lunes, 13 de abril de 2015

Los Gegos (Cap. VII)


-Dios mío Eve -dije casi llorando-, esto es demasiado, no aguanto más.

Ella me abrazó. Sentí su cuerpo cálido, su olor, la sensación de sus grandes y duros senos apretados contra mí. Me relajé.

-Debes de ser fuerte -me dijo-, yo te diría que dejases todo esto y te fueses a casa con tu mujer, ya no estoy segura de que puedas estar a salvo, ellos se están tomando el asunto de tu hermano y el bebe muy en serio.

Me separé de ella con toda la lentitud que pude.

-¿Cómo me has encontrado?

-Tés y Dulces, ¿recuerdas que tu sobrina nos habló de ello? –Dijo mirándome con aquella sonrisa que yo nunca antes había visto hasta que la conocí, y como si adivinase mis pensamientos, continuó hablando-. No soy ninguna bruja, ni médium ni nada de eso aunque tú pienses lo contrario.

La miré sin poder aguantarme una sonrisa.

-Bien, y ahora que.

-Son notas de transporte con destino Granada -me enseñó unos papeles que había robado de la furgoneta. Escogió uno entre el montón y me lo entregó, pude distinguir entre una dirección y algunas notas, el nombre del tal Salhí que los marroquíes habían mecionado en el almacén.

-Tal vez tu hermano esté allí -La chica me miraba con un intenso deseo de comprensión en sus ojos.

-Nadie puede asegurarnos tal cosa –respondí indeciso.

-Puedo ir contigo sí quieres -sus palabras terminaron de relajarme, aunque lo de embarcarme en una nueva aventura me revolvía el estomago. Me encontraba muy cansado y no quería ni volver a oír nada sobre la posibilidad de viajar a Granada.

Los dos subimos en mi coche sin perder más tiempo; conduje fuera de la ciudad, buscando la autovía de debía de conducir a Granada, mirando cada dos minutos por el retrovisor esperando que en cualquier momento apareciese la policía, algún fantasma, o lo que era peor en aquel momento, un grupo de africanos enfurecidos. Me había metido yo solito en una pesadilla de la que no sabía cómo despertar. No me lo podía creer, estaba conduciendo dirección a Granada, haciéndola caso. Pero tenerla a mi lado me daba energías. Cuando de nuevo me sentía turbado o frustrado, la miraba de reojo y el contemplar su perfil me relajaba enormemente.

-¿Has estado alguna vez en Granada? -pregunté al fin, cuando al menos habíamos recorrido ya 200 kilómetros.

-No ¿y tú?

-Hace años, oye tengo que echar gasolina y llamar por teléfono, ¿te parece que nos apartemos de la autovía?

-Sí, seguro que es mejor.

Desvié mi coche en la siguiente salida hasta alcanzar una gasolinera. Llené de combustible el depósito y di dinero a Eve para que comprase algo de comida y bebidas. Tenía la garganta ardiendo y aún notaba trozos de hierbas pegados en mi paladar. Retiré el coche del surtidor y aparqué detrás de la gasolinera, junto a unos árboles, llamé al trabajo, a mi hermano mayor y a mi mujer. Me sentí ridículo intentando inventar alguna excusa creíble que no fuese la de decir que estaba siendo perseguido por una especie de fantasmas y siguiendo una pista que me llevaba a Granada junto a una hermosa y medio alocada jovencita.

Contemplé a Eve mientras comía su bocadillo. La temperatura era más agradable en aquella zona, no llovía y el Sol se asomaba intermitente entre las nubes.

-Oye Eve, dime, ¿estamos a salvo? -no sabía cómo seguir-, lo que me pasó en el almacén no fue un accidente, ellos estaban allí. Ya no creo que se trate sólo de una secta, dime, ¿son fantasmas, espíritus o simplemente me estoy volviendo loco?

Sonrió. Melancólicamente pero sonrió. Su preciosa sonrisa.

-No te estás volviendo loco. Es la energía de la que te he hablé. Los Gegos son capaces de manejarla, mejor dicho, la energía quiere transcurrir a través de ellos. Los ha elegido para manifestarse.

