Familia
y corrupción.
El
verano había llegado de repente después de una inusual y fría primavera. Y las
mujeres parecían deseosas de ponerse sus ropas más ligeras, o esa era la impresión
de Genu, incluso Andrea que parecía mucho más discreta en su forma de vestir,
relucía radiante y “ligerita” aquel día.
Andrea
llevaba tan solo dos meses trabajando en su departamento y aunque todos sabían
que había entrado por su padre, enchufada, la chica, con tan solo 22 años tenía
unas cualidades como poca gente dentro de la empresa y probablemente, fuera de
la empresa.
Y
trabajaba a su lado, en un despacho a unos pocos metros. Qué suerte. Eficiente,
trabajadora, entregada, guapa. Guapa no. Bellezón. No encontraba momento para
acercarse a su mesa y sentir su cuerpo cerca.
Pero
ahora parecía que algo se estaba incendiando.
Era
mediodía del viernes y Andrea recogía su bolso y se preparaba para marcharse. Los
policías entraron de repente. Todos tomaron sus estratégicas posiciones dentro
de las oficinas mientras un pequeño grupo de paisano buscaba los despachos del
fondo, los de los peces gordos.
Pasaron
unos minutos donde todos permanecieron expectantes, hasta que le vieron salir
de su despacho. Su traje de 600 euros y su porte de modélico ejecutivo, contrastaban
enormemente con sus muñecas esposadas a su espalda. El hombre agachó su cabeza.
Era uno de los dos directivos que llevaban las riendas de aquella sede de la multinacional.
Andrea
ahogó un grito de angustia tapándose la boca con su mano. La muchacha se
apresuró a salir del edificio nada más se fueron los policías. Paró un taxi que
en 6 minutos la dejó en la puerta de su casa. Ansiosa, marcó el teléfono de su
padre. Nada. No sabía qué hacer. Algo terrible había pasado en la empresa y algo
por dentro le decía que no había terminado aun. Notaba su pecho ardiente dentro
de ella. Volvió a marcar. Nada. Desesperada se desnudó y se duchó con agua
fría. Se relajó algo. Sin secarse y desnuda, volvió a marcar el teléfono.
Rabiosa
lanzó el aparato sobre la cama de sus padres ahora vacía. Su móvil sonó. Lo
cogió. Era Genu. Su jefe en la empresa. Sin saber porque, notó como los colores
subían a sus mejillas. La ardían.
−Solo
quería saber cómo te encuentras –decía Genu−. Lo de esta mañana nos
ha sorprendido a todos, pero… te vi bastante afectada.
−Pensé
en mi padre.
−Claro
entiendo, es normal.
−Pero
¿Qué ha pasado Genu? –Andrea tenía claro que la policía había entrado en las
oficinas después de alguna investigación sobre algún posible delito de fraude, evasión
fiscal, blanqueo de dinero. Corrupción. Se la puso la piel de gallina. Desde su
entrada en la empresa había visto algunos asientos contables, extraños. Ella
conocía a la perfección la contabilidad y aquellos asientos eran usados como
escoba.
−Es
un asunto delicado Andrea, no es para hablarlo por teléfono…
−Pero
tú sabes algo, mi padre…
−No
quiero que te preocupes, pase lo que pase tú no tienes nada que ver.
−Oh
Dios, sabes algo, no puedo hablar con mi padre, no me coge el teléfono Genu, estoy
desesperada, necesito noticias…
−¿Quieres que nos veamos Andrea? Podemos
hablar mas tranquilos –la voz de Genu sonó segura, la voz de un hombre de 40 y
tantos curtido en mil batallas con las mujeres y que sus 12 años de casado no habían
desgastado para nada su arte en la seducción, todo lo contrario.
−Oh
Genu te lo agradecería… estoy tan intranquila…
A
Genu se le iluminaron los ojos. En tan solo 20 minutos llegó al pequeño bar
incrustado en un rincón de la urbanización donde vivía Andrea. Sabía muchas
cosas sobre el padre de Andrea, por supuesto, lo que sabían todos, que era uno
de los principales directivos de la empresa a nivel nacional. Pero él conocía
otras cosas, cuando el dinero parecía nacer en los cajones de los despachos.
Pero estaba claro que no nacía allí.
Eran
las 7 y el sol lucía aun ardiente. Andrea llegó con un pantalón corto y una
sencilla blusa blanca con un ligero, ligerísimo, toque de transparencia. Estaba
radiante. Hermosa y apetitosa. Pero la aflicción era latente en su rostro.
−Había
una investigación Andrea –informó él después de que la chica se pidiese una
bebida fría−.
