Este es el último capítulo de "Los Gegos" que aparecerá publicado en el blog.
Después de pasar por una valoración de lectura hecha por una profesional de la literatura, la novela ha salido bastante bien parada recibiendo una nota de 7 y con comentarios positivos hacia la novela y también hacia el autor.
Por eso, me he animado a publicar la novela y el próximo mes de junio (tal vez julio) sera su lanzamiento. De todo esto iré informando en este blog.
No obstante, si algún lector ha ido siguiendo los diferentes capítulos publicados, no le dejaré a medias y si lo desea, le mandaré la novela completa en formato PDF a la dirección electrónica que él me diga.
Conduje según las
indicaciones que “el espía” me iba transmitiendo. Las afueras de la ciudad se
hicieron evidentes cuando pasamos entre los últimos y pequeños bloques de
viviendas que rápidamente dieron paso a un pequeño polígono formado por
antiguos edificios que parecían almacenes abandonados; no se veía un alma y
empezaba a nevar con más intensidad.
Enfilamos una carretera
comarcal que enseguida se hizo empinada, notoriamente empinada, la visibilidad
se hizo casi nula y lo único que yo atinaba a ver delante de mí era una blanca
y reluciente cortina formada por los copos de nieve y que cortaba en seco la
oscuridad de la noche, estaba seguro de que en cualquier momento no podría
seguir avanzando por el firme de la carretera que cada vez recogía mas nieve.
Reduje la velocidad hasta tener que meter la segunda marcha.
-¿Estás seguro que es por
aquí? –aquel tipo no terminaba de convencerme, ni mucho menos, pero al menos no
estaba solo y su compañía me daba cierta tranquilidad, al fin y al cabo era un
agente del CNI.
-Sí –dijo-. Conduce
despacio.
Maldito idiota. Despacio,
si ya casi estaba parado.
-Oye, no pareces un agente
de inteligencia –dije sin apartar mis ojos de la cada vez mas invisible
carretera. Desde luego yo no era experto en espías ni en agentes de la
inteligencia, y por supuesto deducía que todos los agentes no serian unos James
Bond, pero aquel tipo no me encajaba en absoluto en ningún arquetipo habido y por
haber de agente secreto.
Sentí su mirada y una
mueca en su cara que me pareció una media sonrisa.
-El CNI me reclutó hace
unos años para que les prestase mis servicios, de repente aparecieron en mi
vida y sin darme cuenta, en pocas semanas, ya trabajaba para ellos, sí, para el
poderoso servicio de inteligencia del Estado pero con un contrato temporal y
con un sueldo irrisorio –volví a mirarle ¿Y para qué querría la inteligencia
española los servicios de aquel tipejo? ¿Sería un súper karateca? ¿Por qué nos
había estado siguiendo a mí o a Eve? El tipo continuó hablando-. Pero me atraía
la idea, además, podía desarrollar mi trabajo sin barreras administrativas y
saltarme montones de ridículas leyes, sin límites de presupuestos, con los
medios más modernos a mi alcance, y eso me encantaba.
-¿Y cuál es tu trabajo?
-Soy parapsicólogo.
La sorpresa me dejó
atenazado en mi asiento, sentí las manos agarrotarse en el volante, pero pronto
me relajé, tenía su sentido, los Gegos, yo ya había descubierto que sin duda,
aquella secta o lo que fuese, tenía algo especial y aquel tipo se dedicaba a
estudiar fantasmas, por eso nos seguía, por los Gegos. Me sentí animado, mucho
más animado.
-¿Y nos sigues por los
Gegos? ¿Realmente son fantasmas para que el CNI ponga a un parapsicólogo detrás
de ellos?
-Fantasmas, eso es lo que
hace a este mundo mediocre, la gente como tú qué opina de las cosas sin saber
exactamente de lo que está hablando.
Casi paré el coche, no me
consideraba una mente privilegiada pero tenía cierta capacidad de razonamiento,
había estudiado y siempre me habían interesado los programas de cultura, toda
clase de temas.
