Después
de recorrer las callejas entre expectantes y mortecinas ventanas pertenecientes
a hogares construidos muchos siglos atrás, los tres hombres desembocaron en un
pasadizo, no se podía denominar ni siquiera como callejón, apretado sinuosamente
por los viejos muros de las casas.
El
frio de la noche incluso parecía no querer penetrar en la callejuela. Una de
las farolas que alimentaban de luz a la zona, parpadeó y se fundió en ese mismo
instante.
Nico
soltó una sonora carcajada y dio un codazo a su amigo.
-Oye
Aguirre no habrá fantasmas por aquí –ironizó-, yo sólo quiero que me lean las
cartas, no qué me chupen la sangre.
Los
dos hombres llevaban todo el día en la pequeña pero histórica ciudad. También
misteriosa ciudad, cada una de sus calles exhalaba vapores de antiquísimos
misterios.
Aguirre
soltó otra carcajada como respuesta.
-Es
aquí –anunció el improvisado guía que aún llevaba el uniforme de camarero del restaurante
donde los dos amigos habían cenado.
Una
mujer, sin duda de un peculiar aspecto, les abrió la puerta y con una sonrisa
seca que dio la impresión de retorcer sus labios en un macabro gesto, les invitó
a entrar.
Por
un instante, Nico sintió que sus ganas de diversión y su estado de euforia,
retrocedían sin motivo aparente, pero los rebuscó y los volvió a sacar, y con
un jovial saludo estrechó la mano a la mujer.
La
mujer, a pesar de su macabra sonrisa, encerraba una extraña belleza en su
rostro huesudo y pintado exageradamente, llevaba una larga falda roja de vuelo
que le hacía tener el aspecto de bruja de telenovela barata o de pitonisa de
tres al cuarto.
Los
dos amigos entraron dentro de la casa después de despedirse del camarero que se
alejó rápidamente de allí. En el interior reinaba la penumbra, se podía distinguir
un patio central cubierto en lo alto por una uralita transparente que filtraba
la luz nocturna y retorcía el reflejo de las estrellas y la luna en siniestras formas.
Una
mesita cubierta con un tapete rojo desgastado en el que descansaban algunas
velas negras, reposaba en el centro del patio.
La
bruja sacó una baraja. Nico apenas se dio cuenta de dónde diablos había sacado
las cartas. Soltó otra risotada, aquel ambiente misterioso y aquella falsa
bruja (realmente todas las brujas eran falsas), no iban a amedrantar a un triunfador
de 46 años, alto, apuesto, en el mejor momento de su vida y que tan solo hacía
unas horas que acababa de cerrar un acuerdo millonario para su empresa, para
eso habían llegado a la pequeña ciudad, como punto intermedio entre ellos y el
cliente.
Y
ya pensaba hacer noche en la ciudad, su mujer podría pasar un día sin él, al
fin y al cabo estaba trabajando para el bienestar de la familia.
Pero
pensaba aprovechar aquella noche de soledad. Por supuesto que lo iba a hacer.
Miró
a la bruja directamente, detrás de toda aquella parafernalia ridícula y de su
camisa blanca, se adivinaban las formas de unos pechos pequeños y deseables.
Una
noche loca.
Siempre
había sentido curiosidad o morbo porque le leyesen las cartas, aunque de sobra sabía
que era una estúpida superchería, pero qué añadiría a su vida de éxito llena de
anécdotas y de vivencias.
-¿Los
dos quieren que les lea las cartas? –preguntó la flaca pitonisa.
-No,
no, sólo a él -se apresuró a contestar Aguirre separándose un par de metros de
su amigo y de la mesa.
-Muy
bien -dijo la mujer–. Es la primera vez.
Nico
no supo si responder porque no atinó a adivinar si la mujer preguntaba o tan
solo afirmaba un hecho consumado que conocía.
-Déjese llevar –continuó diciendo la pitonisa
con una voz suave y aterciopelada, sonriendo dulcemente, la anterior y grotesca
mueca de sus labios parecía haber desaparecido definitivamente-, en cierta
manera, las cartas le irán indicando el camino, como si tuviesen vida propia.
