El Consejero
Desde la noche en la que Sofía
visitó el apartamento de Andrei, el chulo ucraniano solo se acercó a ella a
cuenta gotas, sin tocarla y solo para realizar algún comentario hiriente al
oído de la joven y por supuesto, ella no comentó nunca a nadie lo ocurrido.
Y después de su aventura
con el ucraniano, para su sorpresa, pudo disfrutar de algún día “bueno”, o
verdaderamente buenos. Eran los días que pasaba en compañía de Alex, su
“consejero”, el que además de su vigilante, se iba convirtiendo cada vez más en
su amigo.
Desde que ella empezó a
trabajar en el chalet, él continuó tratándola con afecto y aunque no siempre
era él quien la recogía o la llevaba al trabajo, si lo hacía en muchas
ocasiones y cada vez se hablaban con más afecto y confianza cuando recorrían el
trayecto que separaba el piso del chalet o viceversa.
En las dos últimas semanas
sus charlas del coche fueron dando paso a algún paseo por los alrededores del
piso de la calle Estrella en los que Alex acompañaba a Sofía cuando esta
realizaba sus compras en su día libre y alguna vez, habían cenado en algún
restaurante cercano. Charlaban de infinidad de cosas, algo que había hecho que
aquellos últimos días fuesen sin duda los mejores de Sofía en España. A ella le
encantaba conversar sobre cualquier tema de una manera amena con personas de su
agrado, algo que desde hacia tiempo no le resultaba fácil llevar a cabo, porque
en el trabajo no le apetecía demasiado hablar y porque sus compañeras de piso,
que eran con las que más fácil podría haber entablado una amistad, cambiaban
frecuentemente y en ocasiones, Sofía permanecía viviendo sola durante algunos
días hasta que la colocaban alguna o algunas nuevas compañeras.
Por eso, su amistad con
Alex y el poder hablar con una persona que verdaderamente --o al menos eso
parecía-- sentía aprecio por ella, terminó de hacer totalmente llevadero su
trabajo como prostituta en aquellos últimos días del verano y prácticamente, no
recordaba los escalofriantes momentos vividos durante aquellos últimos dos
meses.
Él estaba rellenando por
fin, el hueco que se había hecho en la vida de Sofía por la falta de amigas o
amigos en todo aquel tiempo, amigos que la reconfortasen y recompensasen por
los sin sabores vividos, y le estaba cogiendo un inevitable cariño que empezaba
a rozar peligrosamente otro sentimiento más fuerte, aunque a veces, recordaba
con amargura que Alex no dejaba de ser su vigilante, un mafioso como había
dicho Andrei, probablemente al servicio de su padre.
Pero no se acordaba de eso
cuando estaba con él, y en los últimos días, él le había hecho vivir las dos jornadas
más fabulosas de todo aquel tiempo.
La primera de ellas fue
cuando Alex, aprovechando el día libre de Sofía, le había dicho si quería comer
con él y después la llevaría a un sitio donde le aseguró, que lo pasarían
realmente bien.
Por supuesto que quería.
Aquel día apenas durmió
tres o cuatro horas, pero no pasó sueño en ningún momento. Tampoco se
encontraba muy cansada porque el trabajo en el chalet aquella noche no había
sido demasiado duro, a pesar de que en septiembre había vuelto a subir un poco
la afluencia de clientes.
Se despertó un buen rato
antes de que sonara el despertador con una mezcla de ansiedad y nervios, pero
aquellos nervios eran completamente distintos a los angustiosos nervios vividos
durante tantos y tantos días, primero en el club y después en el chalet, y que
seguía teniendo, aunque en bastante menor medida.
Los de aquella mañana de
septiembre eran unos nervios benévolos y agradables, no en vano, Alex le había
prometido que se divertirían. Estaba deseosa de divertirse. Había cumplido 18
años hacia tan solo unos pocos meses y... ¿cuánto tiempo hacia que no se
divertía como lo podía hacer una joven de su edad? Hacía mucho tiempo, desde
las últimas navidades en que conoció a Shirko y para colmo, desde entonces,
todo había sido una cadena de dramáticos acontecimientos que habían hecho que
su vida cambiase drásticamente y se convirtiese en una auténtica pesadilla.
Cuando Alex llamó por el
portero automático, hacía tiempo que ya estaba preparada. Se había vestido de
una manera cómoda y deportiva, como él le había aconsejado, pantalones vaqueros
de color claro y un top bastante ligerito.