-La parapsicología es la
ciencia que estudia los espíritus –exclamé totalmente convencido y con ganas de
soltarle un puñetazo por llamarme mediocre.
-Estudia el comportamiento
de la mente en ciertos aspectos –aclaró-, exactamente cuando ésta trata de
interactuar con el ambiente sin un vinculo físico de por medio, es decir, los
fenómenos psi, habrás oído hablar de la telepatía, las percepciones extrasensoriales,
la telequinesia, el que a la parasicología se le asocié directamente con los
espíritus es una mera consecuencia del estudio que hace de la mente humana y la
relación que ésta tiene con la energía que compone al ser humano y que con casi
toda seguridad permanece en el espacio cuando éste muere.
Escuché con atención su
explicación y entendí con más claridad el meollo en el que me había metido y
casi comprendí las explicaciones de Eve sobre la Energía Madre que según ella
regia los designios del ser humano.
-No sé quiénes son los
Gegos de los que hablas, llegué hasta vosotros investigando un caso de
asesinato –continuó explicando mientras yo escuchaba con tremenda atención-, la
muerte de una joven a manos de un supuesto novio, el chico aseguraba que no fue
él quien cometió el asesinato, pero las pruebas de la policía eran y son
irrefutables en su contra.
Nika. El caso era idéntico
al de la amiga de Eve.
-Da igual que no sepas
quienes son, son peligrosos, trafican con bebes y no puedo entender como la
policía no tiene ningún indicio sobre sus actividades delictivas, es más,
parece ser como si les favoreciesen en sus actos.
“El espía” entonces me
miró con mucha atención.
-Verás –el tipo pareció
dispuesto a compartir conmigo cierta información- los Gegos de los que me
hablas tienen que tener relación con algún grupo o asociación juvenil, digamos,
que practican actividades fuera de lo normal.
-Son una secta –le aclaré.
Pero el tipejo iba bien encaminado, los Gegos tenían relación con grupos
juveniles, y mucha relación.
-Sí –dijo como si tal
cosa-, una secta, esos grupos en muchas ocasiones actúan tapados por
asociaciones culturales, juveniles e incluso benéficas, aparentemente sin
ningún acto delictivo, la policía española no tiene nada en contra de ellos,
tan solo el CNI posee cierta información.
“Muchos de estos grupos
predominan en Estados Unidos y están implantados como religiones, nada de
sectas, simplemente como religiones locales pero con una fuerza impresionante
entre la comunidad juvenil, yo llegué hasta ellos después de semanas de
investigación envuelto en mi rutina diaria de investigar la relación entre
hechos delictivos y sectas u otras organizaciones que supuestamente interactúan
con fenómenos paranormales; alguien anónimo, puso encima de la mesa de mi
pequeña y apartada oficina, una copia de un extraño expediente –me miró con una
irónica sonrisa dibujada en sus finos y blancos labios-, el CNI, a los
investigadores de materias algo dudosas y difíciles de explicar a la opinión
pública, como la mía, nos aparta como si tuviésemos una enfermedad contagiosa,
en fin, el expediente contenía la información sobre la muerte de una muchacha
que acababa de dar a luz, tan solo 18 años, muerta en un extraño accidente sin
resolver y la posterior adopción del bebe por un grupo religioso, adopción
totalmente legal a todas luces, en principio no entendí que significaba aquel
expediente encima de mi mesa, pues desde luego no parecía tener ningún
ingrediente paranormal, la policía había investigado el caso de cabo a rabo sin
encontrar nada anormal, la joven frecuentaba un grupo de amistades que
compartían una organización juvenil benéfica, una especie de ONG, algo raro y
que no encajaba con la vertiginosa vida de diversión del grupo, pero nada
ilícito, nada fuera de lo corriente, sólo el extraño y escueto testimonio de la
pobre madre que decía “mi hija era otra”. ¿Qué podía sacar en claro un
parasicólogo de aquel caso? Me puse a buscar expedientes de jóvenes madres
muertas en extrañas circunstancias y que hubiesen dado a sus bebes en adopción,
antes o después de su muerte, y había algunos para mi sorpresa, pero todos
resueltos por la policía, y los que no, no incluían ningún elemento extraño
como la declaración de la madre de mi chica. Entonces me puse a buscar entre mi
lista de sectas y grupos extraños, los que pudiesen, sobre todo, tratar con
jóvenes y que hubiesen tenido alguna denuncia por trato o desaparición de
bebes, la lista en España era muy escasa, así qué miré en Estados Unidos, la
lista de estos grupos era innumerable, numerosas sectas y grupos religiosos
estaban relacionados con el tráfico de bebes, abusos de menores, trafico de
drogas e incluso asesinatos y desapariciones de muchos de sus miembros, pedí
permiso a mi jefe para viajar a Estados Unidos a investigar alguno de esos
grupos, claro que no me lo concedió, pero para mi sorpresa, al cabo de dos días
me presentó unos fondos y el permiso para marcharme a Los Ángeles, alguien le
había convencido, imaginé que él mismo que dejó el expediente sobre mi mesa”.
