domingo, 6 de abril de 2014

EL HIJO DEL NIGROMANTE


 

"Cuando en una ciudad se mezclan la historia y la belleza de sus monumentos con la magia y el misterio de sus calles, sólo puede dar como resultado un lugar único y fascinante"
 

Después de recorrer las callejas entre expectantes y mortecinas ventanas pertenecientes a hogares construidos muchos siglos atrás, los tres hombres desembocaron en un pasadizo, no se podía denominar ni siquiera como callejón, apretado sinuosamente por los viejos muros de las casas.

El frio de la noche incluso parecía no querer penetrar en la callejuela. Una de las farolas que alimentaban de luz a la zona, parpadeó y se fundió en ese mismo instante.

Nico soltó una sonora carcajada y dio un codazo a su amigo.

-Oye Aguirre no habrá fantasmas por aquí –ironizó-, yo sólo quiero que me lean las cartas, no qué me chupen la sangre.

Los dos hombres llevaban todo el día en la pequeña pero histórica ciudad. También misteriosa ciudad, cada una de sus calles exhalaba vapores de antiquísimos misterios.

Aguirre soltó otra carcajada como respuesta.

-Es aquí –anunció el improvisado guía que aún llevaba el uniforme de camarero del restaurante donde los dos amigos habían cenado.

Una mujer, sin duda de un peculiar aspecto, les abrió la puerta y con una sonrisa seca que dio la impresión de retorcer sus labios en un macabro gesto, les invitó a entrar.

Por un instante, Nico sintió que sus ganas de diversión y su estado de euforia, retrocedían sin motivo aparente, pero los rebuscó y los volvió a sacar, y con un jovial saludo estrechó la mano a la mujer.

La mujer, a pesar de su macabra sonrisa, encerraba una extraña belleza en su rostro huesudo y pintado exageradamente, llevaba una larga falda roja de vuelo que le hacía tener el aspecto de bruja de telenovela barata o de pitonisa de tres al cuarto.

Los dos amigos entraron dentro de la casa después de despedirse del camarero que se alejó rápidamente de allí. En el interior reinaba la penumbra, se podía distinguir un patio central cubierto en lo alto por una uralita transparente que filtraba la luz nocturna y retorcía el reflejo de las estrellas y la luna en siniestras formas.

Una mesita cubierta con un tapete rojo desgastado en el que descansaban algunas velas negras, reposaba en el centro del patio.

La bruja sacó una baraja. Nico apenas se dio cuenta de dónde diablos había sacado las cartas. Soltó otra risotada, aquel ambiente misterioso y aquella falsa bruja (realmente todas las brujas eran falsas), no iban a amedrantar a un triunfador de 46 años, alto, apuesto, en el mejor momento de su vida y que tan solo hacía unas horas que acababa de cerrar un acuerdo millonario para su empresa, para eso habían llegado a la pequeña ciudad, como punto intermedio entre ellos y el cliente.

Y ya pensaba hacer noche en la ciudad, su mujer podría pasar un día sin él, al fin y al cabo estaba trabajando para el bienestar de la familia.

Pero pensaba aprovechar aquella noche de soledad. Por supuesto que lo iba a hacer.

Miró a la bruja directamente, detrás de toda aquella parafernalia ridícula y de su camisa blanca, se adivinaban las formas de unos pechos pequeños y deseables.

Una noche loca.

Siempre había sentido curiosidad o morbo porque le leyesen las cartas, aunque de sobra sabía que era una estúpida superchería, pero qué añadiría a su vida de éxito llena de anécdotas y de vivencias.

-¿Los dos quieren que les lea las cartas? –preguntó la flaca pitonisa.

-No, no, sólo a él -se apresuró a contestar Aguirre separándose un par de metros de su amigo y de la mesa.

-Muy bien -dijo la mujer–. Es la primera vez.

Nico no supo si responder porque no atinó a adivinar si la mujer preguntaba o tan solo afirmaba un hecho consumado que conocía.

