miércoles, 30 de octubre de 2013

La princesa rusa VII


                                  Las últimas palabras

 

Las temperaturas nocturnas eran notablemente más bajas en aquellos últimos días de verano y hasta bien entrada la mañana, no comenzaba a apretar el calor, que por otra parte, volvía a ser sofocante durante las horas puntas del día.

Pero todavía quedaban algunas horas para que ese calor comenzase a ser molesto y Sofía dormía placenteramente desconectada totalmente del mundo. Sin soñar. Así era como más le gustaba dormir desde que estaba en España, de un tirón, sin enterarse de nada y... sin soñar.

Sobre todo sin soñar.

Aun cuando la mayoría de sus sueños desde su llegada a España tomaban la forma de pequeñas y punzantes pesadillas, a veces se colaba alguno en el que todo era tan maravilloso como real, como cuando se veía en su país, feliz, jugando con su hermana y su perro en el jardín de la casa de campo que su padre poseía cerca de la frontera con Ucrania, donde pasaba casi todos los veranos desde que abandonase Bulgaria.

Le encantaba pasar el verano en aquella inmensa y vieja casa, sin duda eran de los mejores días del año. Allí se juntaba con primos y familiares de edades parecidas a la suya a los que solo veía durante aquellos días y con los que se divertía y jugaba durante la época estival; y a esos veranos, a las agradables y suaves temperaturas a orillas del gran lago, debía el color ligeramente bronceado de su piel que la diferenciaba de otras muchas mujeres del este de Europa que tenían la piel mucho mas blanca.

Esos sueños eran los perores. Cuando despertaba y descubría que todo había sido falso y que solo se trataba de recuerdos que su mente extraía del subconsciente mientras ella dormía, siempre dispuesto a colaborar de una manera vil y traicionera y se daba cuenta de que continuaba siendo una olvidada prostituta lejos de su país y rodeada de gente desconocida y malvada, se llenaba de una densa amargura de desesperación donde la muerte podría ser el mayor de los placeres. Sofía, entonces, se sentaba en la cama haciéndose un ovillo y lloraba hasta que la relajación llegaba acompañada de la resignación.

Pero aquel día, aquella mañana en la que tan solo hacia unas horas que por enésima vez volvió a pensar en escapar mientras veía alejarse el coche de sus guardianes muy lentamente desde la puerta del portal y era observada de una manera melancólica por el regordete camarero desde el pequeño bar de la acera del frente, la joven rusa dormía sin que ningún sueño la perturbase, ni siquiera la preocupación que le había acompañado al no saber nada de su adorable Alex desde que éste la invitase a desayunar aquel delicioso chocolate con churros hacia ya algunos días, días en los que su cabeza no había dejado de preguntarse si le habría sucedido alguna cosa o se habría cansado de su pequeña relación. Deseaba con toda su alma que no fuese así, pero sobre todo, que no le hubiese sucedido nada malo.

Sofía en su dulce sueño, empezó a notar como alguien la zarandeaba suavemente intentando despertarla.

-Sofía despierta -escuchó lejanamente, aun prácticamente dormida.

Era la voz de Alex. Se alegró y una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios mientras permanecía aun con los ojos cerrados. Permaneció adormilada, era su día libre y estaba segura de que aun era temprano. ¿Por qué quería despertarla a esas horas y no la dejaba dormir? Estaba muy cansada, pero aun quedaban muchas horas por delante para recobrar fuerzas. Así que daba igual. Se espabilaría y harían el amor allí mismo, en aquella habitación, si él lo deseaba.

-Despierta -volvió a repetir la voz de Alex.

La sonrisa desapareció de la cara de Sofía. Algo le pasaba a su voz.

Sofía intentó despertarse. Se removió entre las sabanas, abrió los ojos somnolientamente y vio la silueta de Alex junto a la cama. Y parecía mirarla. Entre la débil claridad que entraba en la habitación a través de la persiana casi totalmente bajada, la joven pudo apreciar en el rostro de su amigo que algo le sucedía.