No dejaba de nevar, no
sabía cuántos kilómetros llevábamos recorridos y cuantos quedarían para nuestro
destino, el agente del CNI parecía haberse olvidado del GPS mientras me contaba
toda aquella historia. Sectas, me di cuenta de que no sabía mucho de muchas
cosas, exactamente no sabía lo que era una secta.
-Ya en el país americano,
me llamó la atención uno de esos grupos –continuó-, en Estados Unidos tienen
controladas a miles de sectas y muchas de ellas tienen cierta permisibilidad
mientras no lleven una actividad delictiva demasiado pronunciada, Estados
Unidos es el país más liberal del mundo donde se ejerce sin contemplaciones una
ridícula y esperpéntica doble moral, en cualquier caso, mi investigación sobre
uno de estos grupos me llevó a interesarme por el caso de un joven español
estudiante de psicología en la Universidad de California, el chico en la
actualidad está condenado a muerte por el salvaje asesinato de su novia.
Me removí en mi asiento y
sentí un escalofrío a pesar de que la calefacción del coche funcionaba a todo
gas y no dejaba de expulsar chorros de aire caliente. Nuevamente relacioné
aquel caso con el de Nika, la amiga gótica de Eve y de lo que había pasado
hacía tan solo unas horas.
-La cosió a puñaladas
–sentí su mirada clavarse en mí-. El chico, en su declaración ante la policía
sólo dijo que “no recordaba, que ellos se habían apoderado de su mente y le
habían ordenado matarla.” El abogado de la acusación y el fiscal terminaron de
merendárselo alegando que empleaba aquellas fantásticas artimañas como último
recurso para defenderse de su indefendible crimen. Pero claro, ellos no son
parasicólogos, yo sí, estaba claro que el chico se refería a que alguien se
había apoderado de su mente, como la madre de la chica española muerta en un
extraño accidente y que decía que “su hija era otra”. Anuqué mínima, había
encontrado una relación, ahora sólo tenía que averiguar a quien se refería el
chico, quienes fueron los que le obligaron, quien le indujo a cometer aquel
terrible crimen, investigué el caso y descubrí que el joven había comenzado a
acompañar a su novia a fiestas organizadas por una especie de organización
juvenil, donde las fiestas para jóvenes eran abundantes, alcohol, drogas, pero
todo dentro de una inmaculada legalidad, ninguno de los chicos y chicas eran
forzados a nada, el caldo de cultivo de los jóvenes americanos es una mezcla
explosiva, me las arreglé para hablar con alguno de aquellos jóvenes y descubrí
que aquella organización no era diferente a miles de religiones que pueblan los
Estados Unidos y que basan su culto en una súper Inteligencia o Energía Madre.
-Es lo que Eve me contaba
–atiné a decir con mi boca seca y medio mareado por todo lo que me estaba
contando aquel tipejo.
