Decisión amarga
Después de un tiempo que a
Sofía le fue imposible calcular, quizá algunas horas, alguien abrió la puerta y
dos hombres distintos a los que acompañaban a Denis, la condujeron fuera del
chalet, y muy rápidamente, la subieron en un coche.
Los dos hombres la
condujeron a su nuevo destino sin decir palabra, mientras la mezcla de
sentimientos que Sofía había experimentado en el pequeño cuarto, se fundían en
una única sensación muy próxima al pánico. En aquellos momentos la joven estaba
plenamente convencida de que la conducían a algún lugar solitario donde
llevarían a cabo su ejecución, después de violarla y torturarla salvajemente.
Cuando el automóvil se
detuvo, un escalofrío recorrió todo su cuerpo. “Ha llegado el momento” pensó,
mientras que curiosa y sorprendentemente, el pánico empezaba a disminuir y
comenzaba a retomar el control sobre sí misma, a resignarse, como había hecho
con éxito en toda su vida. “Quizá sea rápido y no me entere de nada” volvió a
pensar con resignación.
Se fijó en que las luces
de la inmensa ciudad habían desaparecido y el automóvil se había detenido junto
a un edificio de una sola planta, aparentemente aislado de cualquier otra
construcción y en cuya parte superior se veía un luminoso letrero que Sofía no
supo leer, junto a un dibujo igualmente iluminado con luces de neón que parecía
representar a una mujer tumbada y desnuda, bebiendo de lo que parecía ser una
copa. Ambos se encendían y apagaban en tonalidades rosas y verdes,
resplandeciendo débilmente en la noche recién nacida de aquel primer día de
julio. Sofía imaginó enseguida que en aquel sitio se llevaba a cabo la
prostitución, al igual que en el chalet, pero su aspecto externo no se podía
comparar con la limpieza y el lujo de aquel. Aquel lugar era lúgubre y tenía un
aspecto increíblemente descuidado. El lugar se asemejaba más a la leve idea
inicial de miseria y marginación que la joven tenía de la prostitución.
Repentinamente desapareció
de su cabeza la idea de que le iban a matar.
Uno de los dos hombres la
bajó del coche agarrándola del brazo con suavidad, gesto que ayudó a que
subiera aun más su nivel de autocontrol, al mismo tiempo que bajaba más el del
pánico.
-¿Que me vais hacer? -se
atrevió a preguntar en ruso.
-Tranquila. No te va a
pasar nada -contestó el mismo hombre que la había sacado del coche en perfecto
ruso y con una voz tan sincera que casi se podía palpar.
El hombre miró a Sofía,
con un afecto tan inesperado que la joven llegó incluso a asustarse, mientras le
hacía gestos para que les siguiese.
La condujeron dentro del
local por la parte trasera, donde los recibió un hombre cuyo aspecto no inspiró
mucha confianza a la joven que hasta ese momento había empezado a
tranquilizarse.
Enseguida la volvieron a
meter en un cuarto completamente oscuro.
Sofía pensó que aquello,
decididamente, no se podía comparar con el chalet. El olor era nauseabundo y
las paredes pringaban sus manos de Dios sabría que sustancia. Intentó buscar un
interruptor de luz sin mucha fortuna. Se hizo un hueco entre los numerosos
objetos inidentificables con los que tropezaba y se quedó allí, agazapada
nuevamente, aguantando aquel nauseabundo olor. Esperando.
No tuvo que esperar mucho
tiempo. Enseguida se abrió la puerta y se encendió la luz; fugazmente pudo
comprobar que se encontraba en lo que debió de ser un cuarto de baño, aunque su
atención se centró enseguida en el hombre que acababa de entrar, el mismo que
la había sacado del coche con suavidad y la había mirado con tanto afecto; y
con ese mismo afecto, pero al mismo tiempo con voz solemne, la dijo:
-Este será tu nuevo lugar
de trabajo. Estarás aquí hasta que decidas llevarlo a cabo y cuando lo hayas
aceptado, volverás al chalet, donde continuaras trabajando -el hombre hizo una
pausa-. Allí estarás mejor que en este antro. Aquí te dejo algo de ropa
-terminó diciendo mientras dejaba una pequeña bolsa de deporte sobre una vieja
banqueta. Dio media vuelta y se dispuso a salir de aquel cuartucho.
-Pero yo no puedo hacerlo,
no puedo, no lo soportaré... -se vio obligada a soltar, aunque suponía que
aquel hombre no le haría el menor caso y la dejaría allí, con sus pesares, pese
al afecto mostrado.
