Por
un momento el silencio fue absoluto.
La
oscuridad pareció envolverlo todo.
Pero
solo por unos efímeros instantes, porque la bota de montaña hizo crujir la
tierra bajo su gruesa suela y un insecto nocturno murmuró en un extraño idioma.
Las estrellas y la Luna que en aquel momento rozaba la línea del horizonte,
volvieron a dar cierta claridad a la noche.
Raúl
volvió a respirar con normalidad y su corazón volvió a relajarse dentro de su
pecho. Por un momento había sentido miedo. Terror. A la noche. A lo
desconocido. A pesar de que era un joven radicalmente racional.
-Vamos
salir ya –protestó con firmeza. Su voz se perdió entre la soledad de las
oscuras colinas que le rodeaban-. Esto ya no tiene gracia.
Hacía
más de diez minutos que sus dos compañeros de excursión habían desaparecido
mientras él se quedaba rezagado unos metros, su enorme envergadura y su escasa
experiencia en acampadas domingueras, le hacían caminar a un menor ritmo de
cómo lo hacían los otros dos chicos.
Pero
la broma ya se estaba haciendo pesada, era un inexperto excursionista y de
noche se podía desviar sin querer del camino, ellos también, y entonces…
Raúl
saltó sobre sí mismo. El ruido, o más bien el gruñido, había sonado cercano, a
la derecha del camino. Y no había dio el gruñido de ninguna alimaña nocturna,
sino que había sonado como si miles de latas oxidadas se deslizasen por un
estrecho tubo metálico, había sido un ruido estremecedor.
Miró
hacia allí. Una suave loma se alzaba cubierta de piedras y en lo que en la
oscuridad parecían arbustos.
Su
corazón se volvió a acelerar.
-Ya
está bien –su voz sonó insegura, temerosa a la noche.
Continuó
andando mientras las sombras de los matorrales parecían seguirle y el silencio
nuevamente rompía la noche a pesar de que sus pies se arrastraban contra la
tierra del camino.
El
desgarrador gruñido de hacia tan solo unos instantes no dejaba de tintinear en
su cabeza. ¿Y si había algún animal salvaje por aquellos parajes? No, maldita
sea, claro que no, allí solo había conejos, cansadas liebres y tal vez algún
perdido jabalí.
Debía
calmarse. La broma no tardaría en finalizar y…
La
sombra se clavó ante él envuelta en un alarido. Raúl cayó hacia atrás, perdió
el equilibrio y dio con sus nalgas sobre la dura tierra del camino. Sintió como
su piel se cubría de un pegajoso aunque gélido sudor. El miedo le atenazó,
todos sus músculos se agarrotaron escapando del control de su cerebro. De su
garganta se escapó un lastimoso tartamudeo cargado de terror.
-Jajaja
–la risa sonó de lo más sincera y desagradable-. Vamos tío, vaya susto Jajaja.
La
sombra inmediatamente dio forma al grueso pero atlético cuerpo de Codina, uno
de los chicos.
-Eres
un hijo de puta –Raúl lanzó una mirada de rabia a su “amigo”. No podía moverse,
aun sentía calientes y blandas sus articulaciones. Si en aquel momento hubiese
tenido fuerzas, no dudaba de que se hubiese abalanzado sobre Codina para
matarle a tortazos.
-Venga
levanta –dijo alegremente el recién llegado con un ofensivo toque de satisfacción
mientras tendía una mano a Raúl-. ¿Dónde está Rober?
-Lastima
no se haya caído a un pozo junto a ti –sentenció Raúl mientras se levantaba.
-Vamos
tampoco es para tanto –se defendió Codina-. ¡Rober! Vamos tío sal ya.
El
gruñido sonó más cercano. Mucho más cerca que cuando Raúl lo había escuchado
por primera vez. Pudo ver como el semblante bromista y chistoso de su amigo desaparecía
de su rostro.
-Antes
lo escuché también –informó Raúl-, pero más lejos.
-Rober
no seas cabron y sal de una vez –dijo sin prestar atención a las palabras de Raúl.
Un
nuevo sonido se deslizó por el aire atravesando y arañando la noche.
Eran
un chillido. Un grito humano de dolor y de terror.
Y
procedía de una voz conocida.
-Rober
–susurró Codina.
-¿Qué
está pasando? –preguntó casi en una voz inaudible Raúl.
Otro
sonido se hizo latente elevando su intensidad segundo a segundo, era un bufido que
cruzó como una ráfaga de aire entre las cabezas de los dos chicos hasta que
algo impactó contra el suelo del camino a escasos metros de ellos.