-Ellos –prosiguió “el
espía” sin prestarme atención-, mejor dicho, sólo algunos de sus líderes, gente
exclusiva, personas especiales, son capaces de reconducir esa energía, son los
pastores, y según mis informes, aunque no pude acercarme a ninguno de ellos por
supuesto, son súper millonarios, intocables en el sistema americano. Pero yo ya
tenía claro que aquel joven, de alguna manera, había sido inducido
telepáticamente, mentalmente.
Clarísimo. De repente,
como había visto en numerosas películas de misterio y terror, el sobrio
edificio apareció ante nosotros a través de la cortina de nieve, agujerado por
algunos puntos de luz procedentes de sus escasas ventanas.
-Sí –afirmé con toda la
tranquilidad del mundo-, los Gegos son uno de esos grupos, seguro, no sé si son
americanos, españoles o extraterrestres, pero desde luego se asemejan a lo que
me estás contando porque según decía Eve, adoran a una súper inteligencia
eterna que utiliza al ser humano como un mero vehículo para su deambular por el
Universo.
-Eso es –dijo sin aparente
sorpresa-, no sé si habrás oído hablar de la Teoría de la Determinación del
Universo.
“No” pensé en contestar.
¿O sí? Eve mentó entre sus disparatadas teorías algo sobre la Determinación,
claro, mi mente últimamente había oído tantas cosas, el caso es que la
palabrita tenía su significado: determinación.
-Que todo está determinado
en el Universo –se me ocurrió decir.
-Exacto, todo en la
evolución del Universo ha sido preparado para que siga unos designios con una
propuesta clara, unos dicen que la creación de la vida tal como nosotros la conocemos,
otros, una inteligencia aun superior a la nuestra, de la que el ser humano tan
solo sería un puente hacia esa gran Inteligencia -aquello sí que me sonaba-,
incluso Stephen Hawking viene a decir que si los humanos no somos capaces de
desarrollar técnicas de conexión directa entre su cerebro y los ordenadores,
correremos el riesgo o el peligro real, de que los ordenadores, las máquinas,
se apoderen del mundo.
Stephen Hawking, lo único
que sabía de aquel tipo, es que iba en silla de ruedas totalmente parapléjico y
que hablaba a través de un ordenador, y también que era uno de los científicos
más eminentes del mundo.
¿Cómo podía haber dicho
aquellas cosas?
-Pues hay muchos grupos
que adoptan esa teoría para sus cultos religiosos –continuó el espía-, muchos
son religiones cada vez más importantes y conocidas, otros menos y hay grupos
que entremezclan esas creencias con fenómenos paranormales y algunos de estos
grupos son sectas.
Me desvié por una estrecha
carretera con un firme bastante limpio a pesar de la nevada, siguiendo las
indicaciones que me daba el del CNI que por un momento pareció dejar apartadas
sus macabras historias sobre sectas e inteligencias; enseguida llegamos a la
parte delantera del manicomio, o lo que fuese aquel lúgubre lugar. El pequeño
parking estaba totalmente cubierto por la nieve que parecía amarillenta por el
efecto del reflejo de las luces de mi coche.
-Apaga los faros.
-¿Qué los apague?
–contesté con cierta irritación.
-Sí.
Le hice caso. No veía un
pimiento, casi a tientas aparqué el coche en el primer espacio que encontré.
Salimos al exterior y enseguida sentí la fría nieve golpear con sonora fuerza
mi cara, temblé de pies a cabeza y no sólo por el frio; había estado en
compañía de Eve, dudando de ella sobre todo lo extraño y, porque no decirlo ya,
sobrenatural de los sucesos que había estado viviendo a su lado, sí, y había
dudado de ella a pesar de que a cada segundo que iba pasando a su lado, me
había ido convenciendo de que algo especial envolvía a la fantástica muchacha, finalmente
me había deshecho de su compañía para encontrarme con un agente del CNI que
decía que era parasicólogo, un estudioso de espíritus y fenómenos extraños, o
como había explicado él mismo, un estudioso del poder desconocido de la mente
humana.
Miré hacia el siniestro
edificio y sentí miedo. Mucho miedo.