Para su sorpresa, el
hombre se volvió nuevamente hacia ella.
-Sofía, debes trabajar
como prostituta, nadie va a poder ayudarte a hacer otra cosa. Solo tú puedes
elegir, o te mueres de asco en ese rincón o afrontas con valentía tu nueva
situación -la joven miró directamente a los hermosos ojos azules del hombre que
le devolvían la mirada con un inesperado cariño y comprensión, y que encajaban perfectamente
en el atractivo rostro masculino que le hablaba con una voz llena de
sinceridad-. Cuando decidas comenzar, díselo al encargado y enseguida vendremos
a por ti. Y tranquila, nadie va a hacerte daño –añadió y enseguida abandono el
cuarto dejándola nuevamente sola.
La primera noche que paso
encerrada en aquel cuarto, fueron de los peores momentos de su corta estancia
en aquel club. Había pasado un buen rato desde que se volvió a quedar sola y su
olfato se había adaptado ya al asqueroso olor, y a pesar del asfixiante calor
que hacia dentro del cuarto, se estaba quedando adormilada en su rincón, cuando
se abrió la puerta al mismo tiempo que se encendía la luz, dejando a la vista
al mismo hombre que les recibió a su llegada y que tan malas sensaciones la
había causado. En sus manos llevaba una bandeja con comida y agua que enseguida
dejo sobre un destartalado mueble.
El hombre, que debería
tener 50 años o más, o al menos aparentaba esa edad, cerró la puerta por dentro
guardándose la llave en uno de sus bolsillos, y se dirigió lentamente hacia
Sofía con una sonrisa que más bien parecía una grotesca mueca en su rostro
moreno y mal cuidado.
La chica se levantó
rápidamente adivinando que aquel individuo no llevaba muy buenas intenciones.
Cuando el hombre llegó a
la altura de la joven, le dijo algo, en español supuso Sofía, aunque no
comprendió nada y enseguida, la empujo ligeramente contra la pared. Entonces
sintió un poderoso brazo sobre su pecho intentando inmovilizarla, apretándola
con fuerza, mientras notaba a través de sus vaqueros y con cierta repugnancia,
como la otra mano de aquel individuo intentaba abrirse camino ansiosamente
entre sus muslos. Sofía se sintió nuevamente dominada por el pánico y cerró los
ojos sin fuerzas para resistirse. Sintió los pringosos labios y la lengua del
hombre subir por su cuello hasta llegar a su boca, mientras notaba como la mano
que había estado entre sus muslos, subía y comenzaba a acariciar frenéticamente
sus pechos a través de su camisa.
El asqueroso aliento que
desprendía la boca de aquel hombre, una mezcla de alcohol, tabaco y porquería y
que la joven no pudo evitar respirar, fue lo que la hizo gritar con todas su
fuerzas al mismo tiempo que las palabras “tranquila, nadie te va hacer daño”
emergían entre el pánico que la invadía. Si aquel hombre que la había tratado
con tanto afecto había hablado con sinceridad, ese cerdo que tenia encima no
debía causarla ningún daño.
El cerdo, durante unos
instantes pareció sorprendido por el grito de la joven extranjera y puso una
mano sobre la boca de la chica, al tiempo que sentía un fuerte e inesperado
golpe en su entrepierna proveniente de la rodilla de Sofía que ésta había
levantado con todas sus fuerzas.
El hombre la liberó y
durante unos instantes se debatió de dolor, mientras ella le miraba expectante
y aterrada. Al fin, el hombre se incorporó y levantó su puño con intención de
golpearla, mientras la miraba con unos ojos brillantes y llenos de rabia. Sofía
protegió instintivamente su cara con las manos, pero no llegó a recibir ningún
golpe. El cerdo le dijo algo que tampoco entendió, probablemente alguna
palabrota en español y después, abandonó el cuarto, aun con indicios de dolor
en sus zonas genitales.
Después de aquel
angustioso momento, la joven se sintió bastante más aliviada. En realidad
parecía que no le iban hacer daño. Por lo menos de momento. Puso todo su
esfuerzo en tranquilizarse y cuando lo consiguió, dedicó el tiempo a meditar
sobre su situación. ¿Qué pasaría si no accedía a trabajar como prostituta? ¿La
mantendrían allí encerrada toda la vida? Seguramente no. Llegaría el momento en
que alguien se cansaría de la tozudez de aquella insignificante muchacha y
todos los males que había imaginado que le iban a hacer, podrían hacerse
realidad. Sabía que por mucho que pensase y meditase siempre llegaría a la
conclusión de que solo tenía una elección, al no ser que dejase a su mente
derrumbarse y hundirse en el pozo de la sinrazón, aquella extraña y nueva sensación
que en aquellas últimas horas se había instalado muy cerca de ella.