Dejó de sonreír, su rostro aquel día estaba mucho más sombrío, lo que yo achaqué al suceso que me había contado el inspector Carrascosa sobre Nika y su novio y que ella presintió cuando íbamos en busca de mi sobrina. Al recordarlo, sentí un escalofrío y dejé de mirar a Eve, ella también debía de saber ya lo que les había pasado. Me buscó con sus ojos y me miró de una manera que hizo que mi sangre acelerase su discurrir dentro de mis venas casi de manera incontrolable. Al menos yo lo sentí así.

Intuí que Eve estaba meditando sobre nuestra seguridad, ya no parecía tan segura como al principio y yo era un pobre hombre incapaz de convertirse en ningún obstáculo para esa poderosa energía de la que ella hablaba y que regia, según la joven, los designios del Universo.

-¿Tu hermana está segura?

-Sí, no te preocupes, está con una buena amiga –deseé que esa nueva amiga no corriese la misma suerte que Nika, imaginé que aquella chiquilla me ocultaba tantas cosas sobre su vida. Por unos instantes volví a meditar sobre si de verdad tendría algo especial, eso que la gente normal llamaba, incluyéndome a mí, sobrenatural, y si de verdad existiría aquella misteriosa y poderosa energía. Por otra parte me parecía absurda toda su teoría. La verdad es que no sabía cómo concretar en mi mundo real aquellas locas teorías de Eve-. Todo está programado en la creación –continuó la joven como si no hubiese mentado a su hermana para nada-, los animales, la Tierra, las estrellas…, también la inteligencia humana, cuyas condiciones para su creación y funcionamiento, están dirigidas desde el principio por la Inteligencia Madre, para así y a través de ellos, continuar con el Ciclo Eterno. El hombre es tan solo un puente creado adrede por la Inteligencia, en un futuro desaparecerá y con él, desaparecerá todo el planeta, pero gracias a sus logros, la Inteligencia Madre podrá continuar su ciclo infinito.

-¿Cómo? –pregunté como si toda aquella increíble teoría que me acababa de soltar tuviese tranquila cabida en mi cabeza.

-Las maquinas, la inteligencia artificial.

Pensé en las películas de Terminator que tanto me hicieron disfrutar en sus tiempos y en otras donde poderosas maquinas del futuro exterminaban sin ningún tipo de compasión a los pobres seres humanos. Nuevamente sentí ira hacia Eve porque nuevamente percibí que tan solo era una joven alocada que me tomaba el pelo con aquellas absurdas teorías.

-El Universo como conjunto es infinito en el tiempo -continuó la chica como si nada-, y es así, porque la Madre Inteligencia lo permite, pero cada uno de sus componentes, cada ser, cada objeto que habita en él individualmente, muere, nada es eterno salvo la propia Inteligencia Madre. Nuestro planeta, la Tierra, es un mero instrumento temporal, pero importante, porque la Inteligencia Madre ha plantado su semilla en él. Aun así, la Tierra morirá, pero la semilla perdurará, los hombres perdurarán si son capaces de sobrevivir al Apocalipsis, o en todo caso, sobrevivirán las maquinas creadas por los hombres, o mejor dicho, creadas por la Inteligencia Madre a través del ser humano.

-¿Pero tú realmente crees en todo esto que me estás diciendo?

-No importa lo que yo crea –aquella voz cada vez me parecía más dulce y penetradora, capaz de insertarse en lo más hondo de cualquier órgano, de cualquier  célula-, lo que te acabo de contar es el fundamento de los Gegos, su esencia.

-Claro.

Guardé silencio. Aún no conseguía relacionar aquella fantástica teoría de Eve sobre madres inteligencias con los fantasmas que me habían atacado y que presuntamente había visto en la carretera del caserón, en el almacen de los marroquíes, y estaba claro, que si Eve me lo contaba, era porque para ella si tenían relación.

-Los Gegos son una secta, ya te lo dije, y cada secta tiene su teoría, su creencia, su dogma –continuó-. Tú sabes lo que es una secta, hay miles de sectas entre nosotros y ellos son una más.

Realmente, en aquel instante, yo no tenía muy claro la definición exacta de lo que era una secta, pero sí que tenía nociones, lavacerebros, religiones extremas, oscurantismo y algunas cosas más, pero el pensar en que los Gegos eran una secta, me daba unos renovados ánimos para enfrentarme a ellos y descubrir algo de mi hermano, sí, podían ser malvados, pero se encontraban en el plano terrenal en el que yo vivía, se podían combatir; por un momento, me deshice de un plumazo de todas las sensaciones sobrenaturales que había experimentado en las últimas horas.