Nos detuvimos a unos pocos
metros de la entrada principal presidida por unas grandes puertas de hierro a
las que se accedía por unos planos escalones de piedra escondidos en la
oscuridad de la noche. Dejamos a un lado la entrada principal y bordeamos el
perímetro que dibujaba la inmensa mole de hormigón que eran las paredes de
aquel edificio, seguí al agente por la estrecha acera prácticamente pegados a
la pared.
-¡Oye! –grité intentando
hacerme oír entre el lastimoso ruido que provocaba el viento y la nieve al
chocar contra el hormigón-, ¿por qué no pasamos directamente? Eres medio
policía y esa chica podría estar en peligro si es que no le ha pasado algo ya.
El del CNI se detuvo en
seco y me miró, con cierto enfado, o eso me pareció, porque a pesar de que
estaba prácticamente a mi lado, la visibilidad era penosa.
-No grites –dijo, su voz
ahogada por el viento parecía aún mas juvenil-, ya te dije que me han
desautorizado para seguir con esta investigación, si los vigilantes de
seguridad nos descubren tendremos aquí enseguida a un ejército de policías.
Tal vez fuese lo mejor, la
policía. Miré de nuevo la silueta del edificio. Tenía que seguir con aquello,
tal vez fuese la pista definitiva. El parasicólogo continuó andando pegado a la
pared y al doblar una esquina se detuvo en seco, no pude evitar llevármelo por
delante. A unos pocos metros, pegado a la acera, estaba estacionado un coche,
su motor ronroneaba haciendo que el humo del tubo de escape se elevase en una
nube continua que parecía flotar como una fantasmagórica niebla en la fría
noche, sus luces encendidas me cegaron, pero no impidieron que pudiese ver que
detrás había otro vehículo aparcado. Los dos nos volvimos a esconder detrás de
la esquina. Nuevamente sentí mi corazón desbocado e irresistibles deseos de
salir corriendo hacia mi coche, hacia mi casa, alejarme de allí para siempre.
Pero nadie pareció bajar del auto y venir hacia nosotros, si había alguien
dentro, nos tenía que haber visto. Aguardamos unos segundos pegados a la pared
hasta que el tipo del CNI volvió a asomarse.
-No hay nadie en el coche
–afirmó sin demasiada convicción y comenzó a andar con una torpe cautela. Desde
luego no aparentaba tener muchas dotes de espía. Le seguí hasta llegar al
vehículo con mi corazón latiendo afanosamente.
Era un coche de vigilancia
privada rotulado por toda su chapa con los logotipos de una empresa de
seguridad, estaba detenido junto a una estrecha puerta de aluminio abierta de
par en par que dejaba a la vista una oscuridad nada alentadora.
Entonces me quedé de
piedra, sentí como un calor sofocante volvía a llenar mis células a pesar de
que a aquellas alturas ya estaba calado hasta los huesos, deseé desaparecer
lleno de una angustia aterradora, el otro coche, el que estaba parado en
silencio detrás del de vigilancia, aún no estaba cubierto de nieve y se podía
apreciar claramente el color blanco de su chapa. Era un Ford, un pequeño Ford
blanco, era el maldito Ford blanco al que yo había perseguido hacía ya tres
larguísimos días por las carreteras de la Sierra de los Monasterios hasta
llegar a la ciudad donde acabé peleándome con el chico que lo conducía, el tal
Candy.
-Están aquí –anuncié con
un murmullo al del CNI que me miró con unos ojos revoltosos e infantiles, aquel
tipejo desde luego continuaba sin darme ninguna confianza.
-¿Tus amigos los Gegos?
-Le devolví la mirada como queriendo atravesar su estúpida cara con mi mano
abierta. Sacó su pistola, por fin, y esta vez pude apreciar en sus ojos una
serenidad que no había apreciado en él hasta entonces y que consiguió relajarme
un poco.
-Sí, ellos –volví a mirar
al Ford blanco como quien mira a un perro rabioso atado que no para de ladrar
ferozmente ni de mostrar sus afilados caninos-. Tal vez deberíamos llamar a la
policía.