Al cabo de casi dos días
encerrada en aquel maloliente cuartucho, sin apenas pegar bocado y en compañía
del agobiante calor del verano madrileño, Sofía tomó una decisión.
Desde la muerte de su
madre en Bulgaria, cuando ella contaban con tan solo once años, y después de
irse a vivir con su padre otra vez a Rusia, nada había sido fácil para ella,
pero había conseguido afrontar y adaptarse a todas las dificultades que se le
habían presentado, y el que ahora le quisieran obligar a trabajar como
prostituta, sin ninguna duda era la mayor de todas. Pero no podía derrumbarse,
tenía que afrontarlo fuese como fuese. Como le había dicho su “consejero”,
nadie iba a ayudarla, eso lo tenía muy claro. Quizá en algún momento todo
volviese a cambiar y nuevamente podría llevar una vida más o menos normal.
Aprovechó el tiempo en que
le dejaban la luz encendida para quitarse la reseca ropa que había llevado puesta
durante los últimos días y darse una larga y refrescante ducha, al menos salía
agua de los mugrientos grifos de la destartalada ducha.
El agua fría cayendo sobre
su cuerpo desnudo, fue como un autentico bálsamo después de haber permanecido
allí arrinconada, soportando el hedor y el calor, solo levantándose para
realizar sus necesidades elementales cuando ya no podía aguantar, o beber agua
y mordisquear alguno de los bocadillos que la llevaban periódicamente.
Miró entre la ropa que
había en la bolsa de deporte y se puso unas prendas, y cuando la bajita y
rellenita mulata que le llevaba los bocadillos y el agua desde que aquel cerdo
desistiese de hacerlo después de recibir el golpe en su entrepierna, volvió a
entrar en el cuarto con una bandeja, Sofía le anunció que estaba lista para
trabajar.
La mujer, sin aparentar
sorpresa, la condujo delante del cerdo, que era el encargado del club. El
hombre la miró sorprendido primero y luego de una manera increíblemente lujuriosa
y llena de deseo, no en vano, la joven rusa había experimentado un espectacular
cambio después de ducharse, maquillarse ligeramente, dejar suelta su larga
melena que había estado llevando recogida en una coleta, y ponerse uno de los
minúsculos vestidos semejante a los que había contemplado en el chalet. Y no
era que los pantalones y la amplia camisa que llevaba anteriormente borrasen su
fascinante belleza, simplemente, la hacían menos llamativa y disimulaban su
sensual figura que ahora resaltaba en todo su esplendor.
El fino vestido de una
pieza, se ceñía espectacularmente desde su cintura hasta su pecho, donde un
generoso e insinuante escote dejaba al descubierto el inicio de la hechizante
curva de los senos, hermosos y perfectamente erguidos, terminando en su parte
inferior en un ligero vuelo que cubría hasta la mitad de sus bonitos muslos de
patinadora. Su largo cabello castaño, ahora suelto, caía en una impresionante
cascada de pelo suave y sedoso hasta casi la mitad de su espalda, y sus
preciosos ojos verdes resaltaban tristes, pero armoniosamente sobre la tez
morena y suave de un rostro increíblemente bello.
El gordo y mal aseado
encargado, después de limpiarse la baba que literalmente se le escapaba a
chorros de la boca, marcó un número en un teléfono móvil y habló muy brevemente
en un pretendido idioma ruso. Sofía a duras penas pudo entender algo como “la
chica ya esta lista”.
El hombre se mantuvo
escuchando muy atentamente al teléfono durante unos minutos, haciendo grandes
gestos de asentimiento con la cabeza, después colgó y dijo dirigiéndose a Sofía
esta vez en español:
-Mañana vendrán por ti si
como dices decides trabajar, así que esta noche y mañana trabajaras aquí. Solo
dos cosas preciosa, no folles por menos de ciento veinte euros y no te quedes
con los clientes ni un puto minuto si no te invitan a una copa. Ella te
enseñara el club -terminó diciendo a la vez que señalaba a la mulata con un
despectivo gesto.
Sofía salió de aquella
habitación tras la pequeña mujer con la mirada del encargado fija en la parte
trasera de su cuerpo.
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