Solo lo sabíamos algunos miembros del departamento de contabilidad a los que
nos llamaron a declarar en secreto. Nunca pensé que tu padre estuviese
implicado, lo siento de veras.
La
muchacha no pudo ahogar un triste suspiro. Se tapó los ojos con sus manos,
momento que aprovechó Genu para contemplar con detalle el espectáculo que tenía
ante él. Los voluptuosos pechos temblaban inquietos dentro de la fina blusa
cubiertos por un coqueto y sexy sujetador naranja.
Sintió
como la erección tomaba fuerza sin control.
−Vamos
tranquila, yo te voy ayudar –apartó con suavidad las manos de la joven de su
rostro y la miró limpiando las mejillas con sus dedos−.
Las lágrimas no te sientan nada bien, así que no quiero que llores más.
Andrea
le dedicó una sonrisa tan sensual como triste, sus gruesos y rosados labios brillaron
ante Genu, que no pudo evitar mover su mano por el cuello de la muchacha en un
lento movimiento.
La
aguda musiquilla del timbre de un móvil les sobresaltó.
−¡Sí!
–exclamó ansiosa pero en un tono de voz bajo.
−Soy
yo hija –la voz de su padre sonó abatida, muy lejos de su habitual serenidad y seguridad.
−Oh
papa ¿Dónde estás? Ha pasado algo horrible en la oficina.
−Quiero
que estés tranquila, ahora hace falta que todos guardemos la calma.
−¿Tranquila?
¿Pero sabes lo que ha pasado? –claro que lo sabía. Andrea empezaba a tenerlo
claro y su angustia aumentó al infinito.
−Escúchame,
tengo pocos minutos hasta que la policía rastree este número, estoy en la Cala
del Viento –Andrea conocía de sobra el lugar, un luminoso chalet junto a una
playa paradisiaca en la costa que un amigo belga de su padre le había dejado
algunos veranos−. Necesito que me traigas unos
documentos, tengo que preparar mi defensa…
−Oh
papa, pero por qué… −Andrea lloraba.
−Eran
otros tiempos Andrea, tú eres una buena chica y no lo puedes entender…
−¡Sí,
sí que lo entiendo! Falsear y ocultar datos contables y fiscales siempre ha
sido un delito papa.
El
silencio pareció convertirse en una oscura niebla llena de sombras peligrosas e
inquietantes. Genu no perdía detalle de las palabras que la joven dirigía al
teléfono y como sus curvas se movían agitadas en el interior de sus suaves
ropas.
−No
quiero ir a la cárcel hija… −las palabras del hombre sonaron
desgarradas mientras Andrea lloraba.
Sexo
y sumisión.
Después
de que la joven pudiese tranquilizarse y Genu se tomase otra cerveza, Andrea le
contó lo que su padre le había dicho sobre los documentos.
−Tengo
que llevárselos.
−Seguro
que la policía estará vigilando tu casa –dijo Genu con tranquilidad−,
tal vez nos están observando ahora mismo.
−Sí
es muy probable –Andrea volvió a cubrir su bello rostro con sus manos en un
movimiento angustioso−. Es mejor que te vayas a casa, ya me
has ayudado bastante, te estás comprometiendo demasiado por mi y…
−Escucha
–Genu apretó su mano sobre la de ella−, quiero que seas tú la
que vayas a casa, cojas esos documentos y te las arregles para despistar a la
policía, sobre las once te estaré esperando a la salida del pueblo, junto al
cementerio.
−Pero
Genu…
−Vamos
a qué esperas.
Andrea
se levantó y miró a su jefe con agradecimiento. Salió del bar intentando
mantener la tranquilidad, intentando idear un plan que la ayudase a salir de la
casa sin que nadie la viese.
Buscó
los documentos de su padre y cómo si la quemasen en sus manos, los metió en una
carpeta y los dejó en un rincón. Se volvió a duchar con agua fría y mientras su
cuerpo mojado intentaba relajarse, pensó en Genu. Se estaba comprometiendo por
ella, sabía que estaba casado, o eso la había dicho, pero no la importaba,
necesitaba su ayuda. Sola, estaba segura de que no lo conseguiría. Además, era
muy atractivo y sobre él siempre se notaba un aurea de… algo que solo algunas
mujeres podían apreciar.
Andrea
llevó su mano a su sexo y se acarició suavemente. Gimió. Enseguida retiró su
mano avergonzada. No era momento para aquello. Se vistió con un fino pantalón
blanco y una blusa verde a cuadros de colores muy suaves y se dispuso a
emprender la fuga. Entró en un pequeño cobertizo del jardín en el que solo
metían trastos inservibles. La noche ya había caído. Dejó algunas luces encendidas.