-Si viene la policía,
ellos huirán mucho antes de que puedan cogerlos y además, no hay tiempo, la
chica no tiene tiempo.
Asentí con mi cabeza, que
podía hacer.
-Sígueme y no te hagas el
valiente –dijo. “Valiente”, desde luego aquel tipo tenía una mezcla de
estupidez y serena valentía-. Sólo una cosa, creo que ya lo has notado, pero
algunas cosas de lo que escuches o veas, pueden no ser real, intenta seguir las
señales de tu cerebro, no te dejes guiar por otras sensaciones.
Aquellas palabras no me
tranquilizaron en lo más mínimo. Me echó una última mirada y martilleó su
pistola.
-Vamos.
Le seguí intentando
analizar su último consejo y al instante nos tragó la oscuridad del interior
del edificio. Desde luego que no iba a hacerme el valiente, aunque quisiese,
estaba dominado por un maldito estado de nervios y angustia, sentía pánico y
estaba seguro de que me iba a encontrar envuelto entre un ejército de fantasmas
y espíritus.
Pronto la oscuridad cedió un poco. Recorrimos
un pasillo estrecho pintado de lo que parecía ser un gris oscuro, desde el
techo hasta el suelo. Sólo se divisaba una puerta, al final del pasillo.
-Este edificio es
grandísimo –mis palabras, aunque parecían un susurro, rompieron el mortífero
silencio y me sentí un poco mas aliviado- ¿Dónde vamos a buscar a la chica?
El de la americana blanca
tan solo me miró y con un gesto desagradable me indicó que guardase silencio.
Guardé silencio. La puerta estaba ya a unos pocos metros y las últimas palabras
que había soltado por mi boquita, me habían servido para controlar el estado de
ansiedad en el que me encontraba hacía tan solo unos segundos.
“¡BOUNG!” Salté
literalmente y solté un grito aterrador, el del CNI no gritó, pero su cuerpo se
estremeció delante de mí y apuntó estuvo de soltar la pistola, su reacción fue
la de echar a correr hacia la puerta. Yo le seguí, no me quedaba otra y menos
después del desgarrador ruido, mis piernas temblaban, mi estomago parecía haberse
contraído como si fuese un mero objeto de goma, no pude evitar tropezar con el
liso suelo, caí de rodillas sin que el de la americana me prestase el más
mínimo caso. Me levanté apoyándome en la rugosa pared gris. Crucé la puerta que
el parasicólogo ya había traspasado desembocando en un hall, al fondo, una
puerta abierta dejaba entrever unas escaleras, corrí, el del CNI no me
esperaba, ya le había perdido de vista, sentí como una fuerza invisible
proveniente de mi propio interior tiraba de mí como queriendo tragarme a mí
mismo, las fuerzas me abandonaban, el nudo en mi garganta me presionaba lo
suficiente como para sentir que las lagrimas ya recorrían mis mejillas, pero a
pesar de todo sabía que no debía detenerme, no podía perderme en aquel maldito
lugar, apreté los dientes y empecé a subir las escaleras. Arriba escuché varias
voces. Y otro golpe casi idéntico al primero pero con algo menos de intensidad.
Llegué a la primera
planta, miré a ambos lados del pasillo. Totalmente vacío, si mal no recordaba, el
edificio constaba al menos de 3 o 4 plantas, no podía recordarlo exactamente.
Debía de seguir subiendo, de repente, una sombra apareció al final del
interminable pasillo, mi corazón dio un doloroso vuelco, pero no era ningún
fantasma, era un tremendo guardia de seguridad con su pistola en la mano y
notablemente excitado.