Continuamos el viaje sin que ninguno de los dos dijese nada mas, aún nos quedaban algunas horas de luz y quería aprovecharlo, pensar en la noche me causaba malas sensaciones.

-Es precioso -dijo Eve de improvisto. Miraba absorta a las majestuosas elevaciones de Sierra Nevada que se dibujan esplendorosamente en el horizonte. Yo también miré a la montaña durante unos segundos. La verdad que era fascinante, me hubiese encantado perderme con ella en algún pueblecito colocado mágicamente entre las laderas de aquellas montañas. Por un momento el estomago me dio un vuelco, pensé en mi mujer embarazada, ¿cómo terminaría toda aquella aventura?

Las primeras sombras de la noche empezaron a ganar terreno. Quedaban poco más de 60 kilómetros para llegar a la ciudad.

-¿Qué hacemos cuando lleguemos? –pregunté, mientras mi coche enfilaba los últimos kilómetros, a la joven hermosa, sensual, extraña y un poco loca que estaba sentada a mi lado.

-Pues buscar a tu hermano -a veces su naturalidad y lógica eran tan aplastantes que se me olvidaban por completo los extraños y dolorosos momentos que estaba viviendo a su lado.

-Si claro, pero a estas horas no creo que podamos buscar mucho -la realidad era que me encontraba agotado sin ganas de hacer nada.

-Podemos buscar la dirección y luego dormir algo si quieres.

-Me parece buena idea.

Detuve mi coche en la cuneta y busqué la dirección que figuraba en alguno de los papales que Eve había robado de la furgoneta, la introduje en el GPS y conduje de nuevo hasta que por fin nos introducimos de lleno en la ciudad, aparqué en una pequeña calle cerca de la Gran Vía por donde aún circulaba un tráfico importante.

Hacía frio, un aire helado, no tenía duda procedente de Sierra Nevada, penetraba a través de la ropa agarrotando todos los huesos. Eve se pegó a mí demostrando frio por primera vez desde que la conocía y así, caminamos hasta atravesar la puerta Elvira.

Recorrimos durante un buen trecho la zona turística donde a pesar del frio, aún rondaban algunas personas entre las numerosas tiendas y las teterías, incluso el frio parecía perder intensidad por aquellas calles. Vimos un hostal que parecía bastante decente y me quedé con la zona para después de localizar la dirección, reservar dos habitaciones.

Encaramos una calle bastante estrecha y donde todo estaba mucho más oscuro. El frio volvió a ser intenso. Llegamos a la calle que se indicaba en los papeles de la furgoneta, por decirlo de alguna manera, porque era un maldito callejón, una callejuela, la parte trasera de los viejos edificios que sostenían los más antiguos comercios musulmanes. Había unas 4 o 5 viejas puertas incrustadas en un cemento viejo y descorchado y todas ellas sin número, de manera que si nos ateníamos a la lógica de la civilización, el número seis que buscábamos debía de ser la tercera puerta. Todo estaba tranquilo y desierto, allí no había nadie. Ni un alma. A unos metros, en los contenedores de basura, se removió algo. Yo no tenía ganas de más fantasmas y me encontraba helado, cansado, quería irme y dormir, si es que podía, hasta la mañana siguiente. Probablemente el ruido sería de algún gato o una rata. Pero también podía ser otra cosa. Ya no lo dudaba después de todo lo que había vivido.

-Vámonos.

Eve no dijo nada. Nos dirigimos al hostal donde, bendita suerte, no quedaban habitaciones. En la siguiente pensión tampoco. El aspecto de las siguientes pensiones que encontramos en nuestro camino, terminaron de mermar mis desgastados ánimos. Pero entramos en una de ellas.

-Sólo hay una habitación -anunció amablemente el joven de aspecto magrebí que dirigía el pequeño mostrador de recepción. Realmente por aquella zona de la ciudad, todos o la inmensa mayoría de la gente, eran de aspecto magrebí o norteafricano.

Había dicho que sólo quedaba una habitación. Tendríamos que seguir buscando.

-Nos quedamos con ella –dijo la joven que estaba a mi lado.

Claro, lo que ella dijese. Subimos. El cuarto era una nevera y el viento helado golpeando los cristales, daba una sensación de mucho más frio. Gélida. Busqué la bomba de calor que el hombre nos había dicho que había, pero solo soltaba un ruido pesado y muy poco calor.