Se despertó inmediatamente, como si le hubiesen echado un cubo de agua helada por la cabeza y comenzó a incorporarse mientras escuchaba nuevamente la voz de su consejero.

-Vístete Sofía tenemos que irnos enseguida.

Quedó paralizada. La voz sonaba desgarrada, como si la pronunciase con gran dificultad. Al instante, comenzó a sentir como una increíble amargura y desazón, le oprimían fuertemente el pecho.

Terminó de levantarse y puso sus manos en la cara del hombre. Su piel estaba ardiendo y empapada de sudor.

-¿Te ocurre algo Alex? -preguntó llena de temores e inquietudes.

-Debes huir Sofía... alguien quiere... matarte... -su voz cada vez sonaba más débil y menos inteligible.

¿Había dicho que alguien la quería matar?

La chica se separó rápidamente de él y accionó el interruptor de la luz. Alex se giró hacia ella intentando hablarle nuevamente.

Sofía por un momento quedó aturdida. Todos sus miembros se quedaron bloqueados impidiéndola realizar movimiento alguno. Toda ella se sumió en la más infinita desolación.

La joven absorbía y miraba con atención las cada vez más crudas imágenes que echaban en la televisión, de accidentes, catástrofes naturales, asesinatos, guerras..., como las personas quedaban esparcidas por el suelo con increíbles mutilaciones y heridas, sangrando abundantemente, escapándoseles la vida o ya carentes de ella. Eran imágenes aterradoras que no hacían nada más que mostrar el sufrimiento real de la gente. Pero eran imágenes que veía a través de un aparato. Nunca había presenciado in situ la muerte de nadie en alguna de aquellas circunstancias, ni siquiera había visto a  ningún herido de gravedad. Lo más cerca que había estado de ver a alguien en esas condiciones era a ella misma cuando Andrei se entretenía martirizándola.

Por eso no podía aceptar lo que veía y mas tratándose de aquel hombre por el que había comenzado a sentir un gran amor y que había sido prácticamente la única persona que en aquellos meses de penuria y amargura la habían tratado con respeto y cariño; aquel hombre con el que se había mezclado entre la gente de aquel país como si fuesen una pareja de felices enamorados y al que se había entregado en cuerpo y alma sin ningún tipo de reparo después de todo lo que había soportado durante aquel desagradable verano.

Sofía, con una expresión llena de terror y de dolor en su cara, se volvió a fijar en Alex. Llevaba un fino y elegante pantalón, similar a los que tantas veces le había visto durante aquel verano cuando la recogía o la llevaba al chalet y que combinaba con suaves camisas de seda o finos jerséis que le hacían aun más atractivo de lo que era, pero esta vez, la camisa blanca que llevaba puesta estaba teñida casi en su totalidad de un rojo que se movía y brillaba con una increíble fuerza y que se oscurecía siniestramente en uno de los costados del hombre. La cara de Alex siempre seria pero que igualmente reflejaba una increíble ternura y sinceridad, estaba completamente pálida, cubierta de gruesas manchas de sangre y de pequeñas e innumerables gotas de sudor. Uno de sus ojos, que siempre habían resplandecido con un azul intenso, estaba prácticamente invisible sumergido en un extraño grumo de carne hinchada y el ojo visible, había perdido su brillo y empezaba a vaciarse de vida. Una de sus manos estaba completamente inmóvil, morada e increíblemente inflamada, y uno de sus dedos había desaparecido dejando tan solo un pequeño muñón recubierto de sangre seca.

Alex alargó su brazo sano hacia la joven e intentó hablar nuevamente, pero esta vez, de su boca solo salieron sonidos ininteligibles mientras caía de rodillas en el suelo.