Comenzó
a descubrir cartas, un ruido sonó en lo alto de la casa, ligero pero grotesco. La
mujer tuvo un temblor casi imperceptible pero pareció no escucharlo, su dulce
sonrisa permaneció en su cara y continuó con su cometido como si no hubiese escuchado
nada.
-Tiene
una gran energía interior qué le hace mirar siempre hacia delante con optimismo
–informó la pitonisa después de descubrir la primera carta que mostraba un
extraño dibujo que podría asimilarse a una gran zanahoria torcida. La bruja le miró
sonriente-. En esta época esa actitud es muy necesaria.
Nico
miró a Aguirre y con una burlona sonrisa le hizo un gesto para que se volviese
a acercar.
-Qué
yo no quiero que me lean las cartas tío –contestó Aguirre alejándose otro paso
de la mesa.
La
pitonisa ajena a la breve conversación de los dos amigos, continuó descubriendo
cartas.
-La
fortuna es su amiga –dijo después de descubrir una carta que parecía tener
dibujada una inmensa montaña.
Al
soltar la siguiente carta, la mano de la bruja tembló claramente. Un ruido aún
más fuerte descendió por la oscura escalera y por fin, la bruja desvió su
mirada.
-¿Qué
pasa? –protestó Nico mirando hacia la escalera.
-En
el amor debéis de andaros con tiento –continuó la mujer intentando recobrar la
compostura, pero no parecía la misma, lo ruidos y la última carta parecían haber
actuado sobre ella como un repentina descarga eléctrica.
-Qué
quieres decir –Nico parecía que también estaba perdiendo toda la parte divertida
que le había llevado hasta allí. Volvió a mirar a Aguirre que le devolvió una
seria mirada. Parecía inquieto
La
baraja cayó de la mano de la mujer esparciéndose por la negrura del suelo de cemento
al tiempo que un nuevo ruido sonaba en lo alto de la casa y parecía ansioso
por descender los escalones.
-¿Qué
pasa bruja? –el tono de Nico sonó mucho más agrio y al instante pareció
contagiado por la inquietud de la mujer. Dio una patada a la pequeña mesa que
rodó por el suelo envuelta en las velas que volaban a su alrededor formando pequeños
surcos luminosos en la oscuridad-. Me caguen dios que pasa, me queréis gastar
una broma.
-Hey
calma –intervino Aguirre acercándose a su amigo-, que esto es sólo una tontería,
venga vámonos.
El
ruido pareció estancado en lo alto de la escalera como una bestia a la espera
de saltar sobre alguna propiciatoria victima; la joven pitonisa comenzó a
recoger las cartas del suelo sin prestar atención a los dos hombres que
salieron de la casa sin despedirse.
La
bruja quedó en una anécdota que los dos amigos olvidaron casi definitivamente, cuando
un taxi les fue dejando en cada uno de los burdeles más lujosos que rodeaban
las afueras de la ciudad.
Abandonaron
la pequeña ciudad cuando el sol ya brillaba en lo alto del cielo y Nico no
volvió a acordarse de aquella extraña noche, hasta que una mañana de domingo,
una tranquila mañana de domingo, su mujer le soltó sin más, que quería el divorcio, en principio
pensó que hablaba de otra cosa, porque su cabeza estaba algo distraída meditando
sobre las últimas jornadas laborales, el maldito precontrato supermillonario no
terminaba de hacerse efectivo. Había dudas.
-Me
has oído –insistió su mujer. Aún era una hermosa y estilizada rubia de 30 y
pocos. Había luchado por ella, por su amor, como qué si había luchado, tanto o
casi como por su trabajo, y el día que ella accedió a salir con él, abrió todas
las botellas de champagne. Ella era parte de su vida, una indivisible parte…-,
quiero el divorcio.
Esta
vez sí tuvo claro lo que ella quería decir, “¿por qué?” hubiese sido la respuesta
más sensata. Tal vez había dedicado más tiempo de lo necesario a su trabajo,
tal vez había tenido alguna aventura, tal vez había visitado algún puticlub en
sus viajes de trabajo, pero aquella noticia era totalmente inesperada y
desproporcionada. Mientras le soltaba la primera bofetada, el recuerdo nítido
de la bruja en aquel patio oscuro y el inesperado ruido que parecía querer
bajar por la escalera, invadió su mente, la bruja tiró la carta sobre la mesa y
apenas se fijó en el dibujo, pero mientras soltaba la segunda bofetada a su
mujer, recordó el dibujo que quería imitar una corriente negra, como un rio
contaminado y bañado por la brillante luz de una luna llena representada por un
gran punto blanco, pero en aquella particular luna llena, se dibujaba un
rostro, un extraño rostro.
En
los días que pasó en la cárcel, tuvo claro que la bruja le había hechizado
mediante un traicionero conjuro. Cuando salió, su mujer, pronto su ex, había
cambiando la cerradura de la puerta y mandado todas sus pertenencias,
principalmente su ropa, a casa de sus padres.
Tan
solo fue a cambiarse de ropa y sin esperar mucho tiempo mas, condujo hacia la
pequeña ciudad. Cuando llegó, parecía ser otra ciudad, a plena luz del sol del
mediodía, sus calles parecían mas alegres, menos misteriosas. En aquellas
condiciones no había lugar para los hechizos, pero aun así, buscó con ansia la
callejuela hasta que dio con la vieja casa. No había timbre, eso no lo
recordaba, por supuesto.
Llamó
golpeando el tirador de hierro que representaba -¿una cabeza?-No tenía tiempo
de pensar en qué era aquella cosa fría que dirigida por su mano, golpeaba la
puerta de madera produciendo unos golpes secos y penetrantes. Nada. Volvió a
llamar con más fuerza, tenía que haber alguien en la maldita casa. Giró su
cabeza, no había nadie que cruzase la callejuela, pero minutos antes, numerosos
transeúntes caminaban animadamente por la calle donde nacía el pequeño callejón,
a escasos metros, pero ahora no había nadie, incluso el cielo parecía haber
perdido brillo. Tonterías. Estaba pasando por un momento malo que le hacía
percibir aquellas niñerías.
Se
dirigió a una de las ventanas y entre los negros visillos interiores, pudo
divisar una sombra que se deslizaba por el patio. Recordó aquel patio y el
momento en el que la bruja le echaba las cartas, entonces estaba eufórico y a pesar
de la euforia, creyó sentir un leve escalofrío cuando escucharon los golpes procedentes
de la parte superior de la escalera.
-¡Eh!
-grito a la sombra golpeando con sus nudillos el cristal-. ¡Eh ábreme! Necesito
hablar con la bruja.
La
sombra se detuvo. Nico la contempló, inerte pero palpitante, se elevaba desde
el suelo en un pesado equilibrio hasta más de dos metros, el hombre se separó
de la ventana, su pecho palpitaba fuertemente. Había escuchado la respiración
de aquella cosa, una respiración silbante y húmeda; volvió a acercarse, la
sombra entonces se giró lentamente y por unos instantes, por unos
desconcertantes instantes, pudo apreciar a través del cristal y del visillo con
una desafiante claridad, las grotescas formas de la sombra, en especial su
brazo derecho esperpénticamente desproporcionado que parecía rozar el suelo de
piedra con los dedos de la mano, arañándolo, a través del cristal podía sentir
el penetrante chirrido que producían las uñas como si fuesen cuchillas; su
cuello parecía abarcar todo el tronco y su cara…, la sombra (el ser) le miró y Nico
pudo apreciar con meridiana claridad, como sus agrietados labios expulsaban
alguna palabras ininteligibles.
Nico
ahogó un grito. Permaneció de pie, jadeando, unas personas pasaron por la
cercana calle como abriendo las puerta nuevamente a la normalidad del mundo. Volvió
a mirar por la ventana. No había nada. El estrés y la tensión de las últimas
semanas estaban haciendo mella en sus sentidos y sensaciones. Tenía que arreglar
aquello. Volvió a llamar y esta vez, casi sin esperar, la puerta se abrió muy
ligeramente dejando a la vista y entre las sombras interiores de la casa, el
huesudo rostro de la pitonisa, demacrado y casi feo. La recordaba más bonita,
pero era ella, seguro.
-¿Qué
quiere? –dijo.
-¿No
me reconoces? Me echaste las cartas hace dos meses más o menos.
-Váyase
por favor –fue la respuesta de la bruja-, no es un buen momento para que
hablemos.
La
mujer intentó cerrar, pero Nico se apresuró a empujar con fuerza la gruesa
puerta de madera con sus dos manos, el frágil cuerpo de la pitonisa salió
impulsado hacia el interior de la casa cayendo de culo. El hombre entró y miró
a la joven bruja, allí, sentada a sus pies…, el divorcio, la cárcel y todo
empezó con las malditas cartas, todo pasó por su mente con desgarradora
rapidez.
-Escúchame
bruja –gruñó Nico esta vez-, he venido aquí a qué me quites el hechizo y no me iré
sin que lo hagas.
-No...,
no…, no hay ningún hechizo –su voz cada vez era mas trémula- las cartas
hablaron y ÉL está aquí, se tiene que ir, se lo suplico.
Nico
hizo caso omiso a las suplicantes palabras de la mujer y se inclinó sobre ella,
la cogió de los hombros elevándola como a un fino arbolito que quedo plantado
ante él, temblando como si fuese movido por una sofocante brisa.
La
luz de la ventana pareció perder intensidad. Encogerse.
“¡¡Boom!!”
el ruido pareció descender la escalera como un maloliente eructo. En lo alto,
en el rellano, estaba la sombra, la enorme sombra que había visto minutos antes
a través de la ventana, la sombra que había olvidado momentáneamente y que había
conseguido subir las escaleras, al parecer, en un tiempo inverosímil. Ahora
podía oír su respiración con mucha más nitidez. Era una respiración silbante y podrida.
Instintivamente,
Nico miró hacia atrás. La puerta continuaba abierta.
Pero
por algún maldito motivo parecía estar inmovilizado. Se quedó mirando a la deformada
y gigantesca forma que empezó a bajar las escaleras, los peldaños empezaron a
crujir dolorosamente forzados por el peso de aquella cosa.
-Osas perturbar mi morada –escuchó las
palabras claras, aunque envueltas en un sonido que no parecía provenir de
ningún ser vivo.
Entonces
el olor se hizo insoportable.
Miró
a la bruja. Por última vez. “Le dije que se fuese”. Giró su cabeza, la puerta
estaba abierta y fuera relucía la claridad del día. Pero al instante, esa claridad
pareció ser cubierta por una negra nube, era la forma. Había bajado, pero no
podía ser, era imposible que aquella mole deformada tuviese capacidad para
moverse tan rápidamente. Pero allí estaba, a punto de bajar su pie, más grande
que el propio torso de Nico, del último escalón.
Comenzó
a dirigirse hacia el, sus pisadas sonaban como sonoros zambombazos.
Pero
aún tenía tiempo, saldría de allí y les denunciaría. A la bruja por estafa y a…
lo que fuese aquello por…
La
pitonisa le miraba con ojos aterrorizados, pero Nico ya no la prestaba
atención. “no debiste molestar al hijo del nigromante” creyó escuchar.
Debía
de salir de aquella casa. “¡BOM!” La puerta se cerró impulsada como si hubiese
explotado una granada cerca de ella. Nico dirigió su mirada a la forma. Pudo
contemplarlo… sólo durante unos segundos porque el terror invadió su cerebro y
apagó su vista, pero continuó tragando su pestilente aliento “…el hijo del nigromante” había dicho la bruja.
La deformada mano del ser se alargó y sus dedos gruesos, ásperos y rebozados en
sangre seca, atraparon el cuello de Nico que sólo sintió como sus huesos y
venas se contraían hasta limitar la entrada de aire a sus pulmones, pero no
perdió el conocimiento, pudo sentir como el ser tiraba de él y comenzaba a
subir las escaleras arrastrándole por la sucia madera de los escalones sin
prestar la mas mínima atención a sus angustiosos lamentos y suplicas.
FIN
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