coche de Fernando. Reservaron las dos
habitaciones y salieron de la pequeña recepción a por el equipaje, Sofía sintió
frío meteorológico en su piel por primera vez desde que estaba en España. Había
anochecido rápidamente y soplaba una suave pero fresquísima brisa y su fino top
no era suficiente para protegerla de aquel fresco aragonés. Cruzó los brazos y
se encogió sin decir nada.
A la chica le pareció una buena idea cuando pasaron a un pequeño y casi
vacío bar de la zona para comer un bocadillo o alguna ración antes de irse a
dormir, no porque tuviese hambre, que no tenía nada, sino más bien porque
deseaba tomar algún combinado de whisky qué sin duda le iba a sentar muy bien.
Se pidió uno bien cargado ante la sorpresa de Fernando que la miraba con cierto
temor y preocupación, viendo como se bebía el whisky con notables ganas, sin
pinchar apenas de las raciones de calamares y patatas de la casa que les había
servido la pequeña señora ya entrada en años y de aspecto agradable que
regentaba la barra del bar.
Además de la señora, en el pequeño bar tan solo había dos hombres que no
dejaban de beber cerveza y reír exageradamente. Sofía apuró su bebida y pidió
otro combinado ante la cada vez mas sorpresiva mirada de Fernando que comía
calamares y patatas con bastantes ganas a la vez que bebía de su segunda
cerveza, y que no hubiese imaginado ni por lo más remoto que aquella dulce,
tierna y atractiva jovencita, bebiese cubatas de aquella manera, aunque hubiese
sido una prostituta.
La chica cogió su segundo cubata sonriendo con amabilidad a la señora del
bar que la miraba a su vez con cierta pena, y dio un primer trago sin fijarse
en la pareja que acababa de entrar en el bar. Un hombre, que seguramente rozaba
los cincuenta, de aspecto rudo y desaliñado, pasó al recinto empujando un
carrito en el que apenas se distinguía el bulto de lo que sería una muy joven
persona. Le seguía una mujer bastante más joven que él, seguramente rozando los
treinta años, de rostro feo, aunque con unos rasgos suaves que reflejaban una
triste y conmovedora indiferencia.
Fernando les miró con cierta alarma.
La mujer se volvió y dirigió unas palabras ininteligibles de amenaza hacia
la puerta. Enseguida entró un niño de unos ocho años que se parecía
inequívocamente a la mujer. Protestó amargamente con su voz infantil,
pronunciando de una extraña manera la cadena de palabras y se sentó resignado
en una silla, cruzando los brazos y apoyándose sobre una de las tres mesas que
poblaban el bar.
-Encima no cabrees que te pego una ostia... -amenazó la mujer
embarulladamente y con una pobre pronunciación.
-Déjale que esta noche se va a ir calentito a dormir -gruñó toscamente el
hombre.
Fernando continuaba mirando a los recién llegados con cierto temor mientras
apartaba el plato con los últimos calamares. Se le había quitado el apetito y
estaba seguro de que su guapa amiga no iba a comer más.
La mujer de la barra sonrió amablemente y saludó con simpatía a la pareja,
dirigiendo unas palabras de ánimo al niño, como si ya les conociese.
Sofía les miró con desgana por primera vez y sin saber porqué, recordó a la
simpática camarera de aquel club en el que pasó sus primeros días, y como
aquella mujer le ofreció su amistad, o al menos su apoyo. ¿Qué sería de ella?
Notó como se le formaba uno de aquellos asfixiantes nudos que desde que vivía
en aquel país, poblaban con cierta frecuencia su garganta, y rápidamente
intentó beber otro trago de su bebida mientras miraba como el hombre recién
llegado cogía en brazos al bebe del cochecito y le dirigía una amplia sonrisa y
unas tiernas palabras que contrastaban profundamente con las anteriores
amenazas al otro niño.
-Juan que quieres tomar -soltó de repente y nuevamente de una manera
embarullada la mujer.
-¡No quiero nada! -chilló el niño que permanecía sentado en la silla.
El hombre, sin mediar palabra, se acercó bruscamente al niño y le dio un
fuerte pescozón en la cabeza.
-Ahora si quieres vuelves a gritar -dijo y volvió a su sitio cogiendo con
ternura nuevamente al bebe.
El pequeño no lloró, tan sólo miró a la mujer que había bajado la cabeza, y
con ojos brillantes, sacó de una bolsa de plástico unas cuantas piezas cubicas
que parecían representar unos dibujos, las dejó sobre la mesa y empezó a
juntarlas sin demasiados ánimos.
Sofía observó con una infinita tristeza al niño y esta vez pensó en la
pequeña Natalia. Deseó con toda su alma que aquella niña estuviese bien y que
fuese feliz. Tragó saliva y se acercó al niño. La joven se acuclilló al lado
del pequeño y puso su mano sobre el respaldo de la silla ante la cada vez más
sorpresiva mirada de Fernando.
-¿Es un rompecabezas? -preguntó con una sonrisa al niño.
-Si -contestó éste al tiempo que volvía su cabeza hacia Sofía y la miraba
fijamente.
-A mí cuando era como tú de pequeña me gustaban mucho los rompecabezas,
¿quieres qué te ayude a formarle?
