El
brazo metálico hincó sus dientes de acero en el suelo y recogió la última
tonelada de tierra y piedras. Había cumplido su jornada.
Envuelta
en su interminable y agrio ronroneo, la escavadora se retiró lentamente de la
obra con sus enormes ruedas salpicando barro reseco.
“Polo”
abandonó el vehículo después de apagar el motor y bajó aferrándose fuertemente
a los poderosos hierros del chasis de la maquina, daba la sensación de que sus
rollizos dedos y su redondo y enorme cuerpo arrastrarían tras de sí a la pesada
escavadora.
Pero
la escavadora siempre permanecía en su sitio y Polo siempre conseguía bajar
despidiéndose con un escueto “hasta mañana” de sus compañeros, alimentado entre
ellos, un día más, la idea que tenían de él de “charado solitario”.
Su
rollizo cuerpo se encajó en el asiento de su coche y recorrió el camino hasta
su domicilio. Como en los últimos diez años. Desde que llegó. Nadie conocía
muchas cosas de él, solo que era trabajador y educado. Y pacifico. Y solitario.
La
mujer que eternamente permanecía barriendo la entrada del portal, le saludó
afablemente, tal vez con deseos de entablar alguna conversación. Pero él
siempre contestaba con un sencillo “todo bien” y una educada sonrisa. Sin
entablar ninguna conversación. Como en los últimos diez años.
Su
casa rebosaba silencio, un silencio temeroso, inquieto. Ni una mascota, ni un
insecto, ni siquiera el suave bufido de algún electrodoméstico. Se sentó en un
cómodo sillón. La casa estaba decentemente amueblada, a veces recibía visitas.
Puso la radio y la voz del dial rompió el silencio, una voz masculina habló
seria y solemne dando noticias que a la mayoría apenas causaban interés, un
paupérrimo interés, “…una abducción en un
pequeño pueblo chino, un caso verídico, las señales en el cuello que presentaba
el sujeto…”, “…grandes discos luminosos planearon por el cielo de Sao Paulo,
cientos de personas quedaron boquiabiertas sin dar crédito a lo que veían sus
ojos…”, todas eran falsas, él lo sabía, pero la siguiente le hizo
incorporarse de su sillón, “…y en otro
orden de cosas, el robot Curiosity que recorre incansable la superficie
marciana, ha tenido una extraña avería que le ha dejado incomunicado con la
Tierra durante unos breves minutos, los técnicos de la Nasa han reparado la
avería inmediatamente.”
La
noticia podía haber llegado al público con días de retraso. Tal vez semanas.
Por
supuesto, podía ser una señal falsa, pero también podía indicar que estaban
cerca.
Polo
se levantó y entró en otra habitación de la casa que normalmente permanecía
cerrada a cal y canto, allí solo había un aparato, un simple ordenador con un
complejo software. Su dedo gordo y áspero encendió el ordenador y al instante
se iluminó la pantalla donde en un fondo negro relucieron numerosos puntos
brillantes de diversos colores. Los puntos de siempre, la mayoría de ellos
inmóviles, algunos con un leve movimiento, pero todos ellos localizados.
Ninguno nuevo.
El
portero automático vibró. Polo soltó un gruñido.
Sus
pisadas nerviosas llenaron el piso de un nuevo sonido desconocido en 10 años.
-¿Sí?
-¿Les
ha visto? –Era la señora de la escoba, la perpetua barrendera-. Se me olvido
decírselo antes, pero es que esta mañana unos señores estuvieron llamando a su
portal.
-¿Quiénes
eran?
-No
lo sé –la desgastada voz de la vieja de la escoba comenzaba a irritar a Polo de
manera desesperante-. No dijeron nada, solo llamaron al telefonillo.
-¿Cómo
eran?
-Tenían
un aspecto extraño.
Cortó
la comunicación. Los epitelios que cubrían su apariencia, comenzaron a
protestar y desplazarse en algunos puntos de su cuerpo. De su cuello broto un
denso goterón de sangre.
“¿Le
habrían encontrado?”
Nuevamente
entró en la habitación y conectó el radar, esta vez lo escrutó con minuciosa
atención. Nada nuevo. Ningún rastro, ni siquiera una mínima perturbación en las
pequeñas lunas de Marte Fobos y Deimos que indicase el paso.
Otra
vez el telefonillo.
-¿Ya
sabe quien son? –de nuevo la barrendera de la puerta.
Gruñó
y cortó la comunicación esta vez sin contestar.
Cerró
todas las persianas de la casa como si aquel gesto le pudiese proteger y
recorrió inquieto el piso, si algo compartía con todos aquellos seres que le
rodeaban, era su incapacidad para controlar la inquietud y la incertidumbre. El
temor. Desde hacía 10 años.
