sábado, 25 de julio de 2015

Los Gegos (Cap. IX)

                                               
Me detuve en una esquina después de resbalar varias veces en la acera cubierta de nieve y de estar a punto de dar con mis huesos en el suelo. Vomité en la nieve que ya había conseguido formar una consistente capa en la superficie de Granada. Había escapado de aquellos hombres después de haber entrado en su propiedad como un vulgar ladrón. Volvería a la pensión, me ducharía e intentaría relajarme, buscaría mi coche y me iría lejos de allí, con mi mujer.
Mi aspecto era lamentable, tenía sangre reseca en una de mis manos y mi ropa volvía a estar desgarrada por algunas partes.
Eve. No podía irme. A pesar de la nieve que empezaba a cubrir de manera notable toda la ciudad, no sentía nada de frio. Llevé mis manos mojadas a mi pelo y me lo peine hacia atrás, algo que no me costó demasiado porque mi cabello ya no es demasiado abundante, me abrí la chaqueta, me saqué la camisa por fuera e intenté poner cara de… loco, tal vez de criminal, pero estaba seguro que en cualquier caso, mi aspecto no debía de ser muy amistoso.
Volví sobre mis pasos y sin repasar el negro guion que me había forjado en cuestión de tres minutos, golpeé con todas mis fuerzas la puerta falsa y me llevé el móvil a la oreja.
-Sí, hay alguien –gruñí al teléfono sin ni siquiera mirar al magrebí vestido de occidental que me abrió la puerta y que me miraba sorprendido-, a ver, donde está la puta.
Aparté al árabe con mi brazo que me dejó pasar como paralizado por la sorpresa. Nuevamente estaba dentro del local.
-¡Dime dónde está la puta joder! –esta vez casi grité sin dejar de mantener bien apretadito mi móvil contra mi oreja.
A través de las cristaleras de la puerta y de una de las ventanas, pude ver a Eve dentro de la tetería, al parecer esta vez, sus poderes de bruja o lo que fuese, no la estaban sirviendo demasiado. Tenía un fino reguero de sangre por la barbilla y su camisa había sido rasgada totalmente, su rostro no imploraba suplica pero si un miedo melancólico, sin embargo el mio, mi miedo, desapareció por completo y me envalentoné creyéndome un auténtico mafioso.
-Eh, eh –grité al tiempo que golpeaba con mi puño cerrado la puerta acristalada que daba acceso a la tetería desde el patio-. ¡Deja a la puta!
El musulmán de la túnica me miró, de mala manera, calculé que al menos me sacaría una cabeza y dentro de la túnica debía de encontrarse una enorme mole de carne y músculos.
-¿Quién eres tú? –bramó.
-¿Qué quién soy? –Dije sin apartar el móvil de mi oreja y sintiendo como el desagradable ritmo de mi corazón volvía a acelerarse, dejé de prestar atención al de la túnica al tiempo que hacía exagerados espamentos con mi cabeza dirigiéndome al inexistente interlocutor de mi móvil-. Sí, si… Está en la tetería, con dos musulmanes
Entonces me quité el móvil de la oreja e hice como si colgase la llamada, volví a mirar al árabe intentando poner cara de pocos amigos.
-Tu amigo no ha pagado lo que prometió y eso no está bien, no está nada bien.
-¿De qué hablas? –dijo el de la túnica mientras el otro hombre se colocaba detrás de mí.
-De que me pagues o me llevo a la puta –me acerqué con todo el aire de brabuquería que pude adoptar hasta casi rozar al armario de la túnica que me miraba con cierto aire de indecisión. Eve, ahora libre, dio un paso hacia mí.
-¿Qué te page yo? –dijo-. Ella estaba en mi casa.
-Claro, porqué el ladrón de tu amigo la ha traído para acá –estiré mi mano y cogí con fuerza uno de los brazos de Eve-. Vámonos, y tú vas a aprender a tratar con los clientes.
-Eh, pero la puta estaba en mi casa –repitió el árabe.