Eve se quitó la chaqueta roja y me miró, con cara adulta, un rostro que esta vez, tras su embriagadora belleza, dejaba ver una absoluta sinceridad.

-No pasa nada porque durmamos juntos, tú eres un adulto responsable y yo, bueno, fíate de mí.

Claro. Miré al suelo.

-Claro que me fio.

-Vamos a descansar -se quitó la pequeña falda y los gruesos pantis quedándose únicamente con la camisa. Y en braguitas. Delante de mí. Se metió en la cama soltando un encantador gritito de frio. Yo también me quité el pantalón y me metí en la cama. Enseguida noté su cuerpo pegado a mí. Los dos nos juntamos. Para mi sorpresa, el maravilloso tacto de la suave piel de sus muslos, me relajó. No tuve una erección, al menos una brutal erección como había temido antes de meterme en la cama con ella.

Nos quedamos un buen rato en silencio. Dejando que nuestros cuerpos entrasen en calor, se diesen calor mutuo. En un momento dado me giré y enseguida sentí la dureza y la turgencia de sus pechos apretados contra mi espalda. Yo ya había entrado en calor. Pero no podía dormir.

-Eve, no consigo relacionar esa súper inteligencia de la que me hablas y que hace mover el Universo con unos simples fantasmas de la Tierra -dije en la oscuridad del cuarto intentado no prestar atención a la deliciosa presión que sentía en mi espalda.

Yo no era universitario, ni erudito, pero tampoco era un analfabeto, era bachiller y tenía cierta cultura. Del Universo sabía o tenía algunas nociones básicas sobre la formación de las estrellas, de los planetas. Y todo lo que me había contado Eve, por supuesto que me resultaba ciertamente fantástico, y mucho más si se mezclaba con fantasmas o fenómenos paranormales.

-Nos envuelve -dijo-, nosotros somos insignificantes, tú, yo, tu hermano, el bebe, pero cada uno de nosotros percibe esa energía, eso sí, de diferente manera y Ella se alimenta de nuestros actos, del bien y del mal de las personas.

-Pero los fantasmas no son personas, las figuras que vi no eran personas -noté mi voz temblar y moví mi cuerpo casi imperceptiblemente, los muslos desnudos de Eve ya calientes continuaban rozándome.

-Los fantasmas a los que te refieres son energía, al igual que los dioses, los diablos, y esa energía se manifiesta en nuestras vidas de muchas formas, telepatía, telequinesia…, también a través de la magia, las religiones, que no son otra cosa que movimientos científicos, su dioses, todos, no son otra cosa que manifestaciones de esa energía -Todavía me lo estaba complicando más-. Pero Los Gegos, los líderes de la secta que persigue a tu hermano y al bebe, no son fantasmas, tan solo son personas que están en conexión directa con la energía, son capaces de poder transmitirla y eso les hace muy poderosos. Manejan la secta y basan su existencia en el culto a la Inteligencia Madre que rige los designios del Universo, y según ellos, nada es debido al azar, todo está programado. La Inteligencia calcula los tiempos, se aprovecha de lo que vale y cuando no le sirve, lo desecha, como hará con la Tierra y con el ser humano.

-Bien –asentí en la oscuridad de la habitación que milagrosamente parecía perder toda la gelidez que albergaba en su seno cuando entramos en ella-, pero aparte de toda esa esencia religiosa, o científica en que se basa la secta de los Gegos, ¿qué sabes de ellos que verdaderamente nos pueda ayudar?

-Es un grupo muy poderoso y misterioso, practican toda clase de magias, para ellos, la magia es lo mismo que una tecnología avanzada, sus líderes predican entre los jóvenes adectos, que llegará el momento en el que la Madre Inteligencia desechará todo lo inservible y entonces, sólo se quedará con los que la han servido, con sus almas, que la acompañarán en su infinito viaje. Inician a jóvenes (ofreciéndoles diversión) en el culto a su religión, practicando toda clase de rituales, incluso los relacionados con el tráfico de carne humana.

Me quedé en silencio, acurrucado dentro de la manta con Eve pegada a mi cuerpo, temeroso como un niño que acababa de escuchar un cuento de terror. Dudé nuevamente si aquella joven no sería una especie de bruja. Pero aunque así fuese, no tenía miedo de ella.

Eve no volvió a decir nada más.

Yo tampoco. Los dos nos quedamos dormidos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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