La experiencia que había
vivido, la sesión de espiritismo, seguía perdurando dentro de mí; había sido
extraño sin duda, pero nada espectacular y nada que ver con lo que yo había
tenido en mi imaginación hasta entonces de cómo podía ser una sesión de
espiritismo real, pues en las películas de terror y misterio sí que había visto
algunas.
Nos detuvimos en un bar
que abría sus puertas y pedimos unos cafés. La ciudad aún permanecía adormilada,
pero muy lentamente empezaba a mostrar sus primeros síntomas de actividad.
-¿Entonces ha servido de
algo que hayamos visto a tus amigos? –pregunté al fin mirando al humeante café
y respirando el vigoroso aroma.
-Claro. Mariela -dijo la
joven de repente-, ¿qué te dice ese nombre?
-Es la hija de mi hermano,
la madre del bebe -contesté mirándola fijamente expresando mi sorpresa-. Mi
sobrina.
-Lo sé y según Nika, ella
esconde cosas. Tenemos que ir a verla –dijo serena, como siempre-, tu hermano y
el bebe no tienen mucho tiempo. La verdad, no sé como aún no le han cogido.
Hasta mi encuentro con
Eve, había pensado, todo según las informaciones de la policía, que mi hermano había
desaparecido por meterse en algún lio con alguna clase de grupo de
delincuentes, yo lo había asociado, desde luego, a la desaparición del bebe de
mi sobrina, al que sin duda se lo habían arrebatado los Gegos.
Mi hermano había debido de
seguir alguna pista en busca del bebe, le conozco muy bien y tengo muy claro
que no tiene miedo a nada, esa falta de miedo, paradójicamente, le ha hecho
cometer alguna que otra imprudencia a lo largo de su vida.
Pero ahora, con Eve a mi
lado, y según podía deducir de sus palabras, el bebe no estaba en manos de los
Gegos, incluso podía estar junto a mi hermano. Pero por supuesto, aquello sólo
era la teoría de una joven alocada a la que solo conocía de hacía unas pocas
horas.
Mi cabeza estaba hecha un
lio y mis ánimos y mis fuerzas parecían cada vez mas debilitadas por todo aquel
asunto que a cada minuto que pasaba me iba envolviendo más como si fuese una
siniestra nube gris. Y para colmo, Eve quería que fuésemos a visitar a mi
sobrina. Si aquella era la conclusión a la que se había llegado después de la
bendita sesión de espiritismo, desde luego yo no pensaba que fuese una buena
idea.
-No quiero meterla en
esto, ella ya tiene bastante –dije nuevamente con un aire de enfado en mi voz
sin poder reprimirlo-, mira Eve, no creo en espiritismos ni nada de eso, no sé
que habrá pasado en el piso de tu amiga, pero no pienso molestar mas a mi
sobrina.
-Es por tu hermano y por
el bebe, tu hermano trata de protegerlo pero los Gegos le quieren para ellos
–no hubiese podido rebatir aquellas palabras aunque hubiese tenido todos los
argumentos del mundo-, si quieres voy yo sola.
Por supuesto que no iba a
dejar que fuese sola a ver a mi sobrina. Así que nuevamente, acepté sus tesis. Tenía
ganas de reprocharla, de expresar mi malestar en voz alta, de decirla y requetedecirla
que dejásemos en paz a mi sobrina. Pero por el contrario, permanecí calladito. La
luz del día, aunque gris, hacía que me sobrepusiese al cansancio acumulado,
además de que había mejorado notablemente después de pasar por el cómodo sillón
de Nika.
Abandonamos el bar y llegamos
al coche. Conduje en silencio entre el triste y enfadado trafico de la mañana,
atravesando la ciudad.
-Tu hermano, ¿tiene algo…
raro?
“Especial”. La pregunta de
Eve me cayó totalmente de sorpresa, pero aun así, sabía perfectamente a lo que
se refería y como no, como los ríos que siempre terminan vertiendo sus aguas
por muchos kilómetros que recorran, lo “especial” de mi hermano tenía que salir
a la luz en aquella aventura en la que me había envuelto.
Pero guardé silencio. No
tenía ganas de sacar lo “especial” de mi hermano en aquel momento.
