domingo, 10 de mayo de 2015

DESDE HACÍA DIEZ AÑOS


El brazo metálico hincó sus dientes de acero en el suelo y recogió la última tonelada de tierra y piedras. Había cumplido su jornada.
Envuelta en su interminable y agrio ronroneo, la escavadora se retiró lentamente de la obra con sus enormes ruedas salpicando barro reseco.
“Polo” abandonó el vehículo después de apagar el motor y bajó aferrándose fuertemente a los poderosos hierros del chasis de la maquina, daba la sensación de que sus rollizos dedos y su redondo y enorme cuerpo arrastrarían tras de sí a la pesada escavadora.
Pero la escavadora siempre permanecía en su sitio y Polo siempre conseguía bajar despidiéndose con un escueto “hasta mañana” de sus compañeros, alimentado entre ellos, un día más, la idea que tenían de él de “charado solitario”.
Su rollizo cuerpo se encajó en el asiento de su coche y recorrió el camino hasta su domicilio. Como en los últimos diez años. Desde que llegó. Nadie conocía muchas cosas de él, solo que era trabajador y educado. Y pacifico. Y solitario.
La mujer que eternamente permanecía barriendo la entrada del portal, le saludó afablemente, tal vez con deseos de entablar alguna conversación. Pero él siempre contestaba con un sencillo “todo bien” y una educada sonrisa. Sin entablar ninguna conversación. Como en los últimos diez años.
Su casa rebosaba silencio, un silencio temeroso, inquieto. Ni una mascota, ni un insecto, ni siquiera el suave bufido de algún electrodoméstico. Se sentó en un cómodo sillón. La casa estaba decentemente amueblada, a veces recibía visitas. Puso la radio y la voz del dial rompió el silencio, una voz masculina habló seria y solemne dando noticias que a la mayoría apenas causaban interés, un paupérrimo interés, “…una abducción en un pequeño pueblo chino, un caso verídico, las señales en el cuello que presentaba el sujeto…”, “…grandes discos luminosos planearon por el cielo de Sao Paulo, cientos de personas quedaron boquiabiertas sin dar crédito a lo que veían sus ojos…”, todas eran falsas, él lo sabía, pero la siguiente le hizo incorporarse de su sillón, “…y en otro orden de cosas, el robot Curiosity que recorre incansable la superficie marciana, ha tenido una extraña avería que le ha dejado incomunicado con la Tierra durante unos breves minutos, los técnicos de la Nasa han reparado la avería inmediatamente.”
La noticia podía haber llegado al público con días de retraso. Tal vez semanas.
Por supuesto, podía ser una señal falsa, pero también podía indicar que estaban cerca.
Polo se levantó y entró en otra habitación de la casa que normalmente permanecía cerrada a cal y canto, allí solo había un aparato, un simple ordenador con un complejo software. Su dedo gordo y áspero encendió el ordenador y al instante se iluminó la pantalla donde en un fondo negro relucieron numerosos puntos brillantes de diversos colores. Los puntos de siempre, la mayoría de ellos inmóviles, algunos con un leve movimiento, pero todos ellos localizados. Ninguno nuevo.
El portero automático vibró. Polo soltó un gruñido.
Sus pisadas nerviosas llenaron el piso de un nuevo sonido desconocido en 10 años.
-¿Sí?
-¿Les ha visto? –Era la señora de la escoba, la perpetua barrendera-. Se me olvido decírselo antes, pero es que esta mañana unos señores estuvieron llamando a su portal.
-¿Quiénes eran?
-No lo sé –la desgastada voz de la vieja de la escoba comenzaba a irritar a Polo de manera desesperante-. No dijeron nada, solo llamaron al telefonillo.
-¿Cómo eran?
-Tenían un aspecto extraño.
Cortó la comunicación. Los epitelios que cubrían su apariencia, comenzaron a protestar y desplazarse en algunos puntos de su cuerpo. De su cuello broto un denso goterón de sangre.
“¿Le habrían encontrado?”
Nuevamente entró en la habitación y conectó el radar, esta vez lo escrutó con minuciosa atención. Nada nuevo. Ningún rastro, ni siquiera una mínima perturbación en las pequeñas lunas de Marte Fobos y Deimos que indicase el paso.
Otra vez el telefonillo.
-¿Ya sabe quien son? –de nuevo la barrendera de la puerta.
Gruñó y cortó la comunicación esta vez sin contestar.
Cerró todas las persianas de la casa como si aquel gesto le pudiese proteger y recorrió inquieto el piso, si algo compartía con todos aquellos seres que le rodeaban, era su incapacidad para controlar la inquietud y la incertidumbre. El temor. Desde hacía 10 años.
