Aquella jovencita me
desconcertó. Ya no sólo su belleza, según me iba fijando en ella, todo parecía
fascinante, sus gestos, sus movimientos, todo en ella parecía chorrear un áurea
de serenidad y confianza, como si de una anciana que ha vivido toda clase de
experiencias en la vida estuviese metida en el cuerpo de aquella bella
muchachita.
Chocolate. Y me
chantajeaba con una invitación de chocolate y churros. Tenía claro que aquella
hermosa y serena joven no me serviría de gran ayuda, pero aun así, accedí a
invitarlas. Conduje mi coche según me iba indicando la chica, como no, de una
forma pautada y clara, como si fuese una experta conocedora de la inmensa
mayoría de calles.
Abandonamos enseguida la
zona de casitas bajas donde había tenido lugar la pelea, para mi fortuna, y nos
acercamos a la playa donde todo era diferente.
-Es aquí -anunció
serenamente.
Aparqué y fuimos a una
pequeña chocolatería donde ya se agolpaban algunas personas.
Me encontraba cansado,
sucio y dolorido, entonces, me di cuenta de que mi aspecto no era el mejor y de
que me miraban, no sin disimulo, algunas de las personas que estaban dentro de
la chocolatería; le dije a la chica, aún no sabía su nombre, que fuese pidiendo
y me dirigí al baño. Me enjuagué bien la boca hasta quedar limpio de sangre, la
herida ya no sangraba, me lavé bien la cara, el ojo no se me había puesto
morado afortunadamente, pero si tenía una zona colorada todo alrededor, me
acondicioné todo lo mejor que pude, por mis vaqueros rotos en uno de los bajos
ya no podía hacer nada, y salí nuevamente al encuentro de la chica y la niña.
Total, ya cualquier cosa podía esperar.
Las dos devoraban su
chocolate con churros, pero no de manera ansiosa, limpiamente, la pequeña tenía
una servilleta de papel sobre su cuello, y la joven, comía con ganas pero con
una fluida educación.
-Se te va a enfriar tu
café -me dijo ojeándome como si se diese cuenta de que había intentado mejorar
mi imagen.
Aún no estaba del todo
frío. Di un buen trago del café y devoré un par de churos mientras miraba a las
dos bellezas que tenía ante mí. Me sentí mejor, mucho mejor.
La niña me miraba
intermitentemente. Tenía el mismo rostro bello y angelical que..., su hermana.
No quería pensar aún que aquellas dos jovenzuelas fuesen madre e hija.
La joven no me miró una
sola vez mientras terminaba su chocolate.
-¿Cómo te llamas? -le
pregunté por fin.
-Evelina –dijo. Vaya, su
nombre al menos, no me pareció tan... cautivador-, pero puedes llamarme Eve.
-Y cuando… -titubeé. Miré
el precioso rostro de Eve que ahora me miraba directamente a los ojos. Joder,
siempre me había sentido algo intimidado en el primer contacto con las mujeres
que superan los niveles, digamos normales, de belleza femenina, o sea, me
cohibía un poco con los bellezones, pero esta era casi una niña- ¿cuándo
podemos ir a ver a los Gegos?
-Bueno, hay que elegir el
momento -contestó ella después de intercambiar unas palabras con la niña en el
idioma de la región en la que nos encontrábamos y que yo apenas entendí-, ellos
tienen sus puntos débiles, claro que sí, pero tampoco es cuestión de ir a
verles de una manera directa, exactamente ¿qué quieres de ellos?
Me levanté, intentando
hacerlo con tranquilidad. Estaba cansado, había vivido una nochecita de mil
demonios por decirlo de buena manera, y no estaba dispuesto a dejarme tomar el
pelo por aquella jovencita, por muy guapa que fuese.
-Creo que no me puedes
ayudar -me di la vuelta, algo en mi sentía pena de abandonar a la chica aunque
me estuviese tomando el pelo, pero ya estaba bien.
-Tu hermano puede que aún esté
bien.
Me giré inmediatamente y
me acerqué a ella notando como empezaba a ponerme nervioso. La cogí de un
brazo.
-¿Cómo sabes que es por mi
hermano?
-Te escuché cuando
peleabas con el Candy, sólo eso -con un suave gesto soltó su fino brazo de la
presión que hacían mis dedos.