Sentí la fija y curiosa
mirada de Eve sobre mí, pero ella también guardó silencio
Mariela vivía con su
abuela materna, una de sus tías y unos cuantos primos en una pequeña casita
rodeada de un pequeño y precioso huerto cerca de la playa. El lugar se me
antojaba idílico si no fuese por la numerosa banda de críos y los escasos
adultos para vigilarles, amén de una pizca de necesidad.
Aun así, la sensación que
había tenido cuando en los primeros días de enero visite a mi sobrina junto a
mi hermano, fue de agradable bienestar.
-Para –ordenó de repente la
extraña joven que llevaba sentada a mi lado.
Miré a Eve extrañado y detuve
el coche inquieto, apenas me dejó protestar y salió del coche. Empezó a andar
hacia la playa entre las casitas. Se tambaleaba, enseguida supe que algo extraño
le pasaba.
-Eve espera –intenté
gritar sin levantar la voz excesivamente mientras aparcaba como podía
arrimándome peligrosamente a la valla de uno de los huertos. En la estrecha
calle sin aceras cogían apenas dos coches, sin duda, no era el mejor sitio para
aparcar.
Apenas pude salir.
Eve llegó con una
inquietante rapidez a una estrecha calle que bordeada los apartamentos y
hoteles, ahora casi vacios, de la primera línea de playa, casi corría; la seguí
con prudencia, me estaba empezando a asustar. La joven atravesó sin mirar
prácticamente la avenida perpendicular. Menos mal que el tráfico en aquella
zona y en aquella época del año era prácticamente nulo. Enseguida pisó la
mojada arena de la playa. Por un momento pensé aterrado que se iba a ahogar. Se
quería suicidar.
-¡Eve espera! –apreté la
carrera pero ya no la podía alcanzar.
La joven se dejó caer de
rodillas, con sus manos en la cabeza, como sí tuviese un gran dolor. Afortunadamente
se detuvo antes de penetrar más en las frías y revueltas aguas del mar. Llegué
a su altura. Las olas del Mediterráneo empapaban su pantalón negro y casi su
cintura. Me puse a su lado sin saber muy bien qué hacer, sí cogerla y retirarla
del agua, sí dejarla.
-Eve –dije por fin con una
suavidad y ternura que hacía ya muchos meses no salían de mi boca-, que pasa,
levanta, te estás empapando.
El agua también mojaba mis
pies y mis tobillos pero apenas sentía frio.
Puse mi mano con suavidad
en su hombro, cerca de su paletilla. Sentí lo más parecido a una descarga de
una reconfortante calidez. El cuerpo de Eve rebosa un calor lleno de una
inmensa sensualidad. Ella permaneció quieta, creo que ajena a mi subida de
adrenalina.
-Algo ha pasado –dijo con
un triste tono de voz que yo aún no había escuchado salir de su boca-, por mi
culpa.
-Levanta Eve –puse mis
manos en sus axilas y levanté su cuerpo. Ella se dejó levantar-. ¿Qué es lo que
pasa dime?
-Es Nika, algo ha pasado,
lo presiento, han sido ellos.
Sabía que se refería a los
Gegos. Y a aquellas alturas, no dudaba de que hubiese presentido algo, no me
atreví a preguntarla, pero, ¿qué podía haber pasado? Si apenas hacía dos horas
que habíamos estado con su amiga y la habíamos dejado en perfecto estado.
Permanecí a su lado
durante unos eternos minutos sin saber que decir, mirando el grisaceo pero
maravilloso mar Mediterráneo.
-Vamos –me cogió de la
mano y me condujo de nuevo hacia el pueblo, como si sus pesares y sus presentimientos
hubiesen pasado en un efímero instante. Enfiló un estrecho y perpendicular
pasillo entre dos casitas.
Empecé a notar una
desagradable y heladora sensación en mis pies mojados que casi me hacía
tiritar. Eve parecía ajena al frio y eso que tenía todas sus piernas mojadas.
Empapadas. No sé cómo se las apañó, pero consiguió encontrar entre el laberinto
de huertos traseros que poblaban aquella zona, él de los abuelos de Mariela. Se
agarró a la alambrada y gateando saltó al otro lado.
-Eve... -la miré
exhausto-, pero no podemos hacer esto, es una propiedad privada.
La joven me miró a través
de los entrelazados alambres con una sonrisa entre melancólica y picara que
podría haberme vuelto loco si nos hubiésemos encontrado en otras
circunstancias.