Bajó rápidamente y le
saludo muy cariñosamente, aunque sin los clásicos dos besos. Aun permanecía
entre ellos, a pesar de su reciente y creciente amistad, la barrera psicológica
que inconscientemente les recordaba que ella era una prostituta forzada y él
pertenecía a la gente que la obligaba a realizarlo y además, la vigilaba para
que lo hiciese.
Empezaron a caminar y
enseguida abandonaron los alrededores de la calle Estrella conocidos por Sofía.
Dejaron atrás la bulliciosa Puerta del Sol donde la joven había estado un par
de veces en sus paseos y donde quedó asombrada la primera vez que vio aquella
plaza por la animosa vida que bullía en ella y la gran variedad de gentes y
razas que se fundían en un impresionante ir y venir de personas. En su ciudad
la gente también paseaba, pero de manera distinta. Aquella ciudad era
completamente diferente a la suya, quizá fuese el clima, pero sin duda, Madrid
era una ciudad más alegre y animada que Moscú.
De vez en cuando paraban a
tomar una cerveza bien fría para refrescarse del calor, que por otra parte, era
un calor sensiblemente más soportable que en los meses de julio y agosto
después de que las temperaturas hubiesen bajado algunos grados tras las
tormentas que habían refrescado Madrid en los primeros días de septiembre.
Enseguida llegaron al
largo y ancho paseo que Sofía reconoció enseguida, pues le recorría casi todos
los días en coche cuando iba y regresaba de trabajar. Alex le explicó que era
la principal y más amplia avenida de Madrid y que partía a la ciudad,
prácticamente en dos mitades.
Alex no era dicharachero
ni gracioso, tenía un carácter serio que a veces, a pesar de que físicamente
estaba espléndido con un cuerpo fibroso y ágil, le hacía parecer más mayor de
los treinta y pocos años que tendría. Hablaba de una manera igualmente seria,
pero amable y amena, al menos con Sofía y ella estaba encantada de todas las
explicaciones que recibía de su amigo, que guardaba todo su atractivo aun
vestido de una manera deportiva y sencilla, sin sus habituales americanas y
elegantes pantalones que usaba para trabajar; estaba encantada de mezclarse con
él entre toda la gente de aquel país como si fuesen dos ciudadanos más entre
todos ellos.
Llegaron al colorido
Parque del Retiro donde el fluir y la algarabía de la gente seguía siendo
constante a pesar de que aun hacía calor. Enseguida, se pararon en un
restaurante cercano que tenia dispersadas sus mesas entre las sombras de unos
grandes árboles.
Aquella experiencia fue
sensacional. Lo importante no fue la comida, sino el rato que pasó allí sentada
hablando animadamente con Alex, disfrutando de aquel maravilloso lugar y viendo
pasar a la gente llena de alegría, como si en ese día todo el mundo hubiese
dejado todos sus problemas en casa.
Habían comido y el vino
había hecho aumentar aun más en la chica, la felicidad que la había embargado
durante toda aquella mañana. Estaba sentada plácidamente, disfrutando de la
refrescante sombra de los árboles que cubría toda la terraza de aquel
restaurante del Retiro y se deleitaba saboreando un helado de fresa mientras
miraba sonriente como Alex bebía de su café solo.
-¿Por qué te mando tu
padre aquí? -preguntó de improvisto Alex con su voz seria, educada y amable al
mismo tiempo.
Sofía quedó sorprendida y
por un momento dejo de sonreír.
En ocasiones se había
preguntado si aquellos hombres que la llevaban y la obligaban a prostituirse
tendrían algo que ver con su padre --estaba casi segura de que si-- y en ese
caso, si sabrían que ella era la hija de aquel gánster de Moscú. Suponía que
aunque lo supiesen no la ayudaría mucho, ya que él mismo había decidido que su
hijita de 18 años fuese desterrada de su tierra y se convirtiese en una joven
prostituta por no haberse querido casar con el perfecto marido que su padre
había elegido para ella, y de esta manera haberle desobedecido, escapándose
después para mas colmo, con un insignificante joven con el que había perdido la
virginidad y el honor, estropeando así, los planes de su padre de aumentar su
poder con la unión en matrimonio de su hija con uno de los varones de una de
las más poderosas familias moscovitas.
-¿Conoces a mi padre?
-preguntó tristemente, aunque con curiosidad.