Dentro del cuartucho había una pequeña ventana. No le costó mucho pasar al otro
lado. El chalet vecino llevaba años abandonado. La joven se arrastró por el
descampado trasero hasta que llegó al fondo, miró hacia atrás, era imposible
que nadie la hubiese visto. Gateó la alambrada suelta en varios puntos por falta
de mantenimiento y corrió hacia el cementerio.
Enseguida
divisó un coche detenido. Era el de Genu. Subió. El hombre la dedicó una
extraña sonrisa y emprendieron rumbo a la costa. Apenas hablaron durante las
horas de trayecto.
Aparcaron.
El olor a mar era intensísimo.
La
silueta de la casa se dibujó como una extraña nave extraterrestre contra el oscuro
horizonte. Miles de estrellas brillaban con furia vigilando el tenue movimiento
del mar.
El
meloso ruido de las olas destruía el inquietante silencio.
La
sombra de un hombre interceptó su camino. La chica reprimió un grito, pero enseguida
reconoció a la figura, erguida y desafiante a pesar de la situación. No se
acercó a él. A pesar de la penumbra, Genu pudo apreciar la mirada fría de la
chica a su padre mientras le entregaba secamente la carpeta con los documentos.
−¿Qué
hace él aquí? –preguntó el ejecutivo cansinamente.
−Es
Genu, el jefe de contabilidad de mi departamento...
-Sé
muy bien quién es.
−Yo
no hubiese podido sola con todo esto, no te preocupes por él…
Su
padre inclinó la cabeza y se dirigió a la casa sin decir nada más. Su silueta
pareció encorvarse y tambalearse. Le siguieron en silencio. Se sirvió un vaso
lleno hasta arriba de whisky y se encerró en una de las habitaciones.
−Oh
dios mío –la joven miró la puerta cerrada sin atrever acercarse y después,
lentamente abandonó la casa por la parte trasera, dirigiéndose a la playa. Genu
no la perdía ojo mientras él también se servía un whisky. Apuró lentamente la
bebida y salió detrás de la chica.
La
fina silueta de la joven se recortaba contra el manso y susurrante mar. Se acercó
a ella hasta poner sus manos en la fina cintura, al instante, Genu se dio
cuenta que se había acercado demasiado. Ella tembló ligeramente pero no se
retiró.
−Eres
una princesa en apuros y yo soy tu príncipe –las manos de Genu subieron por los
costados hasta que sus pulgares toparon con la base de los grandes senos−.
Y tu príncipe está contigo.
Genu
sintió el temblor de Andrea mientras sus dedos desabrochaban con precisión los
botones de la blusa. Desabrochó también el sujetador y sus manos se apoderaron de
la suave y tersa carne de los pechos de una exquisita dureza. Genu movió su
pelvis, su dureza inmensa se restregó con suavidad entre las nalgas de Andrea.
Los
dos gimieron.
−Eso
es princesa –una de las manos abandonó los pechos y se deslizó por el vientre
hasta desabrochar el pantalón que cayó al suelo de arena. También las bragas.
Genu mordió el tierno cuello.
Andrea
permanecía quieta, temblando, sintiendo la dureza del hombre rozar sus pliegues
húmedos y calientes. Gimió al tiempo que una fuerte mano empujaba su espalda
obligándola a inclinarse. En esa posición, el hombre la penetró sin resistencia.
Andrea
gimió con intensidad. Sus rodillas se doblaron y se posaron sobre la arena. Genu
detrás de ella, moviéndose.
−Oh
mi princesa, cuanto te deseaba –Genu se movió lentamente hasta abandonar la
caliente cavidad de Andrea-. Ven.
La
muchacha obedeció y se dio la vuelta sin separar sus rodillas de la arena. Miró
a su jefe de contabilidad que la dedicó un gesto de aprobación. Su mano
sujetaba el miembro, más flojo pero aun húmedo. Abrió sus labios y lo recibió
en el interior de su boca.
Incesto
y muerte.
El
hombre abandonó el despacho cuando el alba comenzaba a llenar de una bella luminosidad
todo el interior de la casa. Los papales no le iban a aportar nada. Su suerte
estaba echada. Buscó a su hija.
En
la planta baja no había nadie. Vio la botella de whisky y un vaso vacío sobre
la mesa. Recordó al jefe de contabilidad y su estómago, ya revuelto durante
muchas horas, sintió un nuevo y desagradable retortijón.
Subió
a la planta de arriba. Unos suaves murmullos sonaban al fondo del pasillo que
recorría toda la planta acristalada. La luminosidad era total. Anduvo unos
pasos y se detuvo, fijo en la imagen que le ofrecía el gran ventanal abierto.