Sofía salió de su turbación cuando vio caer a Alex de rodillas y se precipitó rápidamente a su lado. Rodeó el cuerpo del hombre con sus brazos sin pensar si podría hacerle daño e intentó incorporarle con todas sus fuerzas y tumbarle en la cercana cama. Notó como Alex había perdido parte del ardiente calor que tenía tan solo unos segundos antes, cuando le había puesto sus manos en las mejillas. Tras unos interminables segundos y no sin un gran esfuerzo, consiguió tumbarle en la cama sin ni siquiera percatarse de que la sangre había manchado gran parte de su camiseta, su pelo y su cara. Se encontraba sumida en un oscuro estado de crispación y zozobra sin ser capaz de dar demasiado sentido a lo que estaba ocurriendo.

El hombre levantó nuevamente su brazo sano, no sin gran esfuerzo y agarró tan fuerte como pudo la camiseta de Sofía a la altura del pecho y tiró de ella hacia él. Dirigiéndola la mirada cada vez mas vacía de su único ojo útil, intentó hablarla nuevamente:

-Tienes que salir de aquí mi chiquilla -consiguió articular muy débilmente a la vez que su respiración se aceleraba de una manera incontrolada. Ya no sentía dolor pero había agotado todas las reservas de sus fuerzas. El hombre sabía que su vida se terminaba. Desde que mataron a aquellos dos colombianos, había presentido que sus vidas estaban en un grave peligro, porque sabía que eran importantes y que sus familias iban a venir a por ellos en pos de su venganza. Pero se habían visto obligados a rechazar su ataque. Por unos malditos dólares. Pero para Glaskov y sus socios, cualquier cantidad de dinero era importante, y, ¿quien se atrevía a rechazar una orden directa de la cúpula del grupo cuando hay en juego un puñado de dólares? Debían de cumplirla y ellos no iban a estar presentes para enfrentarse con los colombianos cuando se les negase el dinero. Pero antes de morir tenía que intentar que Sofía saliese de allí. Sofía. No le reprochaba a Omitri que en medio de las torturas que les infringían los colombianos, les hubiese suplicado que le matasen de una vez a cambio de cierta información, “la hija de uno de los hombres que les habían negado su dinero y por él que habían muerto sus compañeros, estaba en Madrid” les había confesado a los colombianos en medio del dolor. Omitri era su amigo y no se lo reprochaba. Él probablemente hubiese hecho lo mismo para evitar aquellas torturas si no hubiese querido tanto a aquella jovencita de la que se había enamorado prácticamente desde el momento en el que la dejó en aquel tugurio. Pensó que aquella tierna y dulce niña no sería capaz de aguantar aquello. Por estar enamorada. Antes de morir debía de avisarla del peligro que corría y decirla que su joven amor estaba aun vivo y no tan lejos de ella. Ahora, irían a por ella para torturarla, violarla y matarla, por ser hija del hombre por él que habían muerto asesinados dos jóvenes miembros de una importante familia de narcotraficantes colombianos, el mismo hombre que la obligaba a prostituirse. Pero eso a ellos les importaba muy poco.

Sofía no hizo ningún esfuerzo por soltarse de la mano de Alex y sin poder evitar que las lágrimas comenzasen a deslizarse por sus mejillas, intentó que algunas palabras franqueasen el espeso nudo que taponaba su garganta:

-Alex, tengo que llamar a un médico. No ves como estas... ¡Por Dios! ¡Te vas a morir!

La respiración de Alex se volvió hacer más lenta y Sofía notó como intentaba tirar más fuerte de su camiseta empapada de sangre.

-Quieren matarte... vete... –su voz cada vez parecía más debilitada-… tu Shirko... en Barcelona... Pasagess...

Sofía sintió como de repente la mano de Alex soltaba su camiseta y buscaba su mano. Ella la cogió y sintió la leve presión de la mano del hombre durante unos pocos segundos. Muy pocos.

Quería llorar, gritar que lo que estaba pasando no era real, no era verdad, pero sus miembros, sus sentidos, ya no tenían gobierno, no había fuerza en su corazón ni en su cerebro, solo desesperación.

Enseguida la mano de Alex dejó de apretarla definitivamente al tiempo que notaba como irremediablemente, un mundo de lleno de tinieblas la envolvía por completo.

 

 

 

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