 -Déjese llevar –continuó diciendo la pitonisa con una voz suave y aterciopelada, sonriendo dulcemente, la anterior y grotesca mueca de sus labios parecía haber desaparecido definitivamente-, en cierta manera, las cartas le irán indicando el camino, como si tuviesen vida propia.

Comenzó a descubrir cartas, un ruido sonó en lo alto de la casa, ligero pero grotesco. La mujer tuvo un temblor casi imperceptible pero pareció no escucharlo, su dulce sonrisa permaneció en su cara y continuó con su cometido como si no hubiese escuchado nada.

-Tiene una gran energía interior qué le hace mirar siempre hacia delante con optimismo –informó la pitonisa después de descubrir la primera carta que mostraba un extraño dibujo que podría asimilarse a una gran zanahoria torcida. La bruja le miró sonriente-. En esta época esa actitud es muy necesaria.

Nico miró a Aguirre y con una burlona sonrisa le hizo un gesto para que se volviese a acercar.

-Qué yo no quiero que me lean las cartas tío –contestó Aguirre alejándose otro paso de la mesa.

La pitonisa ajena a la breve conversación de los dos amigos, continuó descubriendo cartas.

-La fortuna es su amiga –dijo después de descubrir una carta que parecía tener dibujada una inmensa montaña.

Al soltar la siguiente carta, la mano de la bruja tembló claramente. Un ruido aún más fuerte descendió por la oscura escalera y por fin, la bruja desvió su mirada.

-¿Qué pasa? –protestó Nico mirando hacia la escalera.

-En el amor debéis de andaros con tiento –continuó la mujer intentando recobrar la compostura, pero no parecía la misma, lo ruidos y la última carta parecían haber actuado sobre ella como un repentina descarga eléctrica.

-Qué quieres decir –Nico parecía que también estaba perdiendo toda la parte divertida que le había llevado hasta allí. Volvió a mirar a Aguirre que le devolvió una seria mirada. Parecía inquieto

La baraja cayó de la mano de la mujer esparciéndose por la negrura del suelo de cemento al tiempo que un nuevo ruido sonaba en lo alto de la casa y parecía ansioso por descender los escalones.

-¿Qué pasa bruja? –el tono de Nico sonó mucho más agrio y al instante pareció contagiado por la inquietud de la mujer. Dio una patada a la pequeña mesa que rodó por el suelo envuelta en las velas que volaban a su alrededor formando pequeños surcos luminosos en la oscuridad-. Me caguen dios que pasa, me queréis gastar una broma.

-Hey calma –intervino Aguirre acercándose a su amigo-, que esto es sólo una tontería, venga vámonos.

El ruido pareció estancado en lo alto de la escalera como una bestia a la espera de saltar sobre alguna propiciatoria victima; la joven pitonisa comenzó a recoger las cartas del suelo sin prestar atención a los dos hombres que salieron de la casa sin despedirse.

La bruja quedó en una anécdota que los dos amigos olvidaron casi definitivamente, cuando un taxi les fue dejando en cada uno de los burdeles más lujosos que rodeaban las afueras de la ciudad.

Abandonaron la pequeña ciudad cuando el sol ya brillaba en lo alto del cielo y Nico no volvió a acordarse de aquella extraña noche, hasta que una mañana de domingo, una tranquila mañana de domingo, su mujer le soltó  sin más, que quería el divorcio, en principio pensó que hablaba de otra cosa, porque su cabeza estaba algo distraída meditando sobre las últimas jornadas laborales, el maldito precontrato supermillonario no terminaba de hacerse efectivo. Había dudas.

-Me has oído –insistió su mujer. Aún era una hermosa y estilizada rubia de 30 y pocos. Había luchado por ella, por su amor, como qué si había luchado, tanto o casi como por su trabajo, y el día que ella accedió a salir con él, abrió todas las botellas de champagne. Ella era parte de su vida, una indivisible parte…-, quiero el divorcio.

Esta vez sí tuvo claro lo que ella quería decir, “¿por qué?” hubiese sido la respuesta más sensata. Tal vez había dedicado más tiempo de lo necesario a su trabajo, tal vez había tenido alguna aventura, tal vez había visitado algún puticlub en sus viajes de trabajo, pero aquella noticia era totalmente inesperada y desproporcionada. Mientras le soltaba la primera bofetada, el recuerdo nítido de la bruja en aquel patio oscuro y el inesperado ruido que parecía querer bajar por la escalera, invadió su mente, la bruja tiró la carta sobre la mesa y apenas se fijó en el dibujo, pero mientras soltaba la segunda bofetada a su mujer, recordó el dibujo que quería imitar una corriente negra, como un rio contaminado y bañado por la brillante luz de una luna llena representada por un gran punto blanco, pero en aquella particular luna llena, se dibujaba un rostro, un extraño rostro.

En los días que pasó en la cárcel, tuvo claro que la bruja le había hechizado mediante un traicionero conjuro. Cuando salió, su mujer, pronto su ex, había cambiando la cerradura de la puerta y mandado todas sus pertenencias, principalmente su ropa, a casa de sus padres.

Tan solo fue a cambiarse de ropa y sin esperar mucho tiempo mas, condujo hacia la pequeña ciudad. Cuando llegó, parecía ser otra ciudad, a plena luz del sol del mediodía, sus calles parecían mas alegres, menos misteriosas. En aquellas condiciones no había lugar para los hechizos, pero aun así, buscó con ansia la callejuela hasta que dio con la vieja casa. No había timbre, eso no lo recordaba, por supuesto.

Llamó golpeando el tirador de hierro que representaba -¿una cabeza?-No tenía tiempo de pensar en qué era aquella cosa fría que dirigida por su mano, golpeaba la puerta de madera produciendo unos golpes secos y penetrantes. Nada. Volvió a llamar con más fuerza, tenía que haber alguien en la maldita casa. Giró su cabeza, no había nadie que cruzase la callejuela, pero minutos antes, numerosos transeúntes caminaban animadamente por la calle donde nacía el pequeño callejón, a escasos metros, pero ahora no había nadie, incluso el cielo parecía haber perdido brillo. Tonterías. Estaba pasando por un momento malo que le hacía percibir aquellas niñerías.

Se dirigió a una de las ventanas y entre los negros visillos interiores, pudo divisar una sombra que se deslizaba por el patio. Recordó aquel patio y el momento en el que la bruja le echaba las cartas, entonces estaba eufórico y a pesar de la euforia, creyó sentir un leve escalofrío cuando escucharon los golpes procedentes de la parte superior de la escalera.

-¡Eh! -grito a la sombra golpeando con sus nudillos el cristal-. ¡Eh ábreme! Necesito hablar con la bruja.

La sombra se detuvo. Nico la contempló, inerte pero palpitante, se elevaba desde el suelo en un pesado equilibrio hasta más de dos metros, el hombre se separó de la ventana, su pecho palpitaba fuertemente. Había escuchado la respiración de aquella cosa, una respiración silbante y húmeda; volvió a acercarse, la sombra entonces se giró lentamente y por unos instantes, por unos desconcertantes instantes, pudo apreciar a través del cristal y del visillo con una desafiante claridad, las grotescas formas de la sombra, en especial su brazo derecho esperpénticamente desproporcionado que parecía rozar el suelo de piedra con los dedos de la mano, arañándolo, a través del cristal podía sentir el penetrante chirrido que producían las uñas como si fuesen cuchillas; su cuello parecía abarcar todo el tronco y su cara…, la sombra (el ser) le miró y Nico pudo apreciar con meridiana claridad, como sus agrietados labios expulsaban alguna palabras ininteligibles.

Nico ahogó un grito. Permaneció de pie, jadeando, unas personas pasaron por la cercana calle como abriendo las puerta nuevamente a la normalidad del mundo. Volvió a mirar por la ventana. No había nada. El estrés y la tensión de las últimas semanas estaban haciendo mella en sus sentidos y sensaciones. Tenía que arreglar aquello. Volvió a llamar y esta vez, casi sin esperar, la puerta se abrió muy ligeramente dejando a la vista y entre las sombras interiores de la casa, el huesudo rostro de la pitonisa, demacrado y casi feo. La recordaba más bonita, pero era ella, seguro.

-¿Qué quiere? –dijo.

-¿No me reconoces? Me echaste las cartas hace dos meses más o menos.

-Váyase por favor –fue la respuesta de la bruja-, no es un buen momento para que hablemos.

La mujer intentó cerrar, pero Nico se apresuró a empujar con fuerza la gruesa puerta de madera con sus dos manos, el frágil cuerpo de la pitonisa salió impulsado hacia el interior de la casa cayendo de culo. El hombre entró y miró a la joven bruja, allí, sentada a sus pies…, el divorcio, la cárcel y todo empezó con las malditas cartas, todo pasó por su mente con desgarradora rapidez.

-Escúchame bruja –gruñó Nico esta vez-, he venido aquí a qué me quites el hechizo y no me iré sin que lo hagas.

-No..., no…, no hay ningún hechizo –su voz cada vez era mas trémula- las cartas hablaron y ÉL está aquí, se tiene que ir, se lo suplico.

Nico hizo caso omiso a las suplicantes palabras de la mujer y se inclinó sobre ella, la cogió de los hombros elevándola como a un fino arbolito que quedo plantado ante él, temblando como si fuese movido por una sofocante brisa.

La luz de la ventana pareció perder intensidad. Encogerse.

“¡¡Boom!!” el ruido pareció descender la escalera como un maloliente eructo. En lo alto, en el rellano, estaba la sombra, la enorme sombra que había visto minutos antes a través de la ventana, la sombra que había olvidado momentáneamente y que había conseguido subir las escaleras, al parecer, en un tiempo inverosímil. Ahora podía oír su respiración con mucha más nitidez. Era una respiración silbante y podrida.

Instintivamente, Nico miró hacia atrás. La puerta continuaba abierta.

Pero por algún maldito motivo parecía estar inmovilizado. Se quedó mirando a la deformada y gigantesca forma que empezó a bajar las escaleras, los peldaños empezaron a crujir dolorosamente forzados por el peso de aquella cosa.

-Osas perturbar mi morada –escuchó las palabras claras, aunque envueltas en un sonido que no parecía provenir de ningún ser vivo.

Entonces el olor se hizo insoportable.

Miró a la bruja. Por última vez. “Le dije que se fuese”. Giró su cabeza, la puerta estaba abierta y fuera relucía la claridad del día. Pero al instante, esa claridad pareció ser cubierta por una negra nube, era la forma. Había bajado, pero no podía ser, era imposible que aquella mole deformada tuviese capacidad para moverse tan rápidamente. Pero allí estaba, a punto de bajar su pie, más grande que el propio torso de Nico, del último escalón.

Comenzó a dirigirse hacia el, sus pisadas sonaban como sonoros zambombazos.

Pero aún tenía tiempo, saldría de allí y les denunciaría. A la bruja por estafa y a… lo que fuese aquello por…

La pitonisa le miraba con ojos aterrorizados, pero Nico ya no la prestaba atención. “no debiste molestar al hijo del nigromante” creyó escuchar.

Debía de salir de aquella casa. “¡BOM!” La puerta se cerró impulsada como si hubiese explotado una granada cerca de ella. Nico dirigió su mirada a la forma. Pudo contemplarlo… sólo durante unos segundos porque el terror invadió su cerebro y apagó su vista, pero continuó tragando su pestilente aliento  “…el hijo del nigromante” había dicho la bruja.
La deformada mano del ser se alargó y sus dedos gruesos, ásperos y rebozados en sangre seca, atraparon el cuello de Nico que sólo sintió como sus huesos y venas se contraían hasta limitar la entrada de aire a sus pulmones, pero no perdió el conocimiento, pudo sentir como el ser tiraba de él y comenzaba a subir las escaleras arrastrándole por la sucia madera de los escalones sin prestar la mas mínima atención a sus angustiosos lamentos y suplicas.

 

 

                                                     FIN

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario