Las últimas palabras
Las temperaturas nocturnas
eran notablemente más bajas en aquellos últimos días de verano y hasta bien
entrada la mañana, no comenzaba a apretar el calor, que por otra parte, volvía
a ser sofocante durante las horas puntas del día.
Pero todavía quedaban algunas
horas para que ese calor comenzase a ser molesto y Sofía dormía placenteramente
desconectada totalmente del mundo. Sin soñar. Así era como más le gustaba
dormir desde que estaba en España, de un tirón, sin enterarse de nada y... sin
soñar.
Sobre todo sin soñar.
Aun cuando la mayoría de
sus sueños desde su llegada a España tomaban la forma de pequeñas y punzantes
pesadillas, a veces se colaba alguno en el que todo era tan maravilloso como
real, como cuando se veía en su país, feliz, jugando con su hermana y su perro
en el jardín de la casa de campo que su padre poseía cerca de la frontera con
Ucrania, donde pasaba casi todos los veranos desde que abandonase Bulgaria.
Le encantaba pasar el
verano en aquella inmensa y vieja casa, sin duda eran de los mejores días del
año. Allí se juntaba con primos y familiares de edades parecidas a la suya a
los que solo veía durante aquellos días y con los que se divertía y jugaba
durante la época estival; y a esos veranos, a las agradables y suaves
temperaturas a orillas del gran lago, debía el color ligeramente bronceado de
su piel que la diferenciaba de otras muchas mujeres del este de Europa que
tenían la piel mucho mas blanca.
Esos sueños eran los
perores. Cuando despertaba y descubría que todo había sido falso y que solo se
trataba de recuerdos que su mente extraía del subconsciente mientras ella
dormía, siempre dispuesto a colaborar de una manera vil y traicionera y se daba
cuenta de que continuaba siendo una olvidada prostituta lejos de su país y
rodeada de gente desconocida y malvada, se llenaba de una densa amargura de
desesperación donde la muerte podría ser el mayor de los placeres. Sofía,
entonces, se sentaba en la cama haciéndose un ovillo y lloraba hasta que la
relajación llegaba acompañada de la resignación.
Pero aquel día, aquella
mañana en la que tan solo hacia unas horas que por enésima vez volvió a pensar
en escapar mientras veía alejarse el coche de sus guardianes muy lentamente
desde la puerta del portal y era observada de una manera melancólica por el
regordete camarero desde el pequeño bar de la acera del frente, la joven rusa
dormía sin que ningún sueño la perturbase, ni siquiera la preocupación que le
había acompañado al no saber nada de su adorable Alex desde que éste la
invitase a desayunar aquel delicioso chocolate con churros hacia ya algunos
días, días en los que su cabeza no había dejado de preguntarse si le habría
sucedido alguna cosa o se habría cansado de su pequeña relación. Deseaba con
toda su alma que no fuese así, pero sobre todo, que no le hubiese sucedido nada
malo.
Sofía en su dulce sueño,
empezó a notar como alguien la zarandeaba suavemente intentando despertarla.
-Sofía despierta -escuchó
lejanamente, aun prácticamente dormida.
Era la voz de Alex. Se
alegró y una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios mientras
permanecía aun con los ojos cerrados. Permaneció adormilada, era su día libre y
estaba segura de que aun era temprano. ¿Por qué quería despertarla a esas horas
y no la dejaba dormir? Estaba muy cansada, pero aun quedaban muchas horas por
delante para recobrar fuerzas. Así que daba igual. Se espabilaría y harían el
amor allí mismo, en aquella habitación, si él lo deseaba.
-Despierta -volvió a
repetir la voz de Alex.
La sonrisa desapareció de
la cara de Sofía. Algo le pasaba a su voz.
Sofía intentó despertarse.
Se removió entre las sabanas, abrió los ojos somnolientamente y vio la silueta
de Alex junto a la cama. Y parecía mirarla. Entre la débil claridad que entraba
en la habitación a través de la persiana casi totalmente bajada, la joven pudo
apreciar en el rostro de su amigo que algo le sucedía.
Se despertó
inmediatamente, como si le hubiesen echado un cubo de agua helada por la cabeza
y comenzó a incorporarse mientras escuchaba nuevamente la voz de su consejero.
-Vístete Sofía tenemos que
irnos enseguida.
Quedó paralizada. La voz
sonaba desgarrada, como si la pronunciase con gran dificultad. Al instante,
comenzó a sentir como una increíble amargura y desazón, le oprimían fuertemente
el pecho.
Terminó de levantarse y
puso sus manos en la cara del hombre. Su piel estaba ardiendo y empapada de
sudor.
-¿Te ocurre algo Alex?
-preguntó llena de temores e inquietudes.
-Debes huir Sofía...
alguien quiere... matarte... -su voz cada vez sonaba más débil y menos
inteligible.
¿Había dicho que alguien la
quería matar?
La chica se separó
rápidamente de él y accionó el interruptor de la luz. Alex se giró hacia ella
intentando hablarle nuevamente.
Sofía por un momento quedó
aturdida. Todos sus miembros se quedaron bloqueados impidiéndola realizar
movimiento alguno. Toda ella se sumió en la más infinita desolación.
La joven absorbía y miraba
con atención las cada vez más crudas imágenes que echaban en la televisión, de
accidentes, catástrofes naturales, asesinatos, guerras..., como las personas
quedaban esparcidas por el suelo con increíbles mutilaciones y heridas,
sangrando abundantemente, escapándoseles la vida o ya carentes de ella. Eran
imágenes aterradoras que no hacían nada más que mostrar el sufrimiento real de
la gente. Pero eran imágenes que veía a través de un aparato. Nunca había
presenciado in situ la muerte de nadie en alguna de aquellas
circunstancias, ni siquiera había visto a
ningún herido de gravedad. Lo más cerca que había estado de ver a
alguien en esas condiciones era a ella misma cuando Andrei se entretenía
martirizándola.
Por eso no podía aceptar
lo que veía y mas tratándose de aquel hombre por el que había comenzado a
sentir un gran amor y que había sido prácticamente la única persona que en
aquellos meses de penuria y amargura la habían tratado con respeto y cariño;
aquel hombre con el que se había mezclado entre la gente de aquel país como si
fuesen una pareja de felices enamorados y al que se había entregado en cuerpo y
alma sin ningún tipo de reparo después de todo lo que había soportado durante
aquel desagradable verano.
Sofía, con una expresión
llena de terror y de dolor en su cara, se volvió a fijar en Alex. Llevaba un
fino y elegante pantalón, similar a los que tantas veces le había visto durante
aquel verano cuando la recogía o la llevaba al chalet y que combinaba con
suaves camisas de seda o finos jerséis que le hacían aun más atractivo de lo
que era, pero esta vez, la camisa blanca que llevaba puesta estaba teñida casi
en su totalidad de un rojo que se movía y brillaba con una increíble fuerza y
que se oscurecía siniestramente en uno de los costados del hombre. La cara de
Alex siempre seria pero que igualmente reflejaba una increíble ternura y sinceridad,
estaba completamente pálida, cubierta de gruesas manchas de sangre y de
pequeñas e innumerables gotas de sudor. Uno de sus ojos, que siempre habían
resplandecido con un azul intenso, estaba prácticamente invisible sumergido en
un extraño grumo de carne hinchada y el ojo visible, había perdido su brillo y
empezaba a vaciarse de vida. Una de sus manos estaba completamente inmóvil,
morada e increíblemente inflamada, y uno de sus dedos había desaparecido
dejando tan solo un pequeño muñón recubierto de sangre seca.
Alex alargó su brazo sano hacia
la joven e intentó hablar nuevamente, pero esta vez, de su boca solo salieron
sonidos ininteligibles mientras caía de rodillas en el suelo.
