viernes, 2 de agosto de 2013

PRESENTACION DE "La princesa rusa" Capítulo I


“La princesa rusa” es una historia de superación.

Existen submundos de marginación, violencia y corrupción que rodean a las personas normales, sin que estas, en la mayoría de las ocasiones, tengan constancia de ello.

Estos submundos son reales y cualquiera, en algún inesperado momento, puede ser atrapado por ellos.

 

Empecé a escribir “La princesa rusa” ya hace algunos años y conseguí dejarla terminada hace tan solo unos meses.

Desde entonces, de una manera pausada y tranquila, he buscado la posibilidad de publicarla. Pero soy una persona que escribe casi totalmente desconocida, ¿qué editorial apostaría por publicar mi libro? También puede ser que no tenga la suficiente calidad literaria.

Para mi es una buena y entretenida historia.

En cualquier caso, recibí varias ofertas para publicarla, todas ellas de coedición, algunas muy interesantes, pero finalmente he decidido mostrarla en mi blog y de esta manera, “muy íntimamente” iré publicando todos los capítulos.

 

Espero, que a los que comencéis a seguirla, os guste y disfrutéis con su lectura.

 

 

  

                                    De incognito en el infierno

 

Eran casi las siete de la mañana, cuando el potente coche de color oscuro se detuvo delante de uno de los portales de la calle Estrella, dejó bajar a sus tres jóvenes pasajeras y continuó su marcha lentamente.

Una de las tres chicas, levantó su mano y saludó al camarero que las observaba atentamente desde el pequeño y cercano bar situado justo en frente, al otro lado de la calle; el hombre, con una gran sonrisa, le devolvió el saludo muy efusivamente agitando también su mano, no obstante, aquellas y otras bellas jovencitas que entraban y salían prácticamente todos los días de aquel portal, habían hecho que el veterano y regordete camarero, comenzase con un inusual y estimulante agrado sus agotadoras y calurosas jornadas laborales de aquel ardiente y ya, prácticamente terminado verano, además de protagonizar sus más atrevidos y sensuales sueños.

Una de las muchachas, la más bonita de las tres pensó el camarero, mientras sus dos compañeras entraban en el portal, se quedó mirando pensativamente hacia la dirección por la que se alejaba el coche, pero al cabo de unos breves instantes, los músculos de su preciosa cara tornaron para dejar paso a una conmovedora expresión de resignación. Bajó la cabeza y entró en el portal siguiendo a sus compañeras. Era algo que el camarero la había visto hacer en más de una ocasión, y cada vez que la chica realizaba aquel ritual, el hombre se llenaba de deseos de acercarse y poder consolar a la atractiva jovencita, fuese cual fuese su preocupación; sin duda, en uno de aquellos momentos no le hubiese importado abandonar a su mujer y a sus dos hijos y escaparse con la chica para siempre, lejos de todos y de todo.

El camarero también agachó la cabeza con resignación y se dirigió hacia la barra, mientras que al otro lado de la calle se cerraba lentamente la pesada puerta de hierro del portal, dejando dentro de sí a las tres jóvenes mujeres.

Sofía, una vez más, volvió a subir al piso completamente resignada. Seguiría llevando aquella vida que le habían impuesto hasta que alguien decidiese cambiarla. Una vez más, había pensado durante un efímero momento, en ser ella la que, por lo menos, intentase cambiarla. Pero había vuelto a tener miedo de escapar, de huir, de perderse en aquella gran ciudad que apenas conocía. ¿Cuanto tiempo pasaría antes de que la cogiesen? ¿Unas horas? ¿Un día? ¿Dos? Porqué con total seguridad la encontrarían y todo seria aun peor, como cuando llegó a Madrid y se negó a realizar el trabajo y la condujeron a aquel antro.

También podía ir a la policía y... ¿a quién iba a denunciar y de qué? Probablemente a ella misma que no tenía ni un solo papel en regla, ni siquiera de identificación. Lo más seguro es que la metiesen en la cárcel para después deportarla a su país y allí, con toda seguridad la estarían esperando y no precisamente con los brazos abiertos.

Estaba convencida de que no tenia opción, pero al menos y afortunadamente para ella, era capaz de llevar la pesadilla en la que se había convertido su vida con bastante resignación, debido en gran parte a que casi todo en sus 18 años, había sido a base de imposiciones que muy a menudo no eran demasiado gratas, motivo por el que había desarrollado una gran capacidad para aguantar los sin sabores y el sufrimiento con paciencia y serenidad.

Además, algo muy bonito e imprevisto estaba consiguiendo que ella empezase a concebir ciertas esperanzas de que todo podría cambiar muy pronto, y si no, al menos, aquellos últimos sucesos, si que la estaban ayudando a llevar con algo más de paciencia aquella carga.

Pero algo extraño, que por su puesto ella desconocía por completo, tenía que haber pasado en las dos últimas jornadas, y esa naciente ilusión se había convertido también en una enorme preocupación añadida que perduraba en su cabeza y en su corazón con gran intensidad.

Subió al ascensor que la condujo hasta el segundo piso y entró en el apartamento. Tan solo tenía ganas de tumbarse en la cama y dormir durante un día entero por lo menos. Por suerte, había terminado su semana laboral y tenía todo aquel lunes y parte del martes para poder descansar.

Se bebió un vaso de zumo mientras esperaba a que sus compañeras dejasen libre la ducha y cuando ésta estuvo libre, se duchó muy rápidamente y se tumbó en la cama, donde el sueño y el cansancio se apoderaron inmediatamente de ella, sin apenas darla tiempo para pensar en nada.

Sofía ejercía aquel trabajo que la dejaba tan agotada en un chalet a muy pocos kilómetros al norte de Madrid, todos los días de martes a domingo. Pasaban a recogerla junto a sus compañeras, sobre las seis de la tarde, para llevarlas al chalet donde permanecían trabajando hasta las cinco, seis o siete de la mañana del día siguiente.

El trabajar todas las noches una media de diez o doce horas, era lo que realmente la dejaba agotada. Y no tanto el trabajo en sí, al que por supuesto aborrecía, pero que en aquellos dos meses y medio --y sobre todo en aquellos últimos días-- había conseguido hacerlo llevadero, si se podía decir de aquella manera, al fin y al cabo salía a una media de uno o dos “polvos” diarios como decían allí en España, y ella tenía 18 años. ¡18 años! Para una mujer de su edad aquello no era nada, seguramente muchas chicas de su edad la doblarían o triplicarían aquel porcentaje, aunque la inmensa mayoría de ellas lo harían con quien las apeteciese y cuando las apeteciese; ella, sin embargo, tenía que hacerlo cumpliendo unos horarios y con hombres que no conocía y con los que la repugnaba el que tan siquiera la rozasen. Eso había sido lo verdaderamente malo y lo que la había llenado de verdadera amargura y desesperación y había estado a punto de hacer añicos su capacidad de sufrimiento y resignación. 

Poco a poco lo iba soportando mejor, sin duda, gracias a que esa capacidad de aguantar el sufrimiento que había adquirido a lo largo de su vida, había permitido que finalmente, fuese capaz de cargar con la nueva situación.

También la ayudaba a superar su dramática nueva vida en España, tal vez en una pequeña proporción, el que desde el primer momento en que llegó, tenía claro que la mandaban a aquel país tan desconocido a cumplir algún tipo de castigo y aunque ignoraba que clase de castigo la esperaba, tardó muy poco en averiguarlo.

Llegó a Madrid el ultimo día del ya lejano mes de junio, después de un interminable viaje por carretera atravesando toda Europa, en el que paraban solo para comer, hacer sus necesidades, dormir un poco en pequeños hoteles y cambiar de vehículo, imaginaba Sofía que esto último lo hacían para despistar a quien pudiese sospechar de aquel automóvil que transportaba a tres preciosas jovencitas con un increíble aspecto de asustadas y temerosas.

Durante el viaje, sus guardianes las aconsejaron de una manera poco agradable, realizar un curso intensivo de español, consistente en un par de finos libros y varias casettes que ellas escuchaban mediante unos obsoletos y casi inservibles walkmans.

Las pocas palabras y los comentarios despectivos que las dirigieron sus dos guardianes, hicieron que Sofía empezase a imaginar que era lo que pretendían que hiciese, algo que la quedó completamente claro cuando a las pocas horas de llegar a Madrid y sin apenas tiempo para descansar del agotador viaje, la separaron de sus compañeras y la condujeron a un lujoso chalet donde la dejaron en presencia de un delgado y fibroso rubio que tomaba el sol en medio del verde y bien cuidado jardín, completamente desnudo a excepción de unas siderales gafas de sol, junto a una hermosa rubia de ojos de un azul intenso y de un exuberante cuerpo, igualmente desnuda.

El delgado rubio exploró muy minuciosamente durante unos instantes y con una desagradable expresión de burla en su cara, a Sofía, que continuaba llevando la amplia camisa y los anchos vaqueros con los que había partido de su país, donde las temperaturas en aquella época del año eran algunos grados más bajas que en Madrid; aquella vestimenta y el incipiente calor del jovencísimo verano, daban a la chica una inmensurable sensación de agobio y asfixia.

El rubio, sin ningún tipo de pudor, tiró las gafas de sol y se levantó dejando a la vista todo su espigado cuerpo, y en un idioma muy similar al de Sofía, que ésta pudo comprender sin ningún problema y en un tono lleno de ironía e hipocresía, se dirigió a la chica mirándola con una sonrisa igualmente llena de ironía y falsedad.

-¡Hola Sofía! Bienvenida, te estaba esperando. Ya veo que tenían razón cuando me dijeron que eras una chica muy guapa. Bien -prosiguió el rubio-, no sé qué es lo que has hecho ni a quien has cabreado y sinceramente, no me importa nada. Solo sé que tienes que trabajar para mí durante algún tiempo y eso es lo que vas hacer.

El joven y atractivo ucraniano dijo sus últimas palabras con una voz mucho más sincera, fría y amenazante. Después, se acercó mucho más a Sofía y agarrándola de la cintura con sus dos manos, la volvió a hablar con la misma ironía y con su boca muy pegada a la cara de la joven.

-Con esa cara de princesa vamos a ganar mucho dinero Sofía. Sé que eres una chica lista, así que ya sabrás en que va a consistir tu trabajo, ¿verdad preciosa? -preguntó sin aparentemente esperar una contestación de la asustada muchacha que continuaba mirando al suelo completamente afligida y con una increíble mezcla de pánico, incertidumbre y nervios-. Bien, a partir de esta noche saldrás al bar muy arregladita y muy sexy, saludaras a los señores clientes muy cariñosamente y te los follaras a cambio de su dinero, porque follar sabe todo el mundo y mas una chica tan preciosa como tú. ¡Ah! Los señores clientes se merecen todo el respeto del mundo, por eso no me gustaría recibir quejas de ti ¿entiendes Sofía? -la ironía y la hipocresía ya habían dejado paso nuevamente a un tono frío y amenazante-. Pórtate bien y yo me portare bien contigo, cumple con tu trabajo y no tendrás problemas, de lo contrario lo vas a pasar muy mal aquí.

A Sofía se la empezó a formar un amargo nudo en la garganta al mismo tiempo que la invadían unas intensas ganas de llorar. Como ya había imaginado, querían que se prostituyese y la amenazaban para que no se negase. Durante unos instantes estuvo a punto de ponerse de rodillas en el césped y llorar desconsoladamente pidiendo compasión.

-¿Hablas español? -escuchó como la preguntaba el rubio entre la inmensa angustia que la embargaba.

La muchacha hizo un gran esfuerzo por vencer el malestar que la dominaba por completo y recordó el pequeño curso de español que había realizado durante el viaje y que había aprendido bastante bien aun sin prestarle demasiada atención.

-Se algunas palabras -le dijo ahogadamente al rubio con un dócil y dulce tono de voz.

El rubio pareció alegrarse mucho con la respuesta de Sofía y la dijo, hablando otra vez con aquella hipocresía:

-¡Bien, eso está muy bien! Anímate y veras que bien te lo vas a pasar.

El ucraniano hizo un leve gesto con la mano a su rubia compañera que se levantó a toda velocidad, al mismo tiempo que él se volvía a tumbar y decía, como alguien que da por terminada una conversación:

-Helena te enseñara las instalaciones y terminara de explicarte las cosas.

Helena, después de cubrirse con no mucha ropa y poner cara de pocos amigos, se dispuso a enseñar a Sofía las instalaciones donde debería desempeñar su nuevo trabajo.

Sofía la siguió sumisa y enseguida comprobó con bastante asombro, la limpieza y el lujo que había en aquel lugar para llevar a cabo una ocupación a la que durante su vida, ella había prestado muy poco interés y siempre había relacionado con pobreza y marginación.

Vio primero el amplio e impresionante salón-bar, equipado con una barra americana casi tan larga como el propio salón. Poblando gran parte de su superficie, principalmente los rincones, había cómodos sillones acompañados de sus respectivas mesitas, donde dos personas podrían sentarse y tomar unas copas muy entrañablemente.

Subieron al piso de arriba donde se encontraban la mayor parte de las habitaciones, algunas de ellas bastante grandes y con jacuzzi incorporado. Volvieron a bajar al gran salón y salieron, a través de unas grandes puertas de cristal, a una pequeña parte del jardín separado del resto por una alta valla cubierta de espesa vegetación que impedía ver el otro lado. Allí había una pequeña piscina, lo suficiente para que tres o cuatro personas, muy cómodamente, se bañasen o practicasen algún otro tipo de actividad. La piscina estaba rodeada de unas grandes y a la vista, comodísimas tumbonas, donde cogían sobradamente dos y hasta tres personas.

Por último, Helena la condujo a una gran habitación en la parte baja del chalet que hacía las veces de vestuario para las chicas y allí, en un español bastante maltratado, la no muy agradable rubia, puso todo su empeño en que Sofía aprendiese las tarifas de los servicios que allí se ofrecían:”ciento cincuenta euros en la habitación, doscientos en los jacuzzis y la piscina, treinta la copa de acompañamiento y noventa la botella de champan. Quédate bien con estos precios” la dijo con desaire. Sofía, que no comprendía porque aquella chica que no conocía de nada la hablaba de aquella manera tan despectiva, memorizó sin muchas ganas aquellas nuevas palabras y cifras en español. Helena la indicó con el mismo desaire, donde podía coger algunos vestidos prestados hasta que pudiese comprarse los suyos propios y donde podía lavarse y maquillarse; después, la dejó sola en aquella habitación-vestuario, diciéndola sin ningún afecto y con una sonrisa tan falsa como la de su chulo:

-Ponte guapa preciosa, dentro de dos horas tendrás aquí un montón de hombres deseosos de meterte mano.

Sofía pasó el resto de aquella tarde completamente afligida. Aquel increíble malestar no la abandonaba, acompañado de una mezcla de agonía y nervios que la oprimían el pecho de una manera casi asfixiante. Se quedó mirando de una manera inexpresiva, aquellos minúsculos vestidos de finas, transparentes y suaves telas.

Fueron llegando las chicas, todas ellas jóvenes y bonitas, algunas la miraban y la saludaban sin mucho interés, otras no la prestaban la mas mínima atención. Se suponía que debía de arreglarse, ponerse lo más sexy posible y salir fuera, acercarse al primer desconocido que viese, meterse en la cama con él y hacer el amor como si tal cosa. Sofía respetaba a las mujeres que hacían eso voluntariamente solo para ganar dinero, aunque a lo largo de su vida había pensado demasiado poco en aquellas mujeres y en aquella ocupación, pero ella no podía entregar su cuerpo a cualquier hombre, y menos siendo un desconocido. En toda su vida, solo se había entregado a uno y había sido por amor, por verdadero amor, aunque paradójicamente, ese amor hubiese sido la causa de su castigo.

No podía hacer aquello.

Sofía no se puso ningún minúsculo vestido, ni se arregló, ni se maquilló.

Las chicas empezaron a salir al salón-bar mientras ella permanecía sentada frente a los vestidos.

Al poco tiempo, se le acerco Helena con su irónica y maliciosa sonrisa. Cuando Sofía la vio, la anunció simplemente, con los ojos tristes y brillantes y con una voz rota pero dulce y encantadora al mismo tiempo, que no podía hacer aquello.

-Tendremos que ir a ver a Denis -le dijo Helena sin desprenderse de aquella sonrisa-. Ven, por favor.

Sofía, durante toda su vida y a pesar de su juventud, había controlado casi siempre sus emociones de una manera perfecta cuando estas pretendían desbocarse como un caballo sin control después de haber recibido algún duro golpe a sus sentimientos o convicciones, seguramente porque era capaz de entender que no la quedaba más remedio que aguantar los golpes de la vida y que si no era capaz de encajar aquellos golpes con resignación, iba a sufrir aun mucho mas. Pero aquella situación se la estaba escapando de las manos. Se encontraba aterrada e incapaz de controlar sus emociones.

No se dio apenas cuenta, cuando Helena la dejó nuevamente en presencia del rubio delgado y musculoso que la había recibido por la tarde en el jardín sin nada de ropa, que sin duda se trataba de Denis, y de dos hombres más, esta vez en un lujoso y espacioso salón. Se quedó de pie en medio de aquel salón, delante de Denis, temblando y sudorosa; la vino a la cabeza, para aumentar aun mas su temor, que la darían una gran paliza, que la violarían y que la torturarían hasta que decidiese prostituirse. No pudo evitar que una lágrima escapase de uno de sus verdes ojos y resbalase por la suave piel de su mejilla.

Denis la miró nuevamente con aquella falsa sonrisa y con unos ojos brillantes que reflejaban una perversa malicia. Ya no se encontraba desnudo, sino al igual que sus acompañantes, vestido con elegantes ropas veraniegas que resaltaban aun más el atractivo de aquellos hombres.

-Mírame -la dijo sin levantar la voz pero con una gran energía.

Sofía levantó la cabeza y le miró con unos ojos que no podían ocultar el sofocante miedo y descontrol que invadían su cuerpo.

-¿Qué pasa Sofía? Quedamos en que si te portabas bien, yo me portaría bien contigo, ¿recuerdas? Y la verdad es que no empezamos nada bien... Yo se que para algunas de vosotras esto puede resultar algo difícil a lo primero, pero al final os termina gustando. Además, dicen que los españoles follan muy bien. ¡Vamos Sofía! Arréglate y sal ahí, acércate al primer tío cachas que veas y pásatelo bien -terminó diciéndola como el entrenador que intenta animar a su delantero para que meta un gol.

Durante unos interminables instantes de confusión y caos en su mente, la joven meditó sobre la posibilidad de salir al salón-bar. ¿La quedaba acaso otra alternativa? Pero rápidamente volvió a imaginar las manos de un desconocido sobre ella y enseguida sintió como se la revolvía el estomago y una sensación de asco que se mezclaba con el miedo y la confusión.

A pesar de ese malestar físico, consiguió sopesar las palabras del ucraniano y pudo sentir cierto alivio, pues la parecieron reconciliadoras, y aun no la habían dado ninguna paliza.

Su cuerpo y su mente se relajaron un poco y pensó que tal vez podría comunicarse con aquel hombre e intentar que comprendiese sus pesares. Quizá hasta sintiese compasión por ella. Dio un paso con decisión y con las manos sobre el pecho como si fuese a rezar, le suplicó:

-Por favor Denis, haré lo que quieras, limpiar casas, trabajar en el campo, cualquier cosa, pero no me obligues a prostituirme. ¡Te lo suplico! Yo no puedo hacer eso.

Denis no pareció sentir demasiada compasión y en lugar de eso, miró con un claro desprecio a aquella joven y temerosa muchacha de 18 años que mantenía una increíble expresión de miedo y suplica en su hermosa cara, y la dijo con una voz serena y amenazante:

-Tú has venido aquí para trabajar de puta y nada más. Y has tenido suerte de venir a un sitio como este. Pero encima pones pegas y no estás a gusto. Pues muy bien, tú me obligas a hacer esto.

Con un gesto hizo que la escultural Helena, que había permanecido esperando en un rincón muy cerca como si supiese de antemano el desenlace de aquella entrevista, agarrase a Sofía de un brazo y tras decirla “acompáñame querida” con su hipócrita voz, la condujo sin perder demasiado tiempo a un pequeño cuarto donde la dejó encerrada.

Sofía aguardó inmóvil y agazapada en un rincón, en la oscuridad de aquella estancia, con una extraña mezcla de sentimientos en la que sobresalían un intenso miedo cercano al terror, esperanza de que en el último momento tuviesen compasión por ella, y... curiosidad.

 

 

 

 

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