-¡Quieto! –me gritó. Vi
como aquel enorme hombre uniformado me apuntaba con su pistola y pegué un salto
hasta la escalera. Subí corriendo intentando no pensar en todo el enorme lio y
en el inmenso peligro en el que estaba envuelto. Continué ascendiendo por los
peldaños sin saber lo que podría encontrarme arriba; llegué al segundo piso
donde todo estaba escuro y continué subiendo. Paré de golpe en la tercera
planta, al final del pasillo el agente del CNI apuntaba a alguien en una de las
habitaciones junto a un bulto inerte en el suelo. Parecía el cuerpo de un
policía. Detrás de mí se acentuaban los pasos del excitado gigantón. No sabía
qué hacer, me quedé mirando al de la americana blanca como un niño que ve a su
madre inconsciente a su lado, enferma, sin saber qué hacer y perdido en medio
del mundo. El vigilante llegó a pocos metros detrás de mí, su respiración
sonaba como una máquina de vapor.
-Al suelo –resopló. Le
miré de reojo y pude apreciar cómo me apuntaba con su pistola, el del CNI dijo
algo delante de nosotros, algo que no entendí-, vamos, te he dicho que te tires
al suelo cabron y con las manos sobre la cabeza.
-Una mujer está en peligro
–dije mirándole con cara de suplica y levantando mis manos en señal de
rendición. Noté como mi vejiga estaba a punto de explotar. La tensión me
asfixiaba.
El hombre dio un paso más.
-De rodillas –le hice
caso.
Vi como el vigilante
sacaba sus esposas dispuesto a usarlas conmigo. Entonces, el agente del CNI
comenzó a andar hacia atrás. Las luces blancas mortecinas del techo temblaron
proporcionando un efecto de oscuridad-claridad. De la habitación salió la mujer
árabe vestida con un largo camisón de hospital, miraba hacia el suelo y entre
sus manos llevaba un libro. Alababa o rezaba en voz alta. La joven mujer, esta
vez no tenía nada que ver con el aspecto que presentaba cuando Eve y yo la
encontramos practicando el macabro ritual en la casa del mercado de Granada;
detrás de ella, un joven la apuntaba con un arma que desde mi posición me
pareció excesivamente mortífero y exagerado para la situación, un fusil o
metralleta como las que se podían ver en la actualidad en la modernas películas
bélicas, un fusil de asalto.
Detrás salió otro joven
igualmente armado, era el Candy, y detrás pude intuir el movimiento de una
sombra. Tuve la seguridad de que era uno de aquellos Gegos, uno de aquellos
seres capaces de dominar la energía que nos envuelve. Sentí un amargo
escalofrío que hizo temblar cada uno de mis miembros.
Desfilaron en una extraña
procesión, todo me parecía irreal, el guardia jurado había dejado de prestarme
interés momentáneamente y observaba hipnotizado, con las esposas colgando de su
mano como un extraño rosario, la inquietante procesión.
-Dejad a la muchacha
–escuché claramente como soltaba el parasicólogo enfrentándose a aquellos
jóvenes paramilitares con una valentía y aplomo que me sorprendieron.
Las luces del techo
tintinearon con mucha más intensidad haciendo que la oscuridad fuese mucho más
negra y amenazante. Entonces vi claramente la sombra, era idéntica a las que
había descubierto en la carretera del Poblé, a las del almacén de tés, a la que
saltó por la ventana en la habitación de la Alcaecería, su simple visión hizo
que se me nublase la vista dolorosamente, nuca había sentido nada así, mi
cabeza no me respondía, temí por mi razón. Aquella sombra no era de este mundo.
El vigilante parecía estar
paralizado a mi lado, su corpachón de casi dos metros y sembrado de duros
músculos, parecía una estatua de piedra. “No todo lo que veas puede ser real”.
Sentí la mirada de la sombra.
-¡Voy a disparar! –chilló
la voz del agente del CNI.
Escuché las macabras carcajadas
de los chicos.
El fluorescente más
cercano a nosotros parpadeó locamente sobre nuestras cabezas antes de estallar
como si le hubiesen incrustado un enorme petardo en su interior. El guardia
jurado y yo nos tiramos al unísono al suelo, sentí trozos de cristal y plástico
caliente sobre mi cabeza y espalda.