A pesar de todo, había elaborado un plan de huida por si se presentaba la ocasión. Corrió al dormitorio y embutó varios objetos en una pequeña bolsa de viaje. Su envolvente se deslizó en otro punto de su cuerpo, un chorro de sangre recorrió su pelvis mojando la tela del pantalón.
Debía de curarse. Tranquilizarse. Pero ellos estaban allí.
Se apresuró a coger la maleta y salir del piso. Un golpe removió la persiana cerrada del salón. Podían entrar por allí, a pesar de que vivía en un quinto piso. Corrió por el pasillo en busca de la puerta de salida. La persiana del salón volvió a chirriar.
Su aparato respiratorio aceleró sus contracciones, el oxigeno hinchó su pecho y su piel se agrieto empapando su camisa de sangre y vísceras.
Abrió la puerta. La barrendera estaba allí plantada, su rabia hacia aquella vieja mujer enseguida dio paso a una sensación de esperanza, con ella allí no se atreverían a hacerle nada.
-Tiene mal aspecto.
-He tenido un accidente –gruñó Polo.
La mujer sonrió, sus labios se retorcieron en una muesca imposible haciendo que su rostro se desencajase. Polo retrocedió. La barrendera comenzó a crecer, la piel arrugada de su cara se alisó y sus ojos comenzaron a expandirse.
No podía ser.
Retrocedió unos pasos más sin dejar de mirar a la metamorfosis de la vieja mujer. Eran ellos. Le habían encontrado. Pero hacia tan solo unos segundos estaban en el salón. La ventana.
La barrendera, o lo que quedaba de ella, comenzó a atravesar la puerta, su piel ya colgaba como viejos tirones de tela dejando al descubierto una corteza rugosa y roja como el fuego. La cabeza rozo el techo del pasillo y luego voló en el aire en dirección a Polo, cuyo pesado cuerpo cayó de espaldas en el suelo del pasillo produciendo un lastimoso sonido que se mezcló con el chirriante sisear, el sisear de la criatura que ocupaba el rostro de la barrendera.
Un trozo de vieja y rugosa nariz cayó al suelo y un olor nauseabundo, diferente a cualquier maloliente tufo que pudiese manar de aquel mundo en el que se encontraba desde hacía diez años, inundó la atmósfera del piso.
Polo Intentó impulsarse con sus gruesos brazos arrastrándose por el pasillo, alejándose del monstruo deformado y dentado que se movía ante él; su brazo se desprendió de la capa de tejidos humanos y golpeó al ser deteniendo su avance.
El monstruo lanzó un macabro suspiro. Quieto.
Polo consiguió llegar al salón. Se levantó, su brazo originario parecía una negra estaca de madera, su piel agrietada comenzaba a desprenderse a tirones de su cuerpo, pero la batalla parecía haberle dado una tregua, su atacante parecía dubitativo, el golpe parecía haber conseguido frenar su ímpetu inicial y permanecía plantado en el pasillo como un enorme y deformado árbol. Tal vez le habían infravalorado. Una mueca sonriente, como anunciando un efímero triunfo, se dibujó en sus labios ensangrentados.
No debía dejar que el asesino se recuperase.
Polo agarró la silla metálica y arrancó una de sus patas, se acercó al monstruo y lanzó una estocada dispuesto a atravesar el rostro deformado. Sus miradas se cruzaron como las de dos luchadores mexicanos prestos al combate. Solo durante unos efímeros instantes en los que a Polo le dio tiempo a ver como el amasijo colgante y rojizo que quedaba de la cabeza de la vieja barrendera se abría en infinitos pedazos formando un embudo lleno de tentáculos que voló directamente a su cuerpo.
El bastón de metal voló de la mano de Polo al tiempo que los tentáculos, duros como hierros forjados en el más recóndito infierno del Universo, despedazaban lo que quedaba del cuerpo de Polo, que antes de morir, solo tuvo tiempo de pensar en sí los humanos estarían seguros en aquél pequeño planeta perdido en la galaxia.
El asesino del espacio lanzó un alarido de triunfo y atravesó parsimoniosamente el salón en busca de la terraza dejando tras de sí un rastro de vísceras y sangre, su cuerpo se infló y de un salto inverosímil, voló hasta la azotea de los pisos cercanos.
El piso quedó en silencio, con los restos descuartizados de Polo en su interior.
Ya nada volvería a ser como antes en el interior del piso de Polo, nada volvería a ser como lo había sido desde hacía diez años.







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