-Tenemos que hablar con tu
sobrina, ella oculta algo, estoy segura y ellos por algún motivo, no están
dispuestos a que sigamos husmeando en sus asuntos.
Aunque estaba enormemente
fatigado, cansado y mojado, y a pesar de que siempre he tenido un olfato
bastante precario debido a mi mala respiración por la nariz, el olor a naranjos
y a mar me embriagó, mis sentidos se relajaron por un momento. Salté.
Anduvimos por el patio
trasero de la casita. Me sentía como un auténtico ladrón, asombrado por la
decisión de aquella muchacha. Me preparé, aunque no había visto ninguno en las
visitas que había hecho a mi sobrina Mariela, para encontrarme con una manada
de enormes perros furiosos. Pero no. Casi nos dimos de bruces con mi sobrina
que estaba de pie junto a un niño, probablemente uno de sus sobrinos. Nada mas
fijarme en su rostro, supe que no le hacía ninguna gracia volver a verme, y
menos a Eve, cuya mirada delataba que la conocía y que probablemente hubiesen
coincidido en alguna de las fiestas organizada para los jóvenes por los Gegos.
Las dos se miraron.
Mariela no se movió, toda
la simpatía que derrochó cuando la visité con mi hermano, había desaparecido
como barrida por un huracán de fuerza siete.
-Mariela -dije suavemente-,
esta es Eve, debemos de preguntarte algo.
-Sí es sobre el bebe y mi
padre todo está en manos de la policía -contestó precipitadamente.
-Sabes algo sobre tu padre
-intervino Eve, su voz parecía mucho menos agradable de lo que me había
parecido hasta el momento-, algo que nos puede ayudar a localizarle.
-Mira, no sé qué pintas tú
aquí, te he visto con ellos y no tengo ni idea de lo que haces con mi tío, pero
sí no os vais de aquí ahora mismo, llamo a la policía -gruñó a la vez que
rescataba su móvil de una cercana mesita de jardín dispuesta a marcar el número
de la policía.
-Por favor Mariela
-supliqué-, ya nos vamos, sólo quería saber si nos podías decir algo sobre tu
padre que nos pueda dar alguna pista sobre su paradero. No te molestamos más.
Di media vuelta y anduve
unos cuantos pasos, pero enseguida me di cuenta de que caminaba solo. “Maldita
sea”. Me di la vuelta. Eve se había encarado con mi sobrina, en otras
circunstancias hubiese tenido una imagen muy diferente a la que me ofrecían en
aquel momento las dos bellas jovencitas, frente a frente.
-...te han utilizado y lo seguirán
haciendo, pero al menos tienes la oportunidad de ayudar a tu familia -decía Eve.
-Tenían razón cuando escuché
decir de ti que eras la gran zorra de los Gegos -se enrabietó mi sobrina-, no sé
qué haces con mi tío, pero deberías dejarle en paz antes de que le hagan daño
por tu culpa. Nadie nos obliga, yo sabía que el niño iba a ser para ellos,
estará bien...
Pero que estaba diciendo
aquella loca.
-Pero que dices Mariela, tú
no querías que se llevasen a tu hijo, eso me dijiste cuando te visite junto a
tu padre -casi la grité-. Eso no es legal, es tu hijo y tu padre ha tratado de
protegerle para ti.
Eve se interpuso
nuevamente.
-Dime, ¿viste a tu padre
con el niño antes de que desapareciesen?
-Largaos ahora mismo, no
tengo nada más que decir -mi sobrina comenzó a marcar las teclas de su móvil.
-El bebe aún no está con
tus Gegos, ni tu padre tampoco -aquella voz parecía un dulce aullar de algún peligroso
depredador poniendo orden entre los suyos-. Dímelo.
Mariela entonces se echó a
llorar y se dejó caer en una silla. Fui a acercarme a ella, no quería hacerla más
daño, pero la mano de Eve me cerró el paso.
Mi sobrina empezó entonces
a hablar entre sollozos, “había quedado en entregar al niño a su padre por la
mañana, a mi ex pareja, él se haría cargo de manera legal, eso ante posibles
investigaciones, luego iría a parar a los Gegos. Todo como se había acordado”.