A
pesar de todo, había elaborado un plan de huida por si se presentaba la
ocasión. Corrió al dormitorio y embutó varios objetos en una pequeña bolsa de
viaje. Su envolvente se deslizó en otro punto de su cuerpo, un chorro de sangre
recorrió su pelvis mojando la tela del pantalón.
Debía
de curarse. Tranquilizarse. Pero ellos estaban allí.
Se
apresuró a coger la maleta y salir del piso. Un golpe removió la persiana
cerrada del salón. Podían entrar por allí, a pesar de que vivía en un quinto
piso. Corrió por el pasillo en busca de la puerta de salida. La persiana del
salón volvió a chirriar.
Su
aparato respiratorio aceleró sus contracciones, el oxigeno hinchó su pecho y su
piel se agrieto empapando su camisa de sangre y vísceras.
Abrió
la puerta. La barrendera estaba allí plantada, su rabia hacia aquella vieja
mujer enseguida dio paso a una sensación de esperanza, con ella allí no se
atreverían a hacerle nada.
-Tiene
mal aspecto.
-He
tenido un accidente –gruñó Polo.
La
mujer sonrió, sus labios se retorcieron en una muesca imposible haciendo que su
rostro se desencajase. Polo retrocedió. La barrendera comenzó a crecer, la piel
arrugada de su cara se alisó y sus ojos comenzaron a expandirse.
No
podía ser.
Retrocedió
unos pasos más sin dejar de mirar a la metamorfosis de la vieja mujer. Eran
ellos. Le habían encontrado. Pero hacia tan solo unos segundos estaban en el
salón. La ventana.
La
barrendera, o lo que quedaba de ella, comenzó a atravesar la puerta, su piel ya
colgaba como viejos tirones de tela dejando al descubierto una corteza rugosa y
roja como el fuego. La cabeza rozo el techo del pasillo y luego voló en el aire
en dirección a Polo, cuyo pesado cuerpo cayó de espaldas en el suelo del
pasillo produciendo un lastimoso sonido que se mezcló con el chirriante sisear,
el sisear de la criatura que ocupaba el rostro de la barrendera.
Un
trozo de vieja y rugosa nariz cayó al suelo y un olor nauseabundo, diferente a
cualquier maloliente tufo que pudiese manar de aquel mundo en el que se
encontraba desde hacía diez años, inundó la atmósfera del piso.
Polo
Intentó impulsarse con sus gruesos brazos arrastrándose por el pasillo,
alejándose del monstruo deformado y dentado que se movía ante él; su brazo se
desprendió de la capa de tejidos humanos y golpeó al ser deteniendo su avance.
El
monstruo lanzó un macabro suspiro. Quieto.
Polo
consiguió llegar al salón. Se levantó, su brazo originario parecía una negra
estaca de madera, su piel agrietada comenzaba a desprenderse a tirones de su
cuerpo, pero la batalla parecía haberle dado una tregua, su atacante parecía
dubitativo, el golpe parecía haber conseguido frenar su ímpetu inicial y
permanecía plantado en el pasillo como un enorme y deformado árbol. Tal vez le
habían infravalorado. Una mueca sonriente, como anunciando un efímero triunfo,
se dibujó en sus labios ensangrentados.
No
debía dejar que el asesino se recuperase.
Polo
agarró la silla metálica y arrancó una de sus patas, se acercó al monstruo y
lanzó una estocada dispuesto a atravesar el rostro deformado. Sus miradas se
cruzaron como las de dos luchadores mexicanos prestos al combate. Solo durante
unos efímeros instantes en los que a Polo le dio tiempo a ver como el amasijo
colgante y rojizo que quedaba de la cabeza de la vieja barrendera se abría en
infinitos pedazos formando un embudo lleno de tentáculos que voló directamente
a su cuerpo.
El
bastón de metal voló de la mano de Polo al tiempo que los tentáculos, duros
como hierros forjados en el más recóndito infierno del Universo, despedazaban
lo que quedaba del cuerpo de Polo, que antes de morir, solo tuvo tiempo de
pensar en sí los humanos estarían seguros en aquél pequeño planeta perdido en
la galaxia.
El
asesino del espacio lanzó un alarido de triunfo y atravesó parsimoniosamente el
salón en busca de la terraza dejando tras de sí un rastro de vísceras y sangre,
su cuerpo se infló y de un salto inverosímil, voló hasta la azotea de los pisos
cercanos.
El
piso quedó en silencio, con los restos descuartizados de Polo en su interior.
Ya
nada volvería a ser como antes en el interior del piso de Polo, nada volvería a
ser como lo había sido desde hacía diez años.
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