“¡Bang!” “¡Bang!” Tuve la
seguridad de que si permanecía así, sin moverme, tirado en el suelo, moriría,
pero no conseguía articular movimiento alguno, mi cerebro, dueño y señor de mis
actos, parecía haberme abandonado, sin embargo, el vigilante parecía recobrar
su compostura y consiguió gritar algo mientras se levantaba del suelo; el
estruendo siguiente hizo que me sintiese como si me encontrase en el centro de
un infinito campo de batalla, y eso que no había hecho ni el servicio militar.
Uno de los chicos de los Gegos, o varios de ellos, hacían uso de sus
metralletas, escuché el desalentador chillido de pánico y de dolor del
vigilante antes de que su cuerpo cayese pesadamente a mi lado. Debía de huir de
allí. No supe de dónde, pero pude reunir un puñado de fuerzas y comencé a
gatear por el suelo, sin rumbo, mientras escuchaba un nuevo disparo de la
pistola del parasicólogo pensando tontamente que era una lucha completamente
desigual, un David luchando contra una infinidad de Goliats.
Me arrastré por el suelo
todo lo rápido que pude hasta que encontré una puerta entreabierta. Ya no
sentía mi corazón, los temblores que sacudían mi cuerpo hacían inútil cualquier
intento de recuperar la calma; el cuarto era un aseo, a pesar de mi estado,
pude oler el intenso tufo a orinas y defecaciones, me metí en el pequeño
retrete acompañado de aquel olor. Si decidían venir por mí, mi muerte estaba
asegurada, nunca antes había sentido la muerte tan cercana. No quería seguir
llorando, pero no tenía fuerzas para otra cosa, estaba aterrado, me acurruqué
detrás de la puerta intentando ni tan siquiera respirar.
Las voces se hicieron más
intensas pero los disparos cesaron por completo. Cerré los ojos y recé al Dios
al que hacía muchos años había olvidado en un rincón, pensé en mi mujer, en mi
futuro hijo. En Eve, ojala hubiese estado conmigo en aquel mismo instante. Las
voces se fueron apagando y todo volvió a quedar en silencio, escuché la voz del
parasicólogo que me llamaba por mi nombre, tuve la certeza de que era su
fantasma porque no podía haber sobrevivido al terrible tiroteo.
Se produjo un nuevo
silencio en el que tan solo pude escuchar unos pasos que se fueron acercando
hasta detenerse justo al otro lado de la puerta. No podía mas, notaba como la
histeria estaba a punto de arrancarme la ultima pizca de sensatez que me
quedaba, me levanté, impulsado por alguna nueva fuerza hasta entonces oculta en
mi interior, dispuesto a vender cara mi muerte, apreté mis puños al tiempo que
alguien abría la puerta.
Chillé como una dama
atrapada en medio de una banda de secuestradores hasta que delante de mí
apareció el de la americana blanca, me miró con su pistola en la mano, no era
un fantasma, estaba vivo aunque su pelo se levantaba en mil remolinos y tenía
algunas manchas de sangre por su mejilla.
-¿Estás bien? –Me preguntó
al tiempo que mi grito se ahogaba dentro de mi garganta-. Se han llevado a la
chica –anunció al comprobar que no iba a obtener respuesta a su pregunta.
Tiró de mí y le seguí
nuevamente, la sangre comenzó de nuevo a fluir por mis arterias y venas;
volvimos al pasillo donde un tramo del techo estaba completamente arrasado por
los disparos y el suelo cubierto por múltiples trozos de cristal, pladur, y
otros materiales, las luces no parpadearon esta vez y el musculoso vigilante y
el policía que había estado tendido en el pasillo, parecían recuperarse muy
lentamente sin que al parecer tuviesen ninguna lesión importante. No nos
prestaron la más mínima atención.
-¿Por qué se la llevan?
–pregunté como un niño apesadumbrado por algún problema de mayores.
-Esa mujer tiene que saber
algo que para ellos es muy importante y que no han sido capaces de sacárselo
aquí –me contestó mientras seguía andando, casi corriendo.
-Esa chica sabe dónde
están mi hermano y su nieto.
-Entonces, tu hermano y su
nieto tienen una gran importancia para ellos.