-Claro, trabajo para él y
desde que llegaste a Madrid, sabía que eras su hija -Alex observó que el rictus
de felicidad había desaparecido de la preciosa cara de aquella muchacha que
tenía en frente y que nuevamente reflejaba la amargura que tanto le había
conmovido desde aquel primer día en que la llevó a aquel asqueroso club y
tantas veces después, cuando la recogía o dejaba frente a la puerta del chalet
o del piso. En todo aquel tiempo, había sucedido algo que no debiera de haber
sucedido, él, su vigilante y custodio, había cogido un cariño especial a
aquella encantadora joven que estaba llevando con una gran valentía la
asquerosa vida que le había impuesto su propio padre por solo Dios sabría qué
cosas; en ocasiones tenía miedo de que la joven se derrumbase y... ¿Qué pasaría
entonces? Continuó hablando intentando que Sofía se volviese animar-. Nada más
llegar aquí nos dijeron quien eras, la hija de Glaskov, uno de los más
antiguos miembros y fundador del grupo, y por ende, un hombre absolutamente
peligroso. Te mandaban para trabajar como prostituta sin ninguna clase de
recompensa por orden expresa de tu padre. Todos nos quedamos sorprendidos, pero
una orden directa de Glaskov o de alguno de sus socios es sagrada y no
cumplirla en lo más mínimo por parte de alguno de nosotros, es poner en peligro
nuestra propia vida. Ellos son nuestros jefes y quien nos paga por cumplir sus
órdenes.
Alex guardó un pequeño
silencio y vio como Sofía le miraba expectante, aunque mantenía la tristeza en
su rostro.
-No te pongas triste
pequeña -continuó con una extrema ternura en su voz-, si lo deseas dejamos de
hablar de ello. Sabes, lo que pasa es que en infinidad de ocasiones me he
preguntado qué es lo que ha podido hacer una... mujercita tan maravillosa como
tú para que su propio padre la castigue de esta manera.
-Mi padre es un monstruo
-susurró Sofía. Desde hacía ya algunos años, se había ido dando cuenta que su
propio padre era una persona muy peligrosa, malvada y con rencor prácticamente
hacia todo el mundo por no haber alcanzado sus objetivos de poder y dinero.
Nunca había sabido cuales eran los asuntos que tenía entre manos, aunque
suponía que había algo más que la empresa de almacenaje y distribución de su
propiedad que montó nada más salir del cuerpo de policía. Ella también había
sido --y era-- de su propiedad, muy pocas veces en el tiempo que había vivido
con él, la había tratado como a una hija y siempre había sido él, el que había
dictado el severo camino que ella debía de seguir desde que a los once años,
cuando murió su madre, se fuese a vivir con él nuevamente a Moscú, abandonando
Sofía, la hermosa capital búlgara a la que debía su nombre y donde había vivido
con su abuela y su madre desde que esta última, unos años antes, no aguantase
mas y decidiese abandonar a su tiránico marido y volver a su Bulgaria natal con
su familia, llevándose a su hijita, por su puesto.
Sofía no pudo evitar que
una lágrima se escapase de sus ojos.
-¿Importa lo que haya
hecho? -continuó la joven con voz temblorosa-. ¿Crees que por muy malo que
pudiese ser me merecía esta vida? -preguntó con rabia. En todo aquel tiempo
había estado deseando expresarle a alguien lo injusto que la parecía su castigo
y Alex en aquel instante, le ofrecía una magnífica oportunidad para
desahogarse; no pudo evitar cuando dejó de hablar, que las lagrimas continuasen
deslizándose por sus mejillas.
-No llores mi chiquilla,
perdóname, siento mucho que mi curiosidad te haya puesto triste -se arrepintió
Alex inclinándose hacia delante para cogerla la mano.
-No es por ti Alex, tu
eres maravilloso, tu eres la única persona que me ha respetado en todo este
tiempo y que me ha tratado como a un ser humano -Sofía se enjuagó las lagrimas
y le contó cómo se enamoró aquellas ultimas navidades del joven Shirko y como
su padre rechazó aquel noviazgo a la vez que le anunciaba su boda con un hombre
al que ella ni tan siquiera conocía. Como, sin poder aguantarlo, se escapó con
su joven amor y después, los esbirros de su padre --probablemente compañeros de
Alex, pensó irónicamente Sofía-- la encontraron y la condujeron inmediatamente
a España para cumplir su castigo.
-Como ves, una historia de
película..., pero real -terminó diciendo la chica que pareció recobrar algo el
ánimo, a la vez que volvía a dibujar una triste sonrisa en sus labios.
-Quizá a tu padre se le
pase pronto o se arrepienta y vuelvas a Rusia nuevamente a llevar una vida
normal.
-¿Normal? Quizá se arrepienta
algún día y me libere de esta porquería Alex, pero ¿crees que mi vida volvería
a ser como antes? -dijo Sofía ya sin llorar y de improvisto, pensó que desde
luego su vida si podría ser mejor que antes si la rehacía lejos de su padre, lo
único que echaría de menos de su anterior vida serian sus cosas queridas, sus
amigas, su pequeña hermanita, su perro... Quizá demasiadas cosas.
