“La
princesa rusa” es una historia de superación.
Existen
submundos de marginación, violencia y corrupción que rodean a las personas
normales, sin que estas, en la mayoría de las ocasiones, tengan constancia de
ello.
Estos
submundos son reales y cualquiera, en algún inesperado momento, puede ser
atrapado por ellos.
Empecé
a escribir “La princesa rusa” ya hace algunos años y conseguí dejarla terminada
hace tan solo unos meses.
Desde
entonces, de una manera pausada y tranquila, he buscado la posibilidad de
publicarla. Pero soy una persona que escribe casi totalmente desconocida, ¿qué editorial
apostaría por publicar mi libro? También puede ser que no tenga la suficiente
calidad literaria.
Para
mi es una buena y entretenida historia.
En
cualquier caso, recibí varias ofertas para publicarla, todas ellas de coedición,
algunas muy interesantes, pero finalmente he decidido mostrarla en mi blog y de
esta manera, “muy íntimamente” iré publicando todos los capítulos.
Espero,
que a los que comencéis a seguirla, os guste y disfrutéis con su lectura.
De
incognito en el infierno
Eran casi las siete de la
mañana, cuando el potente coche de color oscuro se detuvo delante de uno de los
portales de la calle Estrella, dejó bajar a sus tres jóvenes pasajeras y
continuó su marcha lentamente.
Una de las tres chicas,
levantó su mano y saludó al camarero que las observaba atentamente desde el
pequeño y cercano bar situado justo en frente, al otro lado de la calle; el
hombre, con una gran sonrisa, le devolvió el saludo muy efusivamente agitando
también su mano, no obstante, aquellas y otras bellas jovencitas que entraban y
salían prácticamente todos los días de aquel portal, habían hecho que el
veterano y regordete camarero, comenzase con un inusual y estimulante agrado
sus agotadoras y calurosas jornadas laborales de aquel ardiente y ya, prácticamente
terminado verano, además de protagonizar sus más atrevidos y sensuales sueños.
Una de las muchachas, la
más bonita de las tres pensó el camarero, mientras sus dos compañeras entraban
en el portal, se quedó mirando pensativamente hacia la dirección por la que se
alejaba el coche, pero al cabo de unos breves instantes, los músculos de su
preciosa cara tornaron para dejar paso a una conmovedora expresión de
resignación. Bajó la cabeza y entró en el portal siguiendo a sus compañeras.
Era algo que el camarero la había visto hacer en más de una ocasión, y cada vez
que la chica realizaba aquel ritual, el hombre se llenaba de deseos de
acercarse y poder consolar a la atractiva jovencita, fuese cual fuese su
preocupación; sin duda, en uno de aquellos momentos no le hubiese importado
abandonar a su mujer y a sus dos hijos y escaparse con la chica para siempre,
lejos de todos y de todo.
El camarero también agachó
la cabeza con resignación y se dirigió hacia la barra, mientras que al otro
lado de la calle se cerraba lentamente la pesada puerta de hierro del portal,
dejando dentro de sí a las tres jóvenes mujeres.
Sofía, una vez más, volvió
a subir al piso completamente resignada. Seguiría llevando aquella vida que le
habían impuesto hasta que alguien decidiese cambiarla. Una vez más, había
pensado durante un efímero momento, en ser ella la que, por lo menos, intentase
cambiarla. Pero había vuelto a tener miedo de escapar, de huir, de perderse en
aquella gran ciudad que apenas conocía. ¿Cuanto tiempo pasaría antes de que la
cogiesen? ¿Unas horas? ¿Un día? ¿Dos? Porqué con total seguridad la
encontrarían y todo seria aun peor, como cuando llegó a Madrid y se negó a
realizar el trabajo y la condujeron a aquel antro.
También podía ir a la
policía y... ¿a quién iba a denunciar y de qué? Probablemente a ella misma que
no tenía ni un solo papel en regla, ni siquiera de identificación. Lo más
seguro es que la metiesen en la cárcel para después deportarla a su país y
allí, con toda seguridad la estarían esperando y no precisamente con los brazos
abiertos.
Estaba convencida de que
no tenia opción, pero al menos y afortunadamente para ella, era capaz de llevar
la pesadilla en la que se había convertido su vida con bastante resignación,
debido en gran parte a que casi todo en sus 18 años, había sido a base de
imposiciones que muy a menudo no eran demasiado gratas, motivo por el que había
desarrollado una gran capacidad para aguantar los sin sabores y el sufrimiento
con paciencia y serenidad.
Además, algo muy
bonito e imprevisto estaba consiguiendo que ella empezase a concebir ciertas
esperanzas de que todo podría cambiar muy pronto, y si no, al menos, aquellos
últimos sucesos, si que la estaban ayudando a llevar con algo más de paciencia
aquella carga.
Pero algo extraño, que por
su puesto ella desconocía por completo, tenía que haber pasado en las dos
últimas jornadas, y esa naciente ilusión se había convertido también en una
enorme preocupación añadida que perduraba en su cabeza y en su corazón con gran
intensidad.
Subió al ascensor que la
condujo hasta el segundo piso y entró en el apartamento. Tan solo tenía ganas
de tumbarse en la cama y dormir durante un día entero por lo menos. Por suerte,
había terminado su semana laboral y tenía todo aquel lunes y parte del martes
para poder descansar.
Se bebió un vaso de zumo
mientras esperaba a que sus compañeras dejasen libre la ducha y cuando ésta
estuvo libre, se duchó muy rápidamente y se tumbó en la cama, donde el sueño y
el cansancio se apoderaron inmediatamente de ella, sin apenas darla tiempo para
pensar en nada.
Sofía ejercía aquel
trabajo que la dejaba tan agotada en un chalet a muy pocos kilómetros al norte
de Madrid, todos los días de martes a domingo. Pasaban a recogerla junto a sus
compañeras, sobre las seis de la tarde, para llevarlas al chalet donde
permanecían trabajando hasta las cinco, seis o siete de la mañana del día
siguiente.
El trabajar todas las
noches una media de diez o doce horas, era lo que realmente la dejaba agotada. Y
no tanto el trabajo en sí, al que por supuesto aborrecía, pero que en aquellos
dos meses y medio --y sobre todo en aquellos últimos días-- había conseguido
hacerlo llevadero, si se podía decir de aquella manera, al fin y al cabo salía
a una media de uno o dos “polvos” diarios como decían allí en España, y ella
tenía 18 años. ¡18 años! Para una mujer de su edad aquello no era nada,
seguramente muchas chicas de su edad la doblarían o triplicarían aquel porcentaje,
aunque la inmensa mayoría de ellas lo harían con quien las apeteciese y cuando
las apeteciese; ella, sin embargo, tenía que hacerlo cumpliendo unos horarios y
con hombres que no conocía y con los que la repugnaba el que tan siquiera la
rozasen. Eso había sido lo verdaderamente malo y lo que la había llenado de
verdadera amargura y desesperación y había estado a punto de hacer añicos su
capacidad de sufrimiento y resignación.
Poco a poco lo iba
soportando mejor, sin duda, gracias a que esa capacidad de aguantar el
sufrimiento que había adquirido a lo largo de su vida, había permitido que
finalmente, fuese capaz de cargar con la nueva situación.
También la ayudaba a
superar su dramática nueva vida en España, tal vez en una pequeña proporción,
el que desde el primer momento en que llegó, tenía claro que la mandaban a
aquel país tan desconocido a cumplir algún tipo de castigo y aunque ignoraba
que clase de castigo la esperaba, tardó muy poco en averiguarlo.
Llegó a Madrid el ultimo
día del ya lejano mes de junio, después de un interminable viaje por carretera
atravesando toda Europa, en el que paraban solo para comer, hacer sus
necesidades, dormir un poco en pequeños hoteles y cambiar de vehículo,
imaginaba Sofía que esto último lo hacían para despistar a quien pudiese
sospechar de aquel automóvil que transportaba a tres preciosas jovencitas con
un increíble aspecto de asustadas y temerosas.
Durante el viaje, sus
guardianes las aconsejaron de una manera poco agradable, realizar un curso
intensivo de español, consistente en un par de finos libros y varias casettes
que ellas escuchaban mediante unos obsoletos y casi inservibles walkmans.
Las pocas palabras y los
comentarios despectivos que las dirigieron sus dos guardianes, hicieron que
Sofía empezase a imaginar que era lo que pretendían que hiciese, algo que la
quedó completamente claro cuando a las pocas horas de llegar a Madrid y sin
apenas tiempo para descansar del agotador viaje, la separaron de sus compañeras
y la condujeron a un lujoso chalet donde la dejaron en presencia de un delgado
y fibroso rubio que tomaba el sol en medio del verde y bien cuidado jardín,
completamente desnudo a excepción de unas siderales gafas de sol, junto a una
hermosa rubia de ojos de un azul intenso y de un exuberante cuerpo, igualmente
desnuda.
El delgado rubio exploró
muy minuciosamente durante unos instantes y con una desagradable expresión de
burla en su cara, a Sofía, que continuaba llevando la amplia camisa y los
anchos vaqueros con los que había partido de su país, donde las temperaturas en
aquella época del año eran algunos grados más bajas que en Madrid; aquella
vestimenta y el incipiente calor del jovencísimo verano, daban a la chica una
inmensurable sensación de agobio y asfixia.
El rubio, sin ningún tipo
de pudor, tiró las gafas de sol y se levantó dejando a la vista todo su
espigado cuerpo, y en un idioma muy similar al de Sofía, que ésta pudo
comprender sin ningún problema y en un tono lleno de ironía e hipocresía, se
dirigió a la chica mirándola con una sonrisa igualmente llena de ironía y
falsedad.
-¡Hola Sofía! Bienvenida,
te estaba esperando. Ya veo que tenían razón cuando me dijeron que eras una
chica muy guapa. Bien -prosiguió el rubio-, no sé qué es lo que has hecho ni a
quien has cabreado y sinceramente, no me importa nada. Solo sé que tienes que
trabajar para mí durante algún tiempo y eso es lo que vas hacer.
El joven y atractivo
ucraniano dijo sus últimas palabras con una voz mucho más sincera, fría y
amenazante. Después, se acercó mucho más a Sofía y agarrándola de la cintura
con sus dos manos, la volvió a hablar con la misma ironía y con su boca muy
pegada a la cara de la joven.
-Con esa cara de princesa
vamos a ganar mucho dinero Sofía. Sé que eres una chica lista, así que ya
sabrás en que va a consistir tu trabajo, ¿verdad preciosa? -preguntó sin
aparentemente esperar una contestación de la asustada muchacha que continuaba
mirando al suelo completamente afligida y con una increíble mezcla de pánico,
incertidumbre y nervios-. Bien, a partir de esta noche saldrás al bar muy
arregladita y muy sexy, saludaras a los señores clientes muy cariñosamente y te
los follaras a cambio de su dinero, porque follar sabe todo el mundo y mas una
chica tan preciosa como tú. ¡Ah! Los señores clientes se merecen todo el
respeto del mundo, por eso no me gustaría recibir quejas de ti ¿entiendes
Sofía? -la ironía y la hipocresía ya habían dejado paso nuevamente a un tono
frío y amenazante-. Pórtate bien y yo me portare bien contigo, cumple con tu
trabajo y no tendrás problemas, de lo contrario lo vas a pasar muy mal aquí.
A Sofía se la empezó a
formar un amargo nudo en la garganta al mismo tiempo que la invadían unas
intensas ganas de llorar. Como ya había imaginado, querían que se prostituyese
y la amenazaban para que no se negase. Durante unos instantes estuvo a punto de
ponerse de rodillas en el césped y llorar desconsoladamente pidiendo compasión.
-¿Hablas español? -escuchó
como la preguntaba el rubio entre la inmensa angustia que la embargaba.
La muchacha hizo un gran
esfuerzo por vencer el malestar que la dominaba por completo y recordó el
pequeño curso de español que había realizado durante el viaje y que había
aprendido bastante bien aun sin prestarle demasiada atención.
-Se algunas palabras -le
dijo ahogadamente al rubio con un dócil y dulce tono de voz.
El rubio pareció alegrarse
mucho con la respuesta de Sofía y la dijo, hablando otra vez con aquella
hipocresía:
-¡Bien, eso está muy bien!
Anímate y veras que bien te lo vas a pasar.
El ucraniano hizo un leve
gesto con la mano a su rubia compañera que se levantó a toda velocidad, al
mismo tiempo que él se volvía a tumbar y decía, como alguien que da por
terminada una conversación:
-Helena te enseñara las
instalaciones y terminara de explicarte las cosas.
Helena, después de
cubrirse con no mucha ropa y poner cara de pocos amigos, se dispuso a enseñar a
Sofía las instalaciones donde debería desempeñar su nuevo trabajo.
Sofía la siguió sumisa y
enseguida comprobó con bastante asombro, la limpieza y el lujo que había en
aquel lugar para llevar a cabo una ocupación a la que durante su vida, ella
había prestado muy poco interés y siempre había relacionado con pobreza y
marginación.
Vio primero el amplio e
impresionante salón-bar, equipado con una barra americana casi tan larga como
el propio salón. Poblando gran parte de su superficie, principalmente los
rincones, había cómodos sillones acompañados de sus respectivas mesitas, donde
dos personas podrían sentarse y tomar unas copas muy entrañablemente.
Subieron al piso de arriba
donde se encontraban la mayor parte de las habitaciones, algunas de ellas
bastante grandes y con jacuzzi incorporado. Volvieron a bajar al gran salón y
salieron, a través de unas grandes puertas de cristal, a una pequeña parte del
jardín separado del resto por una alta valla cubierta de espesa vegetación que
impedía ver el otro lado. Allí había una pequeña piscina, lo suficiente para
que tres o cuatro personas, muy cómodamente, se bañasen o practicasen algún
otro tipo de actividad. La piscina estaba rodeada de unas grandes y a la vista,
comodísimas tumbonas, donde cogían sobradamente dos y hasta tres personas.
Por último, Helena la
condujo a una gran habitación en la parte baja del chalet que hacía las veces
de vestuario para las chicas y allí, en un español bastante maltratado, la no
muy agradable rubia, puso todo su empeño en que Sofía aprendiese las tarifas de
los servicios que allí se ofrecían:”ciento cincuenta euros en la habitación,
doscientos en los jacuzzis y la piscina, treinta la copa de acompañamiento y
noventa la botella de champan. Quédate bien con estos precios” la dijo con
desaire. Sofía, que no comprendía porque aquella chica que no conocía de nada
la hablaba de aquella manera tan despectiva, memorizó sin muchas ganas aquellas
nuevas palabras y cifras en español. Helena la indicó con el mismo desaire,
donde podía coger algunos vestidos prestados hasta que pudiese comprarse los
suyos propios y donde podía lavarse y maquillarse; después, la dejó sola en
aquella habitación-vestuario, diciéndola sin ningún afecto y con una sonrisa
tan falsa como la de su chulo:
-Ponte guapa preciosa,
dentro de dos horas tendrás aquí un montón de hombres deseosos de meterte mano.
Sofía pasó el resto de
aquella tarde completamente afligida. Aquel increíble malestar no la
abandonaba, acompañado de una mezcla de agonía y nervios que la oprimían el
pecho de una manera casi asfixiante. Se quedó mirando de una manera
inexpresiva, aquellos minúsculos vestidos de finas, transparentes y suaves
telas.
Fueron llegando las
chicas, todas ellas jóvenes y bonitas, algunas la miraban y la saludaban sin
mucho interés, otras no la prestaban la mas mínima atención. Se suponía que
debía de arreglarse, ponerse lo más sexy posible y salir fuera, acercarse al
primer desconocido que viese, meterse en la cama con él y hacer el amor como si
tal cosa. Sofía respetaba a las mujeres que hacían eso voluntariamente solo
para ganar dinero, aunque a lo largo de su vida había pensado demasiado poco en
aquellas mujeres y en aquella ocupación, pero ella no podía entregar su cuerpo
a cualquier hombre, y menos siendo un desconocido. En toda su vida, solo se
había entregado a uno y había sido por amor, por verdadero amor, aunque
paradójicamente, ese amor hubiese sido la causa de su castigo.
No podía hacer aquello.
Sofía no se puso ningún
minúsculo vestido, ni se arregló, ni se maquilló.
Las chicas empezaron a
salir al salón-bar mientras ella permanecía sentada frente a los vestidos.
Al poco tiempo, se le
acerco Helena con su irónica y maliciosa sonrisa. Cuando Sofía la vio, la anunció
simplemente, con los ojos tristes y brillantes y con una voz rota pero dulce y
encantadora al mismo tiempo, que no podía hacer aquello.
-Tendremos que ir a ver a
Denis -le dijo Helena sin desprenderse de aquella sonrisa-. Ven, por favor.
Sofía, durante toda su
vida y a pesar de su juventud, había controlado casi siempre sus emociones de
una manera perfecta cuando estas pretendían desbocarse como un caballo sin
control después de haber recibido algún duro golpe a sus sentimientos o
convicciones, seguramente porque era capaz de entender que no la quedaba más
remedio que aguantar los golpes de la vida y que si no era capaz de encajar
aquellos golpes con resignación, iba a sufrir aun mucho mas. Pero aquella
situación se la estaba escapando de las manos. Se encontraba aterrada e incapaz
de controlar sus emociones.
No se dio apenas cuenta,
cuando Helena la dejó nuevamente en presencia del rubio delgado y musculoso que
la había recibido por la tarde en el jardín sin nada de ropa, que sin duda se
trataba de Denis, y de dos hombres más, esta vez en un lujoso y espacioso
salón. Se quedó de pie en medio de aquel salón, delante de Denis, temblando y
sudorosa; la vino a la cabeza, para aumentar aun mas su temor, que la darían
una gran paliza, que la violarían y que la torturarían hasta que decidiese
prostituirse. No pudo evitar que una lágrima escapase de uno de sus verdes ojos
y resbalase por la suave piel de su mejilla.
Denis la miró nuevamente
con aquella falsa sonrisa y con unos ojos brillantes que reflejaban una
perversa malicia. Ya no se encontraba desnudo, sino al igual que sus
acompañantes, vestido con elegantes ropas veraniegas que resaltaban aun más el
atractivo de aquellos hombres.
-Mírame -la dijo sin
levantar la voz pero con una gran energía.
Sofía levantó la cabeza y
le miró con unos ojos que no podían ocultar el sofocante miedo y descontrol que
invadían su cuerpo.
-¿Qué pasa Sofía? Quedamos
en que si te portabas bien, yo me portaría bien contigo, ¿recuerdas? Y la
verdad es que no empezamos nada bien... Yo se que para algunas de vosotras esto
puede resultar algo difícil a lo primero, pero al final os termina gustando.
Además, dicen que los españoles follan muy bien. ¡Vamos Sofía! Arréglate y sal
ahí, acércate al primer tío cachas que veas y pásatelo bien -terminó diciéndola
como el entrenador que intenta animar a su delantero para que meta un gol.
Durante unos interminables
instantes de confusión y caos en su mente, la joven meditó sobre la posibilidad
de salir al salón-bar. ¿La quedaba acaso otra alternativa? Pero rápidamente
volvió a imaginar las manos de un desconocido sobre ella y enseguida sintió
como se la revolvía el estomago y una sensación de asco que se mezclaba con el
miedo y la confusión.
A pesar de ese malestar
físico, consiguió sopesar las palabras del ucraniano y pudo sentir cierto
alivio, pues la parecieron reconciliadoras, y aun no la habían dado ninguna
paliza.
Su cuerpo y su mente se relajaron
un poco y pensó que tal vez podría comunicarse con aquel hombre e intentar que
comprendiese sus pesares. Quizá hasta sintiese compasión por ella. Dio un paso
con decisión y con las manos sobre el pecho como si fuese a rezar, le suplicó:
-Por favor Denis, haré lo
que quieras, limpiar casas, trabajar en el campo, cualquier cosa, pero no me
obligues a prostituirme. ¡Te lo suplico! Yo no puedo hacer eso.
Denis no pareció sentir
demasiada compasión y en lugar de eso, miró con un claro desprecio a aquella
joven y temerosa muchacha de 18 años que mantenía una increíble expresión de
miedo y suplica en su hermosa cara, y la dijo con una voz serena y amenazante:
-Tú has venido aquí para
trabajar de puta y nada más. Y has tenido suerte de venir a un sitio como este.
Pero encima pones pegas y no estás a gusto. Pues muy bien, tú me obligas a
hacer esto.
Con un gesto hizo que la
escultural Helena, que había permanecido esperando en un rincón muy cerca como
si supiese de antemano el desenlace de aquella entrevista, agarrase a Sofía de
un brazo y tras decirla “acompáñame querida” con su hipócrita voz, la condujo
sin perder demasiado tiempo a un pequeño cuarto donde la dejó encerrada.
Sofía aguardó inmóvil y
agazapada en un rincón, en la oscuridad de aquella estancia, con una extraña
mezcla de sentimientos en la que sobresalían un intenso miedo cercano al
terror, esperanza de que en el último momento tuviesen compasión por ella, y...
curiosidad.
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