Cautiva
en las miserias de los hombres
Sofía pasó la noche y casi
todo el siguiente día, después de tomar la decisión de intentar afrontar el
mayor obstáculo de todos los que la vida había puesto en su camino, en uno de
los innumerables clubs de alterne de baja categoría, andrajoso y cutre, que
rodeaban las afueras de la capital en todo su perímetro. Allí empezó a
prostituirse, junto con mujeres que la mayoría de ellas habían sido desahuciadas
de otros clubs de mayor “categoría” y veían en aquel local de mala muerte, el
único sitio donde poder seguir trabajando en aquel oficio parar ganarse la
vida.
El club era mantenido por
un grupo mafioso ruso y les servía como tapadera para utilizarlo de calabozo y
correccional para chicas que, como Sofía, no estaban muy decididas a
prostituirse y con las que sin duda, por su belleza y juventud, pensaban sacar
mucho dinero explotándolas en locales de lujo como el chalet-prostíbulo
regentado por Denis.
Ese grupo moscovita no era
excesivamente poderoso, como Sofía averiguaría más tarde, pero era capaz de
alargar alguno de sus delgados y escurridizos tentáculos a los países de la
Europa occidental, entre ellos España, donde introducía numerosos chicos y chicas
rusos y de otros países del este, para explotarlos en el mundo de la
prostitución y de la pornografía y con los beneficios obtenidos, nutrir en
buena parte sus necesitadas arcas.
Ninguno de los jóvenes que
introducían en aquel mundo sobrepasaba los 24 o 25 años de edad y todos eran de
gran atractivo. Muchos de esos jóvenes venían voluntarios, animados y engañados
por la idea de ganar muchísimo dinero trabajando en occidente. Otros, para
saldar deudas o favores económicos contraídos con la mafia por familiares o por
ellos mismos y que en sus países de origen les era imposible afrontar. Y otros,
por castigo. Todos ellos eran sometidos a vigilancia, amenazas y correctivos
durante su estancia en el país donde debían cumplir con su trabajo o castigo.
Sofía pertenecía al último
grupo y por su juventud y belleza, debía de cumplir su castigo en un local de
lujo, pero su inicial negativa a prostituirse, la llevó a aquel tugurio de mala
muerte.
Los primeros momentos que
paso en el club, los pasó entre un pequeño grupo de mujeres que la miraban como
a un bicho extraño, algo que no era raro, pues la diferencia física y de edad
entre Sofía y aquellas mujeres era casi abismal. Todas ellas pasarían de largo,
casi con toda seguridad, de los treinta y la mayoría eran de color, por lo que
Sofía, aun con su poco conocimiento práctico de cómo era la apariencia externa
de las gentes de aquel país, imaginó que aquellas mujeres no serian españolas.
Ninguna de ellas le hablaba, tan solo la miraban y hacían comentarios entre ellas
que la joven no lograba entender.
Ella tampoco les habló. Se
mantenía expectante, muy nerviosa, sudorosa, no solo por el intenso calor del
recién estrenado mes de julio, sino también porque estaba a punto de que
llegase el momento de afrontar aquello que tanto la llenaba de amargura y que
tan solo unos días antes no hubiese ni podido imaginar que tendría que hacerlo.
Todo había cambiado tanto
para ella en tan poco tiempo.
Cuando las mujeres
empezaron a levantarse y a salir de aquel cuarto, ella las siguió cabizbaja y
enseguida se encontró en una estancia alargada pero mucho más grande, que sin
lugar a dudas era el bar. Observó como de una manera casi programada, la
mujeres se iban distribuyendo en pequeños grupos o solas a lo largo del local,
sentándose junto a la barra o bien en alguno de los sillones que había
esparcidos por la superficie del bar. Esperando.
Ella se quedó de pie,
mirando a ningún sitio y sin saber muy bien lo que hacer, durante unos
instantes de increíble confusión, agonía y sinsentido. Sus pensamientos fluían
embarullados a toda velocidad y su cerebro no era capaz de darlos el más mínimo
sentido. ¡No! Había tomado una decisión y debía llevarla a cabo, no podía hacer
pasar a su mente de nuevo por aquel infierno de angustia y depresión, aunque
tuviese que estar toda su vida haciendo aquello. Cerró los ojos durante unos
segundos y respiró profundamente, los volvió abrir y miró muy despacio entre la
cansina y mortecina iluminación de aquel antro. Vio una banqueta libre junto a
la barra y se dirigió hacia ella, despacio, ante la mirada de sus nuevas
compañeras que la habían estado observando durante aquel momentáneo caos de su
mente.
Se sentó en la banqueta de
una manera que no se podría considerar de las posturas convencionales que
adoptan las mujeres de la vida cuando esperan a los clientes, mirando fijamente
a una de las ventanas cerradas y cubiertas por unas gruesas cortinas oscuras
por las que apenas conseguía entrar algo de claridad del aun soleado día.
Permaneció quieta, sin apenas darse cuenta del transcurrir del tiempo y cuando
la tenue claridad que entraba por las ventanas se desvaneció por completo y dejó
todo el trabajo a la mortecina luz artificial del local, entró el primer
cliente. Sofía se fijó atentamente en él desde su posición en la barra. Se
sintió asustada. Su aspecto no la gusto nada, se asemejaba bastante al
encargado-chulo del club, más delgado pero aun más viejo si cabía.
El hombre se colocó en el
extremo de la barra más próximo a la entrada, pidió algo de beber y enseguida
una de las mujeres se acercó a él.
Fueron llegando más
clientes, no muchos, cuyas edades se aproximaban en la mayoría de ellos, a los
cincuenta años y de aspectos que no mejoraban en mucho al del primero de ellos.
Sofía observó, entre
temerosa, nerviosa y curiosa, que se repetía el mismo ritual una y otra vez:
los hombres pedían una copa y se les acercaba alguna chica que pasaba con ellos
más o menos tiempo, dependiendo de si los hombres las invitaban o no. Ninguno
de los clientes había pasado a las habitaciones interiores hasta aquel momento,
algo que llamó bastante la atención a la curiosidad de la chica.
Durante ese tiempo de
observación, la joven rusa se tomó una coca cola mezclada con un chorro de un
licor que la ofreció la camarera, en principio, la más agradable de todas
aquellas mujeres y con la única que intercambió algunas palabras en su reciente
aprendido español. Al principio, el combinado no la gustó mucho, pero la sirvió
para tranquilizarse bastante, sin duda, por el efecto del alcohol de la bebida,
y cuando le llegó el turno de cenar, se tomó otro de aquellos combinados para
acompañar al bocadillo.
Su ánimo se fue elevando
de una manera considerable y se atrevió a moverse unos pocos metros por el
estrecho bar e intercambiar algunas palabras con sus compañeras, que para su
sorpresa, no le contestaron tan desagradablemente como le cabría esperar en un
principio.
Llegó rápidamente la una
de la madrugada y Sofía voló a lo largo de aquel tiempo; se encontraba en un
estado de semieuforia que no hubiese podido imaginar tan solo unas horas antes.
Su curiosidad había aumentado y no dejaba de observar con detalle como
trabajaban sus compañeras; y se encontraba mirando a una de ellas que reía
animadamente junto a un hombre, cuando le sobresaltó el escuchar detrás de ella
la voz de una de las mujeres:
-Vamos bonita, hay que
trabajar -la dijo mientras señalaba sonriente a dos hombres con un movimiento
de su cabeza.
La mujer de color, cercana
a los cuarenta años, pero una de las más bonitas de todas las que trabajaban
allí, se dirigió hacia los dos hombres que habían entrado en el local hacia muy
pocos minutos, mientras hacia un gesto con la mano a Sofía para que la
siguiese. Ésta, la siguió, al mismo tiempo que su curiosidad y euforia
desaparecían como fulminadas por un rayo y eran sustituidas nuevamente por un
intenso malestar emocional. La desazón y los nervios vencieron momentáneamente
a los efectos eufóricos del alcohol e invadieron nuevamente su mente.
Su compañera saludó a los
dos hombres muy efusivamente entre besos y abrazos como si ya se conociesen,
mientras la joven rusa permanecía detrás de ella, inmóvil.
-Os voy a presentar a una chica nueva -escuchó como decía su compañera,
apartándose y dejándola delante de los dos hombres.
A pesar de su estado de
nervios y crispación, Sofía pudo percibir que los dos hombres quedaban como
perturbados ante su presencia, sin que en principio comprendiese el porqué.
Escuchó como su compañera
pronunciaba dos nombres masculinos, seguramente nombres españoles, además del
suyo y sintió como los dos hombres se aproximaban a ella y la besaban
tímidamente en las mejillas.
Durante unos interminables
momentos, los dos clientes se quedaron como hipnotizados y paralizados.
-Es guapa ¿eh? -dijo por
fin la mujer dominicana y los dos hombres parecieron despertar de su letargo,
después, rodeó con sus brazos a uno de ellos y comenzó a hablar con él.
El otro hombre se quedó
mirando a Sofía. Bajaba ligeramente, por lo menos en apariencia, la media de
edad de los clientes que habían visitado el club aquella noche y aunque no era
ni mucho menos atractivo, su aspecto era algo más agradable.
-¿De dónde eres? -preguntó
tímidamente el hombre sin acercarse mucho a la chica.
Sofía volvió a
tranquilizarse. Aquel hombre parecía más cohibido y nervioso que ella. ¿Por qué
pasaba aquello? Reflexionó rápidamente y enseguida creyó encontrar la solución.
Sabía que era una chica considerada como “muy guapa y de bonita figura” como le
decía su abuela paterna en ocasiones, de las pocas veces que le había hablado
de una manera benigna hacia su persona antes de morir, “vas a tener un cuerpo
como esas actrices extranjeras que salen en televisión, Sofía”, aunque ella muy
rara vez en su vida se paraba a pensar y mucho menos a recrearse sobre su
hermosura; pero en aquel momento, estaba segura que lo que había dejado a los
dos hombres como paralizados, había sido eso, su físico, y por supuesto su
juventud, que resaltaba de una manera notable entre aquellas mujeres.
Seguramente en aquel lugar no habituaban a tener a chicas como ella, ni en
otros lugares donde aquellos hombres acostumbrasen a tomar sus copas.
Si su teoría era cierta,
era algo que le hacía ponerse en una situación de ligera ventaja con respecto a
los clientes, por lo menos en aquel lugar, pero no conseguía ver la manera de
sacarlo provecho.
Sofía sonrió al hombre
melancólicamente, notando como desaparecían sus nervios.
-Soy rusa -dijo en español
con su dulce voz y con su gracioso acento del este-, y tú, ¿eres de aquí? -se le
ocurrió preguntar. Escuchó como su acompañante le contaba que era español, pero
de un pueblo del sur, bastante lejos de allí y que se encontraba trabajando
haciendo unas calles o algo así, cerca de Madrid. Observó cómo mientras hablaba
y bebía largos tragos de su vaso, el hombre se iba tranquilizando y se iba
aproximando más a ella hasta que sus cuerpos quedaron prácticamente rozándose.
Cuando el hombre terminó
de hablar, agarró a Sofía de la cintura con sus manos y la presionó ligeramente
contra su cuerpo; rápidamente, la joven notó como una de las manos del hombre
se deslizaba por su espalda hasta alcanzar su trasero, mientras la otra subía
lentamente por uno de sus costados.
No experimentó nada
especial cuando sintió las manos del hombre en aquellas partes de su cuerpo. Se
alegró. Se alegró mucho. Desde que tuvo plena certeza de que querían que
trabajase como prostituta, pensaba que no podría resistir el momento en que las
manos de un desconocido la rozaran simplemente, pero en principio, parecía que
podía soportarlo.
El acompañante de Sofía
empezó a acariciar con cierto ímpetu las partes del cuerpo femenino donde se
habían detenido sus manos. Aquello gustó menos a la muchacha que se retiró
suavemente pero con energía. Volvió a sentirse alegre al ver que el hombre no
parecía enfadarse por su acción y permanecía quieto, como esperando a que ella
diese el siguiente paso.
-Invítame a una copa
-intentó decir melosamente y deseando hacer efecto una de las advertencias del
encargado-, si no me invitas no puedo quedarme más contigo.
Fueron dos las copas a las
que su nuevo amigo la invitó, si es que debía considerarlo como tal. El hombre
quiso apurar el dinero que llevaba encima, en compañía de aquella atractiva
muchachita y aunque le hubiese gustado pasar al reservado con ella, se vio
obligado a desistir cuando ella le informó del precio.
Sofía aguantaba bien
cuando el hombre la tocaba ligeramente y sus manos permanecían tranquilas, pero
con resignación y cierta angustia cuando las manos del hombre recorrían su
cuerpo y cuando notaba su dureza sexual al apretarla contra él. A veces, una
parte de su cerebro protestaba airadamente por dejar que un extraño la tocase y
ella sentía ganas de llorar y suplicaba a aquella parte su cerebro que la
dejase en paz, que no la torturase. Las protestas desaparecían.
Cuando el hombre llevó una
de sus manos hasta el borde del corto vestido y comenzó a subirla lentamente
entre los muslos, Sofía no pudo aguantar más, agarró bruscamente la mano del
hombre al tiempo que se apartaba de él. “¡Basta cerdo! ¡No aguantó que me sigas
tocando!”, estuvo a punto de gritar, pero consiguió dominarse in extremis e
intentó reunir toda la tranquilidad que pudo.
-¡No! Por ahí no -exclamó
suave pero enérgicamente Sofía, mientras ladeaba la cabeza e intentaba sonreír.
El hombre nuevamente quedó
quieto para satisfacción de la joven que nuevamente se sintió dominadora de la
situación. Se sintió feliz. Durante el tiempo que permaneció con aquel hombre,
no le costó demasiado trabajo controlarle en sus ataques cuando éstos le hacían
sentirse demasiado mal.
Aquella noche se acercó a
dos hombres más. Uno de ellos no pareció dispuesto a invitarla a ninguna copa,
pero enseguida llevo sus manos a su trasero y Sofía, nuevamente con energía se
apartó del hombre y se fue rápidamente de su lado diciéndole que no podía
acompañarle si no la invitaba a una copa. El otro, un hombre bajito con el poco
pelo de su cabeza ya de color blanco y probablemente cercano a los sesenta
años, le invitó a otras dos copas de coca cola con un chorrito de whisky. A
Sofía le agradó mucho permanecer al lado de aquel hombre mayor, que intentaba
hacerla reír y ser simpático con ella y cuyos contactos se limitaban a llevar
las manos a su cintura y en ocasiones a su pecho o a alguno de sus muslos, y
que para su sorpresa, no le disgustó demasiado el contacto de las manos de
aquel simpático señor.
Cuando la muchacha apuró
el tiempo de acompañar al hombre y se separó de él, se sentía maravillosamente.
Había ganado la primera batalla a su nuevo “trabajo” que tanto le había estado
atormentando y llenando de amargura hasta tan solo unas horas antes. Si
conseguía llevarlo por ese camino durante el tiempo que tuviese que realizarlo,
que esperaba con toda su alma que no fuese mucho, conseguiría soportarlo,
aunque sabía que le quedaba un camino bastante duro por delante.
Pero no tuvo demasiado
tiempo para saborear su victoria. El local se quedó vacío de clientes y el
encargado apagó las luces exteriores dando por terminada la jornada y algo
después, cuando las chicas y el chulo se hubieron marchado, Sofía se quedo
sola, encerrada en aquel edificio, aunque afortunadamente no la encerraron en
el cuartucho y tenia libertad para acampar a sus anchas por el local, a
excepción de los cuartos que el encargado había dejado cerrados con llave.
Se encontraba cansada
aunque muy animada y feliz, ayudada seguramente por la notable cantidad de
whisky que había tomado en sus copas, y no se arrepentía en absoluto de haber
bebido tanto alcohol, pues pensaba que seguramente no se encontraría tan bien
si no lo hubiese hecho. Sofía recordó con nostalgia la última vez --y la
única-- que había bebido más de un vaso de vino o un sorbo de vodka. Fue en las
últimas fiestas navideñas, en la fiesta donde había conocido a Shirko. Se había
divertido como nunca antes en su vida de adolescente. Lo recordaba muy
gratamente, a pesar de que el malestar y el dolor de cabeza producidos por la
resaca la habían acompañado durante casi una semana.
Sofía se preparó otro
combinado de escocés con coca cola, que desde aquella noche estaba
segura sería su bebida favorita, y empezó a deambular por la semioscuridad del
club con el vaso en la mano, dando trompicones en más de una ocasión. Lo
primero que observó era que no se podía salir de allí, aunque tampoco lo
hubiese intentado, ¿dónde podría ir en medio de aquella oscuridad y sin conocer
para nada aquel lugar? Pensó nuevamente en Shirko, en lo que le hubiese gustado
que se encontrase con ella en aquel momento, aunque fuera en aquel siniestro
lugar, y hacer el amor un montón de veces seguidas, como hicieron durante el
poco tiempo que duró su corto, pero bello e intenso romance.
La euforia empezó a desaparecer.
También recordó al hombre
que la había acompañado desde el chalet, su “consejero”, el afecto que había
notado en sus palabras y como la había agarrado suavemente para sacarla del
coche.
Se terminó la bebida de un
trago y la euforia desapareció por completo, dando paso a una desesperante
tristeza. Pensó nuevamente en que tal vez debería intentar escapar y por
primera vez se hizo aquellas preguntas, ¿dónde iría?, ¿a quién denunciaría? y
¿qué pasaría cuando la volviesen a coger?
Se sentó en uno de los
descoloridos sillones y pensó en su padre. Él no la quería. Sintió como la
amargura aumentaba de manera incontrolable y un espeso nudo taponaba su
garganta hasta casi asfixiarla. Él había sido la persona que la había mandado
allí. Se hizo un ovillo en el mismo sillón y comenzó a llorar.
Lloró hasta que el sueño
la fue invadiendo poco a poco y le hizo quedarse completamente dormida.