El niño hizo un lento gesto afirmativo con su cabeza y con un ánimo
renovado en su rostro, corrió su silla para dejar sitio a Sofía, que cogiendo
otra silla, se sentó a su lado.
Juan terminó de colocar con gran entusiasmo la última pieza del
rompecabezas y volvió nuevamente su cabeza hacia Sofía con una gran sonrisa de
satisfacción. Ella le sonrió igualmente satisfecha rodeándolo con uno de sus
brazos y dándole la enhorabuena.
-Toma Juan -escucharon como decía una voz y Sofía y Juan volvieron sus
cabezas hacia la mujer que tendía su mano al niño con una bebida.
Juan, sin prestar demasiada atención a la bebida que le ofrecía su madre,
dijo con una exaltada voz y con aquella extraña pronunciación:
-Mira mama hecho el rompecabezas.
La mujer sonrió a su hijo con infinita ternura. Sofía la miró y no pudo
evitar ver, que detrás de la sonrisa de aquella mujer, se ocultaba una
incomprensible amargura y desesperación por sólo Dios sabría qué motivos.
-Da las gracias a la señora por ayudarte.
-Ha sido él solo, ¿verdad Juan?
El niño miró con verdadero entusiasmo a Sofía.
-¿Quieres que hagamos otro? -preguntó.
Entonces, el hombre se acercó ya sin el bebe, al que había vuelto a tumbar
sobre el carricoche y dijo secamente:
-Juan, no molestes mas a la chica que tendrá cosas más importantes que
hacer que estar jugando contigo.
Sofía no supo que decir. Miró al hombre que le devolvía la mirada con
cierto desafío sin que ella comprendiese el porqué. Miró a Juan que volvió a
dejar apartado en un recóndito rincón de su mente el efímero entusiasmo y
volvía a tener un rostro lleno de desilusiones e indiferencias, igual que la
madre, que nuevamente con su cabeza agachada, parecía completamente indiferente
a todo lo que le rodeaba.
-Guarda ya el rompecabezas y bébete la coca -dijo la mujer.
El niño se levantó y después de guardar lentamente el juguete en la bolsa,
fue junto a su madre. Cogió su coca cola y se acercó al cochecito mirando con
indiferencia al bebe que parecía dormir.
-Sofía, ¿nos vamos? -la joven volvió la cabeza sorprendida. Fernando estaba
ya a su lado con inocultables ganas de marcharse de aquel lugar. Ella hizo un
gesto afirmativo con la cabeza y se levantó de la silla.
Fernando salió del bar apresuradamente y sin despedirse, seguido de la
chica que se detuvo junto a Juan que ya no le prestaba atención y estaba sumido
en un extraño ritual de gestos con sus brazos, al lado del cochecito.
-Adiós Juan -dijo dulcemente Sofía poniendo una mano sobre la cabeza del
niño. Entonces, el niño pareció despertar de un estado de hipnotismo y miró a
la chica como si se tratase de un buen amigo al que no veía desde hacía mucho,
mucho tiempo. Sin decir palabra, acercó su boca a la cara de la joven que se
agachó para que el niño la besase en la mejilla. La rusa se volvió con una
extraña alegría y no pudo evitar que su mirada se encontrase con el feo rostro
de la madre en el que unos profundos ojos, le devolvían la mirada reflejando
una conmovedora y profunda tristeza.
Sofía apenas durmió aquella noche y no porque la cama de la pensión fuese
incomoda. Un gran número de pensamientos no dejaban de rondar por su cabeza y
el recuerdo reciente de aquel triste niño y su madre encabezaban todos ellos.
Intentaba imaginar qué clase de vida llevaba y llevaría aquella mujer y sus
hijos junto a aquel hombre y por más vueltas que lo daba, sólo conseguía ver
penuria y pesar. ¿Qué le depararía el inmediato futuro a esa mujer
completamente resignada e indiferente ante la vida? ¿Y al niño? Sin duda la
vida era ingrata para mucha gente y aquella mujer y su hijo tan sólo eran un
ejemplo. Ella misma estaba amargada y hundida por cómo le había tratado la vida
durante muchos años y en especial en aquellas ultimas semanas, y aunque todo en
sus dieciocho años no había sido fácil, había conseguido aguantarlo y ser más o
menos feliz intentando disfrutar al máximo de las escasas cosas buenas que se
la presentaban. Ahora, todo era más complicado, pero seguramente no era la
única persona, ni en aquel país ni en el mundo entero, que sufría. Por lo
tanto, le quedaban dos opciones, agazaparse en el maldito rincón al que parecía
abocarse a una velocidad de vértigo y terminar de hundirse en la oscuridad en
la que estaba empezando a penetrar y que alguien algún día la mirase a los ojos
y viese en ella una conmovedora tristeza, o plantarle cara, como había hecho
hasta entonces, sin perder la esperanza y la ilusión de que algún día podría
ser feliz.
Aquella noche pasó muy deprisa y prácticamente de incógnito para la joven,
que estaba inmersa en un mundo de meditaciones y pensamientos.
Ya se había duchado y vestido cuando escuchó llamar a la puerta. Abrió y
allí estaba Fernando, mirándola de arriba abajo con una impaciente y gran
sonrisa.
-¿Has descansado bien? -preguntó indeciso.
-Me encuentro mucho mejor -contestó ella con una preciosa y radiante
sonrisa-, podemos irnos a Barcelona cuando quieras.