Sofía salió de su
turbación cuando vio caer a Alex de rodillas y se precipitó rápidamente a su
lado. Rodeó el cuerpo del hombre con sus brazos sin pensar si podría hacerle
daño e intentó incorporarle con todas sus fuerzas y tumbarle en la cercana
cama. Notó como Alex había perdido parte del ardiente calor que tenía tan solo unos
segundos antes, cuando le había puesto sus manos en las mejillas. Tras unos
interminables segundos y no sin un gran esfuerzo, consiguió tumbarle en la cama
sin ni siquiera percatarse de que la sangre había manchado gran parte de su
camiseta, su pelo y su cara. Se encontraba sumida en un oscuro estado de
crispación y zozobra sin ser capaz de dar demasiado sentido a lo que estaba
ocurriendo.
El hombre levantó
nuevamente su brazo sano, no sin gran esfuerzo y agarró tan fuerte como pudo la
camiseta de Sofía a la altura del pecho y tiró de ella hacia él. Dirigiéndola
la mirada cada vez mas vacía de su único ojo útil, intentó hablarla nuevamente:
-Tienes que salir de aquí
mi chiquilla -consiguió articular muy débilmente a la vez que su respiración se
aceleraba de una manera incontrolada. Ya no sentía dolor pero había agotado
todas las reservas de sus fuerzas. El hombre sabía que su vida se terminaba.
Desde que mataron a aquellos dos colombianos, había presentido que sus vidas
estaban en un grave peligro, porque sabía que eran importantes y que sus
familias iban a venir a por ellos en pos de su venganza. Pero se habían visto
obligados a rechazar su ataque. Por unos malditos dólares. Pero para Glaskov y
sus socios, cualquier cantidad de dinero era importante, y, ¿quien se atrevía a
rechazar una orden directa de la cúpula del grupo cuando hay en juego un puñado
de dólares? Debían de cumplirla y ellos no iban a estar presentes para
enfrentarse con los colombianos cuando se les negase el dinero. Pero antes de
morir tenía que intentar que Sofía saliese de allí. Sofía. No le reprochaba a
Omitri que en medio de las torturas que les infringían los colombianos, les
hubiese suplicado que le matasen de una vez a cambio de cierta información, “la
hija de uno de los hombres que les habían negado su dinero y por él que habían
muerto sus compañeros, estaba en Madrid” les había confesado a los colombianos
en medio del dolor. Omitri era su amigo y no se lo reprochaba. Él probablemente
hubiese hecho lo mismo para evitar aquellas torturas si no hubiese querido
tanto a aquella jovencita de la que se había enamorado prácticamente desde el
momento en el que la dejó en aquel tugurio. Pensó que aquella tierna y dulce
niña no sería capaz de aguantar aquello. Por estar enamorada. Antes de morir
debía de avisarla del peligro que corría y decirla que su joven amor estaba aun
vivo y no tan lejos de ella. Ahora, irían a por ella para torturarla, violarla
y matarla, por ser hija del hombre por él que habían muerto asesinados dos
jóvenes miembros de una importante familia de narcotraficantes colombianos, el
mismo hombre que la obligaba a prostituirse. Pero eso a ellos les importaba muy
poco.
Sofía no hizo ningún esfuerzo
por soltarse de la mano de Alex y sin poder evitar que las lágrimas comenzasen a
deslizarse por sus mejillas, intentó que algunas palabras franqueasen el espeso
nudo que taponaba su garganta:
-Alex, tengo que llamar a
un médico. No ves como estas... ¡Por Dios! ¡Te vas a morir!
La respiración de Alex se
volvió hacer más lenta y Sofía notó como intentaba tirar más fuerte de su
camiseta empapada de sangre.
-Quieren matarte...
vete... –su voz cada vez parecía más debilitada-… tu Shirko... en Barcelona...
Pasagess...
Sofía sintió como de
repente la mano de Alex soltaba su camiseta y buscaba su mano. Ella la cogió y
sintió la leve presión de la mano del hombre durante unos pocos segundos. Muy
pocos.
Quería llorar, gritar que
lo que estaba pasando no era real, no era verdad, pero sus miembros, sus
sentidos, ya no tenían gobierno, no había fuerza en su corazón ni en su
cerebro, solo desesperación.
Enseguida la mano de Alex
dejó de apretarla definitivamente al tiempo que notaba como irremediablemente,
un mundo de lleno de tinieblas la envolvía por completo.
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