-O mejor Sofía, créeme.
Las malas experiencias, si somos fuertes, nos hacen aprender, y tú desde luego
eres una mujer joven y muy fuerte. Lo estas demostrando día a día. Cuando todo
esto termine, puede que tu vida no vuelva a ser como antes, pero podrás ser
feliz si tú lo deseas con todas tus fuerzas, te lo aseguro.
Poder ser feliz. En
realidad no sabía si en los últimos años de su vida en los que había ido
creciendo hasta convertirse en una adolescente había sido feliz, lo que si
sabía es que había habido muchas cosas a las que había dado todo su cariño y
amor sincero y que nunca podría olvidar.
Terminaron el café y el
helado y Alex pidió dos copas de un exótico licor anaranjado, del Caribe, según
dijo. Se lo tomaron rápidamente y volvieron a pedir otras dos copas. Estaba
delicioso. A Sofía se le pasó enseguida la tristeza que la había inundado en
parte durante aquella conversación y volvió a encontrarse feliz.
Abandonaron el restaurante
y se alejaron del parque.
Entraron en la primera
boca del metro que vieron y recorrieron el trayecto que les separaba hasta la
Casa de Campo.
Aquella tarde y parte de
la noche fue sensacional para Sofía, que disfrutó enormemente admirando los
innumerables y variados animales que habitaban en el Zoo madrileño y dejándose
envolver por la fantástica magia del parque de atracciones; pero más
maravilloso para ella, fue el hecho de ir en compañía de Alex, como si fuesen
una entrañable pareja de novios, divirtiéndose y mezclándose entre toda la
gente, sin que nadie deparase en ellos, a pesar de que los separaban doce años,
ella prácticamente una adolescente todavía y él un hombre de 31 años, pero a
Sofía le parecía que no desentonaban en absoluto.
Alex subió con ella hasta
la misma puerta del apartamento. Rara vez solían subir hasta allí el propio
Alex o cualquiera de los otros hombres que venían a recogerlas para llevarlas a
su trabajo, a pesar de que poseían llaves del piso. Casi siempre llamaban por
el telefonillo y ellas bajaban enseguida. Por eso, pensó que Alex querría pasar
con ella y no la hubiese importado, pero la dio un suave beso en la mejilla y
se fue.
Una inusitada melancolía
apareció en su corazón, pero enseguida desapareció cuando su cabeza comenzó a
llenarse de los gratos recuerdos de todo lo sucedido aquel maravilloso día. No
se dio cuenta de lo agotada que estaba, hasta que se desnudó y cayó rendida en
la cama. Aquella noche durmió llena de felicidad.
Al siguiente día no fue
Alex quien la recogió para ir al trabajo. Sofía se sintió infinitamente
afligida y desesperanzada cuando no le vio. La jornada en el chalet fue
absolutamente penosa. Todo el esfuerzo empleado en hacer llevadero su nuevo
“oficio”, se derrumbó aquel día y volvió a sentir aquellos agónicos momentos
que experimentó los primeros días cuando las manos de algún hombre acariciaban
su cuerpo y peor aún, cuando tenía que pasar al reservado con algún tipo.
No volvió a ver a Alex hasta
el sábado siguiente y aunque volvió a retomar el pulso a su trabajo, fueron
unos días muy tristes. Pensaba constantemente en él y en la posibilidad que
había cruzado fugazmente por su cabeza, de que su vida cambiase por fin de la
mano de aquel hombre, del que después de aquel día tan fantástico que la hizo
pasar, tenía claro que podría enamorarse enseguida, aunque también, se daba
cuenta de que no le podía pedir demasiado; como el mismo le había dicho, su
vida valdría menos aun que la de ella si intentaba ayudarla de alguna manera.
No le pediría que la ayudase a salir de aquella “mierda”, por supuesto que no,
bastante había hecho ya al haber despertado en ella una creciente ilusión por
volver a vivir.
Cuando por fin el sábado
vio a Alex en el coche que las esperaba a la salida del chalet, un gozo enorme
se apoderó de todo su ser y no pudo evitar besarle fuertemente en la cara ante
la sorprendida mirada de sus compañeras que montaban en el coche.
Durante el viaje de vuelta
al apartamento de la calle Estrella, Alex le propuso tomar algo en una
discoteca cercana que aun estaría abierta. Sofía aceptó encantada a pesar del
cansancio.
Próximos a la calle
Estrella, el compañero de Alex detuvo el coche para que bajasen y después,
continuó la marcha con las otras dos muchachas.