Yo ya no podía frenar, tenía que salir de allí llevándome a Eve.
-¿Estaba en tu casa? –Me encaré con la mole que representaba aquel hombre-, y a mí que cojones me importa, ¿nos vas a pagar tú toda la noche que la puta ha estado fuera? Y encima está sangrando, espero que no la quedé señal, ¡eh!
El hombre me miró y miró a su amigo que se separó un poco de nosotros sin decir nada. Los dos hombres estaban llenos de una indecisión que yo no tenía muy claro fuese a durar eternamente.
-Pues vale –dije dando un empujón a Eve-, vamos tira.
La chica comenzó a andar colocándose la ropa rota mientras el árabe de aspecto occidental no dejaba de mirar a la puerta de entrada con cierta preocupación. Recé para que no se diesen cuenta de las tablas desclavadas por donde habíamos bajado. Volví a agarrar a Eve del brazo y tiré de ella con más fuerza, teníamos que salir de allí inmediatamente.
Los dos hombres hablaron en árabe detrás de nosotros.
-¡Eh espera! –Dijo la voz del de la túnica- está bien te pagaremos, déjanos a la chica.
Miré a la puerta que había quedado abierta, parecía estar a kilómetros de distancia. Entonces tiré de Eve y empecé a correr nuevamente, ella también corrió. Escuché unos gritos en árabe y salimos a la calle donde continuamos corriendo como dos presos que se acababan de fugar de la prisión donde iban a ser ejecutados de manera inmediata.
Recorrimos a toda velocidad los muros blancos del laberinto que representaba el barrio Albaicín, siempre cuesta abajo, haciendo terribles esfuerzon para no resbalar y estrellarnos contra el suelo, hasta que desembocamos en una calle ancha y arbolada donde nos dimos de bruces con la impresionante y majestuosa imagen de la Alhambra; a pesar de la situación, no pude contener una mirada de admiración al monumento alzado en su colina al otro lado del rio.
Nadie nos perseguía, nos quedamos parados por unos instantes intentando poner en calma nuestras respiraciones. La calle estaba transitada a pesar de la nevada pero nadie parecía prestarnos atención.
-¿Estás bien? –pregunté por fin.
-Sí.
-No, no estás bien, ¡maldita sea Eve! Estás sangrando, esos hombres te iban a violar o Dios sabe que. ¿En qué estás pensando? ¿En qué piensas? ¿Qué todo esto es un juego?
-Sólo trato de ayudarte.
Sus palabras fueron débiles y sin convicción, por fin la joven se había transformado en una chica de su edad. Estaba a punto de llorar. Desde que la conocí, era la primera vez que me dejaba ver lo que realmente era, una adolescente sola a la que acechan un montón de peligros a la vuelta de la esquina. Los copos de nieve descendían cada vez con más fuerza desde el cielo totalmente blanco y el monumento envuelto en aquella imagen invernal me pareció inmensamente hermoso.
Miré a Eve. Respiré hondo y me felicité, a pesar de todo, porque en aquel mismo instante tenía ante mis ojos dos de las imágenes más bellas que podría contemplar en toda mi vida por muchos años que ésta durase.
Abrí mis brazos y sin decir nada, la chica se abrazó a mí. Sentí sus sollozos en mi cuello. La abracé y el calor de su cuerpo, esta vez tembloroso, me reconfortó como un buen trago de alguna exquisita bebida caliente. Por fin no nos perseguía ningún fantasma y los poderes sobrenaturales que pudiesen manar de aquella chiquilla, habían desaparecido. Me sentí infinitamente inseguro ahora que todo volvía a encajar dentro del mundo real.
-Vámonos, tenemos que refugiarnos en algún sitio.
Caminamos abrazados bajo la nevada siguiendo el perfil de la Alhambra hasta que llegamos a una plaza donde mis ojos enseguida divisaron un hotel. Cogí una habitación sin preguntar el precio que nada tenía que ver con la de la pensión de la noche anterior, tenía calefacción, todo estaba más nuevo, aunque las vistas por el gran ventanal no nos dejaba ver nada especial de la maravillosa ciudad en la que nos encontrábamos, tan solo un grupo de bloques de pisos nuevos similares a los de cientos de ciudades.
Dejé a Eve sola en la habitación después de asearme un poco y bajé a comprar algo para comer y sobre todo, algunas prendas de ropa para ella, ya que las que llevaba desde que partimos en dirección a Granada, no habían quedado en demasiado buen estado. Anduve por la zona donde a las aceras se asomaban numerosos comercios y por donde caminan bastantes transeúntes a pesar del tiempo invernal y afortunadamente para mi, que en aquel momento me reconfortaba cruzarme con personas normales.
Pasé a un bar y me tomé una gran jarra de cerveza que me sentó de maravilla, el alcohol revitalizó gran parte de mis células y aunque fuese de manera algo ficticia, no me importó. Me sentí con mas ánimos, saqué nuevamente de mi bolsillo el papel arrugado que había encontrado junto a las motos, estaba claro que era una dirección granadina escrita a mano, sentí un escalofrío, como si alguna sombra fría e invisible acabase de pasar por mi lado, nuevamente algún fantasma…, recordé la caligrafía pequeña y embarullada de mi hermano tan particular que cuando yo era pequeño y lechuzeaba entre sus libretas y sus cartas de amor, veía impresa en las hojas de papel escrita a bolígrafo, la letra del papel me recordaba aquella caligrafía.
Era la misma letra. Era la letra de mi hermano.
Me volví a guardar el papel y me arreglé la ropa abrochándome la chaqueta hasta el cuello para que nadie viese los desperfectos que la aventura había dejado en mis ropas y el arañazo en la base de mi cuello; pasé a una tienda de confección femenina, cogí un pantalón vaquero de color oscuro con líneas brillantes en todos los bolsillos, una talla no demasiado grande, tenía la seguridad de que le vendría bien a Eve, después cogí un jersey de cuello redondeado de un color verde brillante, ya estaba bien del negro, y después terminé con dos prendas de ropa interior pensando que la talla 95 del sujetador tal vez fuese excesiva.
Pagué con efectivo, mientras la dependienta me miraba sin expresión alguna en sus pequeños ojos azules y a pocos metros, una silueta, un hombre vestido con una gruesa americana blanca miraba con un cansino interés unas faldas de señora que giraban sobre un artilugio redondo, le miré, estaba seguro que aquel hombre no tenía ningún interés en comprar ninguna falda, es más, tuve la certeza de que era uno de los hombres que había estado en el bar jugando a la máquina tragaperras mientras yo tomaba mi cerveza; cogí la bolsa con la ropa y salí de allí a toda velocidad. Nuevamente se despertaron dentro de mi todos los miedos, ¿quién sería aquel hombre? Casi corrí entre la gente dirección al hotel, pero no podía hacer eso, ¿y sí me seguía?
Enfilé una cercana y estrecha calle en dirección contraria al hotel, las verdes colinas donde reposaba la Alhambra ahora cubiertas por el manto blanco de la nevada, comenzaron a divisarse, aunque no así el edificio principal del monumento; miré hacia atrás, la multitud de la gente parecía haber descendido en número de manera notable, no divisé al hombre de las faldas, pero estaba seguro de que no era una invención mía hecha por el miedo, ¿sería uno de los Gegos? ¿Uno de aquellos chiflados jóvenes que prestaba su servicio a aquel grupo de locos?
Por unos instantes me sentí perdido, había corrido tanto que no sabía dónde me encontraba, pensé en llamar a Eve a su móvil, pero qué diablos, me detuve y el desanimo me llenó casi por completo y tuve miedo de que las fuerzas, por fin, empezaran a fallarme de manera definitiva en aquella insensata aventura en la que me había visto abocado solamente por mi culpa.