Unos senos redondos y voluptuosos se movían a un suave compás, duros, blancos,
sudorosos. Los pezones rosados y tremendamente hinchados parecían apuntarle
acusadoramente. Ya sabía a quién pertenecían aquellas perfectas mamas, pero aun
así, no pudo evitar que una terrible y cálida sensación de deseo se apoderase
de su entrepierna. Contempló el bello y sensual espectáculo hasta que unas
manos se posaron en los pechos, deteniendo momentáneamente su movimiento, apretándolos,
palpándolos, manoseando la turgencia y hermosura de aquellas carnes.
El
hombre ahogó un gemido y soltó un manotazo al aire.
−¡Hijoputa!
–gritó.
Andrea
vio llegar a su padre. Su aspecto daba temor. Nuca le había visto así, su bien
cuidado metro ochenta de estatura denotaba en esta ocasión, una terrible
sensación de abandono, su ancho pantalón corto, parecía querer desprenderse en
cualquier momento y dejarle desnudo. Ella sí estaba desnuda. Húmeda. Sus pechos
aun la palpitaban casi dolorosamente, pero se levantó y se plantó ante su
padre.
−Papa
basta…
Su
padre la miró. Recorriéndola. Hacía muchos años que no la veía totalmente
desnuda y menos con el aspecto de excitación que algunas partes de su cuerpo
presentaban.
−Para
eso le has traído aquí, para… follártelo delante de mí.
−No
papa, ha surgido así –Genu se había levantado y estaba de pie detrás de ella, muy
pegado, notaba su extremada dureza rozándola-. He venido a ayudarte, ya tienes
tus papeles.
−Él,
tu amiguito ha permitido que múltiples documentos saliesen de la oficina y
fuesen a parar a la fiscalía, tu amiguito ha…
Andrea
quiso volverse, pero notó las manos de Genu posarse en la base de sus pechos,
apretarlos y levantarlos como si ofreciese un manjar a algún invitado. Se
sintió ridícula, desnuda, con las manos de Genu ofreciendo sus senos a su propio
padre.
Intentó
zafarse, pero las palabras de Genu la volvieron a paralizar.
−Vamos,
era mi obligación, estabais hundiendo la empresa solo para vuestro
enriquecimiento a costa de nuestro trabajo, incluido el de ella −Sus
manos subieron aun más los pechos de Andrea, tanto, que sus pezones rozaron la
barbilla de su padre que miraba a Genu con ojos desencajados−.
Pero puedo hacer que pases un tiempo mínimo en la cárcel, solo unas semanas,
algún mes, y después de pagar una mínima fianza, saldrás libre.
El
ejecutivo dio un tambaleante paso hacia atrás, volvió a mirar los pechos de su
hija apretados y ofrecidos por su enemigo, lanzó un gruñido y se abalanzó sobre
ellos, su boca se apoderó de uno de los hinchados pezones, succionando,
chupando.
Andrea
gemía, sujetada por Genu desde atrás. La muchacha cerró los ojos, sin querer
ver como su padre se acercaba a ella y la penetraba. “Eso es princesa, así, así…”
Genu susurraba en su oído. Los dos hombres comenzaron a moverse casi al unísono
como is estuviesen compenetrados.
Enseguida
se sintió totalmente llena. Los dos hombres se movían dentro de ella, casi
juntándose dentro de ella. Duró poco. Casi al mismo tiempo, sus fluidos brotaron
de manera precipitada.
Aturdida
y con su corazón moviéndose violentamente dentro de su pecho, Andrea miró a su
padre que como un animal asustadizo y herido, se retiraba arrastrándose por el
suelo, “has estado genial princesa” la susurraba Genu mientras se retiraba hacia
el mini bar buscando alguna bebida fresca.
La
sombra de su padre se levantó a unos metros, no distinguió lo que sujetaba una
de sus manos hasta que escuchó los dos fogonazos. Volvió a mirar a Genu cuando éste
gritó, su pecho moreno y peludo, se cubrió al instante de un color rojo
brillante. Andrea, aterrorizada se volvió hacia su padre que la miraba con ojos
perdidos, como si ya no estuviese allí, pero seguía sujetando la pistola que
lentamente colocó en su boca.
−¡No
papá! –pero el fogonazo volvió a cargar la habitación de un intensísimo olor a pólvora
mientras el cuerpo de su padre salía impulsado hacia atrás.
La
joven se arrodilló junto a su padre. Su cabeza estaba destrozada. Se levantó.
Miró a Genu que inerte reposaba en un charco de sangre. Salió del chalet y
anduvo por la fina arena, desnuda, manchada de sangre. Abrió sus brazos en cruz
y se adentró en el manso mar, como si aquella inmensidad de agua pudiese liberarla
de la infinita angustia que la invadía.
FIN
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