Para ella volvió a ser
sensacional mezclarse entre la gente como una chica normal con un hombre por el
que sentía algo especial. Pero enseguida, se dio cuenta que había algo extraño
en Alex. Cansancio, preocupación tal vez. No le preguntó nada sobre ello
temiendo que pudiese ser por culpa de su pequeña relación.
Abandonaron la discoteca
que enseguida comenzó a cerrar sus puertas y fueron a desayunar a un pequeño
pero acogedor bar. Chocolate con churros. Delicioso. Sofía pensó que aquel desayuno
había sido el mejor de su vida.
Terminaron de desayunar y
pasearon por la recién estrenada mañana madrileña. Habían vuelto a subir las
temperaturas diurnas y esperaba otro día lleno de calor. A ratos, ella volvía a
observar aquel semblante de preocupación en Alex. ¿Qué le pasaría? ¿Estaría su
preocupación relacionada con ella? No se atrevía a preguntarle.
-Estarás cansada y querrás
descansar Sofía, ¿quieres que volvamos al piso? -le preguntó.
-No estoy cansada cuando
estoy contigo -sonrío-, pero si tú te tienes que ir, lo comprendo, aunque... me
gustaría ir a dormir contigo y si no podemos dormir... mejor.
-¿Estás segura?
-Claro -contestó
modosamente Sofía y volvió a sonreír, esta vez muy sensualmente mientras
acercaba su cuerpo al de Alex hasta que ambos quedaron rozándose.
Alex sonrío también y sin
poder contenerse, la abrazo con delicadeza.
Pararon un taxi y en cinco
minutos, les llevo hasta una larga calle por la que circuló hasta detenerse
junto a unos elegantes bloques de pisos. Enseguida subieron a uno de aquellos
pisos.
La espectacular
habitación, en la que también había un jacuzzi que hizo despertar desagradables
recuerdos en Sofía --aunque duraron pocos segundos--, disponía de todo tipo de
detalles y estaba perfectamente climatizada; fue el idóneo escenario para los
complacientes deseos de la pareja.
Hicieron el amor hasta que
quedaron sobradamente satisfechos. Para Sofía fue especialmente grato, después
de las experiencias de aquel verano, poder abrazar y acariciar a un hombre al
que adoraba ya sin ninguna duda y que su cuerpo fuese completamente recorrido
por las manos y la boca de ese mismo hombre. Fue sensacional dejarse llevar una
y otra vez por el placer que le proporciono ser poseída por Alex mientras éste
la besaba apasionadamente, sin que ningún pensamiento desagradable atormentase
su mente.
Se quedó dormida con una
increíble satisfacción en todo su cuerpo y mente, y cuando Alex la despertó
zarandeándola suavemente, una hermosa sonrisa se dibujaba en su cara.
-Vamos dormilona. Tenemos que
irnos -le dijo Alex con cariño. Ya estaba vestido y tenía el teléfono móvil en
la mano, marco unas teclas y se dirigió al cuarto de baño donde comenzó a
hablar en voz baja.
Sofía miró el reloj y se
vistió con cierto desanimo. Enseguida llegaría la hora de volver al chalet,
pensó sintiendo como aquella detestante amargura hacia indicios de despertar.
Salieron del edificio y
devoraron dos pizzas en un cercano restaurante italiano. Los dos estaban
hambrientos. Cuando terminaron de comer volvieron a coger un taxi hasta la
calle Estrella. Bajaron y Alex le dijo al chofer que esperase un momento.
Acompañó a Sofía hasta la puerta del portal y la miró con ternura.
-Puede que no te vea en
algunos días -sonrió-. Hay ciertos problemas y debemos resolverlos enseguida.
-¿Problemas graves?
-preguntó ella tímidamente.
-No, enseguida se
solucionaran. Cuídate pequeña.
Alex la besó suavemente
los labios y subió al taxi. Sofía se quedó mirando pesarosa como el automóvil
se perdía de vista entre el tráfico.
Subió al apartamento con
una increíble contraposición de sentimientos, por una parte la felicidad que le
estaba proporcionando su naciente relación con Alex, y por otra, el desanimo y
la tristeza de tener que volver a su odioso trabajo después de haber compartido
aquellas maravillosas horas con él.
Se duchó, se cambió y
mientras esperaba sin hablar junto a sus dos compañeras a que viniesen a
recogerlas para ir al chalet, se tomó un combinado de escocés con coca
cola bien cargado.
Por supuesto, no fue Alex
quien pasó a recogerlas aquella noche, ni las siguientes.