Intenté orientarme, anduve por una calle ancha, moderna, donde la circulación era bastante fluida y donde me sentí más seguro, dejando los montes nuevamente fuera de mi vista tras los edificios; llegué a una gran plaza que me resultó familiar y por la que no tuve duda había caminado minutos antes con Eve abrazada a mí en busca del hotel.
 Ni rastro del supuesto secuaz de los Gegos. Desde la plaza ya sabía ir al hotel, pero decidí emprender camino hasta mi coche por calles perpendiculares a la principal y menos transitadas, exactamente no sabía cuánto, pero calculé una buena caminata. Había dejado de nevar pero la claridad grisácea que reinaba en el ambiente, anunciaba que quedaban pocas horas para que la noche comenzase a tomar posiciones sobre Granada, hacía frio, pero no me importó, sorprendido, comprendí que era uno de los pocos momentos en mi vida que caminaba por la calle sin dar demasiada importancia a las adversidades climatológicas.
Llegué hasta mi coche cubierto por una fina capa de nieve, casi helada; nuevamente sentí el deseo de escapar de allí, ahora Eve estaba a salvo y caliente, a pesar de su juventud no tendría problemas en poder regresar desde allí hasta su casa, aunque la separasen unos cientos de kilómetros. Abrí el maletero y de mi pequeña bolsa de viaje que aún permanecía allí, seleccioné algunas prendas de ropa para mi, luego las junté con las que había comprado; respiré hondo, el paseo por las calles de Granada sobre la nieve me había reconfortado, nadie parecía estar pendiente de mi, recordé una teoría que había leído en algún libro sobre que a uno, cuando se siente perseguido, todo se le hace más difícil y parece ver conspiraciones por todas las partes, tal vez el miedo y la incertidumbre estaban haciendo que mis miedos pareciesen más grandes de lo que realmente eran, tal vez el hombre de la tienda ni siquiera estuviese persiguiéndome.
Regresé al hotel después de pasar por una pequeña tienda donde conseguí pan, bebidas y embutido. Eve estaba acurrucada bajo la manta, parecía dormir, los dos estábamos cansados y con falta de sueño, eran cerca de las seis de la tarde y a mí también me sentaría bien un sueño, todo podría esperar; comí en silencio intentado hacer el menor ruido posible, el ambiente en la habitación era cálido, por un momento pensé en meterme en la cama solamente en calzoncillos, pero miré a Eve, me puse un pantalón seco y una camiseta y empecé a meterme en la cama con todo el cuidado. La joven se removió y cuando abrí la manta, una oleada de un calor excitante y ligeramente abrasador me recorrió entero, estaba desnuda, totalmente desnuda, la chica abrió sus ojos, me miró y me sonrió, sinceramente, sin ninguna expresión morbosa en su mirada, me metí, ella enseguida se pegó a mí, la abracé poniendo mi mano sobre su espalda, su piel estaba caliente y suave, noté el roce de sus pechos sobre mi cuerpo por encima de mi camiseta y esta vez no me relajé, todo lo contrario, mi mano recorrió su espalda hasta alcanzar la vertiginosa curva donde nacían sus nalgas, su cuerpo se acurrucó contra mí y entonces sentí su deseo, no el deseo de una adolescente con ganas de un caprichoso polvo, un deseo mas intimo, como si todas aquellas horas juntos y en especial las ultimas, hubiesen creado un lazo entre los dos, un lazo sentimental, giré mi cara y encontré sus labios, su humedad y su dulzura hicieron fluir mi sangre a un ritmo descomunal haciendo que mi deseo creciese sin control, mis manos recorrieron su cuerpo, absorto, lo hice como perdido en otra dimensión, como si fuese un sueño, recorrí sus curvas, su pliegues y sentí sus manos y su boca, mientras notaba como mis pantalones salían de mis piernas impulsados por una fuerza invisible hasta quedarme desnudo, entrelazado a Eve, a su cuerpo, experimentando los minutos más excitantes y más intensos de toda mi vida, disfrutando de aquel cuerpo de vicio, de aquella muchacha fascinante.

                                                    

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