-Pero se adelantó y llegó
a casa de madrugada, a vigilarme –continuó entre sollozos-. Yo no dejaba de
mirar a mi bebe. No pude aguantar más y llamé a mi padre a escondidas. Vino con
otro hombre, creo que era marroquí, se pelearon con el padre del bebe, con mi
ex, se montó una tremenda aquí mismo, despertaron a todo el mundo, mi abuela
quería llamar a la policía, hasta que por fin, mi padre y su amigo se llevaron
al bebe.
-¿Y no te dijo nada antes
de irse?
-No, sólo les vi partir en
una vieja furgoneta.
-¿Furgoneta? -preguntó
tontamente Eve.
-Sí, lo recuerdo porque me
quedé en pijama en medio de la noche, mirando cómo se alejaba, TES Y DULCES, ponía.
No puedo decir nada más, de verdad.
-¿Y ellos?
Mariela dejó de llorar y
volvió a mirar a Eve.
-Si te refieres a los
Gegos, sí, vinieron a verme, al día siguiente, aún tenía el disgusto de todo lo
que había pasado durante la noche dentro de mi cuerpo, les dije que mi padre me
había robado al niño –mi sobrina temblaba de pies a cabeza en vuelta en un
rabioso llanto-. ¡Estás contenta puta!
-Vámonos –dijo Eve. Me quedé
mirando a mi sobrina con mi corazón desgarrado por la tristeza y por la rabia
por todo lo que estaba pasando, pero no pude acercarme a ella.
Me alejé de allí detrás de
Eve.
Salimos de la casita por el
mismo sitio por donde habíamos saltado.
-No hemos conseguido nada –protesté,
aunque dentro de mi intuía que la conversación con mi sobrina significaba
muchas cosas.
Sentí rabia el verme
hablando solo nuevamente sin que Eve me hiciese el más mínimo caso. Volvimos al
coche. Me sentía cansado y desalentado y lo peor era, que la joven que se
acababa de sentar a mi lado en el asiento del copiloto de mi coche, la figura
que me había dado la energía necesaria en las últimas horas para seguir
adelante, parecía flojear. La miré. Su rostro, tan bello y que tantas
sensaciones me había transmitido desde el momento en el que la conocí, parecía ahora
lejano y preocupado, aunque seguía siendo increíblemente bello. Pensé en las
palabras que había dicho sobre su amiga Nika, aquella joven, aunque de aspecto
siniestro y oscuro, se había mostrado muy amablemente conmigo y había
demostrado ser una persona dulce e inteligente; sentí un malestar por lo que le
hubiese podido suceder, porque ya no dudaba de los presentimientos de Eve.
-¿Y ahora qué? -pregunté
con un tono ciertamente elevado mientras introducía la llave de contacto.
Como si me contestase con
su mirada, los ojos de la chica se dirigieron al frente, yo los seguí, un coche
patrulla apareció como salido de la nada. Ni siquiera pude arrancar mi coche.
El vehículo policial se detuvo justo en frente, morro con morro; uno de los
agentes bajó mientras el otro permanecía hablando por la radio.
-Buenos días, por favor su
DNI y documentación del coche.
Noté como mi cuerpo
temblaba y mi pecho ardía, en las últimas horas me había visto envuelto en
peleas, disparos y fenómenos paranormales. Sin tiempo para que el policía
examinase los papeles que con mi mano temblorosa le había entregado, apareció
otro coche patrulla que se detuvo detrás de nosotros. Esta vez, el agente pidió
la documentación a Eve.
Tras unos minutos, el policía
nuevamente se dirigió a nosotros.
-Deben acompañarnos a
comisaria.
Sentí como si me diesen
dos fuertes bofetadas. Me había dejado engatusar por aquella atractiva y
misteriosa jovencita, y al final todo iba a terminar como el rosario de la
Aurora.
-¿Por qué? -atiné a preguntar-.
¿Qué pasa?
El agente me miró
fijamente, luego a Eve.
-Todo se solucionará en comisaría,
seguro –dijo con tono conciliador el policía.
Eve no decía nada. Parecía
estar conforme con que sucediese aquello.
Conduje entre los dos coches
patrulla hasta que llegamos a la comisaria, allí, a Eve la llevaron a un
despacho y a mí a otro.
La separaron de mí y como
si de un maligno tumor se tratase, sentí como una infinita tristeza se
apoderaba de cada uno de los órganos de mi cuerpo.