Claro. Me había escuchado,
solamente era eso. Desde luego había algo en aquella mujercita que no era
normal. Yo no creía en esas tonterías desde luego, en eso de que algunas
personas poseen o son envueltas por un áurea mística que les hace..., bueno,
diferentes. Pero todo lo vivido durante aquella noche, sin duda unas de las
noches más poco corriente de toda mi vida, parecía haber abierto mi mente. Pero
por encima de todo, a parte de áureas y extraños acontecimientos nocturnos, hacía
que me latiese el corazón con fuerza por lo que Eve había dicho de mi hermano.
Me podía haber escuchado durante la pelea que seguía el rastro de mi hermano,
eso era evidente, pero ella había dicho que podía estar bien, y eso era algo
que no tenía nada que ver con lo que ella hubiese escuchado.
Montamos de nuevo en el
coche y conduje cerca de la línea de playa. El mar estaba increíblemente
hermoso. Me relajé.
Eve me guió nuevamente
hasta su barrio después de asegurarme de que no pasaríamos por la casa del
chico del Ford. El tal Candy. Quería dejar el capítulo de la pelea totalmente
apartado.
Aparqué ante una pequeña
fachada pintada de blanco con la pintura descorchándose por numerosos sitios,
con una puerta de madera flanqueada por dos ventanas igualmente de madera viaja
y descolorida. Una casa humilde.
Indeciso e inquieto, vi
como las dos chicas bajaban del coche. Tal vez ya no las volvería a ver más.
-Puedes pasar si quieres,
nadie te va a molestar, aquí estás seguro -dijo la cara de Eve asomada por la
ventanilla a escasos centímetros de mis ojos.
No me lo pensé mucho. Bajé
del coche y seguí a las dos chicas hasta el interior de la casa. Todo era
humildad y aunque había cierto desorden, polvo y algunos trastos por el medio,
nada estaba sucio.
La pequeña salió corriendo
y se perdió tras una arrinconada puerta, probablemente el cuarto de baño.
Atravesamos el salón, el pequeñísimo comedor, oscuro, pintado de un azul
tenebroso, con un sofá de dos plazas y una enorme tele que probablemente arrastraría
algunos años.
Como un tonto pasé detrás
de Eve a un cuarto contiguo, era su dormitorio, el dormitorio de las dos chicas
porque estaba dividido en dos bajas camas, la mitad (de Eve imaginé), tenía alguna
prenda juvenil y femenina tirada por la cama, un ordenador portátil encima de
una pequeña mesita y un decorado un tanto peculiar, con grandes postes, la foto
de un enorme perro corriendo en un radiante día soleado por un verde campo, la
virgen abrazando a un pequeño niño Jesús, unos extraños y oscuros seres, tal
vez demonios, un cuadro del espacio, del universo, donde entre los puntos de
luz de unas cuantas estrellas se dibujaba una gran cabeza, Lucifer, se leía
claramente en la frente. Extraña decoración pensé, claro-oscuro, bueno-malo.
Sentí un leve escalofrío.
Aunque pronto esa
sensación y toda aquella decoración se difuminaron en mi mente cuando Eve se
quitó el jersey. Sólo quedo cubierta por una fina camisetita de tirantes que
dibujaba unos grandes y perfectos pechos y dejaba parcialmente al descubierto,
un liso y moreno vientre. Su belleza angelical delataba su juventud, pero su
cuerpo descubría una mujer sensual y deseable.
-¿Puedo pasar al cuarto de
baño? -pregunté medio embobado deseando salir de aquella situación.
-Es aquella puerta, puedes
ducharte si quieres.
El aseo era pequeño,
sencillo y modestamente limpio. Me volví a enjuagar la herida de la boca que ya
no sangraba en absoluto y me aseé lo mejor que pude. Claro que no me iba a
duchar allí. Aún no tenía claro que pintaba en aquella casa a solas con una
niña y una medio ángel medio mujer fatal.
Volví a salir al comedor
con el móvil en la mano dispuesto para llamar a mi hermano mayor y decirle que
estaba bien y de paso preguntarle si había noticias nuevas. La pequeña veía unos
dibujos en la tele, la puerta de la habitación de Eve se había quedado abierta,
no puede evitar mirar.
Eve estaba de perfil. Se
cambiaba. Tan solo estaba cubierta por un sujetador y unas bragas pantalón o
culote como se llaman ahora.
La imagen me desconcertó
por completo. Guardé el móvil en mi bolsillo nuevamente sin hacer la llamada.
La pequeña dejó sus
dibujos por un instante y corrió hasta la puerta cerrándola y mirándome con
reproche.
-¿No sabes qué está mal
mirar a una chica mientras se viste? -su voz era de niña pero increíblemente
natural y espontánea.
-Si -contesté avergonzado
ante una niña de siete años. Me senté.
-¿Cómo te llamas?
-Marian -contestó sin
demasiado interés.
-¿Vivís solas?
-Sí y a veces con mi tía
–dijo con un gesto de su mano señalando al exterior.
No supe deducir que querría
decir la niña con aquella respuesta, imaginé que tendrían alguna tía que las
dedicaba ciertos cuidados y compaginarían el tiempo con la tía y sobreviviendo
solas en aquella casa.
La pequeña no parecía demasiado
interesada en seguir hablando conmigo y prestó nuevamente más atención a la
televisión.
Eve no salía y el sillón,
aunque viejo, era comodísimo, sentí como mi cuerpo se relajaba, mis ojos se
cerraban. No pesadamente. Agradablemente, con dulzura.
Me vi desnudo. Y con una
tremenda erección que no era por otro motivo que por una preciosa mujer de una
indudable e indefinida belleza que estaba muy juntita a mí, casi pegada. Y
totalmente desnuda. La podía tocar, la tocaba, la tersura de su piel era exquisita.
Mi erección aumentaba. Deseaba con toda mi alma aquel cuerpo femenino. “¡Deja
eso!” Solté el cuerpo desnudo de la chica. Era mi hermano desaparecido. Miré a mí
alrededor. “Ven anda que me tienes que ayudar”. La voz de mi hermano sonaba con
una increíble naturalidad muy cerca de mí. Pero no conseguía verle. Sentí una
tremenda angustia y ganas de llorar. La joven desnuda había desaparecido sin
darme cuenta. Quería salir corriendo. Empecé a ver sombras. Todo se oscureció a
mí alrededor y mi cuerpo fue invadido por el pánico. Eran las sombras de la
carretera. De repente, la chica desnuda volvió a aparecer. Me sentí mucho mejor
y más protegido, quería volver a tocarla. Esta vez y muy claramente tenía el
rostro de Eve. Estiré mis brazos para tocarla, pero ella me los apartó.
“Despierta”.
-Despierta, despierta
-abrí los ojos. Eve estaba zarandeándome. Me había dormido. La joven iba
vestida todo de negro con ropa que se ceñía a cada centímetro de su cuerpo-.
Vienen, tienes que esconderte.
Me metí en la habitación
de Eve casi a empujones y aún adormilado. Por un momento, ni siquiera supe
donde estaba ni recordaba nada de lo sucedido en las últimas horas.
“Escóndete” me parecieron las
últimas palabras de la joven mientras cerraba la puerta de la habitación de
manera apresurada.
Me quedé solo. No sabía si
sentía miedo, rabia, incertidumbre. Sólo conocía a la chica de horas, pero,
atisbar preocupación en la joven me hacía sentir zozobra. La habitación estaba
a oscuras, tan solo reflejos de los postes de Eve. Noté como se me aceleraba el
corazón.
“¿Esconderme?” “¿Dónde?”
La voz de Eve al otro lado
de la puerta me serenó, al menos mínimamente. Hablaba con dos chicos, así me
parecieron sus voces, al menos dos, dos chicos jóvenes, parecían buscar
revancha por la pelea con el joven del Ford. Me buscaban. Pero Eve me había
asegurado que no me encontrarían en su casa. Como había podido dejarme llevar
por una jovencita.
-Os vuelvo a repetir que
no está aquí.
-Déjanos mirar entonces
-la voz de uno de los chicos contenía respeto hacia su jovencísima
interlocutora. Eve seguía pareciendo una vieja en ese sentido. Su serenidad
hablando y su sarcasmo, parecían las de una monarca. Dominaba a aquellos
jóvenes, o así lo parecía en la conversación.
-Esto no va contigo
-continuó uno de los jóvenes-, y lo sabes, pero no deberías seguir tentando a tu
suerte.
Comprendí que se referían
a los Gegos, por algún motivo el siniestro grupo respetaba a Eve. La noticia me
desconcertó aún más.
-Eres muy guapa y....
De repente, escuché unos
gritos, alguien o algo moviéndose rápido por la estancia.
-¡No la toquéis! -esta vez,
la voz de Eve no era nada serena, en absoluto.
Claramente escuché un
forcejeo.
-Maldita idiota -los
jóvenes parecían perder su temor. Un golpe. Otro.
Sentí un agobio como nunca
en mi vida. A pesar de todo lo experimentado aquella noche, me sentí muy mal.
Mi mente y mi espíritu no estaban acostumbrados a vivir aquel tipo de
situaciones.
Pero debía de salir. Por
Eve. Abrí la puerta.
Uno de los jóvenes, al
menos, tenía un arma en una de sus manos, y ninguno de ellos parecía tan
calmado. Otro, con un dorado y notorio pendiente en su oreja, sangraba
ligeramente por la frente.
Eve le había lanzado algún
objeto. La joven abrazaba a la niña y les miraba con unos ojos desafiantes que
realmente asustaban. Desvió su mirada y entonces me miró a mí con una ligera
resignación en sus ojos y sin aparentar apenas sorpresa.
-Son los lacayos de los
Gegos –dijo-, insignificantes gusanos.
-Y tú la puta de Cristo
-contestó uno de los chicos mirándome con atención y con un brillo de victoria
en sus ojos.
Tragué saliva.
-¿Qué queréis de mi? Yo sólo
busco a mi hermano. Vosotros o ellos lo habéis secuestrado o matado -mi voz
debió de sonar desgarrada-. Yo no os he hecho nada.
-No sé que de hablas -dijo
amenazante uno de los chicos-, has pegado a un amigo nuestro y no va a quedar
así.
-Os importa una mierda el
Candy -intervino enérgica pero nuevamente serena, Eve-, sólo les servís a ellos
por qué os han lavado el cerebro.
-Calla zorrita.
-Decidme si ha muerto y
donde está y os dejaré tranquilos, os lo juro -notaba mi desesperación, notaba
las lagrimas brotar de mis ojos. Entonces, sonó mi móvil. El pequeño aparato
permanecía extrañamente en mi mano, seguramente lo había cogido para mirar la
hora o estaba en espera de que le utilizase para llamar a mi hermano mayor. En
cualquier caso no recordaba haberlo dejado en mi mano. Su exagerada vibración
estuvo a punto de hacerlo caer de entre mis dedos, pero más raro aún, era su
desproporcionado sonido de alarma. El “ring” llenaba el pequeño comedor de una
manera alborotada e... ”ilógica”
El televisor de Eve se
encendió. Pensé que era la pequeña que quería ver más dibujos animados. En unos
instantes comprendí que no era el caso. Alguien disparaba dentro de la pantalla
una ráfaga de ametralladora. El sonido se hizo ensordecedor.
Entonces miré a los chicos
y pude apreciar su desconcierto. Casi tan grande como el mío. Por un momento vi
a dos chiquillos asustados que en nada se parecían a servidores de aquellos
siniestros Gegos. Al pensar en éstos últimos, un nuevo escalofrío recorrió todo
mi cuerpo y me hizo sentirme amargamente derrotado.
Pero también estaba Eve.
La joven soltó a la niña
que aprovechando el desconcierto, se perdió como un rayo por una de las
puertas, y con una rapidez irreal en perfecta concordancia con aquella estúpida
sensación, Eve lanzó una botella de plástico de coca cola que había encima de
la pequeña mesa de salón y que alcanzó en pleno rostro al joven del arma.
Como alcanzado por un
enorme bloque de hierro en vez de por una inofensiva botella de plástico, el
chico se desplomó envuelto en el líquido oscuro del refresco que escapaba por
entre el plástico roto de la botella.
No quería ni podía buscar
una explicación a todo lo que estaba ocurriendo.
La voz de Eve alentando a
la niña en su huida me sacó del aturdimiento. Tiré mi móvil y corrí hacia el
chico que se debatía envuelto en coca cola y arranque la pistola sin mucho
esfuerzo de su mano.
Temblaba. Después de
aquello... ya no podía imaginar lo que podría pasar. En mi vida no había cogido
un arma más peligrosa que una escopetilla de aire comprimido. Ni siquiera había
hecho el servicio militar.
Apunté al otro chico
rezando para que no se disparase la pistola.
El sonido del televisor
seguía siendo ensordecedor y mi móvil seguía sonando enloquecidamente perdido
por algún rincón.
El efecto de aquel
escándalo amortiguaba la siniestra sensación y la desazón que la pistola
producía en mi alma.
La tele se apagó y mi
móvil también. Como si estuviesen compenetrados.
La juvenil voz de Eve sonó
serena ahora en medio del silencio.
-Iros y decidles que sólo
quiere a encontrar a su hermano.
El chico del pendiente
salió sin ni siquiera mirar a su compañero que lentamente se incorporó con su
rostro manchado mezcla de coca cola y algo de sangre. Sin mirarnos siquiera,
salió detrás de su amigo.
Me quedé a solas con Eve.
Con aquella extraña y hermosa jovencita que sin duda tenía algo espacial. Sentí
un benévolo miedo de encontrarme a su lado.
-¿Por qué me ayudas?
-No lo sé, el destino ha hecho
que nos encontremos -me miró y sonrió pícaramente-, aunque no pienses que yo
puedo hacer gran cosa. Yo no les quiero, les conocí y supe que eran malos y el hecho
de que te haya encontrado, pienso que significa algo.
Su cálida y segura voz
pareció hacerse diferente con sus últimas palabras.
-Además nos invitaste a
chocolate -la mire con aire gracioso pero en su cara no parecía haber ningún
gesto de broma-. Tu hermano está vivo y el bebe no creo que esté en su poder.
Me quedé de piedra. Me
pudo haber escuchado en la pelea con el Candy nombrar a mi hermano, pero no creí,
mejor dicho, estaba seguro no haber nombrado al bebe para nada.
Intente guardar la calma.
-¿Y tú cómo lo sabes?
-Esos chicos son simples
peones de los Gegos que ni siquiera querían hacerte mucho daño, sólo asustarte,
pero les ha salido todo al revés, son unas simples marionetas de los Gegos y ni
siquiera han hecho bien su trabajo, es pura lógica, si tú hermano estuviese
muerto y el bebe en su poder, tal vez te hubiesen matado ya para que no les
molestases mas.
La tranquilidad con que
aquella chiquilla decía aquellas cosas me asustaba aún más que su reciente anuncio
sobre las posibilidades que podía correr mi vida.
“Asustarme”.
-Pues claro que me han
asustado, llevaban una pistola Eve -respiré hondo intentando serenarme a la vez
que dejaba el arma en un rincón apartándola de mi vista como si fuese el
artefacto más diabólico construido por la humanidad-. Y entonces, ¿dónde están
mi hermano y el bebe?
-No puedo decírtelo ahora,
no lo sé ahora mismo, tengo que percibir su energía para decirte algo con
cierta seguridad.
-¿Qué quieres decir
entonces? ¿Puedes o no puedes ayudarme?
-Conozco a la persona
ideal –Eve me guiñó un ojo con un sonrisa que derretía.
Mi boca se abrió para
decir no sé muy bien que palabras, cuando volvió a sonar mi móvil. Esta vez de
una manera normal. Recogí el aparato del suelo. Era mi hermano mayor que
seguramente llamaba para interesarse por mi estado. Descolgué el auricular. Mi
hermano, después de preocuparse un poco por mí y de cerciorarse que me
encontraba bien, me contó que había vuelto a tener una mini entrevista con el
déspota comisario y que no había nada nuevo. Él y su mujer debían regresar.
“¿Dónde estás?” Me preguntó
finalmente.
-Estoy... -no supe que
decir, miré a Eve que se ponía encima un abrigo negro que la cubría hasta los
pies-, bueno para que te lo voy a ocultar, he contratado a un detective
privado.
A mi hermano pareció
sorprenderle la noticia a través del teléfono, siempre chocaba con mis ideas,
pero no puso demasiadas pegas, colgó y quedamos en que nos llamaríamos si
teníamos noticias nuevas y me quedé nuevamente a solas con Eve.
-Vámonos -dijo la chica-,
no creo que estemos seguros ya aquí.
-Mira -le dije. Quería ser
sincero con ella y yo sabía que con lo que la iba a decir, no lo era-, no
quiero causarte más problemas, te lo agradezco de veras, pero deberías quedarte
aquí. Yo no te molestare más.
-No me causas problemas, tú
no has elegido esta situación. Quiero ayudarte, pienso que es mi deber.
No iba a discutir con
ella. Además, quería que siguiese conmigo.
-¿Y la niña?
-Ella está bien.
-Es... ¿es tu hermana?
Eve me miró divertida,
como si supiese lo que estaba pasando por mi cabeza.
-Ja ja -rió-, si claro,
¿pensabas que era mi hija?
Me puse colorado. No me
veía pero lo notaba. Sentí que aquella muchacha bella y sensual, ocultaba tras
de sí un montón de cosas, sobre todo, me interesaba cual habría sido su
relación con los Gegos. Presentí que lo averiguaría en un futuro cercano al
mismo tiempo que presentía que me había metido irremisiblemente en una zona
totalmente peligrosa y desconocida para mí.
-Bien de acuerdo, pero si
me vas a ayudar, al menos dime algo de los Gegos.
Eve me miró, me dedicó
otra de sus sonrisas que en mi opinión podrían derretir iceberg enteros, y
salimos a la calle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario