jueves, 12 de junio de 2014

La princesa rusa XXI

                              Los hombres de Sofía

A pesar de que era un contacto peligroso por el riesgo que entrañaba para su labor profesional, el colombiano tenía total confianza en su colaborador policía español. Ya le había ayudado en más de una ocasión a localizar personas non gratas para los narcotraficantes colombianos y de otros países americanos; él se encargaba de que pagasen sus ofensas a cambio de una buena compensación, por supuesto. Por eso pensaba, que esta vez Antonio también haría todo lo que estuviese en sus manos para ayudarle a encontrar a la zorrita rusa con celeración.
Pero algo no iba bien del todo.
El dispositivo de búsqueda inicial no parecía que estuviese dando resultado. Realmente, a pesar de que para Fredo la mayoría de todos aquellos aprendices de sicario que cooperaban con él y con Daniel no tenían ningún futuro, era como buscar una aguja en un pajar, la ciudad de Madrid estaba abarrotada de muchachas extranjeras de similares características a la hija del gánster ruso.
Habían vigilado el piso de la calle Estrella por si la chica volvía por allí y donde la policía ya parecía haber encontrado los tres cadáveres y aunque eran de tres extranjeros, dos putas de un país lejano y un mafioso ruso por los que nadie seguramente se interesaría demasiado, sin duda se abriría una investigación policial, por lo que debería de andar con mas vista si cabía. También habían vigilado el club donde trabajaba por si volvía y a los chulos ucranianos por si le habían mentido y mantenían algún contacto con ella; habían vigilado otros clubs cuyos chulos mantenían constante intercambio de mercancía con el de los ucranianos, pero nadie parecía saber ya nada sobre la rusa. Habían peinado toda la zona en un radio de al menos dos kilómetros alrededor de la calle Estrella sin ninguna fortuna y para colmo, tampoco había tenido ninguna noticia de Antonio.
Fredo estaba en una situación lo más parecida a la desesperación que un hombre de sus nervios podría tener. Empezaba a pensar que probablemente la chica había sido mas lista de lo esperado y burlando a todos, o teniendo mucha suerte, había abandonado Madrid.
Por eso, sin que apenas pasasen dos días desde que hiciese el encargo al policía local, el colombiano de color ya no aguantó más y volvió a llamarle.
-¿Fredo? ¿Qué tal amigo? -gritó jovialmente el agente a través del teléfono.
-Bien, bien Antonio, me alegro de volver a conversar contigo. ¿Qué tal va la investigación? -preguntó directamente.
El policía pareció indeciso por unos momentos, pero enseguida dijo alegremente:
-Impaciente ¿eh? Esa joven parece más lista de lo que pensábamos. Pero tranquilo, podría tener algo interesante -anunció el policía nuevamente algo indeciso, pues aunque podría haber conseguido cierta información aquella misma mañana, realmente no había encontrado ninguna pista fiable de la rusa. Desde luego no había permanecido quieto, animado por la suculenta paga extra que recibió del matón y también, por cierto temor a lo que podría pasar si algún día le fallaba al pistolero colombiano.
Había puesto en marcha toda la maquinaria a su alcance para encontrar a la joven, sin perder tiempo, salvo parte de la mañana siguiente a la orgía que había tenido lugar en el chalet de Fredo, en la que se levantó con una impresionante resaca, fruto del champan y del vino tomados la noche anterior. Por supuesto, no fue a trabajar, poniendo como excusa una de las muchas que puede poner un policía cuando se siente indispuesto para el trabajo, siempre y cuando no se repitan esas disculpas con cierta frecuencia, y además, ya llevaba algunos años en el cuerpo y tenia cierto prestigio entre los compañeros y superiores, ni que decir de que era uno de los agentes que mas multas, informes y atestados hacía, por lo que evidentemente era uno de los policías que mas ayudaba a mantener el orden público, y eso quería decir que el cuerpo de la Policía Municipal de Madrid en particular, y la sociedad en general, le podían disculpar algunos deslices como el de aquel día.
Se quedó en la cama hasta bien avanzada la mañana y cuando se levantó, se tomó un café bien cargado con una pastilla para el dolor de cabeza.
Se encontraba solo en la casa, los niños estarían aún en el recién comenzado colegio y su mujer habría salido de compras; probablemente --seguramente-- estaría enfadada porque su marido había pasado gran parte de la noche fuera de casa y había llegado medio borracho y con una inmensa cara de placer y satisfacción. Se la pasaría, no era la primera vez y ella estaba advertida de que cuando llamaba el tal Alfredo, existían muchas posibilidades de que pasase aquello, pues Antonio le tenía dicho que era un policía colombiano con el que cooperaba de vez en cuando y se hacían mutuos favores. Y en cualquier caso, si no quería aguantar aquellas escapadas de su marido ocurridas cada miles de años, ella podía irse cuando quisiera, era libre, eso sí, los niños que ni los tocase. Él la quería, pero eso no iba a significar que ella dominase su vida ni le indicase el camino a seguir, ni mucho menos.
Antonio se tomó el café y se dio una larga ducha en la que aparecieron frescos, cercanos y muy intensísimos los recuerdos de la noche anterior junto a las hermosas prostitutas. Se arregló y sin comer nada salió de casa, dedicando lo que quedaba de mañana a realizar gestiones para comenzar la búsqueda de la rusa. Primero hizo unas cuantas copias de la foto de la chica en una imprenta donde a menudo llevaba igualmente fotos y papeles a fotocopiar relacionados con su trabajo, así no levantaría la mas mínima sospecha. Después, repartió las fotos entre conocidos, colaboradores suyos e individuos que le debían favores, entre los que se encontraban una extraña mezcla de gentes como chorizos y maleantes comunes, guardias jurado que prestaban sus servicios en estaciones de autobuses, de trenes y aeropuerto, detectives privados que a cambio de otras informaciones le podían echar una mano a intentar localizarla mientras cumplían con su diaria tarea de observar a la mas vario pinta gente por todos los rincones de Madrid, Policías Nacionales con los que colaboraba muy a menudo en una gran variedad de asuntos.
Algunos minutos después del mediodía, entró en un bar donde comió un sándwich muy ligero con una tónica y de postre otro café solo bien cargado para mantener su cuerpo tranquilo y no despertar los efectos de la resaca. Terminó de comer e hizo una llamada a las dependencias policiales donde le dieron los datos escasos, pero necesarios, de los dos hombres que más dinero habían gastado con la rusa y que probablemente más relación habían entablado con la joven prostituta mientras ésta había permanecido trabajando en aquel club de lujo; también pidió que le intentasen conseguir información sobre los registros en pensiones y hoteles de la zona, aunque sabía que eso era complicado porque aunque la mayoría de esos lugares ya utilizaban sistemas informáticos, aún quedaban pequeñas pensiones en Madrid donde el registro se hacía a mano y esa información probablemente tardaría algún día en ser conseguida.
Aquella misma tarde hizo una visita a esos dos hombres, existían muchas posibilidades de, como había dicho Fredo, que la joven intentase pedir ayuda a los dos clientes que más dinero habían gastado a cambio de sus encantos, dada la situación de angustia y desamparo de la chica. Empezaría, por supuesto, con el que más dinero se había gastado con la chica según los datos del club.
Encontró sin ningún problema y en no mucho tiempo, la dirección de Emiliano Sáez que así se llamaba aquel tipo. Era una céntrica y amplia calle donde se sucedían un gran número de comercios y tiendas de las mejores casas y marcas en los bajos de los tradicionales y elegantes bloques de pisos. Aparcó su coche en doble fila y puso en el salpicadero bien visible, el distintivo que usaban entre ellos para conocerse y no multarse, no porque fuese a pagar la denuncia si le multaban, sino para ahorrar tiempo y trabajo a los compañeros y que no se molestasen en hacer papeles que iban a ir al cubo de la basura.
Entró en el elegante y espacioso portal después de que él también elegantemente vestido señor mayor que oficiaba como portero de la finca, le abriese la puerta tras preguntarle quien era y que quería, y después de que Antonio se identificase como agente local de Madrid en busca de una información.
Llamó con cierta preocupación e inquietud al timbre del hombre que según los datos proporcionados por los compañeros, era consejero de una gran empresa transformadora de una sustancia que Antonio no sabía muy bien de que se trataba, en otra que seguramente era mucho más rentable económicamente, y dado aquel puesto y el lugar donde vivía, sin lugar a dudas era evidente que aquel hombre mantenía una inmejorable posición tanto económica como social, por lo que el tipo podría poner algún problema o traba a la hora de querer colaborar si es que había tenido algún contacto con la chica rusa, aunque habiendo problemas de “cuernos” de por medio, Antonio suponía que aquellas trabas y problemas pudiesen ser menores para no ver alterada su normal vida conyugal, suponiendo que fuese normal. Fuese como fuese, intentaría ser lo más suave posible.
Pronto su inquietud dio paso a una sensación de indignación y de estar perdiendo su valioso tiempo después de varios intentos sin que nadie contestase a los pitidos del timbre. ¿Estaría aún de vacaciones el maldito consejero adultero? Desde luego aquel tipo podría estar en miles de sitios. La tarde ya comenzaba a estar avanzada y el hombre bien podría haber salido a cenar con su mujer o simplemente a tomar un gratificante refresco para aliviar el calor soportado durante el día.
Esperó unos minutos y se dirigió nuevamente hacia la escalera por la que había subido al primer piso donde se encontraba, con aquella sensación de cabreo pensando en llamarle al día siguiente por teléfono, bien a su casa o al número de la empresa que también se los habían proporcionado desde la comisaría, y pedirle que se reuniesen para hacerle sólo un par de preguntas sobre una desaparecida joven extranjera envuelta en un problema relacionado con un accidente de tráfico. Eso le diría.
Se dispuso a bajar cuando el ascensor, colocado entre la escalera y la puerta del piso de aquel hombre, se detuvo. Esperó, aconsejado por su instinto policial y por las infinitas ganas de poder mantener la entrevista con el hombre aquella misma tarde. La puerta del ascensor se abrió y salió un hombre alto y bien parecido con un maletín negro de piel en su mano, probablemente bastante más mayor que Antonio, pero muy bien conservado, con barba blanca y un porte altivo y señorial que hacia recordar a los duques y condes de muchas películas sobre la aristocracia. Detrás de él salió una mujer, quizá algo más joven que el hombre y con notables restos en su cara de la que sin duda fue una singular belleza. Se dirigieron, sin percatarse de la presencia del policía, hacia la puerta de la casa al otro lado del pasillo donde minutos antes había estado Antonio llamando al timbre sin demasiada fortuna.
-¡Disculpen! -dijo enérgicamente el policía pero sin gritar, haciendo que con sus palabras la pareja se volviese hacia él algo sobresaltada-. Emiliano Sáez ¿por favor?
Después de titubear unos segundos, el hombre habló, dando un paso por delante de la mujer y con un ligero tono de alarma en su voz.
-Soy yo, ¿qué quería?
-No se alarme, soy policía -dijo Antonio enseñando su distintivo que ya había sacado de su bolsillo-. Disculpen si les he sobresaltado, tan sólo quería hacerle unas preguntas. Colaboro con la Policía Nacional en una investigación sobre un accidente de tráfico -terminó diciendo con una de sus sonrisas especiales.
Emiliano miró con cierta desconfianza la identificación y sin ninguna intención de invitar a entrar en la casa a aquel hombre, preguntó con una voz ya más serena:
-¿Un accidente? Que yo sepa no he tenido ningún accidente últimamente.
-No se trata de usted, sino de alguien al que podría conocer.
Antonio sacó un papel pulcramente doblado y desdoblándolo con mucho cuidado, se lo extendió a Emiliano. El semblante del hombre cambió por completo ante la atenta mirada del policía, dando paso a una expresión de confusión e incertidumbre mezclado con temor. Volvió a doblar la foto de papel muy rápidamente y echó una fugaz e incierta mirada a la mujer que permanecía detrás de él.
-No sé quién es, siento no poder ayudarle -dijo intentando mantener la serenidad en su voz. Puso una mano suavemente sobre la espalda de la mujer y comenzó a abrir la puerta de la casa.
Antonio pensó que había metido la pata. El hombre delante de la que seguramente sería su esposa, iba a negar siempre si conocía a la joven prostituta y si sabía algo sobre su paradero, algo lógico por otra parte. Pero ya que estaba allí debía de intentar averiguar si verdaderamente sabía algo o no sobre la chica.
-Verá -insistió el agente-, tan sólo necesito su confirmación de que no ha visto en los últimos días a esta persona y no sabe donde podríamos localizarla. Al parecer, la han identificado como acompañante del conductor de un vehículo involucrado en un accidente donde murió un hombre y no prestaron ayuda. Únicamente necesito saber si usted sabe algo de ella.
-Le repito que no la he visto en mi vida. ¿Hace falta que llame a mi abogado, oiga?
-No, en principio no -dijo Antonio nuevamente decepcionado y pensando que al final no iba a sacar nada en claro de aquel tipo-. Tan sólo hemos tenido una información de que usted podría conocer a esta persona y la posibilidad de que supiese algo sobre su paradero y de esa manera poder llegar hasta el conductor del vehículo. Pero si no sabe nada de ella... -Antonio hizo una pausa y miró a la mujer que se encontraba detrás del hombre, prácticamente dentro de la casa, atenta a la conversación-. Disculpen por las molestias.
Antonio dio media vuelta y se dispuso a marcharse con gran desilusión. No podía saber si el hombre sabía algo de la chica y tampoco podía seguir presionándole a riesgo de que llamase a su abogado. Aprovechó de que nadie había llamado al ascensor y abrió la puerta del mismo.
-¡Agente! -escuchó como llamaba alguien. Era Emiliano y se dirigía hacia él con la puerta de su casa ya cerrada y con la mujer dentro.
-¿Sí?
-Mire -dijo Emiliano en voz baja cuando llegó a la altura del policía-, vi a esa joven de la foto durante algunos días de este verano. Pero hace días que no la he vuelto a ver. Y en todo caso, mi relación con ella tan sólo era de...
-Lo comprendo señor Sáez -interrumpió suavemente el policía-. Sólo necesito saber si usted sabe algo de la chica y no volverá a tener nada que ver con este asunto.
-Se lo repito -dijo esta vez con gravedad-, no sé nada de ella desde hace tiempo.
-Perfecto, pues disculpe las molestias y todo este asunto queda zanjado por su parte. Buenas noches señor Sáez.
Bien. Al final no había perdido su tiempo. Ese hombre aparentemente decía la verdad y se quitaba del medio un obstáculo más en la búsqueda de la chica.
Ahora debía visitar al otro hombre, pero eso sería al día siguiente porque su cuerpo nuevamente le recordaba que el día anterior se sobrepasó con ciertas bebidas y volvía a sentir un cierto malestar. Al día siguiente se levantó sin rastro de resaca, aunque su mujer parecía haberlo tomado peor que otras veces y apenas le dirigía la palabra. Él había intentado ser cariñoso, pero ella nada; por una parte mejor, después de las cosas que le habían hecho aquellas divas del sexo en el chalet del matón..., no es que tuviese excesivas ganas de practicarlo con su mujer de una manera tan inmediata, y por otra parte el sexo con ella, ya era pura rutina.
Se vistió con el uniforme reglamentario y se fue a trabajar.
Tuvo toda la mañana mas ocupada de lo normal en poner al orden cierto trabajo atrasado del día anterior, pero poco antes del mediodía encontró un rato libre, que por otra parte eran bastante frecuentes para él durante su jornada laboral; ya hacía mucho tiempo que lo de dirigir el tráfico, asistir como una flecha a los lugares de accidentes y esas cosas, habían quedado atrás para él. Ahora su ocupación principal era mucho más tranquila y gratificante, ya qué se ocupaba de hacer como enlace y dar apoyo a la Policía Nacional en la preparación de golpes contra toda clase de delincuentes.
Abandonó la ciudad con el coche oficial y se dirigió a la pequeña localidad donde se encontraba la casa y al parecer, el lugar de trabajo del otro hombre que, presumiblemente, podría tener contacto con la rusa.
Encontró el taller mecánico en los bajos de un edificio de dos plantas no muy antiguo, por el aspecto de su construcción hecha con materiales modernos, incrustado en una hilera de viviendas de similares características.
Antonio enseguida se llevó una pequeña desilusión cuando después de preguntar al joven moreno y con un mono lleno de grasa, éste le dijo que Fernando había salido de viaje, pero rápidamente la desilusión dio paso a la esperanza, cuando el titubeo y el nerviosismo aparente de aquel joven se mostraron palpantés ante la presencia, al aparecer turbadora para él, de un agente del orden público. Si sabía algo sobre la posible relación del otro mecánico con la rusa, no le iba a costar demasiado esfuerzo sacárselo de la boca.
El agente, después de controlar su inicial desilusión por la ausencia del tal Fernando, puso su gorra bajo su brazo en posición militar y después de echar una mirada confabulativa al coche de servicio que esperaba aparcado en la puerta del taller, rozó suavemente su arma con la otra mano y con una expresión acusadora en su rostro juvenil y risueño, dijo con voz grave:
-Tengo que hacer unas preguntas al señor Pastor -insistió-. Es un asunto urgente y sería importante que me pusiese en contacto con él. ¿Usted no sabe dónde ha ido de viaje?
Los nervios de José se multiplicaron al infinito y quedó completamente perturbado, sin atinar a preguntarse con serenidad en qué clase de lío podría estar metido su jefe y mucho menos como podría él ayudarle, y peor aún, si el problema le podría salpicar; pero lo que si tenía claro es que no podía, no sería capaz, de mentir al hombre del uniforme azul.
-Ha ido a Barcelona -intentó decir con naturalidad el joven mecánico.
El agente local hizo un gesto de asentimiento y volvió a decir con voz grave y sin cesar en su pose amenazante:
-A Barcelona. Y no tiene una dirección, un teléfono donde se le pueda localizar.
José hizo un gesto afirmativo y volviéndose hacia la pequeña oficina del taller, dijo embarulladamente:
-Tengo el número de su móvil para que pueda hablar con él -dijo José sin pensárselo dos veces. El joven entregó al policía un pequeño trozo de papel en el que había escrito el numero del móvil de Fernando; el policía se guardó el papel y despidiéndose escuetamente, dio media vuelta preguntándose si aquella información le sería útil al colombiano y antes de salir del taller, se volvió y preguntó sabiendo que aquellas palabras podrían parecer improcedentes si no hubiese tenido delante a un joven perturbado por la presencia de la autoridad.
-¿Y ha viajado a Barcelona solo?
-No lo sé -balbuceó José con los nervios a flor de piel-. De repente dijo que se iba y yo no sé nada más.
El policía enseguida se dio cuenta de que el chico no mentía y su mente rápidamente catálogo la información obtenida como más valiosa de lo que cabría esperar al principio. Si el mecánico hubiese viajado por asuntos laborales, sin dudad la persona encargada de quedarse en el taller lo hubiese sabido y por supuesto estaría más tranquilo. De modo que aquel hombre había emprendido un viaje repentino sin tener ninguna relación con su negocio. Extraña coincidencia. Enseguida se puso en contacto con un compañero de la Policía Nacional que le podía indicar si el individuo podría haber reservado algún alojamiento en Barcelona.
Antonio regresó a su casa pensando que la información recogida en el taller podría significar algo positivo en la búsqueda de la chica y con la intención de llamar al mantón negro nada mas comer y darse una larga ducha, pero el colombiano se había anticipado y parecía impaciente.
-Al parecer uno de los amiguitos de la chica ha viajado con cierta premura a Barcelona -le explicó a Fredo después de contarle la entrevista con el empresario y el joven mecánico-. Pero no tenemos la certeza de que esté acompañado por la chica.
-Tranquilo -dijo el negro-. ¿Tienes algún dato de ese hombre?
-Un número de teléfono y espero que en las próximas horas podamos saber en qué hotel se hospeda.
Fredo colgó el teléfono después de apuntar el número de móvil del mecánico e inmediatamente hizo una nueva llamada, en aquel momento no tenía ningún contacto en aquella ciudad, pero si uno en Madrid que conocía perfectamente Barcelona y que rápidamente se desplazaría hasta allí y en muy poco tiempo, le podría proporcionar la información necesaria, algo que le parecía mejor opción que llamar directamente a aquel hombre y preguntarle si iba acompañado de una bella prostituta extranjera.
Al otro lado de la línea, un hombre blanco de unos cincuenta años, de facciones agradables a pesar de que su piel comenzaba a envejecer y con una barba grisácea y esponjosa, colombiano y dueño de un pequeño pero coqueto y agradable bar de copas en una céntrica calle madrileña, respetado y estimado por sus vecinos y clientes al igual que su señora y sus dos hijos españoles con los que compartía el negocio, descolgó el teléfono.
El hombre enseguida reconoció a Fredo y memorizó inmediatamente lo que éste le dijo. Entró en la habitación que hacía las veces de despacho y tras unos minutos, un moderno y sofisticado aparato, escupía por una ranura la reproducción del retrato de una joven con unos preciosos rasgos del este de Europa. Se guardó cuidadosamente el papel y salió tranquilamente del piso situado en la planta superior al bar, detuvo a un taxi que le condujo directamente al aeropuerto. Allí, sacó un billete para el siguiente puente aéreo a Barcelona.
























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