Los
dos jóvenes se acercaron a la zona del impacto.
-¡Agh!
-¡Dios
mío!
La
cabeza reposaba achatada como un negro asteroide deformado. Una de las cuencas
de los ojos estaba vacía, pero la otra mantenía el globo ocular que relucía en
la noche como un macabro cirio.
-Es…
es…
-Sí.
La
sombra apareció detrás de ellos y se fue haciendo sonora acercándose lentamente,
acompañada de un olor putrefacto que dañaba las fosas nasales. La tierra del
camino crujió como golpeada por un inmenso yunque de hierro apunto de abrirse y
dejar escapar de sus oscuras entrañas a todos los diablos del infierno.
Los
dos jóvenes se juntaron y por un momento dio la impresión de que se fundirían
en un abrazo de protección, pero no lo hicieron, permanecieron mirando a la
sombra que ennegrecía a la propia oscuridad de la noche, observando aterrados y
paralizados como la sombra avanzaba hacia ellos.
El
silencio se hizo de nuevo latente como si fuese preámbulo de alguna desgracia
inevitable.
-¡Corre!
–el grito rompió el maléfico silencio.
La
enorme sombra pareció detenerse.
Raúl
observó como su compañero se lanzaba a la carrera alejándose del lugar. La
sombra se movió de nuevo, a escasos dos metros de donde él se encontraba.
Comenzó
a correr.
Solo
miraba al suelo. Por un momento, escuchó los pasos de Codina cerca de él e
incluso su respiración. Sentía sus pies hincarse en la tierra y arrastrar trozos
piedras y de terrones resecos. El terreno pronto se hizo mucho más abrupto, el
nivel se convirtió en pendiente, matorrales y enormes piedras comenzaron a
poblar el terreno. Su respiración parecía arrancar trozos de carne del interior
de su pecho.
Se
detuvo. Podía ver el rastro de las estrellas hasta envolver a la Luna que
descansaba en el horizonte. Codina había desaparecido. Raúl comprendió que
estaba perdido y lo único que sabía de aquella zona es que el pueblo más
cercano que era al que ellos tres se dirigían, estaba a poco más de cinco
kilómetros siguiendo el camino.
Pero
el camino había desaparecido. Y uno de sus compañeros había sido decapitado y
habían lanzado su cabeza contra ellos. Había visto los rastros de la masacre a
pesar de la noche.
Sintió
un incontrolable malestar en su garganta. Raúl se arrodilló en la tierra y
comenzó a llorar. Lo que estaba viviendo solo podía ser el fruto de una
pesadilla de la que despertaría muy pronto.
O
tal vez no fuese una pesadilla. Debía de buscar el camino y andar hasta el
pueblo. Era su única opción.
Pero
estaba la sombra. La diabólica sombra. La había escuchado y la había visto. Su
olor. Su respiración. Su negrura.
Llevó
sus manos a su cabeza en un gesto de suplica.
-Raúl…
-la voz sonó lastimosa y cercana.
Era
la voz de Codina.
Raúl
se levantó de inmediato.
-¿Eres
tú? –preguntó a la noche.
-Ayúdame
–era la voz de su amigo. Sin duda. Llena de angustia. Tal vez sufrimiento.
Raúl
miro a su alrededor. La voz provenía de arriba, como si estuviese sobre su cabeza.
Alzó la vista. Se dio cuenta de que las estrellas habían desaparecido.
La
oscuridad era total.
-Ayúdame…
-repitió la voz de Codina.
Esta
vez, Raúl sintió como un helado escalofrío recorría sus entrañas. Era la voz de
su amigo, sí, pero algo la pasaba, no tenia brillo, ni fuerza.
Era
una voz muerta.
-¿Dónde
estás? –soltó en un tono roto y angustioso.
-Detrás
de ti –la voz de su amigo había cambiado. Las palabras se habían distorsionado
como la hojarasca seca alcanzada por las llamas.
Raúl
se giró sobre sí mismo. Algo en el interior de su pecho dio unos golpes de
protesta. Ante él solo había oscuridad.
-Ven…
ayúdame… -dijo la deformada voz de Cándido.
Raúl
ya dudaba si era su amigo, pero aun así, avanzó.
Ya
no tenía nada que perder.
Entonces,
la sombra recortó la oscuridad llenando todo alrededor de una siniestra negrura.
No soltó ningún aullido, pero Raúl pudo percibir el tenebroso siseo de una respiración.
El olor penetró en sus narices como si hubiesen esparcido toneladas de basura
en el aire.
Raúl
dio dos